Patria y República: el papel de la educación

Escrito por Revista Ideele N°304. Junio-Julio 2022

“Hoy de pie en el umbral del Futuro, se alza el grito de la juventud: ¡Adelante, la Patria nos llama! ¡Antes, antes que todo el Perú! Levantemos la insignia peruana más arriba de la Cruz del Sur, y su estela será en nuestros cielos un camino de gloria y de luz.”

En la década de los años 60 del siglo pasado los escolares peruanos cantábamos el himno premilitar, en la hora semanal que se destinaba a un curso de instrucción que -por lo general- estaba a cargo de un personal de las Fuerzas Armadas. Los adolescentes éramos “el futuro de la patria” y nos aprestábamos a recorrer “un camino de gloria y de luz”, atentos al llamado de la Patria.

El recuerdo es pertinente en este julio de 2022, “mes de la Patria”, y en pleno bicentenario de las reiteradas declaraciones de independencia, batallas penúltimas y finales, debates y conflictos fundacionales, acuerdos y rupturas trascendentales, que pusieron fin a la colonia y dieron nacimiento al Perú.

Y en este mes de julio también es pertinente que nos preguntemos si efectivamente hemos escuchado ese llamado de la patria, si realmente ponemos al Perú “antes que todo” en nuestra vida cotidiana, en nuestras decisiones personales y colectivas, en nuestra actividad laboral y económica, en nuestro comportamiento como ciudadanos de a pie y como autoridades, funcionarios o políticos.

¿Qué es “la Patria”? Los diccionarios la asocian con el territorio o espacio geográfico, el pueblo, la región, el país, la nación, con los que nos vinculamos por motivos jurídicos, culturales, históricos o afectivos; también la relacionan con la historia, la cultura o la tradición, y le atribuyen un alto valor sentimental cuando resaltan el sentido de pertenencia a una colectividad y glorifican el “amor a la patria”.

En la célebre obra “El espíritu de las leyes”, escrita en 1747, el Barón de Montesquieu -filósofo francés de la Ilustración- distinguió tres tipos de regímenes políticos: el despotismo, la monarquía y la república; esta última es el gobierno de todos, del pueblo, y tiene como principio fundamental la “virtud política”, que consiste en que el interés particular de cada uno se subordina al interés general. La virtud política, para Montesquieu, es el amor a la patria, por el cual el bien público tiene preferencia sobre el bien propio de cada individuo.

“Y es un amor que solo existe de veras en las democracias, donde todo ciudadano tiene parte en la gobernación. Ahora bien, la forma de gobierno es como todas las cosas de este mundo: para conservarla es menester amarla. Jamás se ha oído decir que los reyes no amen la monarquía ni que los déspotas odien el despotismo. Así los pueblos deben amar la república; a inspirarles este amor debe la educación encaminarse”.

“Es en el régimen republicano en el que se necesita de toda la eficacia de la educación. (…) la virtud política es la abnegación, el desinterés, lo más difícil que hay.” (El espíritu de las leyes, Libro IV, Cap. V.)

Dicho en términos del siglo 21, no es posible una república democrática sin una educación que forje en los ciudadanos el amor a la patria, entendido como preferencia del bien público sobre el bien propio, o como primacía del interés general sobre el interés particular. La educación tiene la tarea de formar a los ciudadanos en la virtud política, que es la columna que sostiene al régimen republicano. A diferencia de lo que ocurre con las dictaduras y las monarquías, que se apoyan en el miedo y en las jerarquías, la virtud política es un valor que se forma, no es algo dado de manera natural.

El Perú actual, transcurridos 200 años desde su independización, ha sido calificado como “república sin ciudadanos” y como “ciudadanos sin república”, ya sea que se ponga el foco en la ausencia de virtud política entre los peruanos, o en la precariedad de las instituciones republicanas. Lamentablemente, una mirada autocrítica al panorama general de nuestra realidad política y de nuestro comportamiento como sociedad nos lleva a pensar que ambas afirmaciones pueden ser ciertas: “ni república, ni ciudadanos”. Y peor aún, podríamos calificarnos como “pueblo sin patria”, es decir, un país en el que con frecuencia el bien propio y los intereses particulares predominan sobre el bien común y sobre los intereses generales; un país en el que muchos de sus integrantes carecen de virtud política y de amor a la patria.

¿Cómo llegamos a esta grave situación de precariedad institucional, de disgregación social y de extrema debilidad en el sentido de identidad, de pertenencia y de compromiso con la patria? ¿Hemos sido república (“gobierno de todos”) y hemos tenido patria (“virtud política, predominio del bien común”) en algún momento de nuestra historia como país independiente? ¿Qué papel ha cumplido la educación en nuestro recorrido como proyecto (incumplido) de república y de patria? ¿Cómo sería una educación eficaz en la forja de la república y del amor a la patria?

Volviendo al himno premilitar de los años 60, cabe recordar que entonces la mayoría de los adolescentes peruanos no accedían a la educación secundaria, por lo que ni siquiera aprendieron esa canción. La exclusión de un amplio sector de la población era una característica de la educación escolar, como reflejo de la discriminación y la desigualdad que nuestra sociedad arrastra desde los tiempos de la colonia. La independencia expulsó a los españoles, pero nos dejó un régimen de caudillos, castas, corrupción y privilegios que difícilmente puede ser reconocido como “república”; históricamente, la incorporación gradual de los excluidos a una educación básica común y completa -algo que aún hoy no hemos logrado del todo- ha sido un proceso marcado por la segregación social y por la estratificación, que reproducen la injusticia y las desigualdades.

Al mismo tiempo, la educación ofrecida a los incluidos en el sistema escolar no ha sido ni es hoy eficaz en la forja del amor a la patria. La creciente segregación y segmentación por niveles socioeconómicos, el memorismo pasivo, la instrucción premilitar, la llamada “educación cívica” y el individualismo extremo de la educación nacional han obstaculizado la conformación de una república democrática de ciudadanos cohesionados y comprometidos con el bien común. Ni el colectivismo despersonalizado de las “formaciones” y los desfiles premilitares, ni el paporreteo de historias edulcoradas o nombres de personajes y de lugares, ni la glorificación del éxito individual en contextos de una competencia escolar darwiniana, que premia a los privilegiados y maltrata a las mayorías, han servido o servirán para construir una patria de ciudadanos plenos.

El régimen de vida social, pedagógica y política que caracteriza la convivencia cotidiana en las escuelas determina el tipo de contribución, positiva o negativa, que la educación puede hacer al desarrollo de la república, la democracia, la ciudadanía y el amor a la patria. Se promueven y dinamizan procesos formativos eficaces cuando la vivencia diaria y en todas los ámbitos de la escolaridad comprende situaciones reales de inclusión, de equidad, de solidaridad y cohesión; de primacía del bien común y de los intereses generales sobre el bien propio y sobre los intereses particulares; de interculturalidad y valoración de la diversidad; de respeto de reglas razonadas y acordadas; de virtud política, participación y compromiso social; de respeto a la naturaleza; de manifestación del espíritu crítico y el afán propositivo.

Por el contrario, por muy democráticos y patrióticos que sean los contenidos oficiales del currículo escolar prescrito, si el régimen de la escuela es -como suele ocurrir- segregador y selectivo, autoritario, vertical, rutinario, competitivo, despersonalizado, discriminador, descontextualizado y memorístico, en vez de formar contingentes de ciudadanos republicanos, la escuela produce individuos desarraigados y desapegados, inclinados a desconfiar de los demás, a imponer sus intereses particulares ignorando el bien común, a tolerar la corrupción y a preferir el orden impuesto por autoridades despóticas, aunque vistan de vez en cuando la camiseta bicolor.

En el “umbral del futuro”, que es hoy y es mañana, la contribución de los educadores al desarrollo del Perú como república justa y democrática se dará transformando cada institución educativa en una “patria chica”, en la que las nuevas generaciones de ciudadanos experimenten día a día los valores y los beneficios del régimen de convivencia social, pedagógica y política solidaria, diversa y transformadora que queremos para nuestra sociedad. El amor a la Patria nacerá del compromiso afectivo y racional con la comunidad escolar, local, regional y nacional.

Sobre el autor o autora

Manuel Bello
Ex decano de la Facultad de Educación de la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Ex consejero del Consejo Nacional de Educación

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