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Revista Ideele N°254. Octubre 2015Dos años han pasado desde que se aprobó una ley que pretendía convertir a nuestras precarias bibliotecas públicas en cenáculos de cultura. Las que hoy tenemos en Lima, salvo casos excepcionales, son reductos con colecciones pobres, sin tecnologías y promoción cultural casi nula. En el interior del país la cosa va peor y la razón radica en la falta de apoyo de los alcaldes y en que no existen criterios mínimos para mantenerlas. Un equipo de la Biblioteca Nacional, bajo el amparo de la nueva ley, viene trabajando en crear estas condiciones.
Por la mañana, son pocas las visitas que recibe la biblioteca municipal de Santa Anita. Su principal público son los jóvenes que se preparan para ingresar a la universidad, según Francisco Arce, encargado de prestar los volúmenes que solo pueden ser revisados en sala. Hay también algunos escolares y esporádicamente otros visitantes. El hecho que sean precisamente estos jóvenes quienes la visitan con más frecuencia no es una casualidad: muchos de los ejemplares que ofrece la biblioteca son libros de textos preuniversitarios, manuales de razonamiento matemático y verbal. Hay también algunos libros de literatura de ediciones masivas de diarios. De ciencias o títulos recientes, muy poco.
La razón de que la colección de esta biblioteca no contenga otros títulos llamativos para el resto de los vecinos es que simplemente no hay un presupuesto para ello. No lo hay allí como tampoco lo hay en la mayoría de bibliotecas de Lima y en las del resto del país. En algunas regiones como Madre de Dios, donde toda la colección la componen 4 mil títulos y no hay libros electrónicos, la situación es mucho más crítica, según un informe estadístico de este año de la Biblioteca Nacional (BNP).
En la mayoría de municipios, como indica otro estudio de la BNP, no se dan fondos para comprar materiales nuevos. Los libros provienen casi exclusivamente de donaciones y campañas. La lógica que hay detrás es perversa: como la ley dicta que cada municipio debe tener una biblioteca y que cada biblioteca, en teoría, debe tener libros, los alcaldes toman cualquier espacio que les queda libre para poner las bibliotecas y rellenan sus estanterías con cualquier libro que encuentren: enciclopedias desfasadas, Atalayas, folletines comerciales y manuales de cómputo.
No en todos los casos, por supuesto, se repite este escenario. El dilema radica en que son los distritos más pobres, donde las bibliotecas son el único puente con los libros y el conocimiento, quienes tienen las más precarias. En San Isidro o Miraflores, por el contrario, las colecciones son numerosas y de calidad.
“Durante su periodo, Castañeda hacia una cosa llamada “Promolibros”. Colocaban unas canastas para que la gente arrojara sus ejemplares viejos, atalayas, libros anticuados y en mal estado, esa clase de cosas que ya no sirven. Así se abastecen las bibliotecas en nuestro país”, comenta el escritor Javier Arévalo, vinculado desde hace años con la promoción y el desarrollo de la lectura.
Radiografía del abandono
El meollo del problema es que los municipios locales y regionales son quienes regentan sus propias bibliotecas, pero no hay forma de controlar que hagan bien su trabajo o al menos que simplemente lo hagan. Lo que ocurre en la práctica, explica el bibliotecólogo Juan Fernando Bossio, es que los alcaldes no les dan importancia, las mantenían como depósitos de libros o almacenes a los que antes iban a parar los muebles y artefactos inservibles.
“Si a los mismos alcaldes no les importa la lectura, si creen que los libros son accesorios, ¿cómo crees que van a impulsar las bibliotecas? Lo hacen porque están obligados, algunos prefieren cerrarlas simplemente”, indica Bossio.
Y aunque parezca mentira, mantener las bibliotecas en condiciones precarias no es lo más lamentable. Un reporte de la BNP que evaluó el estado de las bibliotecas desde el 2010 al 2014, determinó que en el último año, de las 1837 bibliotecas que debería existir en todo el país, solo había 826. En Lima, hay apenas 70 de las 101 que hacen falta, lo que nos deja un déficit de 59%, una cifra que hasta cierto punto podría ser aceptable si la comparamos con el 99% y el 93% que hay en Madre de Dios y Tacna.
La mitad de esas 826 bibliotecas son ratoneras que no superan los 50 metros cuadrados. En cuanto a las colecciones, el reporte detalla que pasamos de tener 179.958 en sus estanterías a tan solo 140.523 folletos, lo que representa una caída del 22%. Los libros, en cambio, aumentaron ligeramente hasta llegar a los 2 millones y sus variantes electrónicas casi se quintuplicaron hasta llegar a los 25.413 a nivel nacional.
En un informe de hace 6 años, la BNP reconoció ese estado lamentable. “Inclusive las labores de las bibliotecas están desvalorizadas al punto que algunas sí contaban con los equipos respectivos; pero luego, por órdenes de las gerencias municipales, fueron destinados al uso administrativo”, apunta el informe.
La solución, recomendaba el estudio, radica en colocar barreras mínimas para asegurar la calidad de los servicios. En términos más concretos, que se impusieran reglas de juego a todos los alcaldes. Solo de esa forma podrían empezar a cambiar.
Si a los mismos alcaldes no les importa la lectura, si creen que los libros son accesorios, ¿cómo crees que van a impulsar las bibliotecas?
¿Para qué sirven las bibliotecas?
Tres escritores, Miguel Gutiérrez, Javier Arévalo y Oswaldo Reynoso, se reúnen en la BNP para conversar con estudiantes del colegio Maristas de San Juan de Miraflores, La Recoleta y el Bartolomé Herrera. Las dos primeras conversaciones se desenvuelven con fluidez: los estudiantes comentan sus libros y preguntan por personajes, datos o curiosidades de las historias, y los escritores resuelven sus dudas. Hay bromas y buen ánimo. Cuando le toca el turno a los del Bartolomé, sin embargo, el diálogo se torna más bien errático. Los estudiantes no han leído, o han leído sin encanto, sin entender, los libros de Oswaldo Reynoso. El escritor, conocido por su buena disposición hacia los jóvenes que llegan a la literatura, intenta encaminar el diálogo, pero es imposible sostener una conversación cuando una de las partes simplemente no habla. La entrevista, en general, es un fracaso. ¿Qué ocurrió?
“En los dos primeros casos, los chicos provenían de colegios y distritos que sí contaban con bibliotecas nutridas. En el Maristas hay por ejemplo una bibliotecaria muy comprometida que siempre busca actualizar sus colecciones. Estos chicos sí han podido desarrollar sus capacidades de lenguaje, pero los otros no. Por eso el diálogo fue un fracaso, daba lástima. Si en el Perú la gente no lee, no es porque no quieran, es porque simplemente no pueden”, recuerda Arévalo.
En la mayoría de países latinoamericanos es común que las bibliotecas, por la precariedad de las escuelas públicas, sirvan de complemento de la educación. A ellas acuden los escolares a buscar eso que no encuentran en sus colegios. Pero esa no es su única función. Hay otras, como la promoción de la lectura y el desarrollo de actividades culturales. “Las bibliotecas son espacios públicos a donde la gente va a divertirse, a desarrollarse como ciudadanos. Esas también son funciones de primera necesidad”, comenta Arévalo.
En un país en el que las bibliotecas escolares son en realidad almacenes o depósitos donde los directores arrojan los muebles viejos, y en el que las bibliotecas públicas solo existen porque la ley lo dicta y reciben libros por caridad, la primera función es una excepción y la segunda casi un mito. Los índices de lectura ubican al país en uno de los últimos puestos en comprensión de lectura de toda la región. Se entiende. La lectura, como las bibliotecas, es percibida como un accesorio vacío.
“Un sistema de compras público no solo es bueno para los lectores de libros, también lo es para la industria editorial y los autores”, comenta Pierre Emile Vandoorne, director de Industrias Culturales del Ministerio de Cultura. Esta vendría a ser otra de las potencialidades de las bibliotecas: comprar libros noveles de ciencias, literatura, historia y otras disciplinas, que fomenten la creación de conocimiento nuevo. No solo serían beneficiados los usuarios, sino también los escritores, investigadores y todos los involucrados en la producción del libro.
La ley no va a servir para nada si no exige explícitamente a las municipalidades que cumplan con ciertos estándares mínimos de calidad. Es la única forma de hacer que esto cambié. De lo contrario, será solo tinta derramada
Luz al final del pasillo
Esta es la primera vez desde que se fundó la Biblioteca Nacional que una norma con rango de ley la declara ente rector de todas las bibliotecas públicas del país. Con esa particularidad, la Ley del Sistema Nacional de Bibliotecas (30034), aprobada en junio del 2013, podría abrir un nuevo capítulo en la historia. Su objetivo recoge las exigencias de aquel informe del 2009: busca establecer estándares mínimos de calidad, eficiencia y eficacia y pretende integrar a las bibliotecas de todo el país.
Una comisión formada en febrero de este año trabaja en el documento que podría encaminar esa posibilidad. Su trabajo consiste en normar los estándares que de ahora en adelante regirán a todas las bibliotecas en infraestructura, equipos tecnológicos, colecciones de libros y personal.
La expectativa es alta, pero hasta el momento los resultados no son tan prometedores. Según nos comentaron autoridades de la propia BNP, los Centros de Coordinación Regional, creados para fomentar la integración, “pese a sus esfuerzos han tenido poca capacidad operativa e institucional para llevar a cabo sus funciones, y sus intervenciones no habrían pasado de ofrecer talleres de capacitación para los bibliotecarios”. La razón, explican, es la falta de dinero, el cambio de autoridades y la ausencia de normas técnicas.
Si bien el reglamento de la Ley se aprobó en setiembre de 2014, hasta la fecha la BNP no ha recibido más dinero para ponerla en marcha. Se las tiene que arreglar con lo que tiene. Sus autoridades confirmaron que han pedido un crédito suplementario pero hasta ahora no tienen respuesta del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF).
Mientras el equipo de la BNP sigue trabajando en el documento de los estándares mínimos, hay ya un proyecto en marcha. Desde enero de 2014, se ejecuta el plan Semillas para el Desarrollo, que consistió en convertir a tres bibliotecas en los modelos a seguir: el ejemplo de cenáculos de cultura que se espera crear con la ley. El proyecto piloto se llevó a cabo en Yauya (Ancash), Trujillo (La Libertad) y Pucallpa (Ucayali). De esa experiencia, denominada Beyond Access, saldrán las posibles bibliotecas del futuro. Para lo que queda de este año, están planificando orientar el proyecto en 40 bibliotecas de Lima. El objetivo es mejorar el equipamiento tecnológico, mobiliario y colecciones, crear un repositorio que las conecte y capacitar al personal.
La ley podría cambiar el precario estado de las bibliotecas. Esa es la respuesta de cuatro especialistas consultados. Por ahora, el documento con los criterios que pondrán en regla a los alcaldes, que les dirán cómo deben de ser sus bibliotecas, aún no se puede consultar. Lo que se teme es que este esperado papel no sea específico y riguroso. “La ley no va a servir para nada si no exige explícitamente a las municipalidades que cumplan con ciertos estándares mínimos de calidad. Es la única forma de hacer que esto cambié. De lo contrario, será solo tinta derramada”, concluye Arévalo. La posta queda del lado de la BNP.
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