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Revista Ideele N°265. Noviembre 2016Olenka (37) es una travesti oriunda de Iquitos que vive en Lima desde hace 16 años, el mismo tiempo que ejerce el oficio de servidora sexual. Durante seis meses trabajó en el observatorio Cayetano Heredia y la Red Trans del Perú. Hoy, luego de ser víctima y de haber visto decenas de abusos contra sus compañeras, ha decidido convertirse en la defensora y representante de más de 20 travestis a través de la Organización Comunitaria de Mujeres Trans Trabajadoras Sexuales del Puente Quiñones.
¿Llegaste a Lima con la idea de ser trabajadora sexual?
Sí, era lo único que teníamos que hacer porque de peluquera no quería estar. Aunque acá también tenía la peluquería -me señala la parte posterior del cuarto donde vive- pero ya la he desarmado.
¿Y por qué no peluquera?
Porque queremos salir de ese círculo, no necesariamente tenemos que serlo. Siempre dicen que los gay y las travestis deben ser peluqueras o trabajadoras sexuales, no hay otra cosa que sepan hacer.
¿Qué es lo que te llevó a ser una trabajadora sexual?
La necesidad de poder pagar un lugar donde pueda estar más tranquila, o sea, sacarse la mierda para que una pueda pagar un lugar sin que nadie te moleste y no estar como otras compañeras que viven en un abandono total en los edificios del Centro de Lima o de La Victoria. Unos edificios bien feos donde no solamente vive una, sino que viven como 10 o 12 chicas.
¿A qué te has enfrentado en todo este tiempo?
Al serenazgo. Era algo insoportable porque ellos influyeron mucho en la violencia en el lugar donde trabajo. A todas las ‘tracas’ que trabajan en el puente nos correteaban y nosotras nos escapábamos para no dejar que nos agarren por gusto.
¿Y cuando no lograban escapar?
Cuando nos agarraban, nos daban vueltas en los camiones hasta las cuatro de la mañana; y en el tiempo de Fujimori venía la policía y nos metían al calabozo. Pero ahora, gracias al empoderamiento que he recibido en el observatorio del Cayetano Heredia, eso ha cambiado.
¿Cómo llegaste al observatorio?
Yo llegué al observatorio de la Cayetano por la Red Trans Perú, una ONG que forma líderes mujeres trans de todo el país. Ya me venía reuniendo hace mucho tiempo con ellas y me dijeron si podía trabajar en un tema de violencia.
¿Cuál era tu función?
Yo llevaba casos de compañeras que han sido violentadas. Por ejemplo, había oportunidades en que se las llevaban casi desnudas al centro de La Victoria y las ponían en un paredón mirando hacia la pared para echarles agua fría toda la noche.
¿Tuviste alguna experiencia en particular en estos enfrentamientos?
Peleando con los serenazgos lo que me tocaba era responder con violencia también, y agarraba piedras. Me quedaba siempre con esa impotencia.
¿Te dejaron alguna marca esas peleas?
Sí, como tenía siliconas se me pusieron negras las piernas por los golpes. Peleaba mucho y me tenía que desaparecer por una semana, porque si no me ubicaban y me seguían pegando.
Dijiste que esto había cambiado.
Gracias al trabajo con el observatorio se enviaron cartas al municipio de La Victoria, y a través de esas cartas ellos han podido sensibilizar a sus serenazgos. Ahora, en el puente Quiñones ya no van a hacer batidas. Va un carro, se estaciona y normal. Se pudieron presentar las evidencias de estas mujeres trans con todo un informe completo, y eso se les ha hecho ver a los serenazgos.
Tú y otras de tus compañeras han formado la Organización Comunitaria de Mujeres Trans Trabajadoras Sexuales del Puente Quiñones. ¿Cómo surge esta idea?
Por el activismo. Siempre que vas a un taller quedas impactada cuando una mujer trans cuenta la realidad que está pasando. Eso hace que comiences a dar tu experiencia y, a través de eso, te das cuenta de que este abuso viene de años y que, a pesar de ser de diferentes partes del Perú, tenemos la misma realidad y los mismos problemas.
¿Cuál crees que es el problema en común?
Las mujeres de la calle sufren más violencia que las que están sentadas en una oficina. Al igual que ellas, sufren una doble violencia por ser trans. Le llamamos la doble violencia porque en la calle también está el peligro que representan los clientes, los serenazgos y los policías.
¿Han llegado a asesinar a alguna de tus compañeras?
Los serenazgos no, pero en el puente han muerto varias. Desde el 2000 yo he visto morir a cuatro chicas. Tres murieron con balas de clientes y una murió atropellada. Lo que pasa es que cuando venían los serenos bajaban como si fueran soldados de guerra y las chicas se dispersaban por la Javier Prado. Ahí murió una.
¿Esa muerte tuvo alguna repercusión?
No, quedó en nada. No hubo denuncias, no hubo nada.
Es como si muriera un NN (sin identidad).
Basta que haya sido atropellada y de frente la llevan a la morgue. De la morgue las sacan sus familias y, ahora, hay que ver si tienen familia porque la familia tampoco las recoge. Las mismas compañeras las sacamos y las enterramos. Así pasa siempre. La mamá y los hermanos no se aparecen y, si se aparecen, lo primero que preguntan es si tenían plata en el banco.
Al Estado se le tiene que hacer recordar, más que por las que estamos viviendo, por las que las que ya no están.
Cuando sales a trabajar, ¿has pensado en que, tal vez, no puedas volver?
Sí, por eso es que yo no me subo a un carro que me quiera llevar a otro lado. Espero a que un cliente me lleve a un hotel y, quizás, por eso es que siga viva.
El 4 de noviembre se presentó un anteproyecto de Ley de Identidad de Género en el Parlamento. ¿De quién surgió la iniciativa?
Eso lo está haciendo la Red Trans del Perú, o sea, netamente las mismas mujeres trans han hecho la ley; no ha sido una ONG. Estas mujeres siendo profesionales han hecho la ley con el apoyo de otras mujeres trans de la región andina como Argentina y Bolivia.
¿En qué las va a favorecer este anteproyecto?
Esta iniciativa creo que nos va a ayudar mucho para que el Gobierno se rectifique por los muchos años que nos han dejado sin vida y sin derechos.
¿Qué derechos reclaman?
Derechos en salud y educación. Siendo una chica trans puedo terminar el colegio sin distinción alguna. Ahorita las chicas de 15, 16 y 17 años están en la calle prostituyéndose porque no hay otra opción. Si no hay una ley, las chicas van a seguir haciéndolo porque ese es su único medio para poder vivir. Es como una ruleta rusa porque a veces vas con un cliente y ya no vuelves; vuelves en un cajón asesinada. También te puedes enfermar de VIH y eso ya es de por vida. Otra es que te metas al vicio del alcohol y las drogas.
¿Cuáles son las dificultades de una mujer trans cuando es diagnosticada con VIH?
Si una mujer trans va a su chequeo y sale diagnosticada con VIH es un problema porque toda mujer que es diagnosticada tiene que hacer trámites y a veces no tienen DNI. Entonces deciden callar hasta que la infección avance. Cuando ya no tienen fuerzas, las mismas compañeras las llevamos al hospital. Ahí les preguntan por qué no han entrado al tratamiento y es por el tema del DNI.
¿Crees que el Estado les tiene una deuda pendiente?
Al Estado se le tiene que hacer recordar: más que por las que estamos vivas, por las que las que ya no están.
Esto va a tomar su tiempo.
El fin es que las que vienen atrás se eduquen para que no se metan al trabajo sexual, que puedan estudiar y ser profesionales, que sean contratadas por el gobierno. Eso es inclusión.
¿Dejarías de ser trabajadora sexual?
Yo no voy a dejar de serlo porque ya son muchos años. Voy a continuar hasta que mi cuerpo dé. Cuando estuve trabajando en el observatorio no salí a trabajar por seis meses, pero después dije: “ya no quiero, prefiero irme a la calle”.
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