Escrito por
Revista Ideele N°270. Mayo 20173-0 en la ida. El Atlético se quería quitar el puñal de un tirón, pues es como menos duele; pero acabó con otra cuchillada, que -para rematar- fue más profunda y mortal. El Madrid fue cruel una vez más con ellos: sufrió, pero venció. El Atleti los derrotó 2-1 en la vuelta, pero ese único gol de los merengues fue suficiente para arrebatarles la posibilidad de disputar la final de la Champions League 2017.
Un par de días después de esa semifinal, y varios meses después del Brexit, y después de Trump, muchos proclamaron el triunfo de Emmanuel Macron en Francia como la castración de la extrema derecha en su país y como una fuerte derrota para los populismos nacionalistas que están invadiendo el panorama mundial. Pero la verdad es que -como muchas veces en la vida- ese infartante partido de vuelta fue también una metáfora de las batallas políticas que se disputan a escala global. Y el resultado de los comicios franceses solo es el primer tiempo.
Bien puede llegar aún en los otros 45 minutos metafóricos una genialidad de Benzema que permita a Isco hacer el tanto de la tranquilidad, ese que convierte la victoria en una derrota. Bien pueden aún Trump y Putin potenciar los movimientos nacionalistas que se expanden a lo largo del viejo continente, y frenar los esfuerzos de Angela Merkel y Macron para reformar y salvar la Unión Europea. Bien puede aún el populismo llevarse la copa, a pesar de que Marine Lepen perdió su partido.
No niego que una Europa más fuerte encabezada por liderazgos progresistas sea un baluarte muy necesario contra los gobiernos populistas e hipernacionalistas de Rusia y América. No niego que los nombramientos de su gabinete y primeras acciones como jefe de Estado dejan claro que Macron proporcionará más equilibrio a los pulsos de poder global. Él no es un ideólogo, y por encima de todo, se ha comprometido a mantener a Francia como un país abierto y amistoso con los inmigrantes; cooperativo con el resto del mundo.
“Bien pueden aún Trump y Putin potenciar los movimientos nacionalistas que se expanden a lo largo del viejo continente, y frenar los esfuerzos de Angela Merkel y Macron para reformar y salvar la Unión Europea”.
Sin embargo, como ha señalado Noam Chomsky, la humanidad enfrenta una dura elección en el futuro: la extinción o el internacionalismo. La división política más importante ya no está entre izquierda y derecha, sino entre nacionalistas e internacionalistas. Y en una disyuntiva de esa talla es ingenuo pensar que el triunfo de Macron eliminó mágicamente las causas de fondo que permiten a los nacionalismos populistas ganar más adeptos alrededor del mundo día a día; a pesar de ser caldos de cultivo de regímenes totalitarios.
El ex ministro de economía ganó, pero la candidata xenófoba de ultraderecha obtuvo 35% de los votos: casi el doble delo que logró su partido en el 2002, cuando su padre fue candidato a la Presidencia. ¿Por qué? Porque el internacionalismo en su forma actual es una mezcla desordenada de alianzas políticas y económicas, acuerdos de comercio profundamente defectuosos y frágiles acuerdos ambientales globales. Los sistemas que tenemos para evitar catástrofes y conflictos globales son imperfectos.
Y toda esa imperfección y desorden tiene como base una democracia representativa en crisis; en crisis porque la gente común duda del sistema y se exaspera con su clase política. Y de esa exasperación y frustración surge alguna variante del populismo. Así pues, el verdadero triunfo a esta epidemia de hipernacionalismos solo llegará cuando los líderes progresistas resuelvan una cuestión cuasi épica: ¿Qué es lo que le falta a la democracia para llegar al pueblo?
“No hay ni habrá una internacional de partidos populistas porque sus propias agendas nacionalistas chocan entre sí. Pero ello no los hace débiles. Por el contrario, probablemente los haga más peligrosos y difíciles de confrontar”.
Y el problema está en que hay tantas respuestas como movimientos populistas en el mundo. Todos ellos son muy distintos porque cada uno expresa un malestar diferente. Desde el tufo de fascismo de Le Pen en Francia a los Kirchner argentinos. Pasando por Holanda y Austria donde los movimientos de ultraderecha también quedaron de segundos en los comicios.
No hay ni habrá una internacional de partidos populistas porque sus propias agendas nacionalistas chocan entre sí. Pero ello no los hace débiles. Por el contrario, probablemente los haga más peligrosos y difíciles de confrontar. Así que, decir que la UE acaba de esquivar una bala y que ya no hay amenaza, sería como quedarse quietos con una mira en el pecho. La Unión Europea es una quinceañera con serios problemas y los países fuera del viejo continente dónde empiezan a tomar fuerza estos populismos están a solo unos años de vivir la historia de terror que hoy vive Venezuela.
Pero al final del día, una persona que no tiene trabajo, que no tiene oportunidades, que no logra vivir dignamente por más que se esfuerce; mientras ve una y otra vez a los políticos torcer el sistema y las reglas en beneficio de su propio bolsillo, termina siendo un ciudadano que se convence de que el sistema internacionalista está diseñado en su contra. Si se quiere ganar el partido en contra de la ultraderecha nacionalista xenofóbica y populista, a Macron y a todos quienes creemos en el progreso conjunto de una comunidad internacional no nos queda otra que anotar en este segundo tiempo un gol: el del cambio. Cambios fuertes y estructurales que restauren la fe en la democracia y nos alejen de nuestra capacidad de autodestrucción, construyendo sociedades enfocadas en la inclusión y la equidad.
Solo esperemos, que como muchos partidos importantes, éste no esté arreglado desde antes fuera de la cancha.
Deja el primer comentario sobre "El partido del siglo"