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Revista Ideele N°278. Mayo 2018Cómo acercar a Perú, Chile y Bolivia
Con Martín Vizcarra como presidente y César Villanueva como primer ministro, el Perú buscará reconciliarse consigo mismo, tras una guerra política que en realidad comenzó a librarse desde el mandato de Ollanta Humala y que se intensificó desde que asumiese el mando Pedro Pablo Kuczynski. La posibilidad de que vuelva la tranquilidad al país es incierta: son tales los intereses en juego, como librarse de la picota de las investigaciones de la Fiscalía sobre los sobornos de Odebrecht, que el reinicio de las hostilidades podría estar a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, otra reconciliación que parece imposible en realidad no lo es. Nos referimos a la que lograría la armonía entre tres pueblos hermanos: Perú, Chile y Bolivia. Por el lado peruano las cosas andan bien, nuestras relaciones con ambos países son las mejores y se han relanzado con los gabinetes binacionales, cuyas conclusiones potencian la integración con nuestros vecinos en todas las áreas de gobierno.
No obstante, la situación entre Chile y Bolivia es inversa: ambos países acaban de concluir la fase oral del litigio que el segundo le sigue al primero en la Corte Internacional de Justicia y la tensión está al máximo, pues este proceso no ha venido acompañado de políticas de distención y acercamiento como las que aplicaron el Perú y Chile cuando enfrentaron una circunstancia análoga entre los años 2008 y 2014. En todo caso, lo que quiero expresar es mi convicción de que la complejidad del problema que hoy ventilan los jueces de La Haya responde más al punto de vista nacionalista con el que se le enfoca que a su intrínseca dificultad. Pasemos al análisis.
Como sabemos, Bolivia le reclama a Chile, ante la CIJ, iniciar negociaciones que concluyan en la obtención de una salida soberana al Océano Pacífico y es en la definición del concepto soberanía donde se sostiene el eje central del problema. En realidad, ambos países están pensando en soberanía como se pensaba en el siglo XIX, es decir, como la defensa, con la vida y la sangre, del último centímetro del territorio nacional. De esta mirada nos habla el filósofo alemán Jürten Habermas en su célebre Más Allá del Estado Nacional, donde señala que en la decimonovena centuria los estados modernos le sustrajeron al ciudadano parte de las libertades civiles conquistadas por la Revolución Francesa de 1789 para cedérselas a su nación, rodeada por otras entidades análogas que amenazaban su existencia.
Es por esa mirada que ambos países no han alcanzado un acuerdo a pesar de venir discutiendo el tema prácticamente desde que Chile invadiese el litoral boliviano en 1879. Y es también por eso que en La Haya se manifiestan posiciones básicamente antagónicas: Bolivia quiere una salida soberana al mar, mientras que Chile se niega a ceder su soberanía para que el “contrincante” alcance dicho objetivo.
Los fallos posibles y las posibilidades reales de una solución
Aunque los fallos de la CIJ se caracterizan por su complejidad, esto es, distan de darle toda la razón a una parte o la otra, en este caso es difícil pensar una postura intermedia; lo más probable es que la Corte, o le señale a Chile que debe negociar con Bolivia su salida soberana al Océano Pacífico, o falle algo distinto que implicaría que no pese sobre Chile dicha obligación.
De producirse el primer caso, Chile debería allanarse a otorgarle pronto a Bolivia un puerto soberano en el Océano Pacífico. Si le restamos al tema la mirada nacionalista, el país de la estrella solitaria obtendría tanto o más que su vecino si acatase la sentencia de la Corte. No solo ganaría con el incremento del comercio boliviano en sus costas en tiempos de intercambio comercial y globalización, sino que potenciaría su imagen país ante el mundo. Al respeto, Chile convalidaría la autoimagen del país respetuoso de los tratados internacionales y reflejaría, ante la colectividad mundial, las virtudes de la solidaridad internacional y de la integración vecinal, que es un déficit que siempre ha preocupa a los responsables de su política exterior. Por descontada queda la eterna gratitud de Bolivia, lo que reconfiguraría favorablemente las relaciones entre los países sudamericanos.
De producirse el segundo caso, Bolivia debería eliminar, de su pretensión marítima, la condición de la soberanía y por varias razones. La primera es ella misma, toda vez que su identidad nacional reposa en el anhelo de alcanzar las aguas del Pacífico y no es justo condenar a una colectividad al duelo eterno de la pérdida de su costa durante la Guerra del 79. La segunda es que los fallos de la CIJ, la máxima instancia jurisdiccional del planeta, están hechos para acatarse, más aún si es la propia Bolivia la que ha recurrido a sus fueros. La tercera es que, con un fallo a su favor, Chile tendría la razón jurídica de su lado y difícilmente perderá motu proprio lo que ganó en La Haya.
Sin embargo, de presentarse este escenario, Bolivia podría tentar la obtención de un puerto en las costas chilenas pero sin soberanía, a manera de concesión por ejemplo. De hecho, si esta mirada -que es la del siglo XXI- estuviese instalada en las partes, hace mucho tiempo este problema, que agobia a todos los sudamericanos, estaría resuelto.
Qué pasa si gana Bolivia y se propone una salida por Arica. El “síndrome del muro de Berlín”
Es verdad que el Protocolo Complementario al Tratado de Lima de 1929 establece que el Perú debe ser previamente consultado y autorizar cualquier cesión chilena del territorio de Arica a un tercer Estado, tanto como Chile debe hacer lo propio ante cualquier cesión peruana de territorio de Tacna. Sin embargo, esta indicación suele interpretarse como que el Perú tiene necesariamente que oponerse a la eventual cesión chilena de un trozo de su costa ariqueña a Bolivia y eso no dice el referido Protocolo.
Y es aquí donde alcanza al Perú la mirada nacionalista del siglo XIX. Lo que pasa es que nuestro concepto de soberanía, reitero, es de hace dos siglos y nuestra idea de frontera es la de un muro, como el de Berlín, donde los soldados tienen orden de disparar a matar a cualquiera que se acerque. Definitivamente, la renuncia que se espera de Bolivia, imprescindible para alcanzar cualquier acuerdo, es a la vieja pretensión del corredor soberano. ¿Qué es lo que se pretende? ¿un extravagante espacio de cientos de kilómetros de largo y algunos metros de ancho, amurallado de ambos lados solo para obtener continuidad territorial hasta un puerto en el Océano Pacífico?
La idea es, per sé, irracional y más en tiempos de globalización. Basta de muros, de alambradas, de soldados, lo que necesitamos son trenes, carreteras, puentes aéreos, puestos aduaneros libres de aranceles, si es posible trinacionales, y una policía de aduanas, también trinacional, para combatir el contrabando que es muy fuerte en esa región. Sucede, que ya sea por Antofagasta, como por Arica, siempre hemos imaginado la salida boliviana al Océano Pacífico como un muro que, o separará indefectiblemente al Perú y Chile, o partirá en dos a este último país. Abandonemos ese planteamiento absurdo; el muro de Berlín, felizmente, ha caído.
Dije, comenzando estas líneas, que este problema es complejo por la manera como lo enfocamos. A un puerto, solo a un puerto se reduce un tema que nos ha enervado y preocupado demasiado tiempo a chilenos, bolivianos y sudamericanos en general. Lo que antes veíamos como una separación, hoy deberíamos ponderarlo como una alianza estratégica, tripartita, me estoy imaginando un TLC de Perú, Chile y Bolivia con el mundo, y a una Bolivia integrándose, más tarde, a la Alianza del Pacífico. Este debería ser nuestro horizonte.
(REVISTA IDEELE N° 278, ABRIL DEL 2018)
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