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Revista Ideele N°304. Julio – Agosto 2022Al alcalde lo ha matado la mina, señor periodista. Y la gente de la capital como si nada, y los directivos de la minera silbando con las manos en los bolsillos, y los niños de aquí con ronchas en las manos y las mejillas. Unos veinte universitarios han venido con carteles a protestar, pero se han cansado y se han ido a la ciudad sin ánimos. Así ha sido.
El lunes, Elías amaneció con que los malos sueños y con que ya se viene la resolución favorable para indemnizar al pueblo. Se levantó temprano y fue al municipio tomando el sol por la vereda. De vez en cuando se apeaba en las paredes y postes. Así ha llegado a su oficina. Ha puesto la foto de nuestros hijos en su escritorio, la ha limpiado y la ha mirado por largo tiempo, algo raro ya. También ha recibido a varios dirigentes de las comunidades más altas, descontentos también por lo de las aguas, con eso de que se manden las muestras al extranjero porque en Lima ya no se puede confiar, y con eso de que sus animales se mueren de la nada, se enflacan o se quedan ciegos.
El último visitante al que atendió fue a don Lino, que bien lo conocen en otras comunidades como brujo malero. Han hablado un buen rato. Dicen que le ha dicho al Elías que eso de su enfermedad no es maldad, no es cochinada, sino contaminación por mercurio. Claro, pues, de tanto atender a los enfermos que dejó el derrame de la mina, de tanto visitar sus casas y de velar por ellos. Ahí los niños guardaban el mercurio en bolitas para jugar y las mamás lo utilizaban como azogue para curar del susto. Imagínese que la mina pagaba para que la gente lo recogiese como pudiera.
El Elías se puso muy malo para el martes. Dijo que le pongan su caset de Los Jilgueros, pero ni aun así se ha mejorado su humor.
Vomitaba en el desayuno, vomitaba en el almuerzo, y con eso de que ya no podía respirar muy bien, ni con la infusión de eucalipto, señor periodista. No fue a la Municipalidad, ya no tuvo ganas de ir. Como buen alcalde, ese local le daba ánimos con sus paredes limpias y sus tejas rojas. Pero ya no fue, y se quedó a mirar a su gallo. A cariñarlo por los bucles y a jalarle despacito la cresta. “Carajo, mi cholo”, le decía. Yo lo escuché desde la cocina. La casa estaba iluminada y silenciosa, los niños estudiando en el colegio y la abuela tomando sol y mirando la chacra.
Más dirigentes universitarios vinieron a buscarlo, pero no los recibió. Muy mal ya se ha de haber sentido, porque todo ese día se quedó en la casa, aburrido y con adormecimiento en las piernas. Aunque por la tarde se ha puesto a desarmar una mesa, a sacar las tablas más largas y más bonitas. Se puso a lijarlas y a rayarlas con un lápiz y una regla. Cortó unas maderitas rectangulares hasta que llegó la noche y se fue a dormir cansado.
El jueves, de pesares nomás. Elías ya no se podía levantar de la cama y hablaba con las justas. Que le dolían los brazos, que las piernas, que el corazón solo golpes, que le daba un cosquilleo feo en las manos y en los pies. El médico de la posta ha venido y ha hecho lo que ha podido. Nos dijo que de inmediato lo llevemos a la ciudad para que de ahí lo trasladen a Chiclayo. “Urgentísimo”, dijo. Que como es alcalde, de seguro lo atienden rápido. Que lo trasladen en avión si es posible.
Pero Elías no quiso. En cambio hizo que lo manden llamar al Lino. Y este vino como el rayo, con sus cachivaches en una alforja, con su sombrero y sus zapatillas. Tendió su poncho e hizo mesa.
El Lino cuenta que mi esposo no le pidió una sanación, sino ver las cosas que pasarían. Y aunque Lino le ofreció una muerte más tranquila, mi Elías solo quería ver el futuro. El Lino le dijo que luego de morirse, conocería otros países, que sería una persona importante, que sus hijos serían profesionales y su mujer una señora conocida, dizque. Y Elías se quedó tranquilito. Luego hizo que llamaran a la gente de la mina. Y como supusimos, no vinieron… “ni sus polvos”, dijo, y se rio bajito.
Se puso grave por la tarde. “Carajo, mi cholo”, le decía una y otra vez a su gallo. Luego se ha echado y se ha puesto a mirar el cielo con sus nubes blancas. Pero miraba como sin mirar. “Mis hijitos van bien en la escuela”, le decía al Lino. “Mis cholitos, carajo. Estudiosazos mi Juan, el Lizardo y la Camila, ¿diga?”
Y con un temblor se quedó quieto y ciego sobre el poncho que le habían tendido, muerto junto a unas hierbas y unas estampitas.
Tristeza, nomás, fueron esos días.
Pero… aun así, señor periodista, al final resultó que se cumplió algo de lo que dijo el Lino: mandaron muestras de los órganos de mi esposo al extranjero para que las analicen. Así fue que la mina pagó algo de plata a la comunidad. Alguito, malo que bueno, porque casi todo se lo llevaron los abogados.
Ahora, mire, con este asunto de la nueva exhumación y con que el cuerpo de mi esposo ha desaparecido, la gente se ha puesto como loca hablando de movilizaciones. Yo ya no me meto en eso…
Incluso a la foto de mi esposo ya le ponen velitas y dizque le van a hacer un altarcito. Yo les digo que gran persona sí ha sido, buen alcalde, pero que con eso de santo ya qué dirán los padres españoles de la capilla, los Martínez. Se enojarán de seguro.
– ¿Y eso de las maderitas?
Ah, eso fue para hacer un marquito para la foto de nuestros hijos. ¿Quiere verlo? Ahí lo han puesto, junto a las velas y a la resolución del Gobierno.
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