Fanáticos que se juntan y simplificaciones que polarizan: El difícil impase de “Je suis Charlie”

A man holds a placard which reads "I am Charlie" to pay tribute during a gathering at the Place de la Republique in Paris January 7, 2015, following a shooting by gunmen at the offices of the magazine. Gunmen stormed the Paris offices of the weekly satirical magazine Charlie Hebdo, renowned for lampooning radical Islam, killing at least 12 people, including two police officers in the worst militant attack on French soil in recent decades. The French President headed to the scene of the attack and the government said it was raising France's security level to the highest notch. REUTERS/Christian Hartmann (FRANCE - Tags: CRIME LAW MEDIA) - RTR4KFYM

Escrito por Revista Ideele N°247. Febrero 2015

El atentado yihadista perpetrado por dos jóvenes franco-argelinos vinculados a ISIS1, los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo, el día 7 de enero pasado en París, no solo tuvo como consecuencia la muerte de doce personas sino que provocó una campaña de solidaridad con las victimas a escala mundial a través del eslogan “Je suis Charlie”. Charlie Hebdo es conocido en Francia por haber publicado en repetidas ocasiones caricaturas del profeta Mahoma, algo que fue considerado ofensivo por buena parte de los musulmanes franceses y que está prohibido en el Islam sunita. No está de más señalar que la sátira de Charlie Hebdo va dirigida habitualmente no sólo al profeta del Islam sino también a símbolos del cristianismo y del judaísmo, así como a personajes de la política francesa e internacional.

Como es usual en los casos de actos terroristas provocados por musulmanes, la lectura de este atentado desde la perspectiva del “choque de civilizaciones” por parte de la prensa no se hizo esperar. Una parte de la prensa internacional (y local) resaltó la importancia de defender la libertad de expresión frente a la intolerancia religiosa, pero a la vez atribuyó los hechos a la naturaleza del Islam, una religión acusada de fanatismo, de alentar la guerra santa contra los infieles y de querer imponer sus costumbres en Europa. El terrorismo es percibido entonces por esta prensa, en palabras del politólogo francés Olivier Roy, como “la expresión exacerbada del verdadero Islam, que conlleva el rechazo del otro, la supremacía de la norma (sharia o ley islámica) y la conquista mediante la yihad (…) En otras palabras, todo musulmán, incluso moderado, tendría un software coránico implantado en su subconsciente que lo haría inasimilable [a la sociedad francesa]”. Este razonamiento refleja el miedo a la islamización de un sector de la población europea: los musulmanes serían un peligro potencial y querrían “imponer su ley” en los guetos de las principales ciudades europeas.

El análisis de los hechos desde esta perspectiva oculta, sin embargo, aspectos mucho más concretos del atentado, como que éste fue reivindicado por ISIS explícitamente como represalia a las intervenciones militares del ejército francés en Irak. No teniendo la capacidad de responder a los ataques aéreos del ejército francés en la zona conquistada para crear su califato, ISIS decide atacar un objetivo civil en Francia para producir miedo entre sus habitantes y ejercer presión indirectamente sobre el gobierno de François Hollande. En otras palabras, se trata ante todo de un hecho político más que religioso.

Libertad de blasfemar, no de odiar al prójimo
Estas últimas semanas se ha popularizado el eslogan “Je suis Charlie” en defensa a una libertad de expresión absoluta como derecho inalienable. Sin embargo, los límites de facto a la libertad de expresión en Francia se hicieron evidentes unos días después del atentado a Charlie Hebdo con el arresto, el 14 de enero pasado, del comediante francés Dieudonné M’Bala M’Bala, acusado de apología al terrorismo. Dieudonné posteó en Facebook la frase “Je me sens Charlie Coulibaly” (me siento como Charlie Coulibaly), en provocadora referencia a otro yihadista de ISIS, Amedy Coulibaly, quien tomó como rehenes a los compradores de una tienda Kosher (supermercado de comida judía) en París, dos días después del atentado a Charlie Hebdo. Coulibaly había asesinado a cuatro y herido a cinco de sus rehenes antes de ser abatido por la policía. El comediante Dieudonné, autor de la “quenelle” – un saludo nazi invertido en rechazo al sionismo que ha sido interpretado por parte de la prensa como un símbolo anti semita -, se defendió argumentando que su frase aludía a una “fórmula de paz” que buscaba la reconciliación entre los extremos.

La sociedad francesa también tiene sus tabúes y estos se ven reflejados en la ley: la blasfemia está permitida mas no el incitar el odio, la violencia o la discriminación hacia un grupo étnico, racial o religioso; tampoco el difamar a una persona. En otras palabras, es legal burlarse de Mahoma mas no incitar el odio a los musulmanes. Charlie Hebdo publicaba caricaturas que se burlaban del judaísmo pero despidió en 2008 al caricaturista Maurice Sinet (“Siné”), debido a una caricatura en la que sugería que el hijo del entonces presidente Nicolás Sarkozy quería convertirse al judaísmo y contraer matrimonio con su prometida judía por intereses económicos. Temerosa de enfrentar un proceso judicial por anti-semitismo, la redacción le da a elegir a Siné entre disculparse por su caricatura o ser despedido. Éste se niega a hacerlo, es despedido y más adelante convocado por una sala penal en 2009 bajo el cargo de “incitación al odio racial”, juicio que el caricaturista gana.

No me interesa argumentar aquí si esto está bien o no, tampoco si todos deberíamos “ser Charlie” o no, o si no se puede ser Charlie sin ser Dieudonné. Me interesa más bien analizar la manera en que buena parte de la prensa presenta todo atentado o ataque relacionado con musulmanes, y mostrar la complejidad detrás de estas simplificaciones a partir de un ejemplo local.

ISIS decide atacar un objetivo civil en Francia para producir miedo entre sus habitantes y ejercer presión indirectamente sobre el gobierno de François Hollande

¿Quiénes se juntan?
En una columna de opinión titulada “Ellos se juntan”, publicada el pasado 11 de enero en el diario Perú 21, el columnista Ricardo Vásquez Kunze afirma que el fanatismo es el enemigo jurado de la libertad. Comparto esa afirmación, pero no el ejemplo con el que el autor la ilustra. Dice Vásquez Kunze:

“¿En qué ofende la minoría cristiana copta la sensibilidad del islam en Egipto para que sus miembros sean perseguidos o asesinados? ¿Cuál es la provocación de los sunitas contra los chiítas —grupos musulmanes ambos— en Iraq o en Siria para morir decapitados? La respuesta es muy simple. La ofensa, la provocación es EXISTIR. Porque así es el fanatismo. No pide respeto: exige sumisión absoluta o la aniquilación total.”

Para empezar, Vásquez Kunze menciona la persecución y el asesinato de cristianos coptos (9% de la población egipcia) por parte de “el Islam en Egipto” ¿Se refiere a todos los musulmanes? ¿Sólo los fanáticos? Amnistía Internacional ha documentado y denunciado en repetidas ocasiones casos de discriminación y violencia sectaria hacia la comunidad copta en Egipto, así como la escasa protección otorgada por el gobierno a esta minoría. Sin embargo, una lectura desde la religión como único factor explicativo tiende a ocultar factores políticos importantes, como el apoyo de la minoría copta al derrocamiento del expresidente y líder de los “Hermanos musulmanes” Mohamed Morsi ¿Se trata de un choque civilizatorio o de violentas represalias cometidas por algunos partidarios de una agrupación islamista? ¿Puede la pasividad de las fuerzas de seguridad egipcias frente a estos hechos ser interpretada como una manera de favorecer a determinados intereses políticos que buscan justamente la confrontación (lectura de los hechos que en efecto suele hacerse in situ), y no como un deseo generalizado de aniquilamiento de la minoría copta por parte de la mayoría musulmana? Estuve en el Cairo a principios del año pasado tras el derrocamiento de Morsi, y pude conocer a grupos de gente – cristianos y musulmanes – que estudiaron juntos, son vecinos, trabajan juntos o son amigos de infancia. Muchos rechazan la instrumentalización de este tema por la prensa occidental, en la que todo atentado o asesinato puntual cometido por fanáticos es interpretado como una “masacre de los cristianos en Egipto”.

Vásquez Kunze no escapa de esta simplificación sobre el Islam en su segunda pregunta, a pesar de distinguir entre sunitas y chiítas. En primer lugar, habla de “los sunitas” y “los chiítas” como si se tratara de toda una población que quiere aniquilar a otra. No es así. ISIS ha invadido Irak para construir un califato y se trata de yihadistas salafistas2 (por tanto sunitas), muchos de los cuales son europeos. En segundo lugar, la provocación descrita por Vásquez Kunze se da más bien en sentido contrario: son los combatientes yihadistas de ISIS los que decapitan a sus adversarios, sean estos chiítas, cristianos, ateos o sunitas que no quieren aceptar sus radicalismos.

El 60% de la población iraquí es chiíta y el reconstruido ejército iraquí está compuesto casi exclusivamente por soldados de esta rama del Islam que hoy se enfrentan a ISIS. Tras la invasión estadounidense a Irak, el primer ministro iraquí Nuri Al-Maliki se concentró en favorecer a la mayoría chiíta al mismo tiempo que perseguía y retiraba de la administración pública a miembros del partido Baaz, del derrocado Saddam Hussein, controlado por la minoría sunita. Esto medró la unidad nacional y facilitó la conquista de zonas de mayoría sunita o cristiana por parte de ISIS. Según el periodista alemán, Jürgen Todenhöfer, la unidad nacional iraquí es indispensable para vencer al terrorismo yihadista, como se vio demostrado en el 2007 cuando sunitas moderados combatieron un anterior intento yihadista de crear un califato en Irak. Hoy en día, sin embargo, el número de yihadistas es mucho mayor y los sunitas moderados iraquíes se encuentran distanciados del gobierno. A la ofensiva contra ISIS habría que sumar al ejército kurdo en la región autonómica de Kurdistán en Irak, también de mayoría musulmana y sunita.

En conclusión, tomando en cuenta la situación política iraquí y prescindiendo de la religión como único factor explicativo, el párrafo de Vásquez Kunze debería decir: “¿Cuál es la provocación del ejército iraquí contra terroristas yihadistas de ISIS —grupos musulmanes ambos, aunque de distintas ramas — en Irak para morir decapitados?”. La respuesta, distinta a la propuesta por Vásquez Kunze, es más compleja pero evidente: los soldados del ejército iraquí mueren decapitados por defender a su país de una invasión terrorista y extranjera.

El fanatismo no representa a todos los musulmanes
En mi opinión, la pregunta que debería plantearse el periodista peruano es la siguiente: si todos los musulmanes, sunitas y chiítas, son intolerantes y fanáticos, ¿por qué huyen de ISIS? Hace unos meses se popularizó en Facebook una imagen con la letra árabe “nun” (ن) como símbolo de protesta contra la matanza de los cristianos -en árabe “Nazara” ( نصارى), es decir “nazarenos”- en Irak. Cierta prensa internacional presentó el hecho como un exterminio de cristianos por parte de los musulmanes. Pues bien, no son todos los musulmanes quienes exterminan a los cristianos: es ISIS. Cientos de miles de cristianos, de musulmanes chiítas y sunitas (kurdos, iraquíes, sirios) huyen de ISIS porque no quieren vivir en la sociedad atroz que éste les impone. Más aún, un informe del Centro Nacional Antiterrorista de Estados Unidos publicado en 2011 y citado por la BBC indica que “en casos donde la afiliación religiosa de las víctimas del terrorismo pueden ser determinadas, los musulmanes supusieron entre el 82% y el 97% de las víctimas relacionadas con el terrorismo de los últimos cinco años”. No es de sorprender, ya que “entre 2004 y 2013, alrededor de la mitad de los ataques y el 60% de las víctimas [del terrorismo] tuvieron lugar en Irak, Afganistán y Pakistán: todos [países] de mayoría musulmana”, según el responsable de la Base de datos global sobre terrorismo (GTD) de la Universidad de Maryland, citado por la misma fuente.

En una entrevista realizada por Todenhöfer – citado más arriba- a un joven combatiente alemán de ISIS en la ciudad ocupada de Mosul (Irak), el entrevistado explica las normas del nuevo Estado islámico. Entre los planes de ISIS está el exterminar a los 150 millones de musulmanes chiítas en el mundo por apóstatas – a menos que decidan convertirse al sunismo-, someter a todos los cristianos y judíos mediante el pago de un “impuesto de protección”, conquistar Europa y Estados Unidos y obligar tanto a cristianos como a musulmanes a vivir bajo el mandato de la sharia. Los musulmanes sunitas que no adopten las creencias de ISIS serán considerados fuera del Islam y por tanto asesinados por crimen de apostasía.

Todos los días – por lo menos los laborables- tengo oportunidad de ver las consecuencias de esta brutal ideología sobre la población civil. Trabajo para la Cruz Roja Alemana en un campo de refugiados en Hamburgo. Muchos de los refugiados con los que estoy en contacto provienen de Siria o Irak. Se trata de viudas con hijos, adolescentes solos o familias enteras de distintos credos que dejaron a sus familias en Irak o Siria huyendo de la guerra, quieren aprender alemán y ponerse a trabajar cuanto antes ni bien consigan el estatus de refugiado para poder traerlos a Alemania. Nada más lejos del estereotipo del refugiado holgazán, fundamentalista y dependiente de las ayudas sociales que propugnan grupos de extrema derecha como el Frente Nacional en Francia o PEGIDA en Alemania ¿Nadie se ha puesto a pensar que si todos los musulmanes fueran como esa caricatura que la extrema derecha hace de ellos, estarían haciendo cola para ir a vivir al califato de Irak o al que hubo en el norte de Mali? No es así: miles de musulmanes malienses se refugiaron en la vecina Mauritania en ese entonces, ante la impotencia de ver sus mezquitas y mausoleos ancestrales destruidos por ISIS, que los veía como una desviación del “Islam puro”. ISIS impuso entonces en nombre de la sharia la lapidación como castigo al adulterio, el velo integral (niqab) para las mujeres y la mutilación de las manos a los ladrones; hechos similares ocurren hoy en día en Irak. Los yihadistas de ISIS no representan a estos refugiados, como tampoco representan a más de un billón y medio de musulmanes esparcidos por el mundo.

El yihadismo es un problema, el Islam no
Con esto no quiero decir que la captación de jóvenes musulmanes europeos por parte de ISIS para unirse a la yihad en Irak y Siria no sea un problema real y preocupante. Quiero decir, en cambio, que tanto el diagnóstico que la extrema derecha hace del tema (islamización galopante de Europa por parte de los residentes musulmanes, incapacidad de convivencia entre “Islam” y “Occidente”) como la solución propuesta (cierre de fronteras, expulsiones, mayor vigilancia sobre los musulmanes) son equivocados y no hacen más que ahondar el problema. Entre los jóvenes yihadistas franceses se encuentran muchos conversos al Islam -alrededor del 20% según datos de la policía francesa- y descendientes de migrantes musulmanes de segunda o tercera generación, por tanto ciudadanos franceses. La misma fuente estima que alrededor de mil yihadistas franceses se encuentran combatiendo en Siria e Irak, de un total aproximado de 12 mil combatientes de ISIS esparcidos por esa zona. Este dato es preocupante si se considera que otros tantos miles de yihadistas de ISIS son de origen europeo ¿Qué motiva entonces a estos jóvenes a adoptar la lectura fanática y radical de los salafistas y enrolarse en las filas del yihadismo?

El atentado a “Charlie Hebdo” puso nuevamente en tela de juicio su integración a raíz de su pertenencia religiosa

El perfil del yihadista
La atracción de una parte de la juventud por el fenómeno del yihadismo puede compararse a la que ejercía la izquierda radical sobre las generaciones de las décadas de los 60 y 70. Roy percibe la reciente oleada de reclutamientos como un “movimiento generacional” de jóvenes europeos que viven vidas vacías y buscan un objetivo supremo que le dé sentido a sus vidas. La yihad se convierte así en un fin noble, utópico y solidario para librar al medio Oriente del despotismo apóstata apoyado por Occidente. Dos factores han influido en la aparición de este fenómeno: la Primavera árabe y la globalización. No existe en el mundo islámico una institución central con autoridad universal para determinar qué está dentro o fuera del Islam. En otras palabras, no existe una “iglesia” dentro del Islam. Desde su aparición en el siglo XX, los Estados-nación árabes como Egipto, Siria e Irak – ejercieron un control sobre el discurso religioso para combatir la disidencia. Reputadas instituciones jurídico-religiosas como la universidad Al-Azhar en el Cairo legitimaron repetidas veces mediante opiniones jurídicas (fatuas) las tomas de decisiones políticas de los presidentes Sadat y Mubarak en Egipto, por citar un ejemplo, a la vez que condenaban el islamismo radical. Con la globalización, sin embargo, se difunde la predicación por Internet de “expertos” salafistas, tanto en los países árabes como en Europa, quienes ponen en entredicho la autoridad de estas instituciones jurídico-religiosas. Es así que, en palabras de Roy, el discurso religioso se “banaliza”. Los salafistas han hecho su entrada en la escena política árabe recién tras la caída de los regímenes autoritarios, compitiendo en elecciones (y a veces aliándose, según su conveniencia) con agrupaciones islamistas más moderadas y mejor implantadas, como los “Hermanos musulmanes” en Egipto.

La banalización del discurso religioso en el Islam no es ajena al caso francés. En su afán por favorecer la integración de los musulmanes y combatir la expansión del fundamentalismo en Francia, el ex presidente Nicolás Sarkozy decide crear en el 2003 el Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM), representado por los delegados de todas las mezquitas del país, con el objetivo de tener un interlocutor oficial de los musulmanes. El CFCM fue uno de los primeros en condenar el asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo, condena que no contó con la resonancia mediática y política esperada. El fenómeno del salafismo yihadista sobrepasa al CFCM como barrera de contención porque la captación y el adoctrinamiento no se producen de manera formal en las mezquitas sino a través del contacto informal con excombatientes, predicadores de barrio e Internet. La preocupación del entorno frente a estos casos es enorme: los padres llaman a la policía cuando descubren que sus hijos se han enrolado en las filas de ISIS, las asociaciones de barrio buscan maneras de prevenir el fenómeno mientras que los imames de las mezquitas condenan la violencia y el fanatismo, algo que en muchos medios de comunicación franceses pasa desapercibido. La polarización vende, la islamofobia también.

Detrás de la radicalización hay problemas sociales
Durante mis años de estudiante en el sur de Francia tuve la oportunidad de conocer a dirigentes de asociaciones de una banlieue, un barrio periférico con fuerte presencia de familias de origen marroquí y argelino producto de las oleadas migratorias de los años ’50 y ‘60. Francia cerró las puertas a la inmigración laboral en 1974 a la vez que emprendió políticas de reagrupación familiar. Es así que en la banlieue viven jóvenes franceses cuyo abuelo o bisabuelo inmigró a Francia y cuyo contacto con la tierra de sus ancestros se reduce a visitas esporádicas durante el verano. En Francia, sin embargo, estos jóvenes de banlieue son percibidos y etiquetados como “los árabes” por una parte de la población y son objeto de estigmatización. Roy observa que, por un lado, se exige de los musulmanes franceses una adopción individual sin miramientos a principios republicanos como la laicidad o la igualdad. Por otro, se les exige luego una respuesta comunitaria de rechazo frente a atentados yihadistas como el de “Charlie Hebdo”, allí donde no hay una comunidad musulmana a escala nacional y los intentos de crearla (como el CFCM) han venido desde arriba.

Por años las asociaciones de barrio en las banlieues han intentado promover la educación superior como mecanismo de integración en la sociedad francesa. El tener una carrera haría que los jóvenes “salgan de la banlieue”, ganen más dinero, accedan a símbolos de estatus y cambien poco a poco el estigma que pesa sobre ellos. En muchos casos esto no ha ocurrido por un problema de discriminación laboral que la sociedad francesa no quiere admitir. El apellido y el domicilio pesan a la hora de buscar trabajo y muchas veces los bachilleres, magísteres y doctores árabo-musulmanes franceses terminan regresando a la banlieue, donde la tasa de desempleo juvenil alcanza el 40%. Algunos buscan trabajo allí por debajo de sus cualificaciones para subsistir, otros deciden marcharse a Gran Bretaña o Estados Unidos donde son vistos sólo como ciudadanos franceses y el estigma que pesa sobre ellos en Francia no existe.

Las generaciones más jóvenes son testigos del fracaso de los estudios superiores como camino hacia el éxito y algunos ven en la delincuencia o el tráfico de drogas maneras mucho más fáciles de adquirir dinero o estatus. A fin de cuentas, nadie se fija en el domicilio, la profesión o el apellido del comprador de un Ferrari cuando éste paga en efectivo. Otros cuantos, decepcionados de la sociedad en la que nacieron, se radicalizan para darle un sentido a su vida. El paso por la criminalidad, la cárcel y la posterior conversión al Islam radical es un rasgo común a los hermanos Kouachi y a Amedy Coulibaly. Quizás la realidad de las banlieues no explique el reclutamiento de todos los combatientes europeos, pero sí el de una parte de ellos y la crisis económica no hace más que acrecentar el problema. Lo expuesto líneas arriba no justifica de ninguna manera las acciones terroristas contra Charlie Hebdo, absolutamente condenables, pero sí ayuda a entender parte de sus causas.

« Je suis Charlie », « Je suis Ahmed »
La inmensa mayoría de musulmanes franceses es y se siente parte integrante de la sociedad francesa, forma parte de sus fuerzas armadas, policiales, administración pública, son profesores de escuela, docentes universitarios, estudiantes, abogados, médicos, actores, deportistas o cómicos reconocidos, etc. El atentado a Charlie Hebdo puso nuevamente en tela de juicio su integración a raíz de su pertenencia religiosa y muchas de las reacciones aparecidas estas últimas semanas en las redes sociales consistieron en mostrar que entre las victimas también hubo musulmanes (el policía municipal Ahmed Merabet, el corrector de Charlie Hebdo, Moustapha Ourad) como también los hay entre los héroes (el empleado del supermercado Kosher Lassana Barthely, quien escondió a los rehenes en el almacén durante el asalto cometido por Coulibaly). Se popularizó el flashtag “Je suis Ahmed” junto a la frase “No soy Charlie, soy Ahmed el policía muerto. Charlie ridiculizó mi fe y mi cultura y morí defendiendo su derecho a hacerlo”, una clara referencia a una cita sobre la libertad de expresión atribuida popularmente a Voltaire. Otros defienden la posibilidad de condenar enérgicamente el atentado terrorista sin estar de acuerdo con el contenido del semanario satírico mediante el flashtag “Je ne suis pas Charlie”. Esta posición es defendida por el intelectual suizo Tariq Ramadan, muy conocido en Francia por los debates televisivos sobre el Islam y la laicidad, quien debatiera en su momento por la publicación de las caricaturas de Mahoma con Stéphane Charbonnier (“Charb”), caricaturista de “Charlie Hebdo” recientemente asesinado. La posición de Ramadan ha sido muy criticada por un sector de la prensa y de la clase política que ha llamado a investigar a quienes “no sean Charlie” por apología al terrorismo. Más de 70 personas han sido procesadas bajo este cargo desde el atentado por afirmar “no ser Charlie”, incluyendo a menores de edad. A la luz de estos acontecimientos cabría preguntarse si el eslógan “Je suis Charlie” constituye una defensa a la libertad de expresión absoluta, o sólo al derecho de blasfemar sin ser asesinado – defensa a mi parecer completamente legítima.

En conclusión, una lectura del reciente auge del reclutamiento yihadista en Europa que tiene como a único factor explicativo a un Islam entendido como atemporal, universal y “enemigo de Occidente” es errónea y nos desvía de una problemática mucho más compleja. Esta lectura polarizadora del “choque de civilizaciones” favorece no solo a la extrema derecha europea sino, y sobre todo, a los yihadistas.


1“Estado Islámico de Irak y el Levante” (ISIS por sus siglas en inglés) es un grupo terrorista yihadista y sunita que busca instaurar un califato en Irak y Siria

2El salafismo propone una lectura ultra ortodoxa y literal de las normas islámicas (sharia) que busca regresar a la época de los “píos antepasados” (salaf) para restaurar la pureza del Islam. Se inspira en el wahabismo, corriente sunita vinculada a la dinastía de los Sa’ud y mayoritaria en Arabia Saudí. Dentro del salafismo hay corrientes dedicadas únicamente a la predicación y otras que han adoptado la yihad, entendida por los salafistas como un medio para reislamizar las sociedades islámicas, someter a Occidente e imponer un regreso a los orígenes del Islam mediante las armas. El terrorismo salafista y yihadista es financiado por Arabia Saudí y ha sido reforzado en repetidas ocasiones con entrenamiento y armamento de las potencias occidentales en su lucha contra ciertos regímenes (rebeldes afganos contra el ejército soviético, rebeldes sirios contra el régimen de al-Assad, rebeldes libios contra Gadafi, etc.) para defender sus intereses geopolíticos.

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