Se sacrifica la secundaria al servicio de la admisión universitaria

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Revista Ideele N°302. Febrero 2022. Imagen: Agencia Andina

La secundaria tercerizada al servicio de la admisión universitaria sacrifica su identidad y su rol de espacio de acogida y acompañamiento de las transiciones propias de los adolescentes.

El diseño de la secundaria tradicional como antesala de la universidad y entrenadora de postulantes lleva intrínsecamente la señal del fracaso. Condena a quienes no quieren ir a la universidad a sentirse fuera de lugar, y etiqueta como fracasados o incompetentes a quienes no ingresan a la universidad a la que aspiran por no haber logrado el propósito real de ese entrenamiento de la secundaria. De este modo, se convierte en una secundaria que académicamente solo es relevante “para el tercio superior académico”, a la par que golpea y discrimina a todos los demás. 

En buena cuenta, la secundaria peruana es un “service” al servicio de la admisión universitaria, para lo cual sacrifica su identidad y su rol de espacio de acogida y acompañamiento de las transiciones propias de los adolescentes. Esta secundaria debería ser el espacio de acompañamiento de los adolescentes en su transición entre la pubertad y la adultez, que si bien tiene una dimensión académica y vocacional, tiene una serie de aspectos sociales, emocionales, de desarrollo físico e intelectual que no tienen por qué sacrificarse para hacerle la vida fácil a las universidades. Ello ha condenado a los colegios a ser su academia de entrenamiento y evaluación para establecer un orden de mérito que les facilita la vida a las universidades, que de ese modo no se ven en la necesidad de diseñar su propio proceso de admisión, independiente de la secundaria.

Por otro lado, asumir que el “buen alumno” de esa secundaria es el “buen estudiante universitario” deja fuera de la universidad a una gran cantidad de estudiantes con diversos talentos y alto potencial para ser profesionales de éxito, pero que no están dispuestos a seguir las pautas escolares preuniversitarias de la secundaria para ser considerados “buenos alumnos”.

¿Qué pasaría si todos los egresados de secundaria pudieran ingresar a las universidades sin dar examen de ingreso alguno, y que sea la universidad en el primer ciclo la que se ocupe de determinar quiénes son competentes para continuar los estudios superiores en esa universidad (lo cual en buena parte puede llevarse online para no inflar costos de infraestructura)? Eso reemplazaría las famosas PREs, academias o el ingreso al ciclo cero de las privadas, así como los retrógrados exámenes de ingreso, y se terminaría con el condicionamiento a los colegios para que entrenen a sus alumnos en función del ingreso universitario, que es lo que los lleva a desistir de prestar atención a lo que es mejor como educación básica para los niños y adolescentes escolares. 

Todos los maestros de secundaria conocen alumnos muy inteligentes y con altísimo potencial para la educación superior pero que no les da la gana cumplir los requisitos de tareas, trabajos, exámenes que exige la secundaria tradicional por lo que terminan el colegio con promedios bajos. A su vez, ese sistema de “méritos en secundaria” permite la admisión a las universidades de estudiantes que no necesariamente están aptos para un buen desempeño universitario, como lo evidencia la cantidad de repitentes desde los primeros ciclos y abandonos de las carreras universitarias de estudiantes a los que la comisión de admisión consideró aptos básicamente por los antecedentes que traían de la secundaria.  

En Estados Unidos de Norte América, que es un destino frecuente y referente para nuestros egresados escolares, el número de universidades para las que el examen de ingreso tradicional  es opcional ha superado las 1.000, según FairTest. Es decir, más de una tercera parte de las universidades de cuatro años en Estados Unidos rechaza ahora la idea de que el resultado de un examen debe determinar el futuro de un estudiante. Son las transcripciones de los logros en la escuela secundaria las que dan los indicios sobre la agilidad, capacidad, intereses y logros de los estudiantes. Los resultados de las pruebas estandarizadas SAT o ACT no dicen nada sobre creatividad, potencial académico, solvencia social, compromiso comunitario o qué estudiantes están esforzándose para lograr una carrera profesional significativa. La analogía con los exámenes de admisión a las universidades peruana es evidente. 

Según los estudios hechos allá, lo que esos resultados de las pruebas de ingreso a la universidad transmiten de manera confiable es la capacidad familiar del estudiante de pagar las cuotas de matrícula y los costos de la vida escolar. El SAT funciona mejor como prueba del ingreso familiar que como un indicador de desempeño universitario. Es decir, la selección por resultado de exámenes es una selección de cuentas bancarias disfrazada como selección de cerebros, porque los alumnos de familias solventes tienen las mayores opciones de asistir a escuelas más selectas y hacer ese entrenamiento que permite sacar los mejores puntajes en esas pruebas. (https://theconversation.com/cada-vez-mas-universidades-en-eeuu-rechazan-los-examenes-estandarizados-para-admitir-alumnos-123326).

En este contexto también cabe la pregunta ¿qué pasaría si todos los egresados de secundaria pudieran ingresar a las universidades sin dar examen de ingreso alguno, y que sea la universidad en el primer ciclo la que se ocupe de determinar quiénes son competentes para continuar los estudios superiores en esa universidad (lo cual en buena parte puede llevarse online para no inflar costos de infraestructura)? Eso reemplazaría las famosas PREs, academias o el ingreso al ciclo cero de las privadas, así como los retrógrados exámenes de ingreso, y se terminaría con el condicionamiento a los colegios para que entrenen a sus alumnos en función del ingreso universitario, que es lo que los lleva a desistir de prestar atención a lo que es mejor como educación básica para los niños y adolescentes escolares. 

Con eso se les quitaría a los colegios la misión de usar como meta el examen de ingreso y con ello la obsesión por las notas para establecer promedios y órdenes de mérito, que convierten a los colegios en los pre-seleccionadores de los ingresantes; se bajaría el estrés por las notas en la secundaria y se contextualizaría la evaluación de los estudiantes en función de lo que cada universidad considera relevante de un estudiante para continuar en su seno con los estudios superiores. 

Los adolescentes necesitan la oportunidad de estar en un marco escolar diseñado para atender su salud mental y sus necesidades, y no las de las universidades. La secundaria y la universidad no deberían ser espacios de continuidad lineal y unívoca. Les vendría bien a los egresados de secundaria tener un espacio de transición post escolar para que clarifiquen sus intereses, adquieran experiencias en áreas de su interés que no necesariamente se cultivaron en el colegio, alternar con otros pares y adultos, explorar diversas opciones vocacionales. A algunos les viene bien viajar, servir en las fuerzas armadas, hacer voluntariados, etc. todo lo cual favorece su maduración, su crecimiento socioemocional, su clarificación vocacional, y la definición de su verdadera intención de seguir una carrera universitaria o técnica o para hacer una pausa en sus estudios para trabajar o cultivar un hobbie, una actividad artística o una deportiva que les apasiona. 

Tomemos en cuenta que gracias a los desarrollos de la medicina nuestros alumnos vivirán 100 a 120 años y toda esa vida tendrá como zapata o plataforma referencial los desarrollos de la personalidad, intelecto, estrategias de pensamiento, aficiones, capacidades sociales, etc. que hayan cultivado en los primeros 20 años de su vida. 

Un joven maduro, seguro de sí mismo, que ha clarificado sus valores y vocaciones, escogerá con criterios más sólidos la mejor opción para su educación superior y se dedicará a ella con mucho más motivación y visión de futuro que aquél que se pasó la secundaria sobreviviendo al currículo y entrenamiento pre universitario, para entrar a la educación superior sobre bases frágiles y volubles, como ocurre con muchos estudiantes actualmente.  

Les haría bien a los egresados de secundaria tener al menos un año de espacio entre el fin de la secundaria y el inicio de la opción de educación superior, para procesar con más calma y experiencias diversas los siguientes pasos en su desarrollo personal. De paso, desconectar la secundaria de la admisión universitaria inmediata daría a la secundaria muchas más oportunidades de preocuparse por el desarrollo físico, social, emocional y académico de los jóvenes, en una etapa de su vida en la que es eso es lo que más necesitan.  

Sin duda este tipo de columnas produce reacciones contrarias de los partidarios del “no se puede” o “esto sería muy complicado”. No pretendo convencer a nadie de nada, solamente compartir con los interesados de mente abierta la visión que se deriva de mi experiencia y entendimiento del mundo adolescente y universitario. Por lo demás, si no se discuten abiertamente estas cosas, obviamente nada cambiará así estemos insatisfechos con lo existente.

Sobre el autor o autora

León Trahtemberg
• Autor de 16 libros sobre educación peruana. Conferencista, columnista semanal en medios escritos y radiales y consultor desde su origen del concurso “El Maestro que deja Huella (Interbank) y de la red Innova Schools (Colegios Peruanos). Reconocido por diversos medios como el principal líder de opinión en educación en el Perú. Copromotor y líder pedagógico del innovador Colegio Áleph de Lima-Perú desde el año 2012. Tiene cuatro doctorados honoris causa y las “Palmas Magisteriales” en grado de “Amauta” (la más alta condecoración que otorga el Ministerio de Educación del Perú, 2001) entre otras distinciones.

4 Comentarios sobre "Se sacrifica la secundaria al servicio de la admisión universitaria"

  1. Creo que la afirmación general es inexacta. El enfoque por competencias que se incide en el nivel secundario no lo convierte en un “tercero” de la universidad. Es todo lo contrario, aleja ese viejo paradigma del peldaño académico.

  2. Interesante artículo y naturalmente discutible en algunos puntos. El problema es que Trahtemberg nunca aborda los trasfondos económicos-ideológicos, detrás del sistema educativo peruano. Como complemento al texto, habría que señalar como los centros preuniversitarios de varias universidades (por ejemplo San Marcos), terminan alentando el ingreso de sectores de clase media (capaces de asumir el costo de esos ciclos de preparación y examen de ingreso directo), restándole posibilidades a estudiantes de origen más humilde (examen general con cada vez menos vacantes para ingresar). Aunque el diseño de la educación secundaria es deficiente, el principal problema es el abandono de la escuela pública en sus necesidades más básicas. La exclusión más terrible no es la de estudiantes con habilidades diferentes a las exigidas por los exámenes de admisión tradicionales, sino la exclusión de la mayoría que egresan cada año de los colegios estatales. Trahtemberg es promotor de un colegio elitista pensado bajo estándares diferentes a las expectativas de la mayoría de universidades locales. Mientras él piensa en las habilidades individuales de los estudiantes (lo cual está bien), la mayoría de escuelas públicas busca desarrollar habilidades mínimas para que los egresados puedan afrontar el mercado laboral y algunos aspirar a una educación superior (apenas merecedora de ese nombre). Lo que Trahtemberg evitará discutir es el rol del neoliberalismo en esta estructura (universidades empresa), y la segregación escolar real al insistirse en la privatización de la educación básica y superior.

  3. Renan Soto Montes | 28 febrero 2022 en 10:32 | Responder

    Es recurrente el mensaje de León T. sobre el sistema educativo peruano desde su posición neoliberal, elitista.

  4. De acuerdo con esta reflexión de Leon T. sobre
    el ingreso directo a las universidades seria la alternativa para el desarrollo honesto de nuestro país nuestros jóvenes tendrian la oportunidad sin discriminacion de realizarse como profesionales con vocación y conscientes de una profesión digna para bienestar personal y de la sociedad.

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