Escrito por
Revista Ideele N°288. Octubre 2019Causa curiosidad las similitudes existentes entre los presidentes Valentín Paniagua y Martín Vizcarra. Ni Vizcarra ni Paniagua eran limeños. Ninguno de los dos formaba parte del stablishment político de la élite limeña, en un país centralista y discriminador del “provinciano”. A la vez, ambos llegaron a la presidencia no por haber sido elegidos, ni tampoco por haberlo querido en primera instancia sino porque las circunstancias los colocaron en esa posición. En el caso de Paniagua, debido a que era el congresista no fujimorista que ganó más consenso moral después de la caída del fujimorato; en el caso de Vizcarra, por encontrarse en la plancha presidencial de PPK, y en tanto que vicepresidente, asumió la Presidencia de la República después de la renuncia de Kuczynski.
Tanto a Paniagua como a Vizcarra la Presidencia no fue algo buscado, sino algo que tuvieron que asumir. Pero, a pesar de ello, supieron estar a la altura y asumieron la responsabilidad. La responsabilidad es un concepto moral de suma importancia: es la otra cara de la libertad y de la autonomía. Se trata algo que se asume libremente y que coloca a la persona que lo hace en condiciones de actividad moral. Quien asume una responsabilidad no se entiende como una cosa o un objeto de las circunstancias, sino como una persona moral capaz de iniciar una cadena causal en el mundo por sus actos libres. Y, aunque la responsabilidad le haya “caído encima” (como en el caso de quien debe hacerse cargo de sus sobrinos tras la muerte de su hermano), la asume libremente y no como ser pasivo. Así, estos presidentes excepcionales, aunque la responsabilidad les cayó encima, decidieron desactivarse de los condicionamientos causales del mundo de los hechos de la naturaleza social y política, y se conectaron con el ámbito de la libertad, de tal manera que decidieron asumir la responsabilidad. “Asumir” supone convertirse en personas, es decir, en sujetos libres, que toman decisiones por sí mismo ante las circunstancias. De esta manera, Valentín Paniagua y Martín Vizcarra decidieron erigirse como personas morales y terminar siendo los mejores presidentes de la República que hemos tenido desde la recuperación de la democracia. A ambos les tocó enfrentar la corrupción galopante del país, y reconstruirlo de las cenizas y de la barbarie.
No voy a hacer un balance exhaustivo de los siete meses que duró en gobierno de Paniagua, sino que me concentraré en articular un relato de este que permita conectarlo con en contexto reciente en el país. Así que diré que a él le tocó hacer frente a la crisis institucional que representó la caída del gobierno del exdictador Alberto Fujimori. La herencia que había recibido Paniagua es la de un régimen que se había erigido en dictadura y que había afianzado su tiranía sobre el sistema político y sobre la sociedad gracias a que instaló una corrupción sistemática. Cuando hablamos de corrupción, podríamos mencionar tres clases generales de ésta. La primera es la corrupción sistémica, la segunda es la sistémico-institucional y la tercera es la corrupción individual-esporádica. La corrupción sistémica es aquella que se realiza desde un centro de poder y que se utiliza para controlar a todo el sistema político y social. La corrupción del régimen que se instaló en los 90 en el Perú es un claro ejemplo de este tipo de corrupción. En cambio, la corrupción sistémico-institucional es la que se instala en una institución o un conjunto de instituciones vinculadas y que se ejerce desde un centro de poder al interior de ese conjunto de instituciones. Un ejemplo de este tipo de corrupción lo constituye el del sistema de justicia que fue revelada por los “audios de la vergüenza”. Finalmente, la corrupción individual-esporádica es la de personas individuales en momentos muy específicos.
Durante e fujimorato se instaló una corrupción sistemática. Ésta consistía corromper todos los organismos del Estado y los sectores más influyentes de la sociedad. Así, las FF.AA. fueron sometidas a un acta de sujeción a Vladimiro Montesinos, y por medio de éste, a Alberto Fujimori. El Congreso de la República, el Poder Judicial, la Defensoría del Pueblo; todas las instituciones del Estado se encontraban sometidas a la tiranía montada por el régimen. Lo mismo sucedía con los medios de comunicación, los empresarios y otros sectores de la sociedad civil. Con esos actos, en régimen dictatorial había desmantelado las. Instituciones centrales de la República y del Estado de Derecho. Como consecuencia de ello, se hizo mucho más fácil la violación de Derechos Humanos, las violaciones al debido proceso (como sucedió con la implementación de jueces sin rostro) y la impunidad. Respecto de los Derechos Humanos es necesario señalar que el régimen fujimorista, al destruir el Estado de Derecho por medio de la corrupción sistémica que impuso, colocó como centro de la violación de los derechos humanos fue justamente el mismo Estado de Derecho. Es en ese sentido que la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos asumió la importante tarea de dar cuenta de dicha destrucción.
El régimen instaurado por Alberto Fujimori no sólo instaló una corrupción sistemática y, a partir de allí destruyó el Estado de Derecho, lo cual facilitó la vulneración de los Derechos Humanos. Además de ello, el régimen impuso una reforma general de la sociedad por medio de la implementación de reformas neoliberales con el fin de hacer frente a la crisis económica que venía de la década de los 80, especialmente del primer gobierno de Alan García. Estas reformas neoliberales ayudaron a suspender la democracia en el país y a instauró un liberalismo autoritario. Con todo ello, quedó completamente destruida la República Democrática en el Perú. Desde la independencia del Perú, el país se articuló como un República Democrática en contra de un régimen monárquico o virreinal. Si bien la república en el Perú ha tenido ataques constantes debido al caudillismo y a la “tradición autoritaria”, la embestida que Alberto Fujimori contra la República fue particularmente importante debido a la instalación de las reformas neoliberales que terminó por reestructurar el sistema social y político y que termina por hipotecar la democracia posterior a un liberalismo autoritario que debilita la democracia.
La acumulación de poder que consiguió la hija del exdictador gracias a artes dudosas terminó por ahuecar toda legalidad en el país, desfondando el sistema político y dejando sin legitimidad al Congreso de la República.
Valentín Paniagua le tocó reconstruir el Estado de Derecho y recomponer el proyecto republicano. De modo que, inspirado por los ideales que brotan del republicanismo, como la idea de libertad como no dominación (la que señala que una persona es libre cuando no está sometida al poder arbitrario de un tirano que lo reduce a un objeto) y la de fortalecimiento de la ciudadanía activa, capaz de asumir una mayoría de edad política y tomar en sus manos el rumbo del país. Al mismo tiempo, el presidente Paniagua tuvo que hacer frente a las secuelas del conflicto armado interno. Así que se puso en marcha un proceso de justicia transicional, por medio del cual se juzgaron a muchos perpetradores de violaciones a los Derechos Humanos, miembros tanto de Sendero Luminoso y del MRTA como a miembros de las Fuerzas del Orden. El presidente Paniagua, si bien se encontraba vinculado al partido político Acción Popular, se encontraba más asociado a la docencia universitaria y a la actividad intelectual, que le permitió claridad respecto de la importancia de los ideales republicanos para el fortalecimiento de la democracia. Así que después del liberalismo autoritario que impuso la dictadura, se propuso poner en marcha la construcción de una democracia republicana.
Pero el proyecto republicano de Paniagua fue bloqueado rápidamente por dos proyectos que le hicieron frente inmediatamente. De un lado el proyecto neoliberal (que buscaba mantener una democracia formaliter dentro de un régimen controlado por una burocracia dirigida promover la productividad y desactivar la ciudadanía activa). Aquello que Alberto Vergara denomina “Proyecto Hortelanista” se impuso rápidamente ante el proyecto republicano. El error del análisis de Vergara es pensar que el proyecto hortelanista y el republicano podrían llegar a un entendimiento, ya que el primero trae en su ADN la reducción de la democracia. Así que, en una democracia de baja intensidad, donde el proyecto hortelanista no ha tenido rival, la pobreza institucional abre las puertas a al segundo enemigo del proyecto republicano de Paniagua, a saber, la corrupción.
Respecto de este segundo aspecto hay que tener presente que los agentes y los instrumentos de la corrupción de los 90 no habían sido desmontados, sino que se encontraban ocultos para colocarse al servicio de quienes pudiesen invocarlos. Así que Fuerza Popular y sus aliados lograron utilizarlos para coludirse con la ola expansiva que vino de Brasil. Si bien es cierto que la corrupción que se ha destapado a raíz del caso Lavajato no ha tenido ni tinte político ni partido privilegiado. En los últimos años hemos visto la manera en la que políticos de todas las tiendas recibieron dinero que provenía de fuentes dudosas. Pero es necesario hacer dos aclaraciones. La primera es que la corrupción que hemos estado viviendo es a gran escala, y que ha copado algunas instituciones, no fue del tipo sistemática; es decir, la corrupción de los 90 y la de las primeras dos décadas del siglo presente son de naturaleza diferente. La segunda cuestión por aclarar es que Fuerza Popular, liderada por Keiko Fujimori, utilizó la corrupción como una herramienta para capturar el poder político, bloquear todas las investigaciones en su contra y seguir delinquiendo. En ese esfuerzo la acompañaron los aliados de Fuerza Popular.
La acumulación de poder que consiguió la hija del exdictador gracias a artes dudosas terminó por ahuecar toda legalidad en el país, desfondando el sistema político y dejando sin legitimidad al Congreso de la República. A diferencia de su padre, quien llegó al poder para instaurar un sistema corrupto, Keiko acumuló poder corruptor para incrementar poder político y controlar el Congreso, y desde allí debilitar el poder ejecutivo. Pero Fuerza Popular y sus aliados no contaban que el vicepresidente Vizcarra tenía personalidad moral y que, una vez asumida la Presidencia iría a utilizar su temple y su inteligencia para enfrentar la coalición corrupta enquistada en la mayoría congresal. Vizcarra, un hombre solitario, sin partido, sin bancada, que sabe que no se puede confiar ni en las Meches ni en los Juanes ni en los Carlos de este mundo, sino sólo en un grupo muy cercano, tuvo la fuerza de enfrentar al Congreso y terminó disolviéndolo de acuerdo con las facultades constitucionales y con el apoyo de la ciudadanía.
El presidente Vizcarra es alguien que sabe que no tiene nada que perder, pues no se postulará a la presidencia en un futuro próximo, llegó cargado de un ideal: el de la liberación. Del Estado de los poderes corruptos. No se trata de un político con muchas ideas políticas en la cabeza (como era el caso de Paniagua), pero con un temple moral importante, logró acumular liderazgo político real gracias al reconocimiento de los ciudadanos. Un presidente a quién el puesto le cayó de pronto, alguien que no había sido elegido por nadie, sino que llegó donde está por estar en la plancha presidencial de PPK, logró hacer lo que muchos presidentes y políticos no pudieron o no quisieron. Al igual que Paniagua, se convirtió en el mejor presidente de los últimos tiempos. Esto deja en el aire la siguiente interrogante: ¿porqué los presidentes que llegan a serlo porque las circunstancias los pusieron en esa situación han terminado siendo mejores que los que han sido elegidos por los ciudadanos? Podría adelantar un par de ideas al respecto. La primera es que se trata de. Personas que no tienen ambiciones políticas. La segunda, es que, debido a la fragilidad de nuestra democracia, los ciudadanos aún no tienen un voto maduro.
Deja el primer comentario sobre "Paniagua y Vizcarra: dos presidentes excepcionales"