Igualdad al redactar la ley, no sólo ante la ley

Escrito por Revista Ideele N°303. Abril-Mayo 2022

He tenido la suerte de encontrar –después de muchos años de buscarlo– el artículo del profesor de Princeton, Harvard y el IAS[1], Michael Walzer, titulado ‘El liberalismo y el arte de la separación’[2]. Me gustó mucho cuando lo leí hace varios años, pero olvidé el nombre del autor y sólo recordaba de qué se trataba. Tenía la impresión de habérselo dado a alguien para que lo leyera, pero no estaba seguro de haberlo recuperado. Varias veces intenté ubicarlo en Internet, pero sin el nombre del autor no fue posible. Hace unos días ordenando algunos archivos hallé la fotocopia que había leído originalmente y lo revisé de nuevo, porque creo que Walzer vio hace muchos años el problema que he estado comprobando en el modelo político establecido en el Perú desde los años noventa: la necesidad de establecer una frontera entre el poder político y el económico que tiene demasiada influencia en el primero, como ocurre en la mayor parte de democracias en el mundo. Por cierto, en unas menos que en otras.

Después de hacer un análisis de las separaciones que ha realizado el liberalismo, Walzer, con mucha perspicacia dice:

Desde una perspectiva liberal, el problema de los individuos no es tanto el de poder ser libres en el Estado, como el de ser libres ante el Estado, Si consiguen esto último, estarán protegidos del poder político, que se analiza como el monopolio de la fuerza física y se percibe como una amenaza exorbitante que planea sobre el individuo aislado. Por el contrario, si nos situamos en el plano de las instituciones, parece claro que el propio poder político necesita protección, no sólo frente a la eventualidad de una conquista exterior, sino también contra un golpe de mano interno, El Estado no es libre cuando el poder ha sido confiscado y explotado por los miembros de una familia, por el clero, por burócratas o por ciudadanos acaudalados. Cuando un Estado está controlado por una dinastía, una teocracia, una burocracia o una plutocracia, produce de todo menos libertad e igualdad: podemos pensar razonablemente que una «meritocracia» tendría los mismos efectos, aunque dudo que nunca haya existido alguna. Comparadas con la familia, la administración, la Iglesia y las corporaciones, las universidades y las escuelas de formación profesional parecen, en efecto, relativamente débiles y desvalidas pese a la posible politización de sus miembros. En una sociedad compleja, un Estado libre se encuentra separado del resto de las instituciones con el fin de quedar en manos del conjunto de los ciudadanos, del mismo modo que una Iglesia libre tiene que estar en manos de sus feligreses, que una universidad libre debe estar regida por los profesionales universitarios y los estudiantes, y que una empresa debe ser responsabilidad de sus obreros y dirigentes. De este modo, los ciudadanos son libres en el seno del Estado mientras lo sean frente al Estado. De hecho, los ciudadanos no son libres frente al Estado como tales ciudadanos, sino en su calidad de creyentes, de sabios, de empresarios, de trabajadores, de padres, etc.; son iguales a la hora de redactar la ley y no sólo ante la ley.[3]   

Mi experiencia me ha mostrado que en nuestro país tenemos un problema con la enorme injerencia que tiene el Poder económico en el Poder político. Es una de las mayores fallas de nuestro sistema democrático. Mientras los ciudadanos de a pie sólo cuentan con su voto cada cinco años, los sectores más poderosos influyen directamente en las decisiones de las maneras más descaradas: comprando congresistas, funcionarios, ministros e incluso presidentes, pero también presionando a través de los medios que les son afines a muchos de los cuales los tienen secuestrados a través del avisaje. Es bastante obvio que los medios que no los defienden son castigados sin contratarles publicidad y hoy esta fuente es muchas veces indispensable para subsistir. Incluso quienes se atreven a ser independientes con frecuencia terminan sometiéndose a los dictámenes de la realidad que los obliga a adoptar una ideología, en algunos casos de manera inconsciente. Y entonces resulta cierto aquello de que no adecuamos nuestra vida a nuestras ideas, sino éstas al camino que la realidad nos impone. Se hace verdad la conocida frase: “quien no es socialista a los 18 no tiene corazón, pero quien lo es a los 40 no tiene cabeza”, pero por razones diferentes a las que usualmente se entiende. Abandonamos nuestros ideales juveniles no exactamente por ‘no tener cabeza’, sino porque la vida nos ‘obliga’ a hacerlo. Son muy pocos los que logran sobreponerse a la dictadura de la ‘realidad’.

Mi breve experiencia para lograr que se promulgara una norma me mostró la enorme capacidad que tiene el poder económico para inmiscuirse en la redacción de las leyes o para bloquear la aprobación de las que creen que no les convienen. Hago esta aclaración porque con frecuencia su cortoplacismo los lleva considerar inconvenientes normas que con el tiempo los favorecen. Por desgracia, nuestro empresariado, con pocas excepciones, no mira más allá de su balance de fin de año.

Estoy convencido que una de las formas de conseguir que el empresariado se infiltre no solo en la redacción de leyes, sino en la toma de decisiones de política pública es promover la profesionalización de la carrera pública de tal manera que los cambios de gobierno impliquen sólo reemplazos en los altos cargos, pero que el resto de funcionarios y empleados permanezca de tal manera que si esto lo vinculamos con una mayor vigencia del Acuerdo Nacional y las políticas de largo plazo sea cada vez menor la injerencia de los intereses privados en la decisiones de orden público.

Asimismo, hay que continuar por la ruta de cerrar los canales al financiamiento de campañas electorales que lleva a que luego se cobren los favores. El financiamiento desde el Estado y la prohibición de aportes de empresas van por ese camino. No creo que esto último evite que se continúe haciendo, pero lo hace más difícil. Si las sanciones que se apliquen cuando se descubran violaciones a la regla son importantes lograrán sino evitar, por lo menos, disuadir a que se continúe haciendo.

El tiempo me ha mostrado que no basta con la promulgación de normas y la aplicación de sanciones. Lo que hay que lograr es un cambio en la percepción social del asunto. Cuando ciertas conductas no sean sólo sancionadas por las leyes, policía y tribunales, sino que sean condenadas por la moral pública habremos avanzado mucho más. La prohibición de la esclavitud nos muestra que ese es el camino, aunque me temo que en el mundo todavía haya casos de esclavitud que sólo tienen otro nombre.


[1] Institute of Advanced Studies

[2] Publicado originalmente en la revista Political Theory, Vol. 12, Nº 3, agosto de 1984, 315-330 (Liberalism and the Art of Separation

[3] https://www.scribd.com/document/411901975/Walzer-El-Liberalismo-y-El-Arte-de-La-Separacion. Pág. 110 (12-02-2022)

Sobre el autor o autora

Alonso Núñez del Prado Simons
Magíster en Derecho de la Integración y en Derecho Constitucional. Master of Business Administration (MBA), graduado en Lingüística y Literatura, Filosofía. Fundador y director ejecutivo del Observatorio de Cumplimiento de Planes de Gobierno. Profesor universitario, árbitro de la Cámara de Comercio y conferencista. Presidente y director de varias entidades del sistema asegurador.

1 Comentario sobre "Igualdad al redactar la ley, no sólo ante la ley"

  1. helmut Lunstedt | 20 mayo 2022 en 15:23 | Responder

    buen comentario, un saludo Alonso

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