POLÍTICOS y políticos

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Revista Ideele N°287. Agosto 2019

En el mejor sentido de la palabra un político tendría que ser una persona que trabaja por el bien común y tiene como objetivo servir a sus conciudadanos y compatriotas. Sin embargo, ser considerado un político eficiente en el Perú ha devenido en algo que tiene cierta equivalencia con el adjetivo ‘mañoso’. Hay que sabérselas todas, sospechar de todos y si es posible engañarlos. Es el arte de conseguir votos sin trabajar en beneficio del pueblo, que en el caso de estos ‘políticos’ está sometido a sus intereses personales o del partido en que militan. 

Como el sistema está corrompido hace largo tiempo, muchos, en especial los representantes de los poderes fácticos, reclaman a los operadores políticos, con los que suelen entenderse bien, porque aceptan recibir ‘favores’ o hacer de intermediarios ante los otros políticos que también son parte del sistema de corrupción. Pretender desaparecer este ‘mecanismo’ es una lucha de titanes en la que la mayor parte de los actores están dispuestos a defender sus prebendas a toda costa. Cuando alguien honrado accede a un puesto importante y no está dispuesto a transar, el sistema se encarga de hacerle pisar algún palito o encontrarle ‘algo’ en el pasado para que se vaya. Los incorruptibles son muy incómodos para los corruptos que se sienten amenazados y pasibles de ser descubiertos y denunciados. Por eso en nuestra historia tenemos casos de algunos pocos honrados caballeros que nunca hubieran aceptado un penique, pero que preferían cerrar los ojos a lo que evidentemente ocurría a su alrededor. Nuestro sistema público está infestado de corruptos, pero están sostenidos por los corruptores. Así ha funcionado en nuestra época republicana como puede verse del libro ‘Historia de la corrupción en el Perú’ de Alfonso W. Quiroz. Por eso, es gracioso ver que algunos comentaristas limeños se quejan de la corrupción que ha ‘causado’ la descentralización, cuando todos sabemos que cuando todo estaba centralizado era igual o peor.

Lograr revertir el problema –y ahora con Odebrecht tenemos la oportunidad– va a ser muy complicado. Hay grandes intereses, en especial de los corruptores, en que una vez más dejemos las investigaciones inconclusas o las pasemos por agua tibia para que todo vuelva a la ‘normalidad’ y recuperemos el crecimiento económico, cuando las cifras muestran todo lo que hemos perdido por la corrupción. Hay que apoyar a los fiscales y jueces que en algunos casos pueden estar cometiendo excesos, pero que están haciendo un trabajo que nunca antes se había hecho en nuestro país. Ojalá puedan llevarlo adelante hasta el final, caiga quien caiga.

Hay que separar al poder económico del Estado prohibiendo las puertas de vaivén y teniendo muy claro que el sector empresarial lo único que desea es hacer más utilidades y para esto pretende que los políticos les hagan caso, porque de lo contrario el crecimiento económico se detendrá o sufrirá deterioro.

Todo esto pasa por la recuperación del verdadero significado del POLÍTICO con mayúscula, dejando de lado a los ‘políticos’ con minúscula que con pocas excepciones son los que han estado a cargo, claro siempre bajo las órdenes de los corruptores que siempre se han escondido bajo la disculpa que sostiene que el soborno es necesario, porque de otra manera el sistema no anda. Estamos así metidos en un círculo perverso del que no tenemos cuando salir.

Tenemos que empezar por reconocer que el capital no tiene patria (pocas empresas y empresarios son la excepción) y que su único objetivo es hacer utilidades sin importarle lo que pueda pasarle al país. Hay que dejarlos que hagan sus negocios, pero obligándolos a respetar la ley y sancionándolos duramente por cualquier intento de corrupción, no solo mediante el soborno, sino también cuando interfieren buscando sus beneficios en la elaboración de leyes o en la administración de justicia. Al mismo tiempo tenemos que poco a poco mejorar los sueldos del sector público para que sea atractivo para los mejores alumnos de las universidades que además tengan vocación de servicio. Hay que separar al poder económico del Estado prohibiendo las puertas de vaivén y teniendo muy claro que el sector empresarial lo único que desea es hacer más utilidades y para esto pretende que los políticos les hagan caso, porque de lo contrario el crecimiento económico se detendrá o sufrirá deterioro. El crecimiento del sector privado ha devenido en el incremento exponencial de su poder y capacidad de interferir descaradamente en las políticas públicas. Con la disculpa de que todo debe sacrificarse al crecimiento económico se pretende olvidar que las leyes son para proteger a los más débiles y que los gobiernos están para defenderlos, porque de lo contrario –como decía von Mises– ‘los lobos se comen a los corderos’.

No pretendo restarle importancia a la economía y de los que su buena administración puede hacer en beneficio de los más pobres, pero tampoco es lo único en lo que tenemos que trabajar. La construcción de instituciones sólidas y también de infraestructura es tan o más importante que darle facilidades al empresariado para que haga mayores utilidades con el nombre de hacer más atractiva la inversión. 

Sobre el autor o autora

Alonso Núñez del Prado Simons
Magíster en Derecho de la Integración y en Derecho Constitucional. Master of Business Administration (MBA), graduado en Lingüística y Literatura, Filosofía. Fundador y director ejecutivo del Observatorio de Cumplimiento de Planes de Gobierno. Profesor universitario, árbitro de la Cámara de Comercio y conferencista. Presidente y director de varias entidades del sistema asegurador.

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