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Revista Ideele N°277. Marzo 20182017 se cerró con altibajos y en la incertidumbre. Aquí va un panorama de algunos de los hechos y actores que marcaron el año en el cine peruano.
Autoridades. La inestabilidad política y los pulsos de poder entre Legislativo y Ejecutivo congelaron las expectativas de los cineastas. El proyecto de Ley de la Cinematografía y el Audiovisual Peruano, presentado al Congreso por el Ministerio de Cultura, espera ser visto por el pleno desde noviembre de 2017, cuando fue aprobado por la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural.
La intención gubernativa de ampliar el monto de los recursos presupuestales destinados a impulsar la actividad fílmica resultó magullada. Las seis mil Unidades Impositivas Tributarias requeridas por el Ministerio de Cultura para ampliar los fondos concursables durante 2018 quedaron recortadas a la mitad. En el debate congresal se escuchó el alegato de la congresista Cecilia Chacón, opuesta al apoyo estatal a las “películas independientes”. Podemos suponer, sin temor a errar, que al mencionar “independientes” quiso decir “caviares”, teniendo en cuenta las obsesiones neo-macartistas de muchos congresistas. Para ellos, el cine peruano es un asunto de “rojetes”. Las fobias de la mayoría en la Plaza Bolívar podrían perjudicar la viabilidad de cualquier proyecto de reforma legal de promoción al cine.
Lo cierto es que esos trajines presupuestales no señalan un futuro apacible. Así como se rebajó en cincuenta por ciento los recursos solicitados para este año, en los siguientes ejercicios podrían darse recortes aún más severos. Es lamentable que el proyecto que espera ser debatido en el pleno haya desechado la creación de un fondo con recursos provenientes de un porcentaje del impuesto municipal que grava las entradas a las salas de cine, una figura que se aplica en muchos países del mundo. En vez de eso, opta por mantener la dependencia de los recursos del presupuesto de la República y, por ende, de los vaivenes políticos que rodean su aprobación anual.
Producción. Según la información recogida por la página Cinencuentro.com, en 2017 se exhibieron “53 nuevas películas de largometraje […] ya sea en el circuito comercial de multicines, donde se estrenaron 25 películas […] así como en el circuito alternativo o de festivales, que este año acogió a 34 películas […] Recordemos que el año pasado (Nota: se refiere a 2016) fueron 48 los nuevos largometrajes estrenados, mientras que el 2015 se llegó a 62 películas, y el 2014 a 39.” (Rojas, 2017).
De los 25 títulos estrenados en el circuito comercial, nueve fueron vistos por menos de diez mil espectadores. Siete, por menos de cien mil. Nueve, por más de esa cantidad. Ninguna logró sobrepasar el millón de espectadores, como había ocurrido en años previos. (Chávez, 2017) Esa constatación lleva a pisar tierra y despejar las fantasías de la supuesta construcción de una industria del cine peruano. No es posible replicar así nomás la convocatoria de “¡Asu mare!” (2013) y “¡Asu mare 2!” (2015), con cerca de tres millones de espectadores cada una. Solo dos empresas, Tondero y Big Bang, lograron mantener continuidad en su producción anual.[1]
El mercado cinematográfico peruano es acotado y tiende a la rápida saturación. Para no mencionar su sujeción a los turnos de programación de los “blockbusters” de Hollywood, fijados con mucha anticipación por las “Majors”, las principales casas de distribución del cine de los Estados Unidos. Eso explica que entre los meses de setiembre y noviembre, acabado el período de los taquilleros títulos del verano hollywoodense, se estrenase más de la mitad del total de los filmes peruanos exhibidos en las salas comerciales, dándose la coincidencia de programación de dos títulos peruanos en la misma semana, como “La luz en el cerro” y “El gran criollo”, que se encontraron el 26 de octubre. Colarse por los intersticios de la grilla de programación es la única posibilidad que tienen las películas más pequeñas o frágiles para no toparse con la “Mujer maravilla” y similares.
Tondero. Gracias al éxito de “El gran León”, estrenada en los días finales de 2017, la productora Tondero vuelve a ser la empresa que más público convoca a las salas. Lo hace con la suma de tres títulos: “Avenida Larco”, “Doble”, y la comedia con Carlos Alcántara reducido en su talla. Ninguna llegó a la cifra esperada del millón de espectadores, lo que puede resultar decepcionante para la productora de “¡Asu mare!” y “Locos de amor”. Después de todo, la percepción del éxito de una película está ligada a las expectativas por su desempeño y a los recursos movilizados en su lanzamiento. Casi ochocientos mil espectadores vieron “Avenida Larco”. Una cifra rotunda en comparación con los resultados de otras películas peruanas del año, pero que desentona si la apreciamos en el horizonte del desempeño de las producciones más importantes de Tondero en años pasados.
“Es lamentable que el proyecto que espera ser debatido en el pleno haya desechado la creación de un fondo con recursos provenientes de un porcentaje del impuesto municipal que grava las entradas a las salas de cine […]”
Público. Que la comedia es un género que atrae a públicos de diversas edades no es una novedad. El potencial económico de ese género fue descubierto, en los albores de la historia del cine, por empresarios como Pathé, Gaumont y Mack Sennet. Es verdad que los títulos más taquilleros del cine peruano reciente se afilian a ese género en sus diversas modalidades, sea comedia romántica (“El gran León”), musical (“Locos de amor”), de situaciones (otras de Alcántara y de Big Bang), con adición de rasgos grotescos (“Cebiche de tiburón”), pero hay otros factores que deben tenerse en cuenta para entender el interés de las audiencias por el cine peruano.
El público atiende a estímulos concretos, más que a tendencias genéricas. Se moviliza por una campaña de marketing de repercusión mediática y compra una entrada para ver el “paquete” ofrecido: la combinación de figuras conocidas por la televisión, el futbolista de moda pregonando su historia de éxito, o a Carlos Alcántara en clave hilarante. Y esa preferencia se refuerza si las películas están dirigidas a un auditorio familiar o se perfilan como “ficciones oportunistas”, como aquellas que aprovechan las temporadas de fiebre futbolera para explotar asuntos deportivos o que hacen coincidir sus estrenos con las fechas propicias, como el día de los enamorados, u otros.
Más que un asunto de géneros preferidos por el público (como el terror –que tuvo un momento de auge y una caída súbita- o la comedia), la asistencia a las películas peruanas se explica por la amplitud y eficiencia de cada lanzamiento individual, de la visibilidad de los actores, de la oportunidad de sus fechas de presentación y de la convocatoria a audiencias de edades múltiples. Por el contrario, los títulos que no consiguen desatar el traqueteo mediático (así sean comedias), que carecen de figuras conocidas en el reparto o que optan por desviarse de los estándares narrativos, estilísticos y de emoción propios de los filmes para multiplexes, están condenados a una exhibición desairada, restringida o confidencial. Por eso, los estrenos peruanos más logrados desde el punto de vista expresivo, como “Rosa Chumbe”, de Jonathan Relayze, “La última tarde”, de Joel Calero, y “[wi:k]”, de Rodrigo Moreno del Valle, incapaces de causar alboroto mediático o de orquestar un costoso lanzamiento publicitario, no obtuvieron el alcance que merecían.
“Wiñaypacha”. Fue el año de una película puneña, dirigida por Óscar Catacora. “Wiñaypacha” sorprendió y resultó un verdadero descubrimiento. Apostando por un estilo contemplativo y lírico, Catacora retrata las rutinas de Willka y Phaxsi, ancianos aimaras, habitantes de las alturas del sur del Perú, que esperan la vuelta del hijo que partió hacia la ciudad. Al hacerlo, entronca con algunas de las vertientes más radicales del cine actual y diseña una poética de la observación serena, de las acciones mínimas, de la desdramatización, de la potencia expresiva del sonido del viento en los campos abiertos, de la inmersión sensorial en el espacio visual y sonoro y de la experiencia del transcurso del tiempo como materia prima de las acciones.
Los otros cines peruanos. Desde hace algunos años, las películas más originales y desafiantes del cine peruano no pasan por las salas comerciales. Acaso “Wiñaypacha” nunca llegue a ser estrenada. Y lo mismo puede decirse de títulos como “Río Verde, el tiempo de los Yakurunas”, de Alvaro y Diego Sarmiento; “Todos somos estrellas”, de Patricia Wiesse; “Los ojos del camino”, de Rodrigo Otero, o “Gen Hi8”, de Miguel Ángel Miyahira. En los campos del cine documental o de ficción, realizado en cualquiera de las regiones del Perú, se multiplican los proyectos en diversas modalidades de producción, sea que recurran a fondos estatales o apelen a modalidades autogestionadas. El problema para un porcentaje creciente de las películas peruanas, de corto y de largometraje, es su acceso a la exhibición. Muchas de ellas se mantienen en la invisibilidad. Resolver ese problema es una tarea fundamental de las políticas de promoción, creando circuitos alternativos, reforzando los pocos que existen (festivales, cineclubes) y encarando la difusión a través de plataformas digitales.
(REVISTA IDEELE N° 277, FEBRERO DEL 2018)
Referencias
Rojas, L. (2017). Más de 50 películas peruanas se estrenaron el 2017. Recuperado de https://www.cinencuentro.com/2017/12/27/mas-de-50-peliculas-peruanas-se-…
Chávez, R. (2017). Análisis de la taquilla del cine peruano 2017 (Parte 1). Recuperado de https://www.cinencuentro.com/2017/12/30/analisis-taquilla-cine-peruano-2…
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