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Revista Ideele N°302. Febrero – Marzo 2022Hace ya mucho tiempo fui un joven maestro que, al igual que mis compañeros y compañeras de promoción, salí de la Escuela Normal de Magisterio, sin haber aprendido casi nada nuevo y, lo que fue peor aún, sin estar preparado para enfrentarme a la hermosa tarea de educar.
Tuve, sin embargo, la enorme fortuna de participar en el IV Congreso estatal del Movimiento Cooperativo de Escuela Popular que se celebró el año 1977 en Granada, mi ciudad. Este movimiento pedagógico se inspira, preferentemente, en las propuestas educativas de Celestín Freinet y su esposa Elise. A partir de aquel momento, fui aprendiendo a ser un docente innovador en cooperación con otros muchos colegas. Aspirábamos a una educación liberadora que, a su vez, nos ayudara a transformar para mejor la sociedad.
Invito a los lectores y lectoras a que indaguen en las numerosas referencias bibliográficas que hay sobre la pedagogía freinetiana y, sobre los lugares donde ha tenido y sigue teniendo vigencia. Tal vez en Latinoamérica no sea demasiado conocida y seguida, salvo en países como México, Uruguay o Colombia, pero en España y otros países del sur de Europa sí que aún lo es. Y digo aún, porque es cierto que en la actualidad por diversas razones que, serían muy largo desarrollar aquí, su desarrollo encuentra muchas dificultades. A pesar de todo, su influencia en las prácticas escolares, sigue teniendo bastante relevancia.
Si tuviera que resumir en pocas palabras el espíritu de estas ideas pedagógicas, lo haría con las palabras que dan título a este artículo: Una educación útil para la vida y la felicidad de las personas.
Calificar es un acto bastante simple. Se trata de asignar una calificación o nota, generalmente numérica, a unas determinadas preguntas en los exámenes o, a ciertos logros, en las tareas escolares. Esa calificación o nota, otorgará una posición en una escala previamente establecida y, generará de manera inevitable, la comparación entre quien la recibe y el resto. Además de esto, al centrarse la calificación de manera preferente en unos determinados conocimientos, va a dejar fuera de su ámbito de influencia, muchas otras cuestiones como las actitudes y los valores que son de gran interés. Calificar con un número, acompañado de decimales, no parece ser tampoco lo más adecuado, para ilustrar la calidad de los saberes y, mucho menos aún, sobre su utilidad para la vida. No solo es importante adquirir un saber, sino también, hay que saber usarlo para la vida.
He trabajado durante dos décadas como maestro, llevando a las aulas en las que he impartido enseñanzas, las propuestas pedagógicas de Celestín y Elise Freinet. Después he sido inspector de educación ydesde las funciones de supervisión, evaluación y asesoramiento pedagógico, he intentado trasladar en todos los centros, en los que he intervenido, esta apuesta de innovación educativa.
Quiero compartir las líneas más relevantes de esta propuesta pedagógica, con los enseñantes de Perú, país por el que siento un gran cariño. Soy consciente de las diferencias existentes entre nuestros dos países, pero considero que las grandes claves de la Educación no tienen fronteras, siempre que se realicen las necesarias contextualizaciones.
Educar desde los conocimientos científicos
Se dice con frecuencia que, tenemos de manera mayoritaria, unas enseñanzas del siglo XIX para unas necesidades sociales del siglo XXI. Parece como si para la institución escolar no pasara el tiempo, o que lo hiciera, de una manera exasperantemente lenta. En muchos centros educativos, se sigue trabajando con métodos y prácticas docentes, sustentadas en las propuestas cerradas de los libros de texto, en donde el memorismo y las repeticiones son los elementos didácticos predominantes.
A lo largo del tiempo ha habido, sin embargo, prácticas innovadoras basadas en la observación sistemática de las actividades humanas y los procesos naturales, en la constatación de la eficacia de algunas intuiciones didácticas, en la creación de ambientes educativos estimulantes y, además, de seguridad emocional. Propuestas como las de la Institución Libre de Enseñanza en España, Paulo Freire, o las ya citadas técnicas de Celestín y Elise Freinet, pueden ser magníficos ejemplos, no tan lejanos en el tiempo.
En la actualidad, los avances científicos conseguidos por la Neuroeducación, nos permiten conocer mucho mejor el funcionamiento del cerebro en los procesos de enseñanza-aprendizaje. El sistema límbico, junto a la corteza cerebral, forman una maravillosa red de sinapsis neuronales, que captan percepciones e información, las guardan en la memoria, para más tarde ser estimuladas por las emociones e intereses y construir los saberes. Conocer y aplicar estos avances, debería ser imprescindible para llevar a cabo la acción de educar. Decimos que educar es amar y, habría que añadir también que, educar es emocionar.
Necesitamos un clima escolar que cuide las emociones y los afectos
Cuando educamos desde el amor, favorecemos que afloren los sentimientos y las emociones. Para que esto sea posible, necesitamos un ambiente escolar que esté basado en la participación de todos los sectores de la comunidad educativa y, donde la organización, el funcionamiento y la convivencia, sean debatidos y consensuados de manera colectiva. Los centros escolares y la educación que se desarrolla en ellos, nos conciernen a todos y todas.
La participación de las familias y del alumnado, no han sido recogidas de manera demasiado generosa en las leyes educativas de mi país. Ni siquiera, cuando estas han querido ir más lejos, han posibilitado una participación real y efectiva. Los Consejos Escolares, que funcionan en España, son instituciones en las que la participación de las familias y, el alumnado, languidecen por lo menguado de sus competencias y por su funcionamiento burocrático.
Sin embargo, podemos hacer muchas cosas en el interior de nuestras aulas. Afortunadamente, es en ellas, donde se desarrolla la esencia de la educación. Nadie nos puede prohibir que demos la palabra a nuestros alumnos y alumnas, con un funcionamiento participativo basado en la asamblea de clase. Ni tampoco que favorezcamos y profundicemos la participación colaborativa, en las reuniones con las familias.
Al darles la palabra a los niños y niñas, estamos propiciando que se desarrollen los valores democráticos y, que afloren además, sus emociones y afectos. Al mismo tiempo, al tener en cuenta sus necesidades e intereses, a la hora de construir y desarrollar el currículo de clase, les estamos haciendo partícipes en la construcción de sus aprendizajes.
Los currículos tienen que ser abiertos
Frente a la propuesta cerrada de los libros de texto, los currículos deben ser abiertos. Los conocimientos son tan diversos, dinámicos y contextuales que, es imposible que puedan ser recogidos en los libros de textos. Desde luego que necesitamos un currículo, pero este debe estar adaptado a los contextos donde se desarrolla la educación, debe partir de los intereses del alumnado y, desde luego también, de todas aquellas propuestas que cada docente considere necesarias y prioritarias. El objetivo debe ser siempre que, cada alumno y alumna, adquieran el mayor desarrollo intelectual, afectivo y social.
El segundo nivel de concreción curricular de los Planes de Centro de mi país, pero sobre todo, las concreciones curriculares en las aulas, no pueden ser dejadas en manos de las editoriales de los libros de texto. Los docentes no podemos renunciar a nuestra autonomía pedagógica al diseñar, desarrollar, priorizar y concretarlos contenidos de esos currículos. Además, y, consecuentemente, tendremos que elegir también las metodologías y criterios de evaluación que sean coherentes.
Autonomía, creatividad e investigación
Es muy importante que nuestro alumnado se sienta protagonista en la construcción de sus conocimientos. Es por ello por lo que decimos que, el currículo tiene que partir y, tener en cuenta, sus intereses. Esos intereses alimentan la motivación y, a partir de ella, se ponen en marcha las emociones necesarias para desear saber. La neuroeducación nos viene mostrando, con numerosas pruebas validadas científicamente, el funcionamiento de los procesos de los aprendizajes.
Para que el alumnado sea protagonista de sus aprendizajes, necesita desarrollar su responsabilidad y, lograr así, un importante grado de autonomía personal. Una manera muy eficaz de caminar en esa dirección, son los contratos o planes de trabajo. Mediante esta práctica educativa, el alumnado planifica sus tareas, las realiza según sus propios ritmos y prioridades y, finalmente, comparte los resultados con la clase, donde son conocidos y valorados de manera colectiva.
La creatividad, en cuanto capacidad para crear y asociar nuevas ideas y conceptos, debe estar siempre presente, en una educación de currículo abierto. En la Lengua por ejemplo, podrá aparecer, a partir de los textos libres de Celestín Freinet o de técnicas como las que nos legó Gianni Rodari en sus Cuentos por teléfono o su Gramática de la fantasía. El cálculo tiene que ser vivo y útil, ayudando a comprender y resolver cuestiones cotidianas de vida, así como, ser herramientas necesarias en las investigaciones escolares. En otras actividades como el teatro, la plástica y los diversos talleres, bastará con darles los tiempos y espacios necesarios para que fluyan y se integren en el currículo.
Las investigaciones escolares son otro pilar básico de un aprendizaje autónomo y científico. En vez de estudiar de una manera más o menos memorística, los ámbitos de las Sociales y Naturales que nos proponen los libros de texto, formaremos a nuestro alumnado en los pasos del método científico. Con esta herramienta podrán investigar cualquier tema que les interese. Una vez elegido el tema de estudio, realizarán un esquema, ubicarán el objeto a estudiar mediante un croquis, realizarán las mediciones necesarias y recogerán muestras, darán respuesta a las hipótesis que surjan y, finalmente, elaborarán un cuadernillo que será presentado en la clase. Los docentes animaremos y acompañaremos, en todo momento, el proceso investigador de cada trabajo.
Evaluar y calificar no son la misma cosa
Junto a las propuestas metodológicas que hemos expuesto, son necesarios unos criterios de evaluación que sean coherentes con las mismas. Lo primero que hemos de tener presente es que, evaluar y calificar, aunque estén relacionados, no son la misma cosa.
Calificar es un acto bastante simple. Se trata de asignar una calificación o nota, generalmente numérica, a unas determinadas preguntas en los exámenes o, a ciertos logros, en las tareas escolares. Esa calificación o nota, otorgará una posición en una escala previamente establecida y, generará de manera inevitable, la comparación entre quien la recibe y el resto. Además de esto, al centrarse la calificación de manera preferente en unos determinados conocimientos, va a dejar fuera de su ámbito de influencia, muchas otras cuestiones como las actitudes y los valores que son de gran interés. Calificar con un número, acompañado de decimales, no parece ser tampoco lo más adecuado, para ilustrar la calidad de los saberes y, mucho menos aún, sobre su utilidad para la vida. No solo es importante adquirir un saber, sino también, hay que saber usarlo para la vida.
Evaluar es un proceso complejo de diálogo, comprensión y mejora. Al ser un proceso, la acción de evaluar es dinámica, abierta y contextualizada, no solo se ocupa del producto, sino también de su evolución continua. Este proceso de diálogo que es la evaluación, pretende que se produzca una reflexión que oriente los aprendizajes con un objetivo formativo. Aquí, tan importantes son los conocimientos adquiridos, como aquellos otros que van camino de serlo. La utilidad de los saberes, las actitudes, los valores, son, junto a las emociones y afectos, son elementos claves de una evaluación integral, formativa y emocional.
La enseñanza que se conoce como tradicional, sustentada fundamentalmente en los libros de texto, utiliza los exámenes como instrumentos preferentes de evaluación y las notas son su expresión parcial y cuantitativa. Por el contrario, los paradigmas constructivistas, utilizan instrumentos mucho más variados que, no son excluyentes entre si, sino que por el contrario se complementan, en una pretensión de conseguir una evaluación más integral y cualitativa.
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