Contra la tradición: “El Lima antiguo” de Manuel González Prada

Escrito por Revista Ideele N°284. Marzo 2019

Introducción

Miembro de una clase social de la cual no se sentía parte y a la cual unía solo la posición social, el abolengo y el espacio habitado, Manuel Gonzáles Prada (1844-1918) ha pasado a la historia de las letras y el pensamiento nacional como un furibundo fustigador de las verdades del Perú luego de la derrota frente a Chile. Crítico acérrimo de la casta política de su época.

Considerado como Maestro y guía por José Carlos Mariátegui, César Vallejo, Víctor Raúl Haya de la Torre y Abelardo Sánchez León, la figura de Don Manuel Gonzáles Prada se encuentra ligada a la protesta, el reclamo, la juventud y el cambio. Aunque la recepción y estudio de su producción poética se ve empañada por sus discursos panfletarios y su prosa crítica, la figura intelectual de Manuel Gonzáles Prada se mantiene incólume en el canon de las letras peruanas.

José Manuel de los Reyes Gonzáles de Prada y Álvarez de Ulloa, tal era su verdadero nombre, nació y vivió en Lima. Fue descendiente de una de las familias más encumbradas de la Lima de aquellos años.[1] Hombre autodidacta, si bien estudió en Valparaíso y luego en el Seminario de Santo Toribio y en el Convictorio San Carlos; las rentas familiares le permitieron vivir sin trabajar. Acaecido el desastre frente a Chile, Gonzáles Prada se recluye por dos años en su casa. Gonzalo Portocarrero señala que a diferencia de Palma, Gonzáles Prada va de la literatura a la política.

I

El Lima antiguo es un texto breve que condensa muy bien la mirada desdeñosa, crítica y apabullante de Manuel Gonzáles Prada contra el periodo colonial y el imaginario construido por Ricardo Palma en esa visión risueña de la sociedad colonial. Si bien en Palma existe una crítica de tono menor hacia la Colonia esta se ve reducida por el tono jocoso con el que el narrador de sus Tradiciones comenta las acciones de los personajes y sus excesos. Aunque nunca fue publicado, El Lima antiguo permite un acercamiento de la consideración que González Prada tenía hacia el periodo colonial y hacia un corpus letrado que había formulado una mirada amable de nuestro periodo virreinal.

González Prada comienza el texto con la siguiente pregunta: ¿Qué era el Lima de la Colonia? Curiosa e interesante manera de comenzar el texto, pues marca dos derroteros importantes a los largo de su exposición. El primero de ellos es la focalización hacia un periodo específico, que al ser comprimido hace que la visión mostrada sea abyecta, este periodo es: la Colonia; el segundo derrotero del texto es el espacio: Lima, como centro imaginario del espacio geográfico dominado por el poder español y como espacio que remite al periodo colonial. Con estas elecciones González Prada crea una unidad significante de valor negativo que a continuación aprovechará para desacreditar. Con este desplazamiento, González Prada se apropia de un signo que parecía pertenecer a la obra de Ricardo Palma, es decir toma un cronotopo ya institucionalizado. La operación de don Manuel es desmontar el aparato ya constituido por la tradición, la lectura y la oficialización de un autor vinculado estrechamente y reconocido por el aparato político de poder.  Un fragmento del texto puede dar más luces sobre lo expuesto anteriormente:

Y sin embargo, hay quienes añoran los tiempos de la Colonia y lamentan la desaparición del Lima antiguo con sus palacios de caña y barro, sus balcones seudo-moriscos, sus calesas tiradas por jamelgos asmáticos, sus velos de sebo chisporroteando en faroles de vidrios terrosos y jamás completos, sus inquisidores de virtud incierta y de mugre segura, sus médicos a mula por fuera y por dentro, sus tapadas bien olientes de la cintura para arriba, sus aguadores de burro matado y pipas grasientas, sus marqueses de barboquejo y babador, papanatas, bellacos, gurruminos y bujarrones. Descubren y celebran un Lima poético en la ciudad […] (pp 29-30)

Este fragmento expone una imagen crítica hacia el periodo colonial y sus componentes urbanos. Pero también desacredita la poética de Ricardo Palma.

II

La mirada reductora de Manuel González Prada sobre las características del virreinato peruano se sostiene sobre dos espacios: el templo (religioso) y la alcoba (lugar de intimidad sexual). Con estos elementos el encuadre discursivo quedará completo, pues el texto aborda la moralidad, el saber y el gobierno de los cuerpos entre los miembros de la sociedad colonial.

El primer ataque se centrará en la institución de la Iglesia católica. Fanatismo, no religión, es lo que señala nuestro autor para designar a las creencias de los limeños de entonces. Un espacio donde el fetiche y culto a la imagen tiene lugar, donde la irracionalidad impera. Para González Prada, la fe en el ícono religioso gobernaba la mente de los hombres; hiperbólicamente lanza una situación hipotética: si a los hombres de aquella época se les hubiese dicho que la Señora del Carmen se encontraba en el cerro San Cristóbal, todos ellos hubiese subido a la cima sin pensarlo. El uso cuasi primitivo de la religión en este aspecto hace decir a González Prada que la religión no consistía en ningún perfeccionamiento moral sino en la maquinización de ciertos gestos. Según él, la enajenación motivada por la religión es la que no permite la iluminación de la razón en la mente de los hombres; en el caso de los sacerdotes, se crea una tipificación que ayuda al ataque discursivo, pues se habla del sacerdote, mencionando que este reinaba como un ser superior con una misión divina. Para nuestro autor, nada de esto era posible pues el personaje en cuestión era solo un ejemplar de todos los vicios. Una vez más la acumulación y simplificación de información crea una imagen recargada de aspectos negativos para la función ideal del personaje mencionado. Se critica el excesivo poder que detenta este miembro del sector eclesiástico, es más podemos inferir que la crítica abarca todo el aparato clerical sin importar las jerarquías. Finaliza el párrafo con una larga frase lapidaria: “No se necesita insistir, que el atraso de un pueblo se revela en la supremacía del sacerdocio”. 

A continuación González Prada se refiere a la negación del amor: la concupiscencia. Recordemos que este es un autor ligado al positivismo, y aunque haya sido un rebelde en su época, ciertas actitudes hacia las acciones humanas nos pueden parecer ahora algo intransigentes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las críticas no se dirigen hacia la acción, digamos, vacía, sino hacia las prácticas de cierto sector de la sociedad que preconizaba la limpieza de sangre y superioridad racial. En relación al intercambio carnal, González Prada crea un fresco de una sociedad sucia y lasciva, donde en la casa, las calles, los templos y en absolutamente todo lugar había espacio para la sensualidad y apetito sexual. Como si literalmente el sujeto colonial blanco (porque es al cual ataca) se encontrara inmerso en un enorme caudal de oferta sexual. No duda en calificar a Lima de ciudad enferma sufriente de un erotismo crónico. Menciona que todos los miembros masculinos de la sociedad (casados, solteros, sacerdotes, laicos, virreyes, cargadores) giraban alrededor del falo, es decir la crítica va hacia ese disfrute excesivo, esa carnalidad desbordante, la sensualidad siempre latente y la sexualidad casi omnipresente que gobierna el cuerpo social. Ese disfrute que hace a los hombres menos racionales y más fanáticos. Lo cual no estaría mal si el sexo fuese un gozo más puro y no solo carnal, tal vez González Prada creía en una realización amorosa que negara la sensualidad, o tal vez creyese en una relación amorosa con fines racionales y no como mero goce efímero. Sin embargo la caracterización de la Lima colonial, como lo había señalado en las primeras líneas, se puede reducir en el fanatismo por el culto a las imágenes y al vicio de los placeres sexuales. De tal manera contrapone dos aspectos divergentes entre sí para crear un signo aberrante de la sociedad.

En relación al intercambio carnal, González Prada crea un fresco de una sociedad sucia y lasciva, donde en la casa, las calles, los templos y en absolutamente todo lugar había espacio para la sensualidad y apetito sexual.

III

En cuanto a la mujer de la colonia dice que esta no tenía ninguna función social de relevancia, y critica el uso casi de objeto que esta recibía antes, durante y luego de agradar al marido. Es decir, González Prada no critica a la mujer tal cual ella es, sino tal como ella ha devenido a ser en una sociedad corrupta en sus órdenes morales.

La siguiente crítica de Manuel González Prada se dirige hacia la crianza de los niños, a los que se dejaba al cuidado de las amas, sin ningún criterio de enseñanza. Para nuestro autor los padres de ese entonces no inspiraban ningún respeto, pues en sus propias casas daban muestras de una moral depravada. La crítica constante en este punto es el amancebamiento entre los hombres blancos con sus esclavas, como perversión del orden social.

Como miembro de una época y clase social dirigente, las críticas de don Manuel hacia el intercambio libidinal es casi una muestra de cierto rechazo al mestizaje. Es decir, no critica el abuso de poder ejercido por un hombre blanco sobre sus esclavas afrodescendientes, sino el hecho de que este hombre blanco tenga que compartir fluidos íntimos con una mujer que no es de su misma condición étnica ni social. Este rechazo da muestras de su posición histórica en el pensamiento de las ideas en el Perú, y aun cuando sea un personaje de avanzada en cuanto al ideario nacional, debe tomarse en cuenta que su propio discurso mantiene fisuras en cuanto a la sociedad y a los miembros que forman parte de ella.

Para González Prada la vida social de la colonia era un tránsito de acciones sociales sin ninguna relevancia intelectual, ya que los hombres ocupaban sus tertulias nocturnas no a la manera en la que los miembros de su generación lo harían, es decir en conversaciones literarias y discusiones filosóficas, sino en chismorreo sobre asunto de mezquina relevancia para el desarrollo de ideas, como lo puede ser al llegada de un galeón al Callao, algún milagro de Santa Rosa, etc. Es decir, para González Prada todo acto de interés de la nobleza limeña de antaño no es más que un cúmulo de tiempo perdido en asuntos comunes.

Luego de haber lanzado sus críticas hacia el tráfico carnal del que hacían uso los hombres de la sociedad colonial, don Manuel también enfilará sus baterías contra las mujeres. Esto es curioso porque ya líneas antes había mencionado que la mujer tenía los rasgos de inútil porque no tenía otra función más que satisfacer al marido en la alcoba. Sin embargo, algunas líneas después, centrará su crítica hacia la mujer como figura materna, aquí hace eco de las críticas que se hacían a la crianza de los hijos en el Mercurio Peruano, es decir se apunta hacia el rol natural de la mujer como madre al cuidado de sus críos. Sin embargo, como recoge don Manuel, las mujeres de este periodo eran solo madres al parir, pues luego de eso abandonaban a sus hijos al cuidado de las esclavas negras. Otro mención importante es la ironía con la que habla de la mentalidad monárquica de las mujeres en cuanto al gobierno social, mas no así en cuanto al intercambio carnal con los hombres, sobre lo cual González Prada señala: “las limeñas profesaban en asuntos de amor un republicanismo verdaderamente democrático”. Un rasgo positivista sobre este asunto es el de dotar a las mujeres (blancas) de la responsabilidad de mejorarla especia. Pues según nuestro autor al relacionarse con el negro, las mujeres limeñas no e acercaban a este por su hermosura, sino por la fuerza lujuriosa de “mono y sátiro”. Líneas abajo volverá a dirigirse hacia el sector clerical de la sociedad, está vez aunado a la lujuria de la mujer limeña, ya que, según él, el acceso que tenían ciertos capellanes hacia las familias pudientes lo hacían formar parte de las mismas, lo cual aprovechan de manera no sancta para actuar como “iniciador de doncellas, consolador de viudas y coadjutor de casadas”.

La sociedad limeña de aquél entonces tal cual la muestra González Prada es una sociedad  aberrante, gobernada por la estupidez y el sexo pecaminoso, o demasiado lujurioso. Una sociedad, según él nuevamente, en la que sus miembros habiendo olvidado sus responsabilidades como miembros de una sociedad se abandonan al gusto de los placeres. Lo que para González Prada es crítico en esta sociedad es la existencia de una inversión en el actuar de sus miembros. Puede notarse cierta amargura hacia una nobleza que nunca pudo construir nada y cierto reconocimiento hacia el actuar del negro, para quien guarda cierto humanismo, aunque solo de manera negativa, en tanto se critica a la nobleza.

Este tipo de sociedad, para González Prada, debió su liberación a los ejércitos de San Martín y Simón Bolívar. Denota cierta amargura por algo que no pudo darse desde adentro y que tuvo que esperar ser resuelto desde los exteriores. Caso doblemente interesante: no solo fueron extranjeros los que tienen las ideas más avanzadas de su tiempo, sino que ese mismo grupo de extranjero fueron los que lograron expulsar al dominio español de las Américas.

Una vez más, la crítica despiadada contra esa sociedad limeña ya en tránsito a desaparecer no solo debe ser mal recordada sino que debe criticarse a quienes intenten crear un imaginario de locus amoenus sobre ella. La crítica una vez más se dirige hacia Ricardo Palma.

(REVISTA IDEELE N° 284, FEBRERO DEL 2019)

[1] Gonzalo Portocarrero. “De la culpa a la responsabilidad: Gonzáles Prada y su presentimiento de una épica nacional”. La urgencia por decir nosotros. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2015. Pp. 131-169.

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