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Revista Ideele N°303. Abril-Mayo 2022Un niño venezolano, de 11 años de edad, sufrió el 5 de mayo una violenta golpiza por parte de otro menor, en la Institución Educativa 5167 Víctor Raúl Haya de la Torre, en Puente Piedra. La golpiza fue tan brutal que le causó un esguince cervical y una posible hemorragia cerebral, con vómitos, sangrado nasal y convulsiones. Cuando fue llevado al hospital local, no fue atendido y sólo recibió un analgésico. Los familiares debieron pagar los exámenes en una clínica privada para demostrar luego ante el Instituto Nacional de Salud del Niño de Breña, que ameritaba su internamiento. Evidentemente Jhoangel Zambrano requiere un tratamiento especializado y los padres no cuentan con los medios económicos para su atención. Fue dado de alta sin que desaparezcan las convulsiones ni la migraña. Las autoridades del colegio han construido, encima, un cerco de aislamiento de la familia venezolana. Por donde se le mire, estamos ante un hecho de violencia inaceptable.
Sin embargo, es ya una tradición en el Perú que cuando hay un escándalo todos se manifiestan contra el “exceso”, pero no se atacan rápidamente las causas del problema y luego éste pasa al olvido. En este caso, como en otros, las autoridades han prometido ir “hasta las últimas consecuencias”. La Dirección de Lima Metropolitana del Ministerio de Educación decidió abrir una investigación “para determinar las responsabilidades de cada uno de los involucrados en esta situación muy lamentable”. La Cancillería ha manifestado “nuestra solidaridad con la familia y la comunidad venezolana residente en el Perú”. El Ejecutivo ha dispuesto las investigaciones de ley para identificar y sancionar ejemplarmente a todos los responsables del acoso y la agresión física contra el niño migrante.
¿Pero es éste un hecho aislado o más bien la consecuencia de una larga campaña de xenofobia y bullying contra los migrantes venezolanos? Porque desde hace varios años hay una campaña permanente de xenofobia y bullying contra los migrantes venezolanos, pintándolos a todos como delincuentes y gente de mal vivir. Efectivamente los hay, pero son una minoría. El Perú tenía en enero del 2022 una cantidad de 84,293 presos, de los cuales 1,606 eran venezolanos (INPE, 2022). Sin embargo, cuando se ven los medios de comunicación, la proporción del tiempo enfocado en la delincuencia venezolana es casi pareja con la nacional y a veces incluso mayor.
La agresividad xenófoba que lleva a un niño a agredir hasta la asfixia a otro por ser venezolano es sólo la punta del iceberg de una percepción nacional cultivada en forma irresponsable por parte de nuestra clase política, que ha estado utilizando el tema migratorio para sus fines políticos de acumulación de popularidad, sin medir las consecuencias ni darle solución. Mucha retórica y poca seriedad.
¿Por qué esta agresividad contra los migrantes venezolanos, pese a que la mayoría de peruanos conocemos directamente lo que es ser migrante? No hay casi una familia peruana que no tenga un pariente viviendo en el exterior. Desde el año 1990 hasta el 2017 emigraron 3 millones 89 mil peruanos. En los primeros cinco años de los 90 se fueron en promedio 49 mil al año, pero en los últimos cinco años 2012-2017 llegaron a irse 129 mil al año. La mayoría de nuestros connacionales se fueron casi en un 70% a vivir en otros países latinoamericanos: a Chile (28,7%), Bolivia (15,2%), Ecuador (11,6%), Argentina (3,8%), Brasil (2,1%), Venezuela (1,8%), Colombia (1,7%), México (1,4%), Panamá (1,2), Costa Rica (0,6%), El Salvador (0,4%) y República Dominicana (0,2%) (INEI, 2018). Si las poblaciones de estos países latinoamericanos nos hubieran tratado con la misma vara con que medimos ahora a los migrantes venezolanos, todos los familiares de ese 10% de peruanos que se fue al exterior hubiéramos sentido en carne propia la estigmatización de nuestros parientes. Pero en general las poblaciones latinoamericanas nos trataron bien, pese a que hubo un pequeño sector de migrantes peruanos que hizo todo lo que pudo para malograr la imagen de los peruanos en el exterior. Pero los pueblos de la región no hicieron pagar a justos por pecadores.
La agresividad xenófoba que lleva a un niño a agredir hasta la asfixia a otro por ser venezolano es sólo la punta del iceberg de una percepción nacional cultivada en forma irresponsable por parte de nuestra clase política, que ha estado utilizando el tema migratorio para sus fines políticos de acumulación de popularidad, sin medir las consecuencias ni darle solución. Mucha retórica y poca seriedad.
Más bien la sociedad peruana y los inmigrantes han venido resolviendo casi por sí solos el tema sustantivo de la inserción social y laboral de los migrantes. La mayoría ha ido a parar al mundo informal. Un estudio auspiciado por la cooperación alemana reveló que un 77% vive en situación de hacinamiento, el 78% está trabajando, pero sin beneficios y el 55% labora 7 días a la semana y entre 9 y 12 horas. Un 45% ha sufrido episodios de xenofobia y ésta nos les permite el acceso a servicios básicos. Lo que es peor, buena parte de los migrantes vienen pasando a situación de irregulares (57%). Las enormes multas acumuladas durante la pandemia hacen inviable la renovación de sus documentos. Vienen siendo, así, incluidos en la exclusión o semiexclusión.
Dado que la situación internacional es difícil y muchos países están llevando a extremos a sus poblaciones, que los hacen emigrar, ya es tiempo que admitamos que estamos en la era de los desplazamientos masivos. Cada vez menos gente reside donde nació. Aludiendo a esto decía hace dos décadas una filósofa brillante, Agnes Heller, que íbamos a vivir en el tiempo, pero ya no en el espacio. En el futuro los Estados tendrán bajo su jurisdicción proporciones mayores de poblaciones móviles. Es necesario, por tanto, que aprendamos a tratar esta nueva configuración social multi-cultural. Quizás debamos reaprender la necesidad de construir lazos comunes para soluciones regionales y subregionales, porque un país sólo no podrá resolverlo. Y dentro de los países debamos tomar nota de lo que acertadamente señaló Isabel Allende: el inmigrante mira hacia el futuro y está dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance.
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