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Revista Ideele N°265. Noviembre 2016Me ha dolido Mr. Cohen, la noticia ha ido directo al corazón y me ha dolido. La vida es una vela que se apaga y aunque el sol del día acompañe, resulta que no es suficiente. Es a esto a lo que llamamos tristeza.
Aquella mañana, después de la deflagración y malherido aún, decidí deambular por la ciudad para conjurarlo, observando la intimidad de la gente que se agolpa en las calles, a veces silenciosa, a veces inocente y a pesar del poder que nunca es inocente, siempre real. Todos tenemos “una vida secreta” que cultivar y proteger y, por qué no, compartir. La soledad es una circunstancia caprichosa, pero también una excusa infame.
Así, mientras de Ud. me despedía, la vida indiscreta se abría camino entre paso y gesto, imponiendo a cada quien el confort de su rutina, el fatuo valor de nuestras vidas domesticadas. Fue entonces cuando la epifanía tuvo lugar y su legado todo, aquel universo generoso, se reveló para ofrecernos su voz: el mensaje profundo y vibrante de la palabra que es una celebración al poema vital que somos, las mujeres y los hombres que se muestran para encontrarse, porque el amor es sobre todo reconocimiento mutuo, la seña más elemental de la identidad humana.
Le estoy oyendo Mr. Cohen, y aunque nunca he dejado de hacerlo, mucho me temo que esta vez es un ritual diferente, porque sabe más a vigilia, a marcha y procesión, somos su legión, una estela humana que se despliega melódica, cromática, dispuesta a fundirse con todo: agua, pétalo, mineral, músculo; un rastro de rostros diversos que se ofrece abrazarlo todo, la materia y los días para llegar a cada alma y contarles sus historias que son también las nuestras.
La mía Mr. Cohen, empieza en una cocina, un salón, comida caliente, buganvillas y el amor. Fue ayer Mr. Cohen, porque la primera vez que le oí la recuerdo sin esfuerzo, no hace falta cerrar los ojos para localizar en mi memoria la portada del disco, las gafas oscuras, la chaqueta y su postura “I’m your man” que luego hice mía, todo con naturalidad, como quien va comiendo un plátano por cualquiera de las calles a las que Ud. añadió banda sonora. Le debo tantas gracias por todas aquellas veces que llenó mi vida de momentos “Take this waltz”, apoteósicos en los días de grandeza y tiernamente pedagógicos en los otros, los intervalos de desasosiego.
He de confesarle que he sentido por Ud. el más profundo de los respetos, porque con Ud. se inició todo, y cuando digo todo quiero decir que con Ud. pude entender la música como un hogar, la música como un arte habitable, un lenguaje en el que nos quedamos a vivir largas temporadas de nuestra vida, si no es para siempre; y la suya, su música, Mr. Cohen, sus letras, han sido para mí la mejor morada imaginable. Por eso quiero agradecerle por su compañía en todos estos años de alegrías y turbulencias, porque la música no miente, y Ud. ha sabido ser honesto conmigo, como el mejor de los amigos, abrazo y sonrisa, mirada y razón vibrante.
Perdone la tristeza Mr. Cohen, pero no he podido evitarlo y no habiendo ya pudor que nos refrene, déjeme decirle que a pesar de los pesares, tenemos aún por ofrecer a los vaivenes del vivir nuestros cuerpos templados, cuerpos en los que portamos los retales de nuestras almas sencillas, colmadas de sentimientos buenos que deseamos compartir con el mundo, como lo hizo Ud. como lo hacen día a día puñados y puñados de hombres honestos forjados con su música. Hallelujah, Mr. Cohen, Hallelujah por Ud.
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