Laske, escondido en un boquerón

Siegfried Laske

Sigfried y su hijo Karl son los dos Laske. Al primero lo descubrí un martes por la tarde, visitando su reciente exposición. Y al segundo, hace un año en un seminario sobre periodismo de investigación. Confieso mi ignorancia porque Sigfried Laske es uno de los pintores peruanos más importantes  de la generación del 50, que ha permanecido en una semi clandestinidad autoimpuesta. Financiando los gastos con su bolsillo, Laske hijo llenó de cuadros la gran sala del ICPNA. El resultado fue una muestra impresionante. El hijo rescató a su padre del olvido.

Los dos Laske tenían muchas cosas en común, además del pelo revuelto, la gran estatura, y el gusto por el café mañanero. Uno se apasionó por las formas y el color; el otro por develar la podredumbre del poder.

Del Miraflores que recorrió Laske padre en su infancia solo queda la neblina. Del pueblo de Pucusana, que fue su arcadia, las chalanas de los pescadores en el mar. Sobre esos años le contó poco a Laske hijo, un francesito que conoció Lima a los 12 años. Era hermético para algunos temas. El abuelo fue un alemán que llegó al Perú desde Breslau  – ahora parte de Polonia- en 1917, y que trabajó primero como vendedor ambulante y luego como empleado bancario. La abuela, Manuela Rosas, fue muy importante en la vida de Laske hijo porque le enseñó a hablar castellano en una de sus largas visitas a Paris.

Cuando niño, Laske padre vivió con su familia en Miraflores, y en los veranos atravesaban el desierto para llegar a Pucusana, donde tenían una casa. Mar y más mar. Los pelícanos con sus picos extra largos eran los habitantes más numerosos del balneario. Esos pájaros contrahechos se quedaron grabados en su memoria para irrumpir años después en su pintura.


(Foto: boceto cuadro Pelícanos)

Laske hijo conoció la casa familiar en la calle Manco Cápac, la primera vez que vino al Perú. Corrían los años 70 y todavía era un lugar bastante tranquilo. Había muerto el abuelo alemán. Mientras paseaba por el malecón miraflorino y se  acostumbraba al peculiar olor de la brisa marina, iba familiarizándose con un país que siempre estuvo presente en las conversaciones de su padre con sus amigos peruanos. Laske padre nunca le habló sobre los incas ni sobre la guerra con Chile, pero eso no limitó su decisión de tramitar su nacionalidad peruana a los 18 años.

Laske padre volcó sus energías en la política desde muy joven. El hijo no ha leído Conversación en la Catedral, y no sabe si su padre lo hizo. En todo caso, de lo que está seguro es de que lo vivió en carne propia. En esa época inició su trabajo clandestino en una célula del Partido Comunista. La represión de la dictadura odriísta era implacable entonces. Hace un viaje a La Oroya. Pinta un cuadro donde se ve a un obrero muerto y muchos puños en alto; en otro se distinguen campesinos armados. No es realismo social. Hay un diseño moderno en esos cuadros, medio expresionista. Después va abandonando lo figurativo para ingresar al territorio de lo abstracto, y la frontera entre dichos estilos se difumina.

A Laske padre se le consideró la joven promesa de la pintura peruana. Pero ese sonriente futuro no cambió su decisión de vivir en Europa, adonde  quería llegar para perfeccionar su arte, y también para escapar de la elitista sociedad limeña que lo quería atenazar entre sus brazos. Él supo que el olvido sería el precio que pagaría por irse. En Italia, mientras estudiaba italiano en Perugia, conoció a Mireille, a la que buscó en París un año después, y con quien se casó.

Karl fue su único hijo. Se parece a ambos. Los amigos le dicen que tiene la voz de Siegfried y los ojos de su madre.

En París, el gran amigo fue el pintor Emilio Rodríguez Larraín. También Julio Ramón Ribeyro, Leslie Lee y Alfredo Ruiz Rosas, quien vivía en el mismo barrio en condiciones muy duras. En cambio Laske padre tuvo la suerte de que mamá Mireille trabajara como directora de una escuela, y que  el municipio les diera un departamento tan grande que tuvo espacio de sobra para instalar su taller. Conoció a Marcel Duchamp, el padre del arte contemporáneo, el mismo que dijo que el artista es el que decide qué es arte y qué no, el mismo que elevó a esa categoría a un urinario que expuso en la sala de la Sociedad de Artistas Independientes.


(Foto: Karl Laske)


Laske hijo recuerda que se levantaba a las 7 de la mañana y se encerraba en su taller durante todo el día. Trabajaba con luz natural. Él entraba y jugaba con las pinturas; podía interrumpir a su padre, preguntarle sobre cualquier cosa, hablar de todo y de nada. Le enseñaba sus técnicas y el niño observaba.

Laske papá era casi un científico. Le gustaba experimentar. Para hacer el diseño de las carátulas de una edición de las obras completas de José Carlos Mariátegui, colocó un pincel chino dentro de una caja llena de plomo que  colgaba del techo. El peso producía un movimiento que era registrado por el pincel en el papel. Laske hijo estaba fascinado y, más aún, cuando le enseñó a dibujar paisajes sujetando un lapicero a una batidora de mano que estaba prendida. Esos experimentos duraban solo unos meses.

Su gran invento fue la técnica del craquelado, que descubrió echando barniz sobre las superficies para que éstas se agrietaran, y después  pintaba encima. Llegó a perfeccionarla de tal manera que las tramas que formaba el craquelado parecían fibras de una hoja. Aunque no todo era textura, color y formas hermosas. Hay cierta violencia en el craquelado. Son fracturas de las superficies.  Según el crítico de arte, Jorge Villacorta, esa violencia contenida estaba ligada a una angustia personal, que luego dio paso a otro periodo de libertad en el que Siegfried se reconcilió consigo mismo.

A veces sus cuadros parecen mosaicos multicolores; otras veces flores, y otras paisajes coloridos. Buscó incesantemente el equilibrio entre la sensualidad y la espiritualidad.

Laske padre andaba hojeando su libro sobre las técnicas del color y de la pintura al óleo. Conocía de memoria El tratado de pintura de Leonardo da Vinci. Iba siempre a los museos. Miraba las obras, las estudiaba. Primero la pintura italiana clásica de los grandes maestros, después descubrió a Paul Klee y se dirigió a Berna y Basilea para estudiar su obra. Bastante tarde, en el año 2000, viajó a Madrid para ver el Guernica de Picasso, que fue recuperado por el Museo del Prado. Mireille le contó impresionada a Laske hijo que se quedó toda la jornada paralizado observando el cuadro, escudriñándolo.

El  niño acompañaba gustoso a su padre cada semana a recorrer el Louvre y  otros museos. Laske padre le enseñó a interpretar la pintura libremente. Le hizo descubrir la pintura italiana clásica, a Klee, a Picasso, a Matisse. Ahora le interesa ver todo. Ha descubierto nuevos artistas. Le gusta dejarse impresionar por la obra, establecer con ella una relación abierta. Sostiene que el cuadro es como un ser vivo con el que uno logra comunicarse o no.

Laske padre no explicaba su pintura. Dio varias entrevistas en las que dijo que el cuadro se hacía a sí mismo. Decía que no lo controlaba de manera absoluta, que no sabía cómo iba a terminar.  
Laske hijo hacía esculturas en cerámica que a su padre le gustaban. Nunca pensó en ser artista. Escogió el periodismo. 

No sabe cuántos tonos de azul tienen los cuadros de su papá, ¿cien tal vez? Lo recuerda  concentrado preparando sus mezclas. Trabajaba mucho el color. Laske hijo cuenta que una vez se le cayó un envase de pigmento azul en una calle de París y la pista se manchó de un azul puro, intenso. Al niño le impactó la fuerza del color. Ha encontrado una carta de su padre en la que dice que entre un lienzo con color y otro en blanco hay un canto que pasa.

Laske padre no era un buen vendedor. Nunca vendió nada. Ni siquiera enseñaba sus cuadros. Sus amigos le organizaban las exposiciones. Emilio Rodríguez Larraín le presentó a Bruno Lorenzelli, su galerista italiano. Desde ese momento, él se encargó de la parte comercial.

Nada le era más ajeno que el dinero, la fama o el reconocimiento.

Cuando salían de vacaciones Laske padre se volvía especialmente locuaz. Le contaba historias mientras recorrían las playas de Sicilia, en las que se quedaban los dos meses de descanso que Mireille tomaba todos los años por ley. Se podían quedar horas nadando y buceando juntos. Laske padre solía sumergirse hasta 10 metros de profundidad, seguramente para observar los fondos marinos. Jorge Villacorta sorprendió a Laske hijo cuando le dijo que su padre pintaba de memoria, como los pintores taoístas chinos. Por eso sentía la necesidad de observar por horas seguidas. El pintor Leslie Lee le contó que Siegfried se quedaba quieto durante horas mirando el mar.
  
Laske hijo optó por el periodismo de investigación, una rama que necesita de mucha paciencia, minuciosidad, persistencia y rigurosidad, características que evidentemente heredó de su padre. Leyó los trabajos del investigador alemán Günter Wallraff, experto en utilizar todas las técnicas para llegar a su objetivo, como cambiar de aspecto e identidad para poder infiltrarse en las mafias ligadas al tráfico de armas. Karl trabajó 15 años en el emblemático diario de izquierda Libération , destapando casos de corrupción, y libros de investigación entre los que destaca El banquero negro, sobre un financista nazi ,que le demandó cuatro años de indagaciones .

El trabajo de ambos se ha basado en la investigación, y el lado creativo de Laske hijo consiste en inventar maneras para conseguir la información oculta. A su padre le interesaba mucho su trabajo. Conversaban sobre eso.



Laske padre nunca se desilusionó de la política. No era un ortodoxo, pero no había quién le quitara de la cabeza que en América Latina se necesitaba una revolución, y por eso apoyó la cubana con fervor. Trabajó a favor del MIR de la Puente Uceda, firmó un manifiesto a favor de la guerrilla que suscribieron intelectuales y artistas, entre ellos, Vargas Llosa. En Paris participó en las manifestaciones de respaldo a la independencia de Argelia, y fue miembro del Frente de Artistas Plásticos y del Sindicato Nacional de Artistas Franceses.

En el departamento parisino se realizaban muchas reuniones políticas. Ese ambiente influyó en Laske hijo, quien vivió el post mayo 68 con intensidad. La efervescencia se mantuvo entre los estudiantes de los liceos bajo la forma de un gran sueño. Por eso es que precozmente, a los13 años, pasó por varias organizaciones, y a los 20 era un escéptico de ellas. Sin embargo, esos cuestionamientos no impidieron que siguiera reflexionando sobre política ni que tomara posición frente a determinados hechos. Al igual que Laske padre, nunca se desilusionó. Sigue luchando para que se amplíen las libertades en su país.  No sabe cuándo realizará una de sus demoledoras investigaciones en el Perú, su otro país.

Padre e hijo se enfrentaban cuando de política se trataba, solo que en este caso el “ultra” era Siegfried, quien era un hombre muy calmado cuando opinaba sobre filosofía o pintura, pero cuando salía el tema político se transformaba, se exaltaba, se emocionaba. En esos momentos hablaba, y mucho. Laske hijo se dio cuenta de que era demasiado apasionado en sus juicios, y a los 15 años empezó a cuestionar su excesivo idealismo. Discutieron mucho.

Nunca pudo convencerlo. Siegfried siempre fue un radical en política peruana y francesa. Cortó con cada amigo que se fue por otro camino político.

Y ése fue un motivo de peso por el que no regresó a vivir al Perú. Sus amigos de juventud habían cambiado, algunos se habían aliado al poder y a otros los cambió la fama, mientras que él seguía pensando igual que a los veinte. Varios apoyaron el fujimorismo, algo inaceptable para él. Al único al que podía perdonarle todo era a Emilio Rodríguez Larraín; le hacía gracia su forma de ser, lo veía como un anarquista, un provocador que le gustaba escandalizar con sus opiniones.

Laske hijo afirma que se fue quedando con pocos amigos.

Hasta el final Laske padre mantuvo sellada una parte de él. Como era introvertido, le era difícil hablar de sus temores, de su vulnerabilidad. Laske hijo descubrió que tenía cáncer de casualidad. Él se lo había  escondido. Solo lo admitió cuando su hijo lo confrontó y le dijo que su propio médico se lo había confirmado. Al comienzo del 2000 logró controlar la enfermedad, pero ésta regresó diez años después.

Los dos últimos años se sentía cansado, pero intentó seguir pintando. Dos días antes de morir le dijo a Laske hijo que estaba colgando los pinceles porque ya no podía mover bien la mano.

El Boquerón

Mientras tanto, Laske hijo había decidido trabajar en un diario digital llamado Mediapart para mantener su libertad frente a los poderes y causarle más de un dolor de cabeza a los funcionarios corruptos, tanto de la derecha como del bando socialista. Paralelamente fue madurando la idea de mostrar el legado artístico de su padre.

Laske padre pintó de memoria el boquerón de Pucusana desde diferentes ángulos. Lo observó por última vez en noviembre de 1990, cuando preparaba su novena exposición en Lima. Se instaló en su vieja casa con una cama, dos muebles,14 bastidores, pinturas, pinceles y cola. Trabajó 12 horas sin parar durante 17 días. Escribió que el mar peruano es más mar, y que el cielo es más cielo.

Un buen día, Laske padre dibujó un pequeño taller en medio de un bosque. Poco tiempo después el sueño se hizo realidad al encontrar el lugar ideal en Fontanebleu. La fachada es blanca y tiene un techo de vidrio inclinado. En el interior cientos de lienzos están apilados respetando un orden meticuloso. Laske hijo visitó el lugar una y otra vez luego de la muerte de su padre, mientras iba maquinando ese loco y personal proyecto. Pensó que semejante obra debía ser presentada. Vendió  algunos cuadros para disponer de fondos. Invitó a reconocidos curadores peruanos y a una restauradora  al taller para que se encarguen del trabajo de selección. Decidió que era indispensable acompañar la muestra con un libro de colección. Para ello creó Pelícanos Ediciones, un nombre que le cae a pelo, y financió su publicación. Luego mandó enmarcar los cuadros, contrató el flete aéreo e instaló los 130 cuadros en la sala de Miraflores.

Laske padre escribió que volvería a su país, pero nunca lo hizo. No sabemos si su memoria lo ha devuelto al mar y a los acantilados. La única certeza que tenemos es que lo trajo de vuelta el cariño del hijo.

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