Trabajadores y derecho al trabajo en la obra de César Vallejo

Escrito por Revista Ideele N°248. Marzo 2015

Vallejo elaboró su reflexión sobre el trabajo en su obra poética y narrativa, analizando y cuestionando causas, consecuencias y contextos laborales, desde un humanismo muy suyo. El vate define el trabajo como un rasgo específico y original del hombre: “El trabajo material o intelectual, es… una ley esencialmente humana” (Reportaje Rusia en 1931). Reafirmando también que: “En la sociedad humana, el trabajo… es, pues, ley y destino propios e ineluctables del individuo”, y que el trabajador junto con sus compañeros de labores constituye “la gran fraternidad del trabajo”. Pero es una fraternidad amenazada por la vulneración de los derechos laborales, preocupación constante en Vallejo: “Pienso en los desocupados. Pienso en los cuarenta millones de hambrientos que el capitalismo ha arrojado de sus fábricas y de sus campos. ¡Quince millones de obreros parados y sus familias! ¿Qué va a ser de este ejercito de pobres, sin precedente en la historia?”. Los Reportajes de Vallejo escritos en los años treinta resultan de una vigencia reveladora: “los conflictos entre el capital y el trabajo… han destruido…el alza de los salarios. Y no solo lo ha detenido, sino que ha hecho bajar hasta un 40% esos salarios… El cierre de fabricas y la falta de trabajo han venido luego a agravar la situación económica de las masas, a tal extremo que el obrero carece, él y su familia, del pan de cada día” (Reportaje Rusia ante el segundo Plan quinquenal).

Ahondando en la perspectiva laboral vallejiana, observamos que el poeta critica el hecho de que el trabajo alienante haya deshumanizado al hombre: “La ley de la división del trabajo y la necesidad de las especializaciones constituyen el espejo de su complicación. En Nueva York no hay hombre, integral, pleno, entero sino hombres, mitades de hombres, cuartos, octavos de hombre. Un dentista no piensa y se conduce como cualquier hombre, sino como hombre dentista; su espíritu es espíritu odontológico y no espíritu humano” (El enigma de los EEUU). Esta despersonalización vuelve a ser descrita cuando señala que: “Los técnicos hablan y viven como técnicos y rara vez como hombres. Es muy difícil ser técnico y hombre, al mismo tiempo… ya sabemos hasta qué punto los técnicos se enredan en los hilos de los bastidores, cayendo por el lado flaco del sistema, del prejuicio doctrinario o del interés profesional, consciente o subconscientemente y fracturándose así la sensibilidad plena del hombre” (Contra el secreto profesional).

Vallejo asumió -sin dogmatismo- una posición política inspirada en el marxismo, por ello sostenía que, con el trabajo el hombre transforma la naturaleza y su mundo y se transforma y se hace dueño de sí mismo, y desde este señorío guía a sus compañeros, los trabajadores: “Era Servando Huanca el herrero. Nacido en las montañas del Norte… Servando Huanca los alentó, haciéndose el guía y propagandista de este movimiento” (El Tungsteno). En esta obra retrata la situación económica, política e histórica-social desde los diversos actores laborales: campesinos, mestizos, empresarios nacionales y extranjeros; también advierte de los mecanismos de dominación en la sierra peruana de los años veinte, por parte de los empresarios y cómo se empieza a gestar desde los trabajadores un levantamiento contra dicha explotación. Relata el vínculo entre la empresa norteamericana Mining Company y José Marino, un comerciante que se ha asociado maliciosamente con dos empleados de la compañía para apropiarse de la tierra de los campesinos que viven en torno del asiento minero. Marino provee a la empresa no solo de mercancías, sino también de fuerza de trabajo que roza con la esclavitud, hecho que genera el levantamiento de Huanca, que termina con la matanza de trabajadores y la prisión de un grupo de ellos. En El Tungsteno, Servando Huanca es la figura paradigmática del trabajador y defensor firme de los derechos laborales. Si hoy en día observamos los niveles de conflictividad en la sierra y en la selva peruana producidos por la explotación minera la que a su vez genera impactos negativos sobre la tranquilidad, la cultura, el ambiente y la salud de los pobladores de las comunidades campesinas y nativas; constatamos que los hechos que se denuncian en El Tungsteno siguen repitiéndose ya que la injusticia que retrata sigue sin resolverse, y el Estado sigue del lado de los poderes económicos, respaldando proyectos extractivos que se imponen sin consultarse a las comunidades, que hoy como ayer, siguen siendo poblaciones vulneradas y vulnerables.

De esta obra resulta también sugerente el diálogo entre un obrero y un intelectual: “Hay una sola cosa que ustedes los intelectuales, puedan hacer para los pobres peones, si quieren ayudarnos de verdad: hagan lo que les decimos, escuchen nuestras palabras, obedezcan nuestras instrucciones y nuestros intereses. Esto es todo. Esta es la única manera como podamos hablar juntos, por lo menos hoy día”. ¿Será este también el pedido que harían los trabajadores de hoy a los intelectuales, a los políticos y a los empresarios? ¿Será que hace falta escuchar y comprender mejor las demandas de los trabajadores y de los jóvenes? Para Vallejo el diálogo horizontal y verdadero, entre todos, resulta fundamental para una convivencia y una paz social: “Entonces será entre nosotros como entre hermanos. Hoy, sin embargo, ustedes tienen que decidirse. ¡Decídanse!”. Vallejo se decidió, estuvo del lado de los explotados y lo hizo no por razones ideológicas sino por solidaridad, característica de su humanismo político. De igual forma, en su obra Lock-out, expone la lucha de los huelguistas por unas condiciones laborales más dignas. Para el vate, el humanismo socialista expresa el auténtico dolor por el hombre, eleva su protesta contra las condiciones inhumanas y ve en el trabajador al constructor de una sociedad renovada. El humanismo vallejiano apuesta por la liberación y humanización del individuo y por eso lucha para liberar a la sociedad de las estructuras económicas, jurídicas y políticas que permiten el abuso contra los trabajadores a través de un sistema laboral indigno e inequitativo.

Para Vallejo el trabajador es el único capaz de asumir plenamente la tragedia del hombre que ha sido despedido del trabajo o que sus derechos laborales no se cumplen: “este es, trabajadores, aquel que en la labor sudaba para afuera, que suda hoy para adentro su secreción de sangre rehusada” (Parado en una piedra). En este poema se trata de un hombre que antes sudaba en el trabajo, pero ahora suda para adentro, pues es un desempleado y esto le produce angustia, lo que lo hace sudar “para adentro”, su talento está desperdiciado: “albañil de pirámides/ constructor de descensos por columnas/ serenas, por fracasos triunfales”. Vallejo sostiene que el trabajo es la función natural del hombre y una de las fuerzas creadoras del universo y cuando esa función le es negada, las otras partes de la gran máquina del universo también se paran: “También parado el hierro frente al horno/ paradas las semillas con sus sumisas síntesis al aire… y hasta la tierra misma, parada de estupor ante este paro”. Él defendió el derecho al trabajo porque observaba que el contexto laboral era alarmante: vulneración de derechos, desempleo masivo, explotación laboral. Como lo sucedido en la crisis de 1929 de New York que ocasionó que en Estados Unidos 17 millones de trabajadores quedaran desempleados. Hechos como estos el vate los hizo poesía: “Parado individual entre treinta millones de parados, andante en multitud…/ parados los petróleos conexos, parada en sus auténticos apóstrofes la luz”. Poemas inspirados en la desocupación masiva que afligió al occidente como consecuencia de la depresión: “Fundidor del canón, que sabe cuántas zarpas son acero,/ tejedor que conoce los hilos positivos de sus venas/… ¡qué salto el retratado en su talón,/ y qué humo el de su boca ayuna, y con su talle incide, canto a canto, en su herramienta atroz, parada/ y qué idea de dolorosa válvula en su pómulo!”. Vallejo, desde “sus venas abiertas” no hace más que expresarse manejando una escritura impregnada por solidaridades históricas.

El poeta santiaguino asume también lo afirmado por Engels: “El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre”. Nuestro vate postulaba un derecho laboral humanista, según la cual el trabajo es “productor del hombre”, en el sentido en que el hombre se realiza humanamente, merced del trabajo, acto a la vez teórico y práctico: “Considerando que el hombre, procede suavemente del trabajo y repercute jefe, suena subordinado”. “Repercute jefe” significa que el hombre por el trabajo práctico y teórico se convierte en madre e hijo de la naturaleza. Mientras que “suena subordinado” expresa que el nuevo Prometeo está encadenado por la alienación social de una sociedad dividida en clases donde triunfa la explotación del hombre por el hombre o en término hobbsiano: “el hombre es lobo del hombre”. Vemos pues que la obra vallejiana puede darnos luces en el debate actual sobre el derecho al trabajo. Somos testigos del modo en que en la realidad socio económica, los regímenes laborales y el estilo de vida consumista, deshumaniza al trabajador, despojándolo de su cualidad de hombre, haciendo que este no perciba al trabajo como instrumento de humanización, sino de subordinación. La identificación de Vallejo con el trabajador explotado, como tantos de hoy en día, es plena, incluso él mismo se pone de ejemplo de trabajador mal pagado: “Pero he venido de Trujillo a Lima. Pero gano un sueldo de cinco soles” (XIV), o cuando escribe que si no trabaja no vive: “Todos los días amanezco a ciegas, a trabajar para vivir” (LVI).

La novedad de la estética laboral vallejiana es que parte de una base antropológica, dialéctica, histórica y filosófica de la función del trabajo en la constitución de los rasgos característicos de lo humano

Por tanto, el aspecto socio político de la obra vallejiana confirma su inquebrantable fidelidad a las intuiciones fundamentales que orientan toda su obra humanista. El obrero víctima de la sociedad, encarna y simboliza al Hombre sin derechos y, desde esa solidaridad, y por toda esa injusticia, pide perdón: “Obrero, salvador, redentor nuestro, /¡perdónanos, hermano, nuestras deudas!/ Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:/ que jamás tan efímero, tu espalda!/ que siempre tan cambiante, tu perfil!” (Himnos a los voluntarios de la República). Por eso le canta al mundo del trabajo, a los mineros, al campesino: “loor al antiguo juego de su naturaleza,/ a sus insomnes órganos, a su saliva rustica…../ ¡Salud, oh creadores de la profundidad!” (Los mineros salieron a la mina). Es el mismo tipo de hombre auténtico que el poeta exalta en Gleba, poema inspirado por la vida sencilla de los campesinos andinos, con su espíritu colectivista, sus formas de pensamiento y de vida y trabajo en comunidad, símbolo del hombre Masa, recreado luego en los trabajadores españoles que mueren en la guerra civil para que el hombre recobre su dignidad perdida, luchando “para que el individuo sea un hombre/ para que los señores sean hombres/ para que todo el mundo sea un hombre” (Batallas).

Desde su perspectiva laboral, para Vallejo el trabajo es también un elemento decisivo de la epopeya humana, y así lo expresa en Telúrica y magnética, poema con resonancia a Heráclito, Darwin y Marx que tiene como telón de fondo al Perú. Se trata de una transformación y de una conquista de la naturaleza por el trabajo milenario del hombre: “¡Mecánica sincera y peruanísima/ la del cerro colorado!/ ¡Suelo teórico y práctico!/ ¡Surcos inteligentes; ejemplo: el monolito y su cortejo!/ ¡Papales, cabadales, alfalfares, cosa buena!/ ¡Cultivos que integra una asombrosa jerarquía de útiles/ y que integran con viento los mugidos,/ las aguas con su sorda antigüedad!/ ¡Cuaternarios maíces, de opuestos natalicios,/… los huelo retornar cuando la tierra/ tropieza con la técnica del cielo!/…¡Oh campos humanos!/ ¡Solar y nutricia ausencia de la mar,/ y sentimiento oceánico de todo!”. Aquí los surcos son inteligentes: producidos pero también productores en tanto estimulan su desarrollo por el mismo ser humano; es decir, el campo ha dejado de ser una mera vegetación y se ha convertido en un “campo humano” gracias al trabajo de los campesinos (“campo campesino”). Es decir, a partir del trabajo y el cultivo de la tierra, el ser humano se alimenta, vive, comparte y prolonga su vida y la de los demás.

Por lo expuesto, consideramos que Vallejo elabora, a lo largo de su obra, una estética del mundo laboral, con todas sus implicancias: trabajadores, derechos, empresarios, productividad, leyes laborales, mercado, capital, huelga, sindicato, salario, etc., en el referido artículo señala: “El trabajo es el padre de la vida y… proporciona los medios por los cuales la humanidad podía alcanzar su auténtica realización de su potencial colectivo” (La estética del trabajo). La novedad de la estética laboral vallejiana es que parte de una base antropológica, dialéctica, histórica y filosófica de la función del trabajo en la constitución de los rasgos característicos de lo humano: “El instinto del trabajo es, cronológica y jerárquicamente, el primero entre todos… Lo primero que hace un niño al nacer es un esfuerzo (grito, movimiento, gesto) para contrarrestar un dolor, malestar o incomodidad. Este instinto puede llamarse el de la lucha por la vida (instinto del trabajo), base de una nueva estética: la estética del trabajo” (Carnet de 1934).

La búsqueda de lo humano auténtico que Vallejo anhela en su obra, tiene consecuencias políticas y éticas que creemos se podrían plantear en un proyecto de los trabajadores y del trabajo. Los diversos colectivos de jóvenes -como sujeto político protagónico e interconectado- que en estas últimas semanas, desde las calles, no han movilizado solo personas, sino también conciencias para la construcción de un país que tenga trabajadores y trabajos dignos y justos. Esta podría ser la chispa que encienda nuevas esperanzas. Sin embargo, el derrotero de los trabajadores y del mundo laboral es largo, complicado, complejo y requiere de construirlo entre todos, pues “Hay hermanos muchísimo que hacer”.

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