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Revista Ideele N°302. Febrero 2022Se insiste en confundir ‘izquierda’ con ‘estatismo’ cuando son conceptos independientes, como se puede ver en el diagrama de Nolan[1]. Es frecuente que se ponga como ejemplo de su coincidencia a Cuba, mejor dicho, al sistema cubano, pero éste está moribundo, así como el venezolano; es cuestión de tiempo. No toda la izquierda es estatista. Ningún crítico trae a colación el exitoso modelo social demócrata de los países escandinavos, cuando éstos son la evolución del antiguo socialismo al que la experiencia le mostró la necesidad de la democracia, el rechazo al estatismo y la economía centralmente planificada.
Así como ha evolucionado el socialismo lo ha hecho el capitalismo que en nada se parece al que criticó Marx en el siglo XIX. Hoy podríamos decir que las democracias desarrolladas no constituyen un triunfo del capitalismo sobre el socialismo, como con frecuencia se sostiene, sino que más bien son la síntesis hegeliana del enfrentamiento de los viejos modelos capitalista y socialista (tesis y antítesis), hoy día obsoletos.
Conviene hacer algunas aclaraciones en relación al estatismo. Como en algún momento afirmó –comentando un artículo mío– mi amigo Luis Tejeda Macedo, “… si bien es correcto afirmar que el término “estatista” se refiere a la intervención del estado en la economía, … es preciso establecer alguna diferenciación dentro de esta intervención. … pienso que hay que subrayar al menos tres modalidades: en primer lugar, está la participación del estado como empresario, como propietario de los medios de producción.
Esta concepción es la base de las expropiaciones y “nacionalizaciones” que regímenes de corte nacionalista y populista siguen aún ejecutando (… Venezuela, Bolivia y últimamente Argentina). Si bien en esos casos podría decirse que se trata de gobiernos “de izquierda”, la creencia de que es necesario que determinadas actividades estratégicas estén en propiedad del estado también ha sido compartida por gobernantes de indiscutible estirpe derechista, como Pinochet, que se opuso terminantemente a privatizar la empresa estatal del cobre (CODELCO). Esa no es, pues una característica exclusiva de la izquierda. … en segundo término, está la intervención del estado como redistribuidor de la riqueza, que se da a través de la tributación, por un lado, y de la inversión en política pública de carácter social (educación y salud pública gratuitas, por ejemplo) que contribuyen a nivelar las oportunidades para la población de menos recursos y constituyen de alguna forma un salario indirecto, permitiendo mayor capacidad adquisitiva de los más pobres. Esta es una característica de la propuesta social demócrata, del “Welfare State”, que algunos identifican con la izquierda moderada y que los liberales a ultranza rechazan por paralizar o entorpecer la iniciativa privada, asfixiándola con impuestos y desincentivándola en su intención de generar más riqueza.
Por último, está la intervención del estado en la economía como regulador, impidiendo que el afán desmedido de lucro atropelle los derechos laborales, las condiciones de salud y seguridad en el trabajo, la necesaria protección del ambiente o incluso genere monopolios que eliminan la regulación por el mercado. Esta creo que es una tendencia universal, aunque también es resistida con uñas y dientes por el “mercantilismo”, que disfrazándose de liberalismo se opone a los “frenos a la iniciativa privada” y acusa a los “verdes” de neomarxistas camuflados. En estas dos últimas modalidades, creo que estar a favor de la intervención del estado sí es de izquierda, y que oponerse es de derecha.”[2]
Cambiando a un tema relacionado, por épocas aparecen publicaciones afirmando que la reforma agraria fue un robo, pero hay que desconocer la historia del Perú y no haber leído a Ciro Alegría, ni a Arguedas para decir semejante cosa. Es más, mirando hacia atrás hay que reconocer que tenía que hacerse, hegelianamente, tenía que ocurrir. La Reforma Agraria era necesaria desde mucho antes de que se llevara a cabo y cuando, finalmente se hizo, estuvo mal hecha entre otras razones porque los campesinos que de pronto se convirtieron en propietarios no estaban preparados para serlo.
Las revoluciones no son correctas, pero las injusticias y abusos las causan. Eso fue lo que pasó con la Reforma Agraria, Belaunde fue elegido en 1963 entre otras razones porque ofreció hacerla, pero por varios motivos hizo una muy tímida. Luego, desafortunadamente, Velasco la hizo mal. El viejo problema del enfrentamiento entre realidad y derecho.
No hay que confundir legal o constitucional con correcto o justo. Para hacerlo obvio, sería necesario sostener que estaba mal y no era correcta la rebelión de Espartaco para liberar a los esclavos en la antigua Roma, porque era ilegal y la esclavitud era legal. Ejemplos de ese tipo sobran en la historia. Marx tuvo razón cuando dijo que el derecho (la Constitución y el sistema legal) es una superestructura. Defiende el statu quo y a quienes gozan de sus beneficios y si no se hacen oportunamente las correcciones y adecuaciones, se puede terminar en grandes protestas sociales, como ha ocurrido en Chile, o incluso en revoluciones como vimos más atrás en la historia. Está claro que no estoy haciendo una fundamentación jurídica.
De otro lado, no se puede caer en anacronismos, como son las críticas hechas desde la lógica de hoy día para cosas que ocurrieron hace cerca de 50 años, ya que en 1969 cuando Velasco hizo la Reforma Agraria la inmensa mayoría de gente –en el Perú y también en muchas partes del mundo desarrollado– creía que la frase que dice que ‘la tierra es de quien la trabaja’ se sostenía por sí sola y al grueso de la comunidad jurídica le parecía bien, salvo a quienes eran o defendían a los terratenientes y que en ese momento no se atrevían a protestar porque los deportaban. Esa posición era la que dominaba el mundo intelectual e incluía a muchos juristas de gran prestigio como Héctor Cornejo Chávez, no sólo en el Perú, sino también en Europa y otros países de Latinoamérica, donde muchos, incluido Vargas Llosa, veían con admiración la Revolución Peruana[3].
Es importante percatarse que las posiciones jurídicas cambian con los tiempos y las constituciones también. Y si hoy la propiedad es considerada un derecho fundamental es posible que eso cambie en el futuro y se la restrinja muchísimo o que se la divida en dos como propone Ferrajoli. Es necesario aceptar que el derecho es sólo un instrumento que evoluciona con los tiempos y puede contradecir mañana lo que defiende hoy como ha ocurrido muchas veces en el pasado.
[1] Ver mi artículo ‘Teoría política y confusión de términos’ en Semana Económica Nº 1336 el 19 de agosto de 2012
[2] Facebook 21-08-2012.
[3] Así como los hechos demostraron que no daba los resultados esperados, muchos cambiaron de opinión.
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