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Revista Ideele N°303. Abril-Mayo 2022Si algo se puede sacar en claro del debate último sobre la necesidad de una Nueva Constitución a través de una Asamblea Constituyente, es que el reclamo en este sentido de una parte muy importante de la población, ha venido para quedarse.
Como decía Fiorela Cáceres en una entrevista reciente (Mesa Política-Otra Mirada 29/4/22) el reclamo constituyente no ha descansado desde la cuestionada aprobación de la carta de 1993. En un primer momento, fue la crítica liberal al autoritarismo neoliberal que cambió las reglas por la fuerza. Este va de 1993 al 2003, cuando primero en dictadura y luego en democracia se cuestiona el nuevo orden sin lograr cambiarlo. Uno segundo es el grito aislado de Ollanta Humala, con fuerza en la campaña de 2006 y tibiamente el 2011, para abandonar luego toda pretensión al respecto. Por fin el momento actual, ya de crisis del modelo y crítica democrática, que empieza con la movilización juvenil de noviembre de 2020, continúa en la campaña electoral de 2021 con las candidaturas de Pedro Castillo y Verónika Mendoza y se revitaliza con la “huida hacia adelante” del gobierno de Castillo que plantea un referéndum al respecto.
La novedad, sin embargo, de este tercer momento es que se da en una coyuntura de crisis orgánica, de los tres niveles de la política: gobierno, régimen y estado; lo que lleva a que el modelo neoliberal fracase en reproducir el orden existente. Se trata de una crisis que en su dramatismo nos muestra nuestros problemas más profundos, por ello el planteamiento de una salida integral, a través de una Nueva Constitución y no de reformas parciales, que buscan actualizar lo viejo, porque ello es, justamente lo que queremos dejar atrás.
El avance del reclamo ha sido además muy significativo. Primero, dominó el debate de expertos, con elaboraciones importantes e incluso respaldo del Poder Ejecutivo y el Congreso de la República en las personas de Valentín Paniagua y Henry Pease, pero sin poder superar el veto de los grandes propietarios que impedían que el debate constituyente saliera de cuatro paredes. Segundo, el salto a las calles en el último quinquenio, con las movilizaciones juveniles y populares y las campañas electorales que levantaban la bandera constituyente; llevando el mensaje a todo el territorio nacional. Este es un momento clave que pone el factor constituyente en la agenda pública más allá de cualquier veto y obliga a los diferentes sectores a pronunciarse a favor o en contra de este. Por último, la conversión del tema de opinión pública en conciencia cívica de la población. Esto es quizás lo más difícil del proceso y el reto por delante, que depende del destino de la crisis pero que si se logra nos da grandes posibilidades de tener una Nueva Constitución por una vía democrática.
Asimismo, se repite en los grandes medios de comunicación que no son los mejores tiempos, por la turbulencia existente, para convocar a una asamblea que elabore una Nueva Constitución. Pero no existe ejemplo en el mundo en el que se haya planteado elaborar una nueva carta magna que no sea en turbulencia. Si las cosas van bien y reina la estabilidad, difícilmente a alguien se le ocurre apelar a un poder extraordinario como es el poder constituyente. Las constituyentes están asociadas a guerras, revoluciones, cambios de época, que necesitan de una nueva carta de navegación que oriente a los pueblos hacia el futuro, en un camino distinto al que habían conocido hasta entonces. De allí, precisamente, también por la turbulencia existente, que estemos en un tiempo constituyente.
Por otra parte, en la actual coyuntura se multiplican los reclamos de renuncia, vacancia y/o adelanto de elecciones generales para Presidente y Congreso de la República, frente al hartazgo de la ciudadanía ante la ineficacia y el olvido de promesas del Ejecutivo y el bloqueo permanente del Legislativo. Sin embargo, suenan también las alarmas frente a estos reclamos. Los múltiples cambios de los últimos años no nos han traído escenarios mejores. La derecha y la extrema derecha quieren renuncia, vacancia y/o elecciones generales adelantadas para volver a pilotear su modelo fracasado. El centro, debilitado en el Congreso pero fuerte en los medios, le tiene miedo a cambios mayores que le quiten su modus vivendi a la sombra de los neoliberales y a lo sumo insiste en las reformas que levantó en la época de Vizcarra. La salida, por ello, creo que es más compleja.
Hay que atender tres órdenes de problemas. Primero la emergencia, segundo las reglas electorales y tercero el horizonte constituyente. Para la emergencia es indispensable un programa de reformas que atienda las necesidades básicas de la población, para las reglas electorales una reforma política que impida volvamos a tener el desastre de representación que una y otra vez repite en las instituciones. Por último, darles a estos dos primeros pasos un horizonte constituyente, es decir permitir que se convoque a un referéndum para preguntarle a los ciudadanos si desean una Asamblea Constituyente.
Queda, sin embargo, una pieza suelta ¿quién se constituirá en sujeto de estos cambios? La única posibilidad frente a la inoperancia o negativa de gobierno y oposición, es la sociedad organizada. Los movimientos sociales y los partidos democráticos que quieran poner al país en un rumbo distinto al que ha tenido en los últimos treinta años. Ellos son los que podrán obligar a quienes ostenten el poder institucional a abrir las compuertas para que procedan estos cambios necesarios. El caso de Chile es aleccionador. Allí teníamos un muro con mayores candados como era la constitución de Pinochet, que fue derribado por el pueblo movilizado. En ese sentido debemos movernos.
Precisamente, la debilidad del proyecto de ley del gobierno de Pedro Castillo, sobre la convocatoria a un referéndum para convocar a una Asamblea Constituyente, más allá de que este se apruebe o no, es que no está clara su posición frente a la emergencia ni la reforma política; de allí que aparezca como un tiro al aire que solo señala la actualidad de la cuestión.
Ahora bien, incluso en el peor escenario para una Asamblea Constituyente, que por adelanto de elecciones llegue al poder un gobierno de derecha contrario a dicha Asamblea, el tema ya está en la agenda pública con un respaldo muy significativo, por lo que difícilmente saldrá de la discusión como un camino alternativo para poner al país en una orientación distinta a la neoliberal.
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