Venezuela: balance sombrío

(Foto: Reuters)

Escrito por Revista Ideele N°262. Agosto 2016

Al momento de escribir este artículo, la situación política y económica de Venezuela es catastrófica.

En el plano político, el país registra entrampamiento e incapacidad de resolver la confrontación entre el gobierno y la oposición. La mayoría parlamentaria obtenida por la oposición en las elecciones del pasado Diciembre, ha sido neutralizada con una serie de sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) controlado por el gobierno. Un referéndum revocatorio, que quedaría como la única vía legal para recortar el mandato de Nicolás Maduro, ha sido pospuesto alegando dificultades para verificar los dos millones de firmas entregadas al ente electoral.

En el plano económico, el país sufre una combinación de hiperinflación, recesión y desabastecimiento que, en algunos lugares, empieza a revestir las características de una crisis humanitaria. A la base de la crisis se encuentra la debilidad estructural de la economía venezolana: su absoluta dependencia de la renta petrolera, que explica el 96% de sus ingresos por exportaciones. Con el petróleo a precios internacionales alrededor de los 40 dólares el barril, el país sencillamente no tiene suficientes divisas para cumplir obligaciones financieras y a la vez importar productos de primera necesidad.

El gobierno culpa de la debacle a factores externos: una supuesta guerra económica de los sectores más pudientes, y un intento de intervención imperial de los Estados Unidos. Ambas explicaciones apelan más a la memoria histórica de la izquierda latinoamericana que a hechos reales.

La base económica
El principal factor es, por supuesto, el desastre económico.

El país, en la explicación oficial, sufre un ataque concertado de empresarios que esconden bienes de consumo para generar zozobra. Los alimentos, medicinas y otros productos existen, pero los empresarios los destruyen o esconden. La respuesta del gobierno ha sido llevar adelante operativos de control que, generalmente, afectan a pequeños negocios y, en algunos casos, intervenciones de empresas, asegurando que con nueva administración, los problemas se resolverán.

Pero el desabastecimiento continúa. La razón debiera ser fácil de entender para los peruanos que vivieron el primer gobierno de Alan García: la especulación alrededor del control de cambios. En efecto, Venezuela tiene distintos tipos de cambio, dos oficiales, y uno callejero. El dólar oficial, al que acceden algunos sectores económicos que gozan de una relación privilegiada con las autoridades, se vende a 10 Bolívares, en tanto que el dólar callejero supera los 1000 Bs. El otro tipo, que se venden a viajeros, y flota más o menos libremente, pasa los 600 Bs.

Si esta situación recuerda al dólar MUC, debiera también recordar inmediatamente las posibilidades de especulación que se generan. En efecto, las empresas que acceden al dólar oficial, en vez de importar bienes de consumo, lo venden en la calle haciendo ganancias inmediatas. Por supuesto, esta jugarreta necesita de la complicidad de amplios sectores del estado para funcionar, pero una operación que genera utilidades por encima del 10,000% bien puede dedicar una pequeña parte a comprar la aquiescencia de los corruptibles.

Pero el estrangulamiento es más grave porque el malbaratamiento de las divisas nacionales ocurre cuando el país genera menos divisas que nunca. Con el barril de petróleo alrededor de 40 dólares, Venezuela sencillamente no tiene los recursos que tenía durante el gobierno de Chávez, cuando el barril llegó a estar a 120 dólares. Es difícil que se logren de nuevo aquellos precios, debido a factores que Venezuela no puede controlar, como el cambio tecnológico que ha permitido a EEUU aumentar su producción, y la entrada masiva de petróleo iraní al mercado, tras el levantamiento de sanciones internacionales a Teherán.

Por último, Venezuela –pese a una reciente alza- tiene la gasolina más barata del mundo, a 6 Bs. el litro (poco menos de un dólar al precio oficial, menos de un centavo de dólar al precio callejero). Por lo tanto, es poco lo que puede generar para las arcas del estado, y mucho lo que subsidia a los venezolanos con auto, es decir, a la clase media y alta.

Este callejón sin salida conduce a un agotamiento de las reservas internacionales, que se encuentran en poco menos de 15,000 millones de dólares; apenas lo justo para hacer algunos pagos clave y no entrar en default, pero cada vez más cerca de ese fantasma.

El progresismo latinoamericano frente a la crisis
Sorprende que los sectores progresistas latinoamericanos, herederos de una izquierda propensa a las explicaciones estructurales, se nieguen a ver en la crisis venezolana una base económica inapelable. En efecto, la defensa del madurismo ha sido estrictamente política, como un gobierno sometido a un ataque ilegal, sin cuestionar su insostenibilidad económica.

La insostenibilidad del modelo se debe, en los términos más simples, a que económicamente dependía de un solo producto (el petróleo) y políticamente de un solo líder (Chávez). Hundido el precio del petróleo, no hay renta para sostener el estado; y fallecido Chávez, no hay legitimación carismática del sistema político.

Las tres grandes promesas del progresismo latinoamericano han sido siempre la profundización de la democracia, la diversificación económica y la soberanía internacional. El chavismo, armado de una nueva Constitución, precios petroleros boyantes y organismos internacionales creados con los excedentes petroleros parecía una respuesta espectacular a las grandes demandas de las izquierdas de la región. Hoy vemos que era una prosperidad falaz.

La prometida profundización de la democracia era, en realidad, un profundo presidencialismo, articulado alrededor de la figura providencial e insustituible de Chávez; el modelo económico no saltó ni a la industrialización ni a la diversificación y se mantuvo dependiente de la extracción petrolera; y las alianzas internacionales, que aprovecharon de un largo período de decadencia estadounidense, y “distracción geopolítica” en el Medio Oriente, también se han mostrado frágiles y dependientes de la generosidad petrolera. Preocupantemente, la ruptura con Estados Unidos no ha resultado necesariamente en mayor autonomía financiera. En un contexto de permanente escasez de divisas, el gobierno ha optado por endeudarse con China, en condiciones muy riesgosas. Así las cosas, del proyecto sólo queda el discurso: su estilo grandilocuente y sentimental, alejado de las cifras y los hechos, y cada vez con menos influencia.

El continuo deterioro venezolano afecta, sobre todo, a los latinoamericanos. A Colombia, en primer lugar, porque, empeñada como está en lograr la paz con las FARC, no puede dedicar recursos a responder a una potencial crisis humanitaria en su frontera. A Cuba en fuerte medida, porque un debilitamiento del esquema de petróleo por médicos afectaría la vida cotidiana en la isla. Otros países como Nicaragua, igualmente dependientes de subsidios petroleros venezolanos, enfrentan la misma preocupación.

La agonía del madurismo, además, es un negocio gratuito para la derecha continental. Cada mes que pasa genera noticias y argumentos para crucificar al conjunto de la izquierda, más aún si esta se niega a –no digamos zanjar- por lo menos estudiar el desastre. Si la hiperinflación de los 80 le costó 20 años de ostracismo político a Alan García, no es exagerado decir que el colapso madurista le costará una generación de descrédito a la izquierda latinoamericana.

Parte de la resistencia a hacer este balance es el temor a terminar en una deriva derechista. Objetar el manejo político madurista y el desastre económico sería una capitulación. Pero no es cierto que sea imposible criticar al chavismo desde la izquierda. Como hemos visto, el régimen fundado por Chávez, en los hechos, ha resultado ser la negación de las premisas básicas del progresismo latinoamericano. No hay razón doctrinaria ni programática para no criticar el caudillismo y el rentismo extractivista.

Cada vez más voces desde la izquierda critican al gobierno venezolano, como lo muestra una somera revisión de las plataformas virtuales como Aporrea y Rebelión. También, disidencias del chavismo como Marea Socialista denuncian la corrupción de la capa social que se ha beneficiado del régimen, la llamada “boliburguesía”. Pero estas voces que buscan desbordar al chavismo por la izquierda son minoritarias y tienen poca posibilidad de terciar en la polarización venezolana, al menos por ahora.

La agonía del madurismo, además, es un negocio gratuito para la derecha continental. Cada mes que pasa genera noticias y argumentos para crucificar al conjunto de la izquierda, más aún si esta se niega a –no digamos zanjar- por lo menos estudiar el desastre.

Pocas certezas hacia delante
El gobierno de Maduro espera un milagro en el precio del petróleo y busca ganar tiempo, la oposición no tiene los instrumentos necesarios para evitar el estancamiento, y no hay terceros viables que ofrezcan alternativas políticas en el país. No hay, tampoco, la posibilidad de una mediación porque ningún mediador posible gozaría de la confianza de ambas partes en una región que está también polarizada. La mera sugerencia de una mediación, o incluso llamadas al diálogo, han sido tratadas en el pasado, como injerencias inapropiadas.

Sin vías de resolución política y en medio del creciente deterioro económico, el país se arriesga a una crisis aún mayor, de consecuencias fatales internas y regionales. Ya sea que el madurismo se mantenga en el gobierno durante una crisis humanitaria, o que lo pierda, se puede imponer un ajuste económico brutal, sin garantías de protección para los sectores más pobres y vulnerables.

Tal ajuste causaría graves problemas de seguridad y posible represión de los sectores populares afectados por un ajuste. Si el chavismo encuentra su fundación mítica en el Caracazo contra los paquetazos de Carlos Andrés Pérez, puede cerrar su ciclo en una crisis potencialmente similar. Y aquí surge otro, inesperado y paradójico problema: en su confrontación con las instancias internacionales, Venezuela se retiró del sistema interamericano de derechos humanos. Sin un rol para la CIDH, cualquier situación de futura represión (ya sea bajo el chavismo o de la derecha) será enfrentada por los ciudadanos sin posibilidad de recurso fuera del país.

Tal es el sombrío panorama que enfrenta Venezuela. La forma que tome su deterioro puede variar, desde una crisis generalizada y caótica, hasta una cruel agonía en la que se llegue en total agotamiento a la próxima elección presidencial, en tres años.

En cualquier escenario, pierden todos.

Sobre el autor o autora

Eduardo González Cueva
Sociólogo peruano residente en Nueva York. Director del Programa Verdad y Memoria en el Centro Internacional por la Justicia Transicional y profesor adjunto en Brooklyn College de la Universidad de New York.

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