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Revista Ideele N°305. Agosto-Setiembre 2022Poco después de asumir el cargo de Secretario General del PCCh, Xi Jinping lanzó en 2013 la Estrategia de la Nueva Era, la cual busca hacer avanzar a China a la condición de superpotencia integral y conseguir igualar el estatus de Estados Unidos.
Tres de las tareas orientadas a lograr la ambición de Beijing, que nos llaman particularmente la atención en ese documento, son las de impulsar la reputación internacional del modelo chino; robustecer las capacidades militares chinas frente a la primacía estadounidense; y mejorar la interconexión y proyección de China con el mundo.
La primera tarea persigue mejorar la imagen del modelo económico y político de China incidiendo en una redistribución de ingresos y riqueza, de manera que aumenten tanto el atractivo del modelo como el relieve de sus credenciales socialistas.
La segunda tarea consiste en un acelerado programa de modernización militar, en pos de reducir la ventaja que le lleva Estados Unidos. El programa en realidad se desarrolla desde 2001 y se viene centrando particularmente en corregir un notable rezago del desarrollo naval chino.
El cumplimiento de la tercera tarea está a cargo del colosal proyecto de la Franja y la Ruta (BRI), con una versión terrestre y otra marítima, que constituye una innovadora forma de integración multirregional y significa la construcción de un sistema interconectado de transporte, energía e infraestructura digital desde Shanghai hasta Lisboa (incluyendo el Medio Oriente y el África) en el cual participan alrededor de 120 países.
El concepto de hegemonía en las Relaciones Internacionales se refiere a una forma superior de liderazgo que se basa en la prominencia de una potencia en los ámbitos militar, económico y de las ideas. China tiene ya una indiscutida prominencia en lo económico; para aproximarse a la hegemonía le faltaría mejorar su estatus en los campos militar y en el de las ideas rectoras del orden internacional. Esto último sucedería si ganara aun mayor reconocimiento el modelo del socialismo chino.
En este artículo vamos a abordar este último empeño de China en cuanto persigue emprender una redistribución económica. Tanto o más que con la economía, esta tarea se vincula con el atractivo e influencia que puedan llegar a ejercer China, sus logros e ideas en el mundo.
En el análisis que realizaremos intentaremos poner en evidencia algunos factores internos que podrían facilitar o complicar la culminación del ascenso chino y su reto a la hegemonía norteamericana.
En el cumplimiento de otra gran tarea pendiente para China, el desarrollo naval, que pensamos abordar próximamente, apreciaríamos la importancia de los factores externos que podrían afectar el avance y la suerte del desafío chino.
Con el ascenso de Xi Jinping se lanzó una campaña para erradicar la pobreza. Se buscaba en este caso elevar a toda la población por encima de la línea internacional de pobreza ( 1.90 dólares americanos diarios). En cinco años (2015-2020) y a un costo estimado al Estado de 800 mil millones de dólares se sacó a 100 millones de habitantes rurales de la pobreza, a través de la construcción de nuevos centros poblados y obras de infraestructura, además de prestaciones en efectivo a los pobladores. Se anunció en 2021 que la pobreza había sido eliminada en el país.
La lucha contra la pobreza y la desigualdad
El mayor problema de China a la llegada del comunismo al poder (1949) era la pobreza extrema de las masas, sobre todo rurales, que se había agravado considerablemente por cuarenta años de violencia interna, desde la caída del Imperio (1912), y la guerra contra Japón (1937-1945).
Aunque hoy en día este hecho casi no se menciona, durante las tres décadas del liderazgo de Mao (1949-1976) la mayor parte de la literatura especializada retrató impresionantes avances en la lucha contra la pobreza.
El crecimiento anual del PBI entre 1952 y 1970 fue de un importante 6% anual; el consumo per cápita en los años 1970 fue 70% mayor que en 1952. China logró tasas de crecimiento más altas que las registradas por otros países de industrialización tardía, como Alemania, Japón y Rusia. La industria china llegó a ser la sexta del mundo en los años 1960. Al mismo tiempo, en el sector rural, entre 1952 y 1975, el consumo creció 100% (Meisner).
Sartaj Aziz, experto de la FAO, estimó que a comienzos de los años 1970 China consiguió acabar no solo con la pobreza absoluta, sino también con el desempleo y la inflación, flagelos tradicionales de los pobres. Se consideraba que la población china tenía sus necesidades básicas satisfechas y se destacaba, en particular, los logros de la educación y la salud rurales (los médicos descalzos).
Podemos decir que para muchos autores (como Gurley y Peyrefitte) China aparecía como un modelo de lucha contra la pobreza, desarrollo rural y empleo de tecnologías apropiadas, diseñadas con atención al medio al que se dirigen).
No hubo, sin embargo, una especial preocupación por la mejora ulterior de los niveles de vida. La concentración del Gobierno en la lucha contra la pobreza y la prioridad que éste daba a la obtención de la autosuficiencia frente a un mundo que percibía hostil a China, imposibilitaron acciones en este sentido.
Una preocupación por la desigualdad surgió a fines de los años 1950, cuando esta se hizo evidente, en detrimento del sector rural, como resultado de la acelerada industrialización que se promovió durante esa década.
Esta preocupación fue un fuerte motivo para la iniciativa de Mao de un Gran Salto para Adelante (1958-1960). En él se persiguió un desarrollo simultáneo de la industria y la agricultura por unidades descentralizadas en todo el territorio. La iniciativa, víctima de una mala coordinación y una serie de sequías e inundaciones, acabó en un gran fracaso que retrasó el desarrollo de China.
En los años siguientes se dio cierta prioridad a la agricultura, pero esta no consiguió modificar fundamentalmente los sesgos de un desarrollo, orientado (además de la lucha contra la pobreza) a la industria pesada y la defensa, que al final de la era maoísta claramente había beneficiado a la población urbana en perjuicio de los habitantes del campo.
En suma, el socialismo, en las tres décadas de Mao, hizo posible la modernización de China y erradicar la pobreza extrema; sin embargo, no pudo configurar una igualdad básica en las condiciones de existencia de los distintos sectores de la sociedad. Impulsó el nivel de vida del conjunto por encima de la satisfacción de las necesidades básicas[1], pero no alcanzó a darle posibilidades de disfrute material ni un dominio técnico idénticos a los que existían en las sociedades capitalistas.
Al mismo tiempo, como sabemos, el modelo restringía la libertad del individuo y sus posibilidades de participación en el gobierno, dos condiciones que aparecen como centrales en el modelo democrático liberal y que constituyen la objeción principal de Occidente al proceso chino.
El socialismo, en las tres décadas de Mao, hizo posible la modernización de China y erradicar la pobreza extrema; sin embargo, no pudo configurar una igualdad básica en las condiciones de existencia de los distintos sectores de la sociedad. Impulsó el nivel de vida del conjunto por encima de la satisfacción de las necesidades básicas, pero no alcanzó a darle posibilidades de disfrute material ni un dominio técnico idénticos a los que existían en las sociedades capitalistas.
La desigualdad
Las reformas de Deng Xiaoping, que flexibilizaron el socialismo y proyectaron ventajosamente al mundo la economía china, han demostrado en nuestros días que el modelo puede ser compatible con la prosperidad de un gran número (el sector urbano chino) y la excelencia tecnológica.
La pieza controversial, sin embargo, sigue siendo el componente socialista del modelo, en este caso porque además viene fallando en producir una prosperidad extensamente compartida.
A la desigualdad urbano-rural, que ha disminuido un tanto, por la modernización de la agricultura, se han sumado las desigualdades que han surgido entre la zonas especiales, que reciben capital extranjero y se concentran en la exportación y el resto del país; y, en la población, entre las mayorías y un grupo de empresarios dueños de grandes compañías que dan a China el mayor número de multimillonarios del mundo.
La distribución, reflejada en el Índice de Gini, desmejoró de 0.31 a fines de los 70 a 0.45 en 2004. El ingreso per cápita en el sector urbano era el triple del ingreso rural en 2009. Las estratégicas provincias del Oeste, Xinjiang y Tibet, quedaron bastante rezagadas en su desarrollo. Quizás más gravemente, al 2020 hay estadísticas que muestran al 1% de la población concentrando el 31% de la riqueza nacional (Gardels).
La explicación que se dio de este fenómeno a nivel oficial fue que se había permitido a algunos grupos y regiones enriquecerse antes que los demás, para que así pudieran impulsar y ayudar a las regiones atrasadas.
Una explicación alternativa sería que el PCCh y el gobierno chino consiguieron, a partir de 1978, conjugar una serie de ingredientes que les permitieron desarrollar una creciente producción en el país para mercados externos. Entre estos ingredientes estuvieron una mano de obra abundante, eficiente, barata y disciplinada, así como una adecuada infraestructura. La mano de obra provenía sobre todo de migrantes rurales con remuneraciones muy bajas que, sin embargo, se beneficiaban por acceder a trabajos industriales generadores de mucho mayor valor agregado.
La autoridades chinas tuvieron por un tiempo la capacidad de controlar la demanda de mejoras de los trabajadores, las cuales hubieran requerido incrementos salariales y de impuestos. Las consecuencias de este control fueron una declinación del consumo y una mayor desigualdad desde la década del 80 hasta comienzos del siglo XXI. Esta situación pudo sostenerse por un continuo incremento de las exportaciones y un flujo masivo de inversión extranjera que mantenían el dinamismo de la economía.
Las cosas cambiaron fundamentalmente cuando la crisis mundial de 2008 hizo que disminuyeran las exportaciones. Se fortaleció entonces un nuevo propósito de la dirigencia china de transformar una economía de exportación en una economía apoyada en el consumo interno.
Con el ascenso de Xi Jinping se lanzó una campaña para erradicar la pobreza. Se buscaba en este caso elevar a toda la población por encima de la línea internacional de pobreza ( 1.90 dólares americanos diarios). En cinco años (2015-2020) y a un costo estimado al Estado de 800 mil millones de dólares se sacó a 100 millones de habitantes rurales de la pobreza, a través de la construcción de nuevos centros poblados y obras de infraestructura, además de prestaciones en efectivo a los pobladores. Se anunció en 2021 que la pobreza había sido eliminada en el país.
Más allá del anuncio de haber vencido a la pobreza, Xi Jinping habló de la meta de una Prosperidad Común (utilizando una frase de Mao en 1953), la cual sería la versión de modernidad socialista a la que la sociedad china llegaría en 2035.
En este sentido, las autoridades recalcaron que el Gobierno ya había promovido desde 1978 una primera redistribución de la riqueza entre la población al abrir la competencia en el mercado, y que venía efectuando una segunda instancia de redistribución a través de la política tributaria.
Se trata ahora de realizar una tercera redistribución, que apunta fundamentalmente a regular las acciones de los actores más grandes y poderosos en el mercado, de manera que se limiten sus ganancias e influencia. Nos referimos a las grandes empresas, a las empresas estatales y a algunas acciones cuestionables del mismo Partido Comunista, capaz de ejercer un enorme poder sobre el mercado.
China promulgó una ley antimonopolio de carácter amplio por primera vez en 2008. Este año se ha aprobado una importante enmienda a la misma dotándola de mejores instrumentos para proteger la competencia.
Sin duda, la caída del célebre Jack Ma, dueño de los gigantes Ali Baba y Ant Group y el desmantelamiento de estos, fueron un impactante ejemplo de estas acciones y del espíritu de la reforma. Ma era una figura de talla internacional que lucía su opulencia al mismo tiempo que aleccionaba a sus trabajadores a desempeñar jornadas sobreextendidas de labores. Aspiraba a formar una generación de empresarios imbuidos de estos valores.
De manera más amplia, para entender el contexto y la problemática de carácter político de esta redistribución, que intenta reducir la influencia de los grupos más ricos y poderosos del país, es necesario repasar algunos aspectos de la reciente evolución del Partido Comunista.
Un postulado tan importante como los de Deng Xiaoping para la reforma de la economía china fue el de Jiang Zemin (Secretario General del PCCh, 1989-2002), acerca de las Tres Representaciones.
Según este postulado, el PC no debe ejercer exclusivamente la dictadura del proletariado sino que debe sumar a las masas populares las fuerzas avanzadas de la cultura y de la producción (empresarios) en la función de conducir la sociedad y el gobierno.
De acuerdo con esta concepción, en 2002 se dio el paso histórico de admitir empresarios en el PC, rompiendo la barrera de clase que lo había caracterizado. El paso coincidió con la visibilidad de empresas que daban empleo a miles y aun cientos de miles de trabajadores.
A los pocos años (2007), 5% de los miembros del PC ya eran empresarios. Y 34% de los dueños de empresas eran miembros del PC. Las cifras han seguido creciendo.
Curiosamente, más rápido que el ingreso de empresarios al Partido se fue produciendo la entrada de miembros del PC al sector privado. Estos no tardaron en intentar traducir su influencia política en beneficio de intereses empresariales. Más aún, los hijos de muchos líderes políticos decidieron iniciar sus carreras en los negocios, aparentemente con la expectativa de desarrollar a la vez una carrera política (Li).
Las dinámicas de las relaciones entre el Partido Comunista y el sector privado así como la incipiente interpenetración de ambos muestran la existencia de dos corrientes en progreso: (1) una mayor identificación de las fuerzas empresariales con los ideales y directivas del Partido, y (2) la adquisición por la membresía tradicional del Partido de intereses empresariales (que hemos hallado en la literatura).
Mirando al futuro inmediato, si predominara la primera corriente, de identificación con los principios del PC, auguraríamos a la Tercera Redistribución buenos resultados en cuanto a la función de vigilancia del PC y la actitud de las empresas en el perfeccionamiento y la observancia de medidas antimonopolio. Igualmente pensaríamos que el PC estaría bien dispuesto a impulsar el control de las prácticas y ganancias de las empresas estatales y sobre todo a proscribir acciones cuestionables del PC o sus miembros en la economía.
El eventual predominio de la otra corriente, de extensión de los intereses empresariales, nos haría pensar más bien que esta fase de redistribución podría no avanzar muy lejos. Sucedería en este caso que en la China socialista, se darían las condiciones para el desarrollo de mecanismos de colusión entre los grandes grupos económicos y las autoridades, de efecto similar a la célebre Revolving Door del capitalismo norteamericano, donde reguladores y grandes empresarios operan en armonía guiados por los intereses de los segundos.
Al final en el futuro cercano, probablemente el resultado en China será uno intermedio, de una suerte de empate en la influencia de las dos corrientes sobre los miembros del Partido y los empresarios.
En una situación así, tenemos que pensar en el rol que le tocaría cumplir al poderoso liderazgo de Xi Jinping. A nuestro juicio, este será decisivo por el vigoroso apoyo que dará al avance de la reforma.
Xi Jinping parece haberse convertido en un líder con una acumulación de poder tan grande como tuvo Mao (aunque los procesos de ascenso de ambos fueron distintos). De manera consistente ha venido concentrando sus esfuerzos en los último diez años en campañas con objetivos intrínsecamente importantes que han sido alcanzados y que al mismo tiempo le han permitido eliminar tanto a rivales como a opositores de su estrategia. Ha generado un difundido clima de expectativa y respaldo a sus reformas.
Su propósito final, como el de su gran antecesor, es esencialmente político y no negociable: así como Mao buscó transformar a China en un Estado Nación revolucionario, autosuficiente e internacionalmente respetado, Xi Jinping intenta llevar a la potencia a una situación próspera y sólida de liderazgo mundial y quiere lograr esta condición siguiendo el avance de sus predecesores inmediatos, por etapas y desde adentro para afuera.
Pensamos, por consiguiente, que la fase final de la redistribución, pese a los escollos internos que hemos anticipado, tendrá buenas posibilidades de alcanzar sus objetivos más importantes.
Referencias
Aziz, Rural Development: Learning from China (1978)
Gardels, Weekend Roundup: It is no longer glorious to get rich in China. Noema Magazine, 27 August 2021
Gurley, El desarrollo económico de China Comunista. Estudios Internacionales, octubre 1967-marzo 1968
Cheng Li, China´s Communist Party-State. En Joseph, ed., Politics in China (2010)
Meisner, Mao´s China and after (1999)
Peyrefitte, Cuando China despierte (1973)
[1] En los años 1970 se empleaba mayormente el criterio de satisfacción de las necesidades básicas y no el índice de desarrollo humano para medir el bienestar de los países.
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