Vendedores ambulantes vs. fiscalizadores: la realidad del comercio ambulatorio en las calles del Cercado de Lima durante la pandemia

Escrito por

Revista Ideele N°302. Febrero – Marzo 2022

El llamado “Mercado Central” en Lima es una locación ampliamente conocida por albergar numerosos negocios que ofrecen no solo la venta de una inmensa variedad de productos, sino también la prestación de servicios. Desde juguetes y peluches hasta materiales especializados para odontólogos y costosas joyas, la pluralidad de productos que pueden ser encontrados en el Centro de Lima es sorprendente. A decir verdad, para el primer trimestre del 2021, mil seiscientas siete empresas fueron creadas o reactivadas en el distrito de Cercado de Lima1. Por cifras como ellas, este distrito se erige como una de las áreas económicamente más activas en lo que respecta a Lima Metropolitana. 

Ahora bien, detrás de la existencia del gran número de pequeñas y medianas empresas en el Mercado Central, se muestra una realidad que se distancia en parte del campo legal formal. Ya sea en la avenida principal de Cercado de Lima, la avenida Abancay, como en el gran laberinto de jirones, aceras e incluso pistas, los vendedores ambulantes han hecho suyo el espacio público y lo han convertido en su lugar de trabajo.

No existe pues, un modelo único del vendedor ambulante. Por el contrario, este grupo representa -tal vez- el fenómeno más variado de la actividad económica en el Centro de Lima. Hay tanto hombres como mujeres, niños, adultos jóvenes y adultos mayores. Hay vendedores con una gran cantidad de mercancía y aquellos que solo cuentan con una mochila en la que almacenan sus productos. Es más, de acuerdo al área que ocupan, se presentan diferentes características.

Por ejemplo, en las avenidas, los vendedores ambulantes se congregan en los paraderos de los buses, vendiendo snacks, comidas de paso y frutas. La mayoría de estos vendedores son estáticos, por ello no “llaman a gente”. Curiosamente, son quienes siguen sus actividades con total naturalidad a pesar de que a tan solo unos metros de ellos haya presencia de efectivos policiales. Por el contrario, aquellos vendedores que transitan entre jirones, se encuentran en constante movimiento y sí promocionan lo que venden. Contrario a los primeros, sin embargo, estos no trabajan tranquilamente, ya que están siempre atentos a la presencia de los fiscalizadores municipales, quienes, a diferencia de los policías, poseen la potestad -aunque limitada- de despojarlos de sus mercancías.

“Los vendedores ambulantes forman parte de dos grupos de estratos sociales de nuestro país: aquellos pequeños capitalistas o emprendedores que negocian con sus productos y aquellos subempleados o desocupados, que encuentran en el comercio ambulatorio una forma de subsistencia económica. Así, podemos clasificarlos de diversas maneras: los “exclusivos”, quienes tienen como única fuente de ingresos la venta ambulatoria; los “a tiempo parcial”, que como forma de subsistencia económica secundaria se ven obligados a incursionar en el comercio ambulatorio; o los “eventuales”, quienes, como producto de alguna crisis (como la actual producida por la COVID-19) se ven obligados a recurrir a la venta ambulatoria para poder encontrar un sustento”.

En cuanto a estadísticas concretas, la realidad y evolución de la venta ambulatoria peruana se condensa en el mundo de la informalidad. En ese sentido, se registró que, hasta el año 2019, el 72.7% de la Población Económicamente Activa Ocupada (en adelante PEAO) desempeñaba un empleo informal. Es decir, tres de cada cuatro peruanos que laboraban eran “informales”. Pese a ser esta una cifra significativamente alta, cierto es que, en comparación con el año 2007, donde la tasa de informalidad rondaba el 80.0% de la PEAO, se percibía una favorable disminución en aproximadamente -7.3 puntos porcentuales. No obstante, para los subsiguientes años, las cifras dejarían de disminuir2.

El 16 de marzo de 2020, mediante Decreto Supremo N.º 044-2020-PCM, fue declarado el Estado de Emergencia a nivel nacional tras la aparición y acelerado contagio del virus COVID-19 en nuestro país. Esta situación no solo conllevó al desvelamiento de una grave crisis sanitaria transversal a todo el Perú, sino que supuso la fragmentación de la  estabilidad laboral de muchos ciudadanos, especialmente en el ámbito informal.

Así, en el año 2020, los niveles de empleo en el país no solo se redujeron significativamente, disminuyendo en 29.3%; sino que la tasa de empleo informal aumentó en 2.6 puntos porcentuales respecto al año anterior, registrándose hasta dicha fecha un 75.3%, como se aprecia en el gráfico 13. Del mismo modo, en el año 2021, se registró otro incremento en la tasa de informalidad laboral, pues hasta noviembre del mencionado año, esta habría alcanzado un 78.2%.4 En otras palabras, la crisis sanitaria habría provocado un aumento de 5.5 puntos porcentuales en aproximadamente 2 años.

Gráfico 1

Una mirada conceptual al comercio ambulatorio

Desde una perspectiva -llamémosle- social, el comercio ambulatorio se comprende como una manifestación de la informalidad: un intercambio de mercancías o servicios entre los agentes económicos, vendedores y consumidores, al margen del sistema normativo que pueda existir5. Es en ese sentido que sus protagonistas son emprendedores y vendedores que realizan actividades clandestinas de comercio, producción o servicio, que están caracterizados por no figurar en los registros de las instituciones que lo exigen. Por lo tanto, ni pagan impuestos de algún tipo ni tampoco se rigen bajo algún reglamento vigente o pacto con la Municipalidad del distrito donde realice estas actividades6.

Curiosamente, en el campo legal el comercio ambulatorio es entendido de forma distinta. El artículo 4.9 de la Ordenanza N.º 1787-MML señala que el comercio ambulatorio es aquella actividad económica temporal que se desarrolla en las áreas públicas reguladas. Siendo desarrollada por comerciantes ambulantes, los cuales tienen un capital que no excede a 2 Unidades Impositivas Tributarias (UIT) anuales, y carecen de vínculo laboral con sus proveedores, además de ser única fuente de ingreso. Por lo tanto, para la normativa peruana, el comercio ambulatorio, por sí mismo, no es de carácter informal, pues distingue entre el “comerciante ambulante autorizado”, quien cuenta con autorización municipal, y el “comerciante ambulante no regulado”, quien, a pesar de no contar con una autorización, desarrolla la actividad.

Sin perjuicio de ello, los vendedores ambulantes forman parte de dos grupos de estratos sociales de nuestro país: aquellos pequeños capitalistas o emprendedores que negocian con sus productos y aquellos subempleados o desocupados, que encuentran en el comercio ambulatorio una forma de subsistencia económica. Así, podemos clasificarlos de diversas maneras: los “exclusivos”, quienes tienen como única fuente de ingresos la venta ambulatoria; los “a tiempo parcial”, que como forma de subsistencia económica secundaria se ven obligados a incursionar en el comercio ambulatorio; o los “eventuales”, quienes, como producto de alguna crisis (como la actual producida por la COVID-19) se ven obligados a recurrir a la venta ambulatoria para poder encontrar un sustento7.

Acerca de la investigación

Nuestra investigación se ha focalizado en el distrito de Cercado de Lima al ser uno de los territorios limeños que concentra la mayor cantidad de comercio. Es más, uno de los factores enriquecedores de esta elección es el hecho de que este lugar ha sido sede de varias disputas y enfrentamientos continuos entre los vendedores ambulantes.

En ese sentido, el objetivo de la investigación es la comprensión de las transformaciones en el estilo de vida de los vendedores ambulantes con relación a su empleo y en concordancia con la nueva realidad generada por la crisis sanitaria. Para ello, hicimos uso de dos herramientas. Por un lado, entrevistamos a los propios vendedores ambulantes. Así, pudimos comprender la estructura del trabajo ambulatorio y la forma en que surge y evoluciona a partir de las motivaciones de cada persona, quienes rondaban entre los 20-55 años de edad.

Por otro lado, hemos utilizado el método de observación participante. Dicha observación ha sido realizada el día 05 de junio de 2021 en el Mercado Central. Durante 7 horas, nos adentramos en las calles limeñas para experimentar de forma directa el fenómeno del comercio ambulatorio. Así, presenciando las movilizaciones de los vendedores ambulantes, oyendo los mismos sonidos, observando las mismas imágenes y compartiendo experiencias, obtuvimos la información necesaria para aproximarnos a la realidad que ellos afrontan en el día a día. De igual modo, nos involucramos en la dinámica de compra-venta para sustraer datos relevantes para esta investigación.  

Hallazgos: Un encuentro con la realidad ambulatoria

La investigación dio a relucir características en común entre los trabajadores de comercio ambulatorio del Mercado Central que, en su mayoría, fueron causadas por la crisis sanitaria actual. Dichas afectaciones no solo se presentaron en el ámbito económico, sino también social, como veremos a continuación. 

Distintas realidades, mismo enemigo

Alex, vendedor de juguetes para niños, nos contó lo siguiente:

“Cuando vienen quitando, ellos no miran a nadie, te quitan nada más y ya… te quitan porque te quitan, y si no te dejas, te meten palo”. 

Durante nuestra caminata por las calles y jirones Andahuaylas, Cusco y Paruro avisamos una fuerte presencia de agentes municipales. Encontramos agentes de Desarrollo Económico, Gestión de Desastres Nacionales, Serenazgos y los ya nombrados Fiscalizadores, miembros de la Unidad de Operaciones Especiales (UNOES). Según la Municipalidad de Lima, estos últimos serían justamente los facultados para participar en las acciones de recuperación de los espacios de uso público. 

Así es como un primer hallazgo, al que llegamos luego de conversar con varios vendedores ambulantes, fue el sentimiento compartido de desprecio hacia los fiscalizadores. “Nosotros somos comerciantes, ellos son delincuentes”, nos comentaba fastidiado Julio, vendedor de mascarillas y atomizadores de BioSalud.

Notamos entonces que los vendedores ambulantes percibían a los fiscalizadores como figuras injustas, porque los privaban de sus bienes y obstaculizaban su labor. Por su parte, más allá de la informalidad, los vendedores ambulantes se autopercibían como comerciantes honrados, pues simplemente buscaban lo necesario para salir adelante y poder mantener la economía familiar. Como bien añadía Julio: “nosotros como peruanos tenemos la obligación de trabajar en cualquier lugar”. 

Asimismo, un sentimiento de miedo frente a los fiscalizadores se hacía sentir también en cada vendedor. Estos agentes municipales se mostraban imponentes: portando un vestuario especial de color negro, sosteniendo un escudo en su diestra, desplazándose en grupo o en compañía de otro. Todo ello, generando un ambiente de tensión e incertidumbre permanente no solo para los vendedores ambulantes, sino también para compradores y transeúntes.

Un sentimiento de miedo frente a los fiscalizadores se hacía sentir también en cada vendedor. Estos agentes municipales se mostraban imponentes: portando un vestuario especial de color negro, sosteniendo un escudo en su diestra, desplazándose en grupo o en compañía de otro. Todo ello, generando un ambiente de tensión e incertidumbre permanente no solo para los vendedores ambulantes, sino también para compradores y transeúntes.

Elizabeth, vendedora de medias, al momento en que nos acercamos para solicitar entrevistarla, con miedo nos compartía su preocupación por la duración de nuestra intervención. A pesar de que la extensión máxima de nuestra entrevista era de cinco minutos, ella nos explicó que debía estar siempre alerta ante la presencia de fiscalizadores.

“Ellos te quitan […], a veces cuando ellos vienen así, prácticamente ellos te quitan, te quitan pues, no importa que eras mujer o no, igual te quitan la merca y es como ellos están robando […]. Vienen de frente, no importa si eres abuelita, mujer o embarazada, igual te lo quitan (los productos)”.

Debido a su experiencia, el “correteo de los cascos”, como identificaba a los fiscalizadores, la asustaba. Así, cinco minutos o un minuto inclusive eran cruciales a la hora de vender en el Mercado Central, pues si aparecían los fiscalizadores, estos se llevarían su mercadería, cuya posibilidad de recuperación era prácticamente nula.

Una situación similar afrontaba Erika, vendedora de cocos, quien nos comentó que le era mucho más complicado poder evadir a los fiscalizadores, ya que debido a la naturaleza de su mercancía, necesitaba utilizar un triciclo para movilizarse. Como consecuencia de dicha dificultad, en más de una ocasión había perdido su mercadería a manos de los fiscalizadores, lo que finalmente intensificó su miedo hacia ellos. Miedo que -curiosamente- compartiríamos horas más tarde.

A las 3:35 pm del día sábado 05 de junio de 2021, nos volvimos testigos de cómo ocho fiscalizadores caminaban golpeando sus escudos antidisturbios contra la pista, creando -irónicamente- disturbio y, con ello, un escenario de terror. Mientras que los transeúntes nos veíamos obligados a cederles el paso y hacernos a un costado, para los vendedores era el inicio de una pronta huida.

Toda acción tiene una reacción

Ahora bien, como consecuencia de la relación con los fiscalizadores, descubrimos dos estrategias creadas por los vendedores ambulantes para poder realizar sus actividades lo más llevadero posible.

i) Cadena de alerta

La primera respuesta de los vendedores ambulantes era un mecanismo de solidaridad: una “cadena de alerta”. Ella consistía en una línea formada por los vendedores ambulantes, la cual debía permanecer vigilante de la actuación de los fiscalizadores. Así, quien estaba al inicio de la cadena, se encargaba de pasar la primera voz ante la inminente presencia del fiscalizador. Rápidamente, el aviso viajaba por toda la línea hasta que el último vendedor ubicado en ella supiese de la llegada del agente. De esta forma, se permitía a todos dispersarse para evitar el arrebato de sus productos. 

Es justamente esta “cadena de alerta” la que en múltiples ocasiones ha salvado a los vendedores de ser víctimas de los temibles fiscalizadores. Este sentimiento de miedo ha permitido generar un vínculo entre ellos, pues todos en alguna ocasión se han visto perjudicados por un fiscalizador. Inclusive, nos comentaban varios vendedores que, cuando se le intentaba arrebatar la mercadería a alguno de ellos, los demás trataban de impedirlo, aunque sin éxito, tomando en cuenta que, por lo general, el número de fiscalizadores es mayor y cuentan ellos con los implementos necesarios para cumplir su cometido.

ii) Tregua

La segunda respuesta fue un tanto sorprendente. En el jirón Paruro encontramos aproximadamente trece fiscalizadores alrededor de los vendedores. En un inicio, resultaba llamativa la convivencia entre ambos grupos, pues, a comparación de otros lugares y a pesar de encontrarse en un mismo espacio, no se presentaba disturbio alguno. No obstante, al seguir con la caminata, presenciamos el llamado de un fiscalizador a una señora vendedora de comida que se encontraba en la vereda.

“Ya, está bien, me muevo, pero que nadie me quite mis cosas”, atinó a decir al notar el acercamiento del fiscalizador.

Al principio, la escena se prestaba para interpretar la llegada de un inminente enfrentamiento. Sin embargo, el accionar del fiscalizador no fue más allá de una mera advertencia. Más adelante descubriríamos el porqué.

Estrella, vendedora de mascarillas, nos comentó la existencia de un aparente acuerdo verbal entre fiscalizadores y vendedores ambulantes que se había creado debido a la pandemia actual. Este acuerdo consistía en que los fiscalizadores les daban un cierto horario a los vendedores para que pudiesen vender sus productos en determinadas zonas y en horas específicas. Pese a ello, Estrella nos confesó una inseguridad real sobre el acuerdo: temía que este no se respetase y terminaran quitándole su mercadería tarde o temprano. 

Para nosotros, la existencia de este acuerdo permite visualizar una idea importante, y es que el grado de comunicación entre fiscalizadores y vendedores ambulantes es sumamente variado. Mientras unos huyen al percatarse de la presencia de estos agentes, otros mantienen únicamente una actitud vigilante.

Finalmente, debemos hacer mención de un hallazgo que sobrepasaba los límites de los resultados esperados. Zoila, vendedora de carteras, nos comentó que poseía una discapacidad mental, por lo cual el Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad (CONADIS) había solicitado a la Municipalidad de Lima que se le diera facilidades para trabajar dentro del Mercado Central. Así, la Municipalidad adoptó una posición intermedia: accedió a que Zoila trabajara como vendedora ambulante, mas no le facultó los derechos ni le exigió los deberes de una comerciante formal. Por ello, dentro de su experiencia, ella no había sido molestada jamás por los fiscalizadores, ni se le habían arrebatado sus productos. Un caso -como se puede suponer- bastante excepcional.

Migración a lo informal

Como ya hemos señalado con anterioridad, varios peruanos perdieron sus empleos a raíz de la crisis sanitaria y económica. Las causas de ello resultaban diversas: despidos arbitrarios, cierre de empresas en las que trabajaban por falta de clientes, etc. Es así que múltiples víctimas de esta situación vieron en el comercio ambulatorio una salida posible para subsistir y optaron por migrar a él, pese a ser un rubro totalmente nuevo para ellas.

Este fue el caso de Edgar, vendedor de mascarillas y alcohol desinfectante, quien nos contó que trabajaba en una empresa de transporte interprovincial. No obstante, al ser este uno de los primeros servicios en ser suspendidos por la pandemia, se había quedado sin empleo. Después de ver que los ahorros que tenía ya no le eran suficientes para seguir solventando sus gastos, decidió incursionar en la venta de productos de BioSalud. Afirmaba que, pese a las bajas ventas, se conformaba “[…] con que haya dinero suficiente para la comida y para pagar lo que se debe”. 

Otros ejemplos de esta afectación económica por la crisis sanitaria los encontramos en los ya mencionados casos de Julio y Estrella, quienes -como nos comentaron- tuvieron que abandonar su trabajo formal para dedicarse a la venta ambulatoria.

Horarios, precios y productos

Otro factor que se ha visto influenciado por la pandemia son los horarios de trabajo de los vendedores. La mayoría de los entrevistados tuvieron que modificar su horario de venta por la escasa cantidad de personas que acudían al Mercado Central. Mientras unos aumentaban horas, otros las disminuían por la poca afluencia de compradores. 

Este fue el caso de Gloria, vendedora de huevos de codorniz, quien trabajaba de 10:00 am a 2:00 pm antes de la llegada de la pandemia. Una vez llegada la crisis sanitaria, su horario se extendió de 10:00 am a 8:00 pm, incluso ganando menos de la mitad de lo que recibía antes. Ello debido a que los compradores tenían cierto temor de comer en la calle, justamente por temas de salubridad. Caso muy distinto fue el de Erika, quien antes de la pandemia trabajaba desde muy temprano hasta las 8:00 pm. Sin embargo, decidió reducir su horario de 2:00 pm a 8:00 pm, pues las ventas habían disminuido y, quedarse hasta más tarde cuando no hay clientes, le era un sinsentido.

En lo relacionado al precio, a pesar de que la clientela ha disminuido y que la economía no es la misma de antes, a nivel general los vendedores no han optado por bajar el precio de sus productos, pues si de por sí ya les es difícil reunir el dinero necesario para sus gastos, sería más complicado aún si bajaran el precio de su mercadería. Aun así, lamentablemente muchos de los vendedores ambulantes no llegan a reunir lo necesario en el día para poder solventar sus gastos.

Respecto a la mercadería de los comerciantes ambulatorios, por un lado, descubrimos que los vendedores de objetos cambian su mercadería cada cierto tiempo. Ellos van variando de acuerdo al requerimiento de los compradores y prueban con cuáles objetos les resulta mejor las ventas. Por otro lado, los vendedores de comida perecible mantienen el mismo producto desde que comenzaron sus ventas. Ejemplo de ello son Gloria, quien ha vendido huevos de codorniz por aproximadamente diez años; y Erika, vendedora de cocos por aproximadamente ocho años.

Algo común entre estos vendedores es que muchos de ellos eran móviles, es decir, no contaban con un lugar estático en el que ofrecer sus productos. Preferían ir en búsqueda de un nuevo lugar dentro del Mercado Central de acuerdo a diversas situaciones, como la afluencia de compradores y la presencia de fiscalizadores. Como bien señalaba una de las entrevistadas: “no hay seguridad de vender en un solo sitio”. Así, la mejor estrategia para los vendedores ambulantes resultaba ser el cambio continuo de lugar para evitar que los fiscalizadores los vigilen y, sobre todo, les privasen de sus productos. No obstante, en los casos en los que existían zonas establecidas por el acuerdo verbal, “la ubicación es por orden de llegada de cada vendedor”, tal como nos comentó Julio Mendoza.

En ese sentido, podemos valorar que el Mercado Central se ha convertido en el refugio económico de miles de familias peruanas que luchan día a día para poder cubrir sus gastos. Llamativamente, muchos de los vendedores ambulantes entrevistados venían de distintos distritos del Cercado de Lima, puesto que consideraban que valía la pena el recorrido por la gran afluencia de gente que transitaba por allí, lo que les generaba mayores ventas y, por ende, ingresos.

Pero, ¿y la ayuda estatal?

Como hallazgo final, todos los entrevistados coincidieron en que nunca -en todo su tiempo como vendedores ambulantes- habían recibido alguna ayuda por parte del Estado. Para ellos, la municipalidad no realizaba el suficiente esfuerzo por ofrecerles algún tipo de medida de formalización o ayuda. Si bien en el año 2020, la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (CONFIEP) anunció la entrega de un “bono solidario” de S/380.00 a ambulantes en coordinación con la Municipalidad Metropolitana de Lima, la CONFIEP estuvo en coordinaciones con el alcalde de Lima únicamente para que este les facilitará la base de datos necesaria. Sin embargo, en lo que respecta a los entrevistados, ellos manifestaron no haber recibido dicho bono.

Reflexiones finales

Hablar del comercio ambulatorio en el Mercado Central debe ahora obligar a replantearnos muchos aspectos en el mundo de la informalidad, más aún con la actual crisis sanitaria. Cada vendedor ambulante del Mercado Central personifica una lucha diaria para poder trabajar, y la pandemia ha transformado las dinámicas de todos ellos. Su día a día se convierte en una suma de problemas: conseguir dinero ahora es más complicado, adaptarse a los protocolos de seguridad es otro factor que los perjudica, la presencia de los fiscalizadores no les permite continuar con el trabajo y las ventas han disminuido a gran escala. 

Pero el Estado ha hecho pocos o aparentes nulos esfuerzos para propiciar un ambiente de estabilidad a los informales, prueba de ello son las declaraciones directas que hemos recibido al hacer las entrevistas. Los medios de comunicación con facilidad criticaban a muchos vendedores informales que seguían trabajando a pesar de la inmovilización peruana, pero hacen de lado las carencias que las familias deben pasar, debido a que dependen de ello para poder solventar su economía, aún cuando eso implique recibir un “palo” de por medio.

Referencias bibliográficas:

[1] Instituto Nacional de Estadística e Informática. “Demografía Empresarial en el Perú”. Consulta: 18 de junio de 2021. Disponible en: https://www.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/boletines/boletin_demogrwafia_empresarial.pdf

[2] Instituto Nacional de Estadística e Informática. “Capítulo 4. La informalidad y la Fuerza de Trabajo”. Consulta: 05 de febrero de 2022. https://www.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/publicaciones_digitales/Est/Lib1764/cap04.pdf

[3] Instituto Nacional de Estadística e Informática. “Producción y Empleo Informal en el Perú. Cuenta Satélite de la Economía Informal 2007-2020”. Consulta: 05 de febrero de 2022. https://www.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/publicaciones_digitales/Est/Lib1828/libro.pdf

[4] El Comercio. “Informalidad laboral alcanzó al 78,2% de peruanos en el último año, según INEI”. Consulta: 05 de febrero de 2022.

https://elcomercio.pe/economia/peru/informalidad-laboral-alcanzo-al-782-de-peruanos-en-el-ultimo-ano-segun-inei-noticia/?ref=ecr

[5] Cotrina, Lázaro. “La formalización del comercio ambulatorio como estrategia para ampliar la base tributaria en el Perú – periodo comprendido entre 2015 y 2016”. Consulta: 08 de julio de 2021. Disponible en: https://repositorio.usmp.edu.pe/bitstream/handle/20.500.12727/2752/cotrina_rlma.pdf

[6] De Soto, Hernando. “El otro sendero: La revolución informal”. 1986.

[7] Osterling, Jorge & Chavez, Denis. “La organización de los vendedores ambulantes: En el caso de Lima Metropolitana”. Consulta: 07 de julio de 2021. Disponible en: http://repositorio.pucp.edu.pe/index/bitstream/handle/123456789/49207/organizacio_vendedores_ambulantes_jorge_osterling.pdf

1 Comentario sobre "Vendedores ambulantes vs. fiscalizadores: la realidad del comercio ambulatorio en las calles del Cercado de Lima durante la pandemia"

  1. Jomaira Timana | 10 marzo 2022 en 23:46 | Responder

    Interesante artículo, demuestra la realidad en la que vivimos. Muchos nos ponemos a juzgar a los ambulantes pero detrás de ellos hay una historia de necesidad que muchas veces por falta del apoyo de las autoridades no pueden entrar al mundo de la formalización y esto los obliga a seguir en las calles

Deje un comentario

Su correo electrónico no será publicado.


*