Trappist-1 o el miedo a ser los únicos

Imagen: ESO

Escrito por Revista Ideele N°268. Marzo 2017

Hola Soledad 
no me extraña tu presencia…

Palito Ortega y Rolando Laserie

En la última semana de febrero de 2017, un grupo de investigadores de la NASA, no con poco entusiasmo, anunció al mundo que se había confirmado la existencia de 7 planetas tipo Tierra orbitando a Trappist-1a, una estrella enana roja situada a unos 40 años-luz de distancia. Los planetas, en orden de cercanía a la estrella, fueron nombrados Trappist-1b; c; d; e; f; g y, el más distante, Trappist-1h.

Hay algunos términos propios de los astrónomos y astrofísicos que bien vale la pena aclarar. En primer lugar, la estrella central del sistema recibe su denominación por el nombre del radiotelescopio belga TRAPPIST (Transiting Planets and Planetesimals Small Telescope – South) el cual es parte de un proyecto suizo-belga cuyo principal objetivo es la detección de planetas que no pertenecen al sistema solar.

En segundo lugar, cuando los científicos hablan de años-luz, no se están refiriendo a una unidad de tiempo sino de longitud. Lo hacen por conveniencia puesto que las distancias estelares, por lo común, son enormes. Un año-luz es el desplazamiento hecho por la luz en un año con una velocidad aproximada de 300 000 km/s. Si multiplicamos esa cantidad por 3600, el número de segundos que tiene una hora, y a su vez por las 24 horas que tiene un día y por los 365 días que tiene un año convencional, nos da 9 460 730 472 580.8 km que, para simplificar, podemos aproximar a 9.5 billones de kilómetros o 9.5 ´ 1012 km. Por tanto, decir que Trappist-1 está a una distancia de 40 años-luz, no significa que para llegar allá nos demoraríamos 40 años. A las mayores velocidades actuales de unos 15 km/s, desarrolladas por sondas espaciales no tripuladas, como las sondas Voyager I y II,  el viaje nos tomaría unos 20 000 años.

En tercer lugar, una enana roja, es una estrella considerada “fría”, porque su temperatura superficial es de unos 2600 grados Kelvin, mientras que una enana amarilla como el Sol tiene una temperatura en su superficie de unos 5778 grados Kelvin. Es una estrella relativamente pequeña. Relativamente, porque comparada con nuestro Sol, Trappist-1a tiene apenas un 8% de la masa solar y un radio del 11.7% del Astro rey. Por tanto, su densidad es de 70 444 kg/m3, es decir, aproximadamente 50 veces la densidad del Sol. Este último dato es importante porque nos permite vislumbrar las tremendas fuerzas de marea que Trappist-1a ejerce sobre los, hasta ahora descubiertos, 7 planetas que orbitan alrededor de ella. Estas fuerzas gravitacionales intensas pueden determinar la existencia de vida en ese sistema y de haberla, la clase de organismos que evolucionaron bajo esas condiciones.

“[…] A las mayores velocidades actuales de unos 15 km/s, desarrolladas por sondas espaciales no tripuladas, como las sondas Voyager I y II,  el viaje nos tomaría unos 20 000 años”.

Hemos llegado al meollo del asunto, al tuétano del reciente descubrimiento: la posibilidad de que haya vida en otro planeta aparte de la Tierra. Las razones que hacen particularmente interesante al sistema Trappist-1 para la biología estelar son las siguientes:

  1. Las enanas rojas son estrellas relativamente abundantes en la Vía Láctea: aproximadamente un 75% del material estelar pertenece a este tipo de estrellas. En particular, Próxima Centauri, la estrella más cercana a nosotros, es una enana roja.
  2. Trappist-1a tiene asociados a ella 7 planetas rocosos (por primera vez se observan planetas orbitando una enana roja), condición que creemos es fundamental para albergar vida. Son especialmente interesantes los planetas d, e, f y g, por estar en la llamada “zona habitable”, zona donde, de haber agua, ésta estaría a temperaturas compatibles con la vida: entre 0 y 100 grados centígrados. En el Sistema Solar, Mercurio, Venus, La Tierra y Marte son planetas rocosos, los otros cuatro son gaseosos. La zona habitable está entre Venus y Marte. A la fecha, casi se tiene la certeza de la ausencia de vida en alguno de los satélites de Júpiter, Io, Europa o Ganimedes; o en Titán, una de las lunas de Saturno.
  3. Los planetas del sistema tienen masas y radios muy parecidos a los de la Tierra y, quizás tengan atmósfera, otra de las condiciones para que haya vida.

A pesar de lo expuesto, hay razones para no ser tan optimistas con respecto a la presencia de vida en dicho sistema. Primero, no se ha constatado la existencia de agua en alguno de los planetas. Segundo, aunque las órbitas planetarias son muy poco elípticas, tal como ya se ha mencionado, los planetas están sometidos a fuertes fuerzas de marea; y, tercero, Trappist-1a es bastante joven: tiene una edad de 500 000 años. La evidencia fósil hace suponer que en la Tierra, la vida apareció en el eón Arcaico hace unos 4000 millones de años, cuando el Sol ya había brillado por 1000 millones de años. En otras palabras, si alguno de los planetas de la zona habitable de Trappist-1 alberga vida, es casi imposible que sea vida inteligente, a lo más sería vida microscópica.

¿Cómo podemos hacer afirmaciones tan categóricas acerca de la vida en el mencionado sistema? Para ser honestos, sólo tenemos experiencia con la vida en nuestro planeta; por tanto, cualquier inferencia que hagamos al respecto, parte desde nuestra “privilegiada” posición. Hasta la fecha, a pesar de los ingentes esfuerzos para hallarla, no hay evidencia alguna sobre existencia de vida en otro planeta que no sea la Tierra.  Investigaciones serias en busca de vida inteligente, en este caso como los Proyectos SETI (Search Extra Terrestial Inteligence), han tenido resultados desalentadores a pesar de venir funcionando desde los años 70 del siglo pasado.

“¿Cómo podemos hacer afirmaciones tan categóricas acerca de la vida en el mencionado sistema? Para ser honestos, sólo tenemos experiencia con la vida en nuestro planeta; por tanto, cualquier inferencia que hagamos al respecto, parte desde nuestra ‘privilegiada’ posición”.

¿Quiere decir que estamos solos en el Universo? La respuesta a esta pregunta es no, pero debemos tener en cuenta algunas cosas antes de emitir juicios tajantes al respecto. Primero, la vida es un suceso, desde el punto de vista de la Física, sumamente extraño: los seres vivos son los únicos entes que conocemos que han desarrollado mecanismos que batallan constantemente contra el natural aumento de entropía, el aumento de desorden, el aumento de simetría, el aumento de equilibrio. Segundo, hasta ahora, conocemos las condiciones necesarias para la vida pero no sabemos cuáles son suficientes. En otras palabras, desconocemos los mecanismos que hacen posible cómo se pasa de la materia inerte a la vida. Tercero, el argumento de un supuesto antropocentrismo al juzgar que la Tierra es un lugar privilegiado en cuanto a la vida, carece de fundamento. Esgrimir que es posible que haya “vida como no la conocemos” en otros planetas, abre las puertas a especulaciones de lo más antojadizas. Los físicos, basados en el Principio Cosmológico, pensamos que si hay vida en otras partes del Universo, tiene que ser básicamente como la nuestra; por eso, buscamos planetas tipo Tierra: rocosos, con atmósferas amigables y con presencia de agua líquida. Cuarto, a pesar de toda la propaganda sensacionalista sobre la vida extraterrestre, hasta el día de hoy no hay evidencia de su existencia. Aunque este no es un argumento concluyente, es un indicio que nos debe mantener parapetados en un sano escepticismo.

¿Qué pasaría si en las próximas décadas descubrimos que hay vida en Trappist-1? Bueno, en primer lugar, esto constituiría un gran descubrimiento científico, con enormes repercusiones en los aspectos político, económico, social y religioso. Si se descubre que dichos planetas no están habitados, la curiosidad humana seguirá buscando para no sentirnos solos en la vastedad del Universo, o quizás para creer que, efectivamente, nadie nos puede amenazar desde allá afuera; para que podamos observar las estrellas como siempre lo hemos hecho, sobrecogidos, no por la desconfianza, sino por la inmensidad que nos rodea.

Sobre el autor o autora

Leandro García Calderón
Físico. Profesor de Cosmología en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

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