Sobre el quechua y la ciudadanía en el Perú

En las últimas semanas se ha venido discutiendo en algunos medios y redes sociales alrededor de la lengua quechua, su vitalidad, su pasado, su historia, sus hablantes, su cultura, su futuro. Se han ofrecido algunas evidencias que apuntarían a un uso cada vez menor del quechua y se han adelantado argumentos con respecto a que esta sería la tendencia dominante y en cierta medida inexorable. En este artículo quisiera discutir esos argumentos, examinar las razones por las cuales las personas hablan o dejan de hablar el quechua y mostrar que no se trata sólo de decisiones individuales sino que estas se hallan en gran medida atravesadas por dinámicas sociales. Desde esta perspectiva es posible discutir los cambios sociales actuales, los nuevos referentes y usos del quechua, el papel de las políticas públicas, y comprender más claramente que no hay nada inexorable en el futuro del quechua, y que este dependerá en gran medida de las decisiones que tomemos como sociedad.

¿A dónde apuntan las evidencias?

En Perú 3,261,750 personas declararon que aprendieron a hablar quechua como su primera lengua. Esos son los datos que nos ofrece el último Censo Nacional (2007), y representan el 13% de la población nacional, 3% menos que en el censo de 1993.

La estadística nacional esconde sin embargo realidades regionales con un uso mayoritario del quechua: en algunas regiones, la proporción de la población que aprendió el quechua en su niñez representa un porcentaje mucho mayor, como en Apurímac (72%), Huancavelica (65%) o Ayacucho (64%). El quechua no se habla sólo en los departamentos del sur andino y en las zonas rurales: Lima es la ciudad con mayor número de hablantes de quechua (más de medio millón)1.

Las cifras del censo sin embargo deben examinarse con mayor detenimiento pues no corresponden al número total de personas que hablan quechua en el Perú ya que excluyen a los que lo aprendieron como una segunda o tercera lengua. En efecto, muchos niños y jóvenes cuyos padres o abuelos hablan quechua, aprendieron a hablar primero el castellano, pero incorporan en su ambiente familiar el quechua como segunda lengua, pues se desenvuelven en hogares bilingües. Del mismo modo, jóvenes y adultos de regiones con un porcentaje mayoritario de quechuahablantes aprenden el quechua como segunda lengua en tanto les permite comunicarse con un amplio sector de la población de su región. Necesitamos entonces datos y evidencias más precisas y actuales que nos permitan una mejor comprensión de la situación actual del quechua y una toma de decisiones más informada. Es necesario recordar además que el quechua se habla en otros países de la región, como Ecuador, Bolivia y Colombia y en el norte de Chile y Argentina, alcanzando más de 10 millones de hablantes.

El quechua se utiliza también activamente en el mundo virtual: existen centenares de páginas web que lo utilizan en diversidad de formas: desde videos en youtube, pasando por cursos online de quechua, revistas virtuales y hasta radios online con trasmisión en vivo para que los migrantes trasnacionales puedan celebrar las festividades locales en tiempo real.

La lengua quechua muestra gran vitalidad entonces y nuevos espacios y formas de empleo. Y sin embargo es cierto que cotidianamente muchas personas toman la decisión de no hablarla en determinados contextos ni enseñarla a los niños pequeños. ¿Por qué?

Atravesados por la historia

La razón no es ninguna novedad: hablar quechua se ha asociado a lo largo de nuestra historia con la identidad indígena, el origen campesino o provinciano, la pobreza, la marginación y la exclusión social. Diversos antropólogos, me incluyo entre ellos, han documentado los anhelos de varones y mujeres hablantes del quechua de evitar que sus hijos sufran la discriminación y el desprecio del que ellos y ellas han sido testigos o víctimas, y que se traduce en una gran demanda por la educación y el acceso al castellano. Esta demanda sin embargo no implica una renuncia total a la lengua y a la identidad quechua. Como he señalado antes, es una búsqueda y un reclamo de igualdad, que puede ir de la mano con la afirmación y el reconocimiento de la diferencia cultural2.

No se trata entonces de que las personas que hablan quechua sean desleales a su lengua y su cultura, sino que aspiran para sus hijos una ciudadanía más plena, en el que sus derechos e identidades sean respetados. Y en el Perú, para acceder a esa ciudadanía, hay que saber castellano. Así se ha construido el estado nacional peruano, pero es necesario preguntarnos si así tiene que seguir siendo. Muchos indicios sugieren que hay abiertos caminos y posibilidades alternativas. Y resulta necesario discutirlos antes de adjudicar a los hablantes del quechua toda la responsabilidad por su disminución, y antes de asumir de modo casi fatalista, que hacia allí nos lleva el devenir de la historia.

No se trata entonces de que las personas que hablan quechua sean desleales a su lengua y su cultura, sino que aspiran para sus hijos una ciudadanía más plena, en el que sus derechos e identidades sean respetados. Y en el Perú, para acceder a esa ciudadanía, hay que saber castellano

Cambiar los referentes

¿Por qué un padre, una madre, que habla quechua, enseña castellano a su hijo o lo envía al colegio del distrito para que aprenda un mejor castellano? Para que tenga éxito en el sistema escolar (que funciona predominantemente en castellano), para que acceda a la educación superior (que se ofrece en castellano), para que consiga un buen trabajo (en el que hablará castellano), para que pueda hacer sus trámites sin problemas (en las oficinas de salud, educación, justicia, comisarías y demás, donde se atiende en castellano).

En todos esos entornos saber el castellano sería una ventaja y saber el quechua una desventaja. ¿Pero que pasa si eso cambia? ¿qué pasa si se puede hablar quechua en la escuela sin temor a burla o represalia? ¿Qué pasa entonces si para conseguir un trabajo es necesario saber quechua? ¿o para egresar de la universidad? ¿qué pasa si el quechua se transforma en una ventaja? ¿qué pasa si saber quechua no es sinónimo de ser pobre? ¿qué pasa si aparecen profesionales quechuas, artistas quechuas, líderes políticos quechuas? ¿qué pasa si las escuelas, las postas, las comisarías atienden también en quechua? ¿qué pasa si tratamos con respeto a la persona que habla quechua? ¿qué pasa si saber dos lenguas no es un problema sino una fortaleza?

Todas estas cosas no son un simple ejercicio de imaginación: son cosas que ya están pasando en el Perú. Quizás no en todas partes y quizás no masivamente, pero están pasando y están creando nuevos referentes sociales para el quechua. Y en la medida en que estas acciones reciban impulso podrá el quechua dejar de ser visto como una desventaja o como un estigma.

Política pública, lengua y ciudadanía

Es evidente que aquí se abren un conjunto de posibilidades de acción desde el campo de la política pública, no para “forzar” el uso de un idioma que sus propios hablantes aparentemente ya no quieren usar, sino para crear oportunidades de ejercicio pleno de derechos, en el que todos tengamos oportunidad de acceder a ellos sin importar la lengua que hablemos.

Y aquí es importante recalcar que este no es el trabajo de un solo sector. Desde mi trabajo en el campo educativo es claro que la implementación de una escuela EIB (educación bilingüe intercultural), siendo importante, no va a cambiar por sí sola el estatus del quechua en la comunidad, en la región, en el país. Se necesita más que eso. Se necesita una política lingüística integral, el acceso a servicios de salud, de justicia, de seguridad, con personal que hable quechua, y que trate con respeto a la persona que habla quechua; se necesita invertir en la producción cultural en quechua (desde libros, música, y páginas web hasta medios de comunicación e industrias culturales). Se necesita confrontar directamente el racismo y la discriminación hacia personas que hablan quechua. Todo esto se construye, y se está construyendo, desde distintos espacios, públicos y privados, individuales y colectivos, pero se necesita voluntad política e impulsos concretos para avanzar en esta dirección.

Volvamos por tanto, para terminar, al destino del quechua, que no tiene todavía nada de inexorable. Aunque muchos se empeñan en repetir que la historia de la humanidad camina en una sola dirección, las ciencias sociales insisten desde hace décadas que esto no es así: la historia humana muestra avances y retrocesos, vueltas en círculo, momentos de apertura a la diversidad, momentos de cerrazón y homogeneización, valoraciones negativas que se tornan positivas con el cambiar de contextos y coyunturas. No se trata entonces de ser optimista o pesimista en relación al futuro del quechua, sino de preguntarnos qué vamos a hacer al respecto, desde donde nos toca.

En última instancia esta discusión nos lleva de vuelta al tema de fondo: no estamos hablando sólo del destino de una lengua originaria, sino de los derechos de las personas que hablan esa lengua, que son ciudadanos de este país, y que han visto escatimado su acceso pleno a esta ciudadanía por hablar una lengua diferente al castellano. Revertir eso no sólo no es imposible, sino que es una tarea ineludible si de verdad queremos construir un país democrático.

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1Instituto Nacional de Estadística e Informática-INEI (2008) – Censos nacionales 2007: XI de población y VI de vivienda. Lima: INEI.

2Ver Ames, P. (2002) Para ser iguales, para ser distintos: educación, escritura y poder en el Perú. Lima: IEP

Sobre el autor o autora

Patricia Ames Ramello
Antropologa, Docente y Coordinadora de la Sección de Antropología del Departamento de Ciencias Sociales en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Doctora en Antropología de la Educación por la Universidad de Londres. Investigadora principal del Instituto de Estudios Peruanos. Miembro del Consejo Nacional de Educación.

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