Cuento: “Un michino sin penurias”

Foto: Pin it

Escrito por Revista Ideele N°270. Mayo 2017

En la selva del Perú, aunque parezca obvio, las mañanas se anuncian temprano y con generosidad. Cualquier persona que abra la puerta de su casa, o la ventana, o simplemente salga a la calle, verá los rayos del sol brillar con esa intensidad que da paz, que da alegría, que se refleja a veces en charcos dispersos y en el asfalto de algunas calles, o verá, en reducida escala, el rostro del sol, en ocasiones de un dorado tenue, y en otras denso como el oro sólido, dibujarse y reproducirse en las verdes hojas de los árboles. Pero éste no es un día de esos, como tampoco lo fueron los días anteriores. Es, más bien, un día como los que trae el cambio climático: de cielo mezquino y sombrío, con un aire leve que transporta un frío casi intenso y constante, que lucha contra los cuerpos de hombres y mujeres, de loros y gallinazos, de mamíferos, ofidios y plantas.

En un día oscuro como el de hoy, Iván Benites, que ya terminó de cambiarse y en unos minutos irá al trabajo, ve una pequeña silueta dibujarse en la puerta de vidrio que da a la calle. La abre e inclina la cabeza hacia abajo. Entonces nota que dos ojos color de oro, a los que no pensaba volver a encontrar, lo observan fijamente. Y eso lo desconcierta.

Muchas noches antes, Iván fue despertado por una pelea a muerte. Furioso como lo puede estar un sujeto condenado al insomnio frecuente, jala con violencia el grueso picaporte negro de la puerta trasera de su casa, y sale al patio. Con rapidez observa el panorama y logra entender la situación. Es ese gato gris de brutales ojos dorados y patas delanteras chuecas, dobladas hacia afuera, que nuevamente persigue sin tregua a una gata más grande y adulta, la consentida de la casa, bella, con grandes manchas naranjas, negras y grises moteando ese pelaje blanco y bien cuidado; una gata pudorosa y de conducta indescifrable, enigmática, que fue esterilizada después del primer parto. No se sabe si el gato la persigue con la intención de copular con ella, aunque sin éxito, o con el escalofriante propósito de matarla, para así poder convertirse en el amo y señor de esta casa, nueva para él. Lo que sí se sabe es que se trata de un animal callejero, encontrado en los inicios de su juventud por una niña que pidió con fervor que se quede, pero que luego lo olvidó. Y entonces se quedó. Pero con el tiempo, Iván Benites y su familia fueron descubriendo que el gato, al que llamaron Rayito, tenía hábitos de víctima de guerra, que no guardaba fidelidad a nadie.

Esa noche, así como las noches siguientes, Rayito comenzó una persecución implacable a la otra gata. Y pese a que tantas veces fue amenazado y espantado a escobazos por Iván, quien cierta vez pensó que le había partido la columna en dos, pues había golpeado con fuerza e ira los arbustos por donde el animal corría en su delirante acoso a la otra gata, produciéndose, con el golpe, un silencio severo y extraño que lo dejó pensativo, el gato, Rayito, aparecía al día siguiente, adelante, afuera de la casa, tranquilo, sin ningún rasguño ni remordimiento, y soltaba ese maullido inocente y peculiar.

Transcurrieron los días, y luego de algunas coordinaciones con una feliz compañera de trabajo, Rayito fue puesto en un costal gris, por Iván y por su padre, luego dentro de otro costal, y finalmente colocado en la amplia maletera de un carro, con ventilación pero sin visibilidad. Iván y su padre lo llevaron a una antigua y lejana zona de la ciudad, a un barrio popular que, sobre todo los más viejos, conocían como “La Hoyada”; una zona que se ubicaba muchas cuadras más allá del barrio de “La Shapajita”, también muy conocido. En La Hoyada los esperaba la efusiva y agradecida colega de Iván, quien repitió dos veces que ya no podía con las ratas y que ese gato le iba a ser de mucha ayuda.

La mujer se despidió con un: ya joven, gracias, y se puso fin a ese episodio. Unas semanas después, sin embargo, en una semihelada y cerrada mañana de febrero, cuando Iván se alistaba para ir al trabajo, notó un bulto acercándose a la puerta. Al abrirlo, descubrió que era Rayito, el gato, que había huido de su nueva casa y regresado a su antiguo hogar no se sabe cómo, pero que retornaba magullado y con un aire de pavor reflejándosele en todo el cuerpo, como si en su intento de volver hubiese tenido que pasar mil pruebas.

En la casa de Iván nadie quería a Rayito: lo botaban a patadas, lo alimentaban mal y casi nunca. Pero este gato no se iba por nada, se aferraba y mostraba conductas que desconcertaban a todos: desaparecía por las noches, no perturbaba el sueño, no atacaba a la gata, y comía lo que le diesen. Y aunque hacía tanto mérito, nadie lo quería. Iván, por ejemplo,  no olvidaba que una de esas noches, las de antes, Rayito mordió con furia su dedo gordo. Por eso buscaba la manera de deshacerse de él para siempre, pero no encontraba a quién regalárselo.

Una noche, sin embargo, cuando Iván se lavaba los dientes, entre dormido y despierto, luego de regresar del cine, una súbita verdad explotó en algún lugar de su mente y se reflejó ante sus ojos, con total claridad: el gato había renunciado a su deseo de copular con la gata, o de matarla, y de robarse la comida, por una simple razón: evitar volver a las calles, donde, se lo indicaba su instinto, su alimentación y presencia entre los vivos dependían de la suerte.

Sobra decir que Rayito es ahora un michino sin penurias.

Sobre el autor o autora

Oscar Enrique Barreto Linares
Escritor. Ha publicado dos libros de cuentos, Walnut y El último beso, además de un breve poemario llamado Tan cerca de la Luna. Su literatura intenta recrear un universo que se asemeje a la realidad de su ciudad natal, Pucallpa. El hábito de la lectura se lo debe a su padre.

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