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Revista Ideele N°239. Junio 2014Pocos días antes de la Navidad del 2012, los pobladores de Hedingen recibieron la noticia de un regalo anticipado: su presupuesto comunal para el año 2013 iba a aumentar por 1 millón de francos suizos (que son aproximadamente 1 millón de dólares). La noticia causó más estupor que alegría.
“Me quedé helada”, dice Silvia Berger, una mujer enérgica de 56 años, madre de dos hijos adultos, y concejal del concejo comunal de Hedingen. Ella expresa el sentimiento de varios de los 3400 pobladores de esta pequeña ciudad a 40 minutos en tren de Zúrich, el corazón financiero de suiza. En vez de alegría sintieron que la vergüenza ajena estaba a punto de ser la suya. Algo que ellos suponían ser un problema de países lejanos, les llegó a casa. El imprevisto regalo de un millón de francos suizos provino de la fusión de dos gigantes de la minería – Xstrata y Glencore. Provino de las ganancias que esta fusión bursátil le dejó al CEO del nuevo conglomerado, al Sr. Ivan Glasenberg. El millón de francos suizos para la comuna de Hedingen era una parte de los 53 millones de francos suizos que el Sr. Glasenberg tuvo que pagar por haber obtenido un bono extra por la fusión de las dos empresas. La fuente de la riqueza era la gran minería, y este hecho les dejó a varios en el pueblo con sentimientos encontrados.
En Suiza es muy difícil escaparse de pagar impuestos – no hacer tu declaración de impuestos a final del año de manera honesta te convierte en un “outlaw” del sistema, en la antítesis de un ciudadano responsable. Pero como cada cantón – y algunos cantones en Suiza son más pequeños que un distrito peruano – fija su propia tasa de impuestos, lleva a que existan algunos lugares en Suiza donde la tasa de impuestos es atractivamente baja.
Zug es uno de ellos. La pequeña ciudad a orillas del lago que lleva el mismo nombre, es la Liechtenstein suiza: innumerables empresas tienen aquí sus centros de operaciones financieras que en realidad consisten en nada más que un buzón con letrero. A mediados de los años 80, el magnate del comercio petrolero, Marc Rich, huyó de Estados Unidos – acusado por no pagar impuestos – para asentarse a orillas del apacible lago de Zug, con sus bajas tarifas de impuestos. Aquí fundó primero la comercializadora y luego productora de minerales, Glencore. Luego, algunos ex empleados fundaron X- strata. En el 2012, las dos empresas volvieron a fusionar en la bolsa. Suiza, el país de los chocolates, quesos y bancos, de manera silenciosa, se había convertido en una importante sede de consorcios mineros.
Silvia Fischer nunca ha visto en Hedingen una mina desde adentro, pero muchos habían escuchado que los que ganan con la gran minería no era necesariamente la población local. Que la gente del lugar se quedaba muchas veces con el daño ambiental.
Con la dádiva del “millón extra”, este problema ajeno se convirtió en una tara de conciencia para los pobladores mismos: ahora no iban a ser unos comerciantes desconocidos los que se enriquecían, sino su propio pueblo. Silvia Fischer se sintió sacudida en su sentimiento moral: “no está bien lo que están haciendo”. Los ojos de la pequeña mujer brillan detrás de sus lentes. Habla fuerte cuando algo no le gusta y empieza a instigar a sus vecinos. Una posible revolucionaria. En el Perú, la llamarían terrorista. En Suiza, Silvia Fischer es una ciudadana ejemplar.
Ella junto con algunos vecinos lanzaron una consulta popular: Hedingen debía devolver este dinero a los países de donde Xstrata-Glencore sacaba sus minerales. Fundaron un comité para organizar una consulta popular bajo el lema “Millones del comercio de materias primas – Hedingen actúa de manera solidaria”. La iniciativa quería que la décima parte del millón de francos vaya a proyectos que defendían los derechos humanos y ambientales de los pobladores afectados por operaciones mineras. Se discutió en la asamblea del pueblo – algo así como un cabildo abierto- y se decidió que esta decisión no podía pasar solo por el concejo, sino que tenía que pasar a consulta de todos de la comunidad.
Así como cada peruano nace con su pan bajo el brazo, cada suizo nace con su voto bajo su brazo. A lo largo de su vida, un ciudadano suizo tendrá que votar no solo asuntos nacionales, sino sobre múltiples asuntos regionales y locales: desde decisiones sobre el presupuesto comunal hasta sobre la nacionalización de nuevos ciudadanos suizos o sobre propuestas conservadoras como la limitación de la inmigración extranjera o de la izquierda sobre abolir las fuerzas armadas.
Como consecuencia, hay campañas electorales permanentes y paralelas en cualquier lugar de Suiza. La campaña electoral de Hedingen fue, en este sentido, un acontecimiento de lo más común, y a la vez novedoso, porque pretendían decir: “no, este dinero no lo queremos. Es dinero sucio”.
La votación estaba prevista para el 22 de setiembre del 2013. Hedingen tiene apenas 3400 habitantes. Lo que alguna vez fue un pequeño pueblo campesino, se ha convertido en residencias individuales de clase media que trabajan en Zúrich, pero no pueden darse el lujo de construir su casa propia en una de las ciudades más caras del mundo. Hedingen es un típico pueblo de la “aglomeración”, de casas familiares recientemente construidas, rodeadas por su jardín y el garaje para el auto. El punto central de Hedingen es la estación del tren desde donde salen y entran los trenes para y desde Zúrich en un ritmo de 15 minutos, tan puntual y silencioso como un proverbial reloj suizo.
Un día de la semana por la tarde, las calles lucen desiertas, los pobladores están en sus centros de trabajo, los niños en el colegio. Los debates sobre si aceptar o no la iniciativa y destinar parte del dinero para los afectados de la minería, se libraron en las noches, en las iglesias, asociaciones, radios locales. También hubo los que estaban en contra de la iniciativa: que no era asunto de una comuna apoyar a proyectos de cooperación internacional; que en vez de dar el dinero a otros, el millón podría servir a rebajar la tasa de impuestos que pagaban los pobladores de Hedingen, que sería como repartir el millón entre todos los pobladores.

La consulta popular de Hedingen tocó un punto delicado: ¿las ganancias provenientes de la industria minera pertenecen a esta categoría de dinero mal habido, éticamente cuestionable?
A las 3 de la tarde, la panadería es una de las pocas tiendas abiertas aunque haya pocos clientes a esta hora. Claudia está de paso, su hija de 10 años le insta a comprar un buñuelo antes de sentarse a hacer tareas. Claudia, la madre, tiene el cabello pintado al estilo de una “rapper” y se toma un rato para conversar sobre el referéndum. “Imagínate la suma de 53 millones que el Sr. Glasenberg solo pagó de impuestos. ¿Cuánto habrá ganado en total? Ganar estas sumas no puede venir de negocios decentes”, se indigna Claudia. Es como lo sienten muchos pobladores: cómo es que una sola persona puede ganar tanto dinero y todavía pensar que es ético o justo.
Un factor adicional de indignación fue, dice Silvia Berger que en pocos meses se hizo experta en asuntos mineros, que la compañía Glencore Xstrata no tuvo que pagar ningún impuesto sino que declaró pérdidas. El que ganó el bono fue el CEO, Ivan Glasenberg, y sobre sus impuestos como residente en Suiza, se calcularon los millones que después fueron repartidas en un tipo de compensación fiscal entre municipios de menos solvencia monetaria, como Hedingen.
El día de la votación, el 13 de setiembre, no solo las radios locales sino periodistas del mundo entero invadieron Hedingen para presenciar los resultados de la votación. Cuando el conteo terminó, Silvia Berger y su comité lanzaron gritos de júbilo: 60% de los pobladores habían dado su voto, 667 habían votado a favor de la iniciativa solidaria, 564 habían votado en contra.
La consulta popular de Hedingen dio inicio a otras consultas parecidas en pueblos vecinos que también habían recibido parte de los impuestos pagados por el Sr. Glasenberg. En tres de ellos, la iniciativa para donar el dinero fue aceptado. En un pueblo, los ciudadanos votaron a favor de reducir sus propios impuestos. Las votaciones causaron un revuelo no solo en Suiza, sino en el mundo entero. La cuestión de fondo no era si un pueblo puede votar a favor de la solidaridad, sino si el dinero proveniente de la minería es un dinero “ético”.
Suiza tiene amplia experiencia con el dinero de otros países que yace en sus bancos y ha tenido que enfrentar varios cuestionamientos por el origen ético de su dinero. En los años 80 fueron los diamantes y el oro de Sudáfrica, entonces de apartheid y boicoteado por casi todo el mundo, menos Suiza. Sin hablar de los dineros mal habidos por dictadores, mafiosos o gánsters como Vladimiro Montesinos y varios traficantes de armas. Últimamente, los bancos suizos están siendo cuestionados por recibir dinero de evasores de impuesto de otros países.
Por esto, la consulta popular de Hedingen tocó un punto delicado: ¿las ganancias provenientes de la industria minera pertenecen a esta categoría de dinero mal habido, éticamente cuestionable? Con su iniciativa, los pobladores de Hedingen iniciaron un debate en toda Suiza que hasta hoy no termina: ¿cuánta regulación necesitan las mineras de parte del Estado? Algunas ONGs suizas abogan a que los afectados por mineras suizas en el mundo entero puedan presentar sus demandas ante un tribunal suizo.
La industria minera – sobre todo los “traders” – se caracterizan por su perfil bajo: no les gusta salir en público, no participan en debates, prefieren pasar desapercibidos. Esto ya no es posible con el cuestionamiento público que reciben en Suiza. El ejemplo de Hedingen y sus pueblos vecinos fue un golpe de alarma. Hasta el CEO del nuevo consorcio Glencore Xstrata, el sr. Ivan Glasenberg, dejó su anonimato y salió en los medios para defender su negocio: un señor de unos 50 años que habla pausadamente en la televisión suiza e insistió en que cada pueblo podía decidir sobre sus impuestos según su parecer; pero que estarían muy equivocados si el motivo de su solidaridad sería que el dinero proviene de fuentes no éticas.
Exactamente esto afirma Silvia Berger y su grupo: “Estoy indignada que en sus reportes de sostenibilidad, las compañías mineras no dicen nada de la calidad de agua disminuida en las localidades vecinas a las operaciones mineras. Ellos trabajan con estándares sociales y ambientales que nosotros en Suiza no aceptaríamos”.
El debate está planteado. El pequeño pueblo de Hedingen ha desafiado a una de las gigantes mineras en su corazón más íntimo: en la legitimidad de su negocio. Glencore Xstrata se ve obligada ahora a invitar a asambleas públicas en Suiza para defender y explicar su negocio. La balanza del poder ha virado del otro lado: son grupos como la iniciativa ciudadana de Hedingen que pone las condiciones para acceder o no a un pedido de conversación desde la minera.
“Al final, Ivan Glasenberg quiere ser amado como todos nosotros queremos ser amados. No quiere pasar por un mafioso con dinero mal habido”, concluye Silvia Berger. A ver si esta invocación a la moral puede cambiar las reglas del juego.
Silvia Berger, mientras tanto, sigue firme. Este año viajará para visitar una mina.

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