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Revista Ideele N°276. Diciembre 2017Lo primero que vi cuando llegué fue un amontonamiento de gente alrededor de un grupo con una larga bandera que decía: 100pre hay una solución contra la violencia hacia la mujer. Miré también, la bandera era sostenida por varias ministras, un ministro y la jefa de gabinete. Todos traían polos con la misma leyenda impresa. Un poco más adelante, trabajadores de la Línea 100, servicio implementado por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (elocuente asociación) para brindar contención emocional, orientación e información en temas de violencia familiar y abuso sexual. El Estado está, claramente, yendo detrás del problema, proveyendo lo que puede ante los hechos consumados. Más adelante encontraría otras posiciones.
Seguí caminando. Pasé entre grupos organizados, jóvenes, familias, activistas, artistas, participantes sin bandera, gente parada en las veredas, mirando, dudando, desafiándose. Muchas mujeres con carteles hechos a mano. Cartulinas, telas, plumones, acrílicos y el ingenio salido de la rabia y el hartazgo. Pero también del deseo empecinado en que esto cambie. Somos muchas, muchos. Hay una claridad que empieza a emerger: basta de esto.
Mujeres sosteniendo con sus dos manos esos carteles hecho por ellas mismas. Vivas nos queremos. Soñamos vivir sin miedo. Camino a casa quiero ser libre, no valiente. Nos están matando.Las imagino en casa, con amigas, con vecinas, pasándose los colores, discutiendo la mejor frase, haciendo variaciones en el diseño, eligiendo para escribir a la que tiene la mejor letra, porque así nos han enseñado. Dedicadas, motivadas, eufóricas, dándose fuerza mutuamente, organizando con quién se quedan los chicos, cómo volvemos. Porque no hace falta conocer la palabra sororidad para entender lo que bulle cuando las mujeres somos juntas, para saber que una mujer será siempre refugio para otra mujer. Apoyémonos entre todas quedó escrito en la calle. Hoy los autos y buses rodarán por encima de esa invocación sin saber de la red que se sigue tejiendo.
Me siento a escribir estas líneas en un café; en la mesa de al lado una pareja discute al abrigo del escrutinio público. Él dice que ella se pone de mal humor. Hay un montón de situaciones de insatisfacción que aparecen inesperadamente, le recrimina. No puedo escuchar lo que ella dice. No quiero escuchar lo él dice, pero habla alto. Quiero que veas todo lo que hago desde que me levanto. No me estás escuchando. Pausa, larga pausa ofendida. Y sigue: Todo este tiempo te di bienestar.
Mujeres acaloradas tocando los redoblantes con una energía contagiosa. Cada batir de tambores es un grito, una patada, un salto, bastaaaaaaa! Algo cede en mí. Todas las marchas a las que fui son una sola marcha por la justicia, exagero.
De a ratos caminaba más rápido, para dejar atrás el nudo en la garganta, como si corriendo pudiera ganar la carrera a las emociones entreveradas.
No diría que es una relación violenta, sigue hablando el hombre de al lado. Siento como una ola que no puedo controlar. Se que esa forma de reaccionar no es la correcta. Siento un crack en mi cabeza.
Las actrices que vi en la Marcha gritan “no es mi culpa que me grites, que me golpees, que me violes, que me mates”. El grito de esas mujeres, las venas estallando en sus caras, la sangre iracunda, resuena en la tarde limeña como un látigo. Vivas nos queremos! Repiten desaforadas. El hombre que las lleva atadas con una soga a su cintura porta la autoridad en el cuerpo, la reivindica en los tironeos, en el torso desnudo. Ellas, con sus flores y sus gritos provocarán lo impensado.
“Porque urge transformar el mundo y aquí está la energía necesaria”.
Más adelante un grupo religioso con un cartel que dice: Jesús nunca humillaba a las mujeres. Punto. Otro grupo denunciando la trata de personas. Sin clientes, no hay trata. Lógica pura.
Mujeres con una larga bandera hecha a mano, con tela blanca y pintura. Perú, país de violadores. El hashtag que tanta controversia causó hace unas semanas en Perú. Tanta que dos congresistas fueron reprendidas por la Comisión de Ética del Congreso y se les inició una investigación. Y las mujeres fueron consignando letra por letra, con sus manos enchastradas: el ex, el vecino, el padrastro, el cura, el compañero, el jefe, el profe, el padre, el primo, el amigo, el catequista, el pastor, el hermano, el periodista, el taxista, el cuñado, el tío, el médico, el marido. Enunciando con lucidez los rótulos de un sistema patriarcal que se sostiene también en las relaciones de parentesco y en las instituciones.
¿Cómo construir relaciones igualitarias?
No es no, he dicho que no, ¿qué parte no entendiste, la N o la O?!! Cantan decenas de personas al lado, adelante, atrás mío. Mi cara está agarrotada. Mi boca muda. Sé que si aflojo un solo músculo, si sonrío apenas, voy a llorar como una loca. Porque esto es serio. Es brutal. Porque es asfixiante. Porque paraliza. Porque hiela la sangre.
Sé que si aflojo un solo músculo, si sonrío apenas, voy a llorar como una loca. Porque esto es hermoso. Porque somos protagonistas, y no pararemos hasta ser historia, como dice otro cartel. Porque urge transformar el mundo y aquí está la energía necesaria. Porque las chicas de 20 años que cantan con esa fuerza y ese convencimiento ya están, con seguridad, en un lugar diferente a las que fuimos de 20 hace 20 años.
Y saber que decir llorar como una loca es un reflejo del patriarcado que hay que desterrar. Porque claro, llorar es de mujeres, y ya sabemos, somos todas locas.
Una certeza: algo que se está resquebrajando, algo se está transformando y eso, de manera inevitable va a repercutir en el modo en que nos relacionamos. Con los demás y con una misma.
La pareja de al lado se levantó y se fue. Iban para que él se llevara sus cosas. Todas las cosas, recalcó ella, de pie, en voz alta.
Hoy es el día después. Voy a buscar el auto al taller mecánico. Mientras espero que la señora haga la factura el encargado me cuenta que de 1 a 2 no responde el teléfono porque está en el gimnasio, y mueve su brazo derecho como levantando una pesa imaginaria. También me cuenta que tiene 2 BMW. Ah, comento yo. Cuando me da las llaves y me acompaña al auto le dice a uno: Dirígela a la señorita para salir, para que no se trabe. Y por si alguien no escuchó, repite. Dirígela a la señorita para salir, para que no se trabe. Y afuera otro grita, riéndose, golpe avisa, golpe avisa. La euforia de la marcha y los redoblantes da paso a la evidencia de la ardua tarea que tenemos que por delante.
Vivas, libres y sin miedo nos queremos!
(REVISTA N° 276, DICIEMBRE DEL 2017)
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