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Revista Ideele N°281. Setiembre 2018Si te puedes sentar quieto frente a noticias difíciles y dolorosas, si puedes quedarte perfectamente calmado frente a complicados momentos financieros, si puedes ver a tus amigos y vecinos viajar a lugares fabulosos sin sentir una gota de celos, si puedes comer feliz lo que sea esté puesto sobre tu plato, si puedes dormir luego de haber estado corriendo durante el día sin necesidad de pastillas o una copa de vino, si puedes hallar satisfacción en donde sea que estés, existe una muy alta probabilidad de que seas un perrito y no un ser humano.
R. Siegel
En las últimas décadas numerosos discursos acerca de nuestra naturaleza han inundado nuestra psique al punto de convertirse en normas. Hoy por hoy, estamos expuestos a distintas narrativas que nos coaccionan y aprisionan. Los famosos “deberías” han calado en lo más profundo, y han tomado el mando de nuestra agenda emocional.
Uno de los discursos más penetrantes en la sociedad actual es acerca de la FELICIDAD. Continuamente estamos expuestos a multiplicidad de medios que nos inyectan la ilusión de que la felicidad es:
1. Sentirse bien la mayor parte del tiempo
2. Todos deberíamos ser felices y somos felices por naturaleza
Esta es la mitología que juntos hemos construido y con la que interactuamos continuamente. Por ejemplo cuando entras a Facebook y escribes publicaciones o subes fotos que dan cuenta de una vida distinta a la que realmente vives, en la que todo “Está bien” y Está llena de buenas noticias”. Con esto, no estoy diciendo que no debiéramos compartir dichos mensajes o imágenes, sino hacer énfasis en el carácter en muchas ocasiones ilusorio de estás, y en la penetración de dichos discursos.
El sufrimiento y/o insatisfacción humana es parte de nuestra esencia como especie, y está literalmente enraizada en nuestra neurología. Nuestra supervivencia como especie humana ha dependido de ello. Si nuestros ancestros no hubieran enfocado su atención en las posibles amenazas ambientales, como por ejemplo un tigre dientes de sable, no hubiéramos sobrevivido. Sin embargo, hoy por hoy muchos de los tigres dientes de sable ya no están afuera sino adentro, generando desazón y dolor. Además, los estándares aprendidos acerca de la felicidad nos subyugan e incrementan el dolor, en tanto concluimos que deberíamos controlar lo que sentimos y pensamos.
Entonces, ¿que es la felicidad realmente? Desde mi punto de vista, implica poder y querer sentir todo el bagaje posible de emociones, sin necesidad de lucha o defensa alguna. Significa sentir y experimentar el famoso “Ya fue” y dejar ir aquello que te amarra. Significa dejar ir los estándares aprendidos acerca de que es lo que supuestamente significa ser feliz. Significa ampliar la perspectiva. Significa desaprender lo aprendido, o por lo menos ser capaz de cuestionarlo. Significa vivir intensamente. Significa cambiar la relación con uno y con el resto.
Nuestra mente es un Cuentacuentos profesional y estamos diseñados para escuchar lo que dice como si fuera gran prioridad y verdad. Muy pocas veces ponemos en duda sus veredictos. Nuestra libertad está en caer en la cuenta de que podemos elegir los discursos que conforman nuestra realidad. Nietzsche tenía mucha razón cuando decía en su fábula de las tres transformaciones que la última implicaba convertirse en “niño”, es decir ser capaces de posicionarse lúdicamente frente a lo que antes percibíamos como verdades o pilares de nuestro razonamiento. Convertirnos en niños o en perritos como señala el profesor de Harvard, Ronald Siegel, es una excelente analogía para el camino que tenemos todos para encontrarnos a nosotros mismos y ser capaces de conectarnos con el resto. Esta es la base de lo que hoy por hoy se conoce como Mindfulness o Consciencia Plena.
(REVISTA IDEELE EDICIÓN N° 281, SETIEMBRE DEL 2018)
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