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Revista Ideele N°267. Febrero 2017En los últimos días, las noticias han girado en torno al desborde del río Huaycoloro, como consecuencia de los huaicos que han azotado la ciudad. Huaicos que, además, han generado que Sedapal no pueda asegurar el abastecimiento de agua en la ciudad, por lo que se han visto forzados a anunciar la restricción del servicio en más de una oportunidad. Mientras esto ocurría, al alcalde de Lima dio declaraciones a la prensa señalando que “un huaico es una cosa sorpresiva”, pues “en el Perú hasta el clima es indisciplinado”. ¿Podemos, realmente, sostener que estamos ante un evento sorpresivo?
Debemos partir de la noción de que Lima es una ciudad vulnerable. Según el “Manual para la evaluación de riesgos originados por fenómenos naturales” elaborado por el Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres (CENEPRED), la vulnerabilidad “es la susceptibilidad de la población, la estructura física o las actividades socioeconómicas, de sufrir daños por acción de un peligro”. Y en este caso serían peligros surgidos de desastres de origen natural. Ahora bien, debemos ser conscientes de que la ciudad en la que vivimos es vulnerable. Sólo así podremos dejar de sorprendernos por hechos que deberían ser cualquier cosa menos sorpresivos.
Pareciera que los limeños vivimos en un estado de negación de nuestra realidad. No queremos asumir que vivimos en una ciudad que es altamente vulnerable a más de un factor de riesgo. Se suele creer que el “otro” es el vulnerable. Así, pues, en discursos oficiales, nuestras autoridades suelen ubicar claramente dónde se encuentra la población vulnerable de la ciudad. Y suele coincidir con la población más pobre. Éste es también un sentido común compartido entre muchos limeños, particularmente de clase media-alta. El otro es el vulnerable, y es el más pobre. Mientras tanto en setiembre vemos largas colas en la feria gastronómica Mistura, ubicada en la explanada de la Costa Verde, para temor de representantes del Instituto Geofísico del Perú. Y es que uno de los grandes riesgos que tiene esta ciudad es sufrir un terremoto de grado 8 en la Escala de Richter o aún más alto. Un sismo de tal intensidad generaría un tsunami y la zona de la explanada de la Costa Verde es un espacio sumamente vulnerable al mismo. Y, sin embargo, encontramos a muchas personas ahí, y nadie se siente vulnerable. ¿Sería eso también una sorpresa?
A pesar de los dichos de “Lima, ciudad jardín” o que Lima fue originalmente un valle, la realidad es que vivimos en un desierto. Y esto hace que la ciudad subsista gracias a pocos afluentes de agua. Los huaicos, típicos de esta época del año, generan una carga tal de agua con desmonte que no puede ser procesada, que Sedapal se ve forzado a cortar el suministro de agua para poder asegurarlo más adelante. Un huaico puede generar que la ciudad entera se quede sin agua. Sin embargo, seguimos regando los jardines y lavando los autos en la vía pública con agua potable. ¿Podemos seguir sosteniendo que es una sorpresa?
La ciudad está en un constante proceso de urbanización que no tiene mayor planificación ni lineamientos. Por ejemplo, las lomas de la ciudad son sumamente importantes, pues constituyen un ecosistema propio, permitiendo regular el clima, captar agua de la atmósfera y proveer de aire limpio a la ciudad. Sin embargo, como consecuencia de la urbanización muchas de estas lomas se ven afectadas y van desapareciendo, lo que genera que ante una posible aparición del Fenómeno del Niño, este espacio que servía para “aprisionar” la humedad no existirá, por lo que el espacio se llenará de mosquitos, lo que, finalmente, llevará mosquitos al resto de la ciudad. Esto terminaría generado un riesgo de epidemias en Lima. ¿De verdad todo esto es una sorpresa?
“Las lomas de la ciudad son sumamente importantes, pues constituyen un ecosistema propio, permitiendo regular el clima, captar agua de la atmósfera y proveer de aire limpio a la ciudad”.
Por otro lado, estamos ante una ciudad con diferentes tipos de suelo. Muchos espacios no son aptos para la vivienda ni para grandes construcciones. Sin embargo, ahí viven muchos limeños. La mentalidad de asumir al pobre como el único vulnerable genera que ante esta discusión se suela identificar las zonas más vulnerables a espacios en Villa El Salvador (particularmente el “Lomo de Corvina”). Pero no son los únicos espacios que no deberían ser habitados. El borde costero del Malecón de Miraflores, por ejemplo, es una zona de alta vulnerabilidad. Según el Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigación de Desastres (CISMID) los primeros 150 metros del malecón son zona de alto peligro, por lo que no deberían ser habitables. Un posible tsunami podría derrumbar toda esta zona. Sin embargo, en ella se encuentran hoteles cinco estrellas, uno de los centros comerciales más exclusivos de la ciudad y muchos edificios multifamiliares.
Como éstos, podríamos seguir presentando ejemplos de cómo vivimos en una ciudad con características geomorfológicas que la hacen sumamente vulnerables. Pero no debemos limitarnos a una mirada que vea sólo la variable geomorfológica, sino ir más allá. Debemos reconocer que esto debe estar asociada a cuestiones sociales, económicas y, sobre todo, institucionales. Hace unos años, conversando con un experto en el tema, presentó una analogía que grafica un problema. Si Santiago de Chile sufre un terremoto grado 8 y Lima también lo sufre, la magnitud de la catástrofe (muertos, heridos, daños materiales) sería diferente en ambas ciudades. Entonces, el problema no es el desastre de origen natural en sí (el terremoto, en este ejemplo), el problema recae en la ciudad. Lima, para muchos, tiene una vulnerabilidad casi de origen. Estamos ante una ciudad que nació y creció sin planificación, y eso ha generado que encontremos personas viviendo en espacios que no deberían ser habitados y en condiciones que no deberían ser las aptas para vivir.
Por ello, las variables sociales y económicas son muy importantes también. Cualquier imagen aérea de dos zonas de la ciudad muestra que los distritos de niveles socioeconómicos más altos cuentan con varios espacios de áreas verdes, mientras que los más bajos no. Los parques no son importantes solamente porque sirven de espacio de esparcimiento y recreación, sino porque son áreas de desfogue. Ante cualquier evento, la gente puede resguardarse en estos grandes espacios públicos. Pero, ¿y si no hay? ¿Qué harán las personas? Junto con esto se encuentra también la información y el acceso a la misma. No sólo importa contar con los equipamientos y espacios ante un eventual desastre, sino saber qué hacer en los mismos. Pero no contamos con población informada al respecto.
Otro ejemplo al respecto se encuentra en el vivir en espacios no aptos para ello. Muchos limeños viven en laderas de los cerros, márgenes de los ríos y en otros espacios no aptos para la vivienda. ¿Por qué, si sabemos que ahí no deberían vivir, siguen ahí? Estamos ante un problema intrínseco, en el que las autoridades permiten esta situación pues no se les puede ofrecer vivienda digna en otro espacio. La lucha del derecho a la vivienda versus el derecho a la integridad física. Y, así, diferentes autoridades han decidido no asumir este problema, y seguimos con un porcentaje alto de población viviendo en espacios altamente vulnerables.
Finalmente, la variable institucional es una de las más importantes. Si el propio alcalde de Lima, autoridad máxima de la ciudad y quien, se supone, debe liderar estas acciones, se muestra sorprendido ante los huaicos (que pasan todos los años en la misma época, sólo es cuestión de revisar un poco las noticias), ¿qué podemos esperar? En lo que a este tema se refiere, encontramos diferentes entidades estatales que no se encuentran conectadas ni trabajan de manera conjunta. Así, a nivel nacional no hay mayor trabajo en coordinación con el nivel metropolitano ni éste a su vez con el distrital. Cada sector pareciera que trabajase independientemente. Y, además, encontramos la misma perspectiva que hemos venido describiendo: aquella que considera que sólo unos cuantos limeños son los vulnerables, que existen algunas cuantas áreas vulnerables. No reconocemos que la vulnerabilidad es de la ciudad entera, no de los otros.
Un pequeño repaso por las acciones de las principales entidades estatales encargadas de este tema, nos permite descubrir que las autoridades suelen identificar como prácticamente único factor de riesgo a la ocurrencia de un terremoto de grado 8 (lo cual es irónico, por decir lo menos, si tomamos en cuenta que llevamos años escuchando que el terremoto ya se acerca y hasta ahora no llega, mientras que los huaicos llegan todos los febreros de manera muy puntual) y la única medida al respecto se traduce en infraestructura. Así, se invierten en construir muros, cercar espacios, fortalecer viviendas, entre otros. Esto tanto desde el nivel estatal (el Ministerio de Vivienda, por ejemplo) como metropolitano (recordemos que la gestión anterior tenía el Proyecto Barrio Mío como emblema de este tipo de obra) y distrital. Pero, como ya se mencionó, el problema es mucho más profundo. No basta con invertir en infraestructura, es necesario un cambio de mentalidad que pase a una perspectiva más ontológica.
“Debemos dejar de lado discursos que se refieren a ‘las zonas vulnerables de Lima’ ,que son normalmente asociadas con las zonas más pobres de la ciudad. Partamos de una nueva visión: la ciudad, toda ella, es vulnerable”.
Debemos, pues, incorporar la variable de resiliencia, que es la capacidad de recuperarse de cualquier desastre sufrido, y debe suponer tres etapas igual de importantes: la anticipación, la respuesta y la recuperación. Actualmente en el mundo existe un nuevo enfoque de Gestión de Riesgos que se aleja del tradicional (caracterizado por la prevención y atención), y que, más bien incluye el enfoque de resiliencia como clave y central en su estrategia. Así, se trabaja en base a tres perspectivas: a) Prospectiva. Se trabaja en el riesgo por generarse, evitando que se den situaciones de riesgo, b) Reducción de riesgos. Se trabaja el riesgo por corregir, trabajando en espacios vulnerables ante riesgos latentes y c) Recursos para afrontar emergencias. Se trabaja la atención inmediata, bajo la idea de que la ciudad debe ofrecer servicios humanos y servicios básicos resilientes. Los hechos vividos estas últimas semanas a raíz de los huaicos y desbordes de ríos, nos permiten analizar: ¿en esta ciudad se han implementado estos tres momentos? ¿O seguimos, más bien, frente a una visión tradicional que sólo se preocupa por la reacción ante el desastre, pero no la prevención previa? ¿Somos una ciudad resilente? Como estos eventos han demostrado, no estamos preparados para afrontar una situación de riesgo ni antes, ni durante ni después. Antes porque no se reconoce la real dimensión del problema y los diferentes ámbitos de la ciudad que están relacionados con ello, durante pues no hay un adecuado manejo de la emergencia y gestión de riesgos, y después pues esta ciudad no cuenta con un enfoque de resiliencia incorporado a su gestión, planificación y, en general, a cómo funciona día a día la ciudad.
Entonces, para analizar las vulnerabilidades en Lima es necesario utilizar una mirada ontológica, globalizadora, que permita reconocer que existe una serie de factores que producen o influyen en las vulnerabilidades de la ciudad. No estamos ante un único aspecto vulnerable. Así, pues, es necesario dejar de lado ideas tradicionales, que asocian vulnerabilidad únicamente con aspectos relacionados a posibles riesgos de ocurrencia de desastres de origen natural.
Además, es imprescindible reconocer que Lima como tal, como ciudad, es vulnerable. Debemos dejar de lado discursos que se refieren a ‘las zonas vulnerables de Lima’, que son normalmente asociadas con las zonas más pobres de la ciudad. Partamos de una nueva visión: la ciudad, toda ella, es vulnerable. Y, por ende, todos los que vivimos en ella somos vulnerables, dado que estamos expuestos a los mismos factores de vulnerabilidad. Y éstos se acrecientan con fenómenos que vienen ocurriendo en los últimos años, entre ellos – como uno de los centrales – el cambio climático. El problema no es únicamente que algunas personas vivan en las laderas de los cerros, el problema es también por qué viven ahí, por qué cuando sabemos que no deberían vivir ahí, el Estado sigue permitiendo que vivan ahí. El problema no es únicamente que la vivienda sea débil ante un posible terremoto, sino qué pasará luego de que esa vivienda se desplome: cómo se recuperará la ciudad, el espacio, a dónde irán las personas que viven en ella. El problema es estructural y está asociado con la base de funcionamiento de la ciudad.
Para ello se necesita un cambio de mentalidad. Que primero pase por reconocer que el riesgo “me afecta a mí”, que “yo soy vulnerable”. Y es que estamos rodeados por actores clave que creen que la vulnerabilidad es algo que afecta “al otro”. Y el otro vulnerable es el más pobre, el excluido. En ese sentido, el cambio de mentalidad permitirá la incorporación de nuevas formas de gestionar la ciudad y sus vulnerabilidades. Estrategias integrales, instituciones cooperantes y relacionadas entre sí que contemplen a los instrumentos de planificación urbana como prioritarios para encaminarnos hacia una ciudad sostenible. Una ciudad en la que aspiremos a construir un desarrollo sostenible y donde la persona y su bienestar y calidad de vida sea el centro de las políticas. Una ciudad que nos permita cumplir nuestros objetivos de vida en condiciones seguras y que minimice los riesgos a los que nos vemos expuestos.
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