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Revista Ideele N°238. Mayo 2014Cuántas veces no he escrito sobre cooperantes, misioneros, trabajadores sociales o médicos europeos que realizan en el Perú una obra social. La opción de los pobres de la teología de la liberación probablemente no sería la misma sin la presencia de cientos de religiosos y cooperantes europeos y norteamericanos que uno encuentra hasta en los últimos pueblos de la sierra y la selva peruanas.
Pero nunca había escuchado que una peruana se fuera a Alemania a realizar una obra social a favor de los alemanes más marginados. Por esto, cuando supe de la doctora Jenny de la Torre en Berlín, quería conocerla. Encontré una mujer y una historia fascinantes que empezó en Puquio y termina a unos pasos de donde alguna vez estuvo el Muro.
Jenny de la Torre y la mujer más poderosa del mundo tienen algo en común: ambas se perdieron el evento histórico más importante de su vida cuando sucedió ante sus narices. La entonces científica física Angela Merkel pasó el 9 de noviembre de 1989 en un sauna de Berlín del Este, mientras que la joven médica Jenny de la Torre fue a una piscina en Berlín del Este para que le tomen su examen de natación. Fue la única alumna que se presentó. Ese día cayó el Muro. Ese día la vida de Jenny de la Torre tomó un giro que la llevó a conocer lo más bajo de la sociedad alemana para terminar en la Pflugstrasse 12 en Berlin-Mitte.
La Pflugstrasse 12 es una casona de ladrillos rojos y de tres pisos en una calle que hasta ahora ha resistido a la “gentrificación”, como llaman en Berlín y otras capitales europeas la compra y demolición de antiguas casas en zonas céntricas por grandes inmobiliarias para construir allí modernos departamentos de lujo inasequibles para sus anteriores inquilinos. A una distancia de apenas 100 metros, el Muro dividió durante 30 años el mundo en comunista-socialista y occidental libre. Hoy, los barrios entonces marginales que colindan con el Muro se encuentran en pleno centro del Berlín atractivo y “hip”.
“Centro de Salud para Personas sin Casa”, dice el letrero que aparece sobre la antigua puerta de madera. La mujer que la abre mide apenas 160 cm, lleva pantalón y casaca (?) blanca y un corte de pelo más práctico que pretencioso. La doctora Jenny de la Torre es la fundadora y directora del citado Centro. Su consultorio respira la sobriedad de su inquilina: colores claros, nada de fotos de familia, ni crucificados ni Che Guevaras; nada que delate el porqué la Doctora ha dedicado su vida a cuidar a los marginados de la sociedad alemana. El cuadro más grande y llamativo es un texto, el juramento hipocrático de los médicos: “En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho de los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia”.
Su niñez en los Andes peruanos le había enseñado a Jenny de la Torre que en tener un médico a su alcance puede residir la diferencia entre la vida y la muerte-
Puquio
Era difícil encontrar un médico estando en Puquio. Hace 50 años, a ese lugar perdido en los Andes ayacuchanos solo se llegaba en viajes de varios días por carreteras de mala muerte. Jenny de la Torre tenía 6 años de edad cuando su madre enfermó gravemente y su familia llamó al único doctor del distrito. De repente tocaron la puerta de la familia De la Torre y un niño de unos 13 años entró de manera vehemente en la casa, el rostro lleno de lágrimas. “El doctor, que venga a ver a mi padre; está mal; rápido, por favor”, llegó a sollozar el chico. La pequeña Jenny tuvo que explicarle al niño que el médico estaba atendiendo a su madre y no podía salir. “Me sentía tan mal cuando los dos niños nos estábamos peleando al doctor”, recuerda Jenny de la Torre al evocar este momento clave en su vida. Porque fue en ese momento cuando nació una convicción firme: hay demasiado pocos médicos en el Perú en las zonas alejadas para la población pobre. Y así se dijo a sí misma que de grande iba a ser médico para aliviar esta falta.
“Reciprocidad”, el equilibrio entre dar y recibir, es parte de la cosmovisión andina, ésa que llevó a Jenny de la Torre a convertirse en el ángel de los marginados de la sociedad alemana
En el segundo piso
En el segundo piso del centro de salud cambia el olor: el de hospital se mezcla con el de cocina y con el de ropa no lavada por varios días. También se respira un cierto tufo a alcohol que no es el medicinal. Hace invierno en Berlín; las calles están mojadas, hasta heladas; las temperaturas caen bajo de cero. Sobrevivir al invierno en la calle es brutal. Las personas sin casa que llegan a la Pflugstrasse 12 para obtener un plato caliente o simplemente para escapar por unas horas del frío no han tenido dónde lavarse durante muchos días. Traen sus pertenencias siempre consigo. Jürgen G. siempre lleva una bolsa de gimnasio con lo más necesario para sobrevivir. Él está en búsqueda de una cama para no tener que dormir en la calle en el invierno. Tiene unos 60 años de edad y sobrepasa a la doctora en por lo menos dos cabezas. Sufre molestias en la rodilla. Jenny de la Torre hace una cita con el traumatólogo, un colega ya jubilado que trabaja como voluntario en el centro de salud. Jürgen G., el paciente sin casa, alguna vez estudió Derecho y ha tenido una buena educación. Sin embargo, algún episodio en su vida —un divorcio, la pérdida de un trabajo, un delito o una enfermedad— lo ha arrancado de un gabinete de abogado y de su familia, y lo ha hecho vivir en la calle durante años. “A nuestro centro vienen personas de todas las clases sociales: cualquiera puede terminar en la calle. También en un Estado de bienestar, como Alemania”, confirma la doctora.
Terminal Este
Cuando, en 1994, abrió su primer consultorio para personas sin casa en el Terminal Este de Berlín, Jenny de la Torre pensaba que iba a ser una parada temporal en la larga odisea que había empezado 16 años antes. Era 1978 y la joven estudiante de Medicina de Ica llegó a Leipzig, una ciudad en la entonces parte comunista de Alemania. No fue por elección ideológica, sino por el azar: una compañera de estudios de la Facultad de Medicina de Ica había mandado una postal desde la ciudad de Rostock, donde estudiaba becada por la RDA. “Pensaba que también podía intentarlo”, comenta Jenny de la Torre. Y logró conseguir una beca de la ahora fenecida RDA para estudiar en Leipzig, se graduó de médica a mediados de los 80 y regresó al Perú para cumplir con su propósito infantil y ejercer como médico donde hacía falta. Pero no había contado con la burocracia. Hasta hoy día es muy difícil revalidar en el Perú los estudios de Medicina hechos en el extranjero. Durante casi un año Jenny de la Torre intentó, en vano, revalidar su grado en el Perú, hasta que se resignó y regresó a la RDA para especializarse en cirugía infantil.
En esto cayó el Muro y la doctora Jenny de la Torre otra vez volvió al Perú y emprendió un segundo intento de licenciarse en el Colegio Médico Peruano. Esta vez tampoco tuvo éxito. Por eso retornó al país donde había vivido 14 años, que se había convertido un poco en su país y lo encontró en pleno cambio. Jenny de la Torre volvió a la recién unificada Alemania para ser una de las tantos médicas desempleadas del fenecido sistema de salud de la República Demócrata Alemana, el país que había dejado de existir.
Hasta que el Colegio Médico de Berlín le ofreció trabajar en un proyecto recién inaugurado: levantar un consultorio médico para personas sin hogar en el Terminal Este de Berlín.
Durante los años de la reunificación o de la “Wende”, del “Cambio”, como dicen los alemanes, el Terminal Este debe de haber sido algo así como uno de los terminales informales en Lima: un lugar de paso para migrantes, aventureros, desubicados y fracasados. “Instalamos la consulta en un espacio de 12 metros cuadrados sin ventana”, recuerda Jenny de la Torre. Su trabajo con las personas sin hogar le chocó al inicio. “He visto a diario enfermedades que no pensaba que había en Alemania. Desde piojos, medias pegadas a la piel, piernas abiertas, sarna.” Jenny de la Torre se había preparado para atender estas enfermedades en su propio país, porque pensaba que iba a trabajar en la selva o un rincón apartado de la sierra. Nunca se le había ocurrido que podía aplicarlo en la capital alemana.
Tomar una opción
Después de haber atendido durante dos años a las personas sin hogar en el Terminal Este de Berlín, le ofrecieron otro trabajo en un hospital. Jenny de la Torre dijo no. “¿Qué es más importante: la vida o el dinero? El dinero te lo puedes ganar en todas partes, pero aquí es donde más me necesitan”.
A veces la consulta médica fue lo de menos. Cuando se atiende a personas sin casa, hay que ser de todo: abogada, trabajadora social y psicóloga. Jenny de la Torre ha visto cuán rápido uno puede caer fuera del sistema del Estado de bienestar que es Alemania, y cuán difícil resulta volver al sistema. “El Estado de bienestar aquí funciona muy bien, pero hay personas que se caen. Cuando sufres un golpe del destino, cuando eres pobre y terminas en la calle, entonces te quedas muy solo. A cualquiera, sin importar la clase social, puede sucederle.”
Poco a poco le llegó el reconocimiento público por su compromiso con las personas sin casa. La Facultad de Medicina más prestigiosa de Berlín, la Charité, le otorgó un doctorado honoris causa. Los periodistas de Berlín le concedieron, en 2002, su premio anual. Con este premio pudo abrir su Fundación, el Centro de Salud para Personas sin Casa.
Jenny de la Torre viene de un país al que muchos todavía en Alemania consideran “en vías de desarrollo” al que hay que ayudar. Hasta hoy día el Perú recibe cooperación alemana, tanto oficial como privada. Mientras que generaciones de alemanes (y de otros países europeos) salieron a ayudar a los “pobres” de los países dizque en desarrollo, los peruanos con mente solidaria no suelen ir a países dizque “ricos” para ayudar. ¿Por qué lo hizo Jenny de la Torre? ¿Por qué no dijo, simplemente, “que los alemanes se preocupen por su propia gente”? La doctora concibe la solidaridad como una tarea universal. “No es importante de dónde uno viene o dónde uno vive, sino lo que uno hace. No importa si eres chino, alemán o peruano. Lo importante es ayudar.”
Rechaza la idea de que ella podría ser una persona buena de profesión, un “Gutmensch” u “Hombre bueno”. Este término —“Gutmensch”— es un producto de la DBA (Derecha Bruta y Achorada) alemana para desprestigiar a las personas que reclaman la moral para hacer algo de bien, mientras que para sus críticos son en realidad unos pobres ingenuos que no tienen ningún impacto en el mundo real.
Jenny de la Torre no es una “mujer buena” por alguna obligación moral, sino que ayuda al otro porque es exactamente lo que quiere hacer. Entiende la solidaridad no como una expresión de un sentimiento moral, sino como un sentimiento de autorrealización. Y la solidaridad tiene que ser recíproca. “Todos dependemos de los otros. Lo que yo doy me será devuelto en otra parte.”
Ser solidaria es algo que Jenny de la Torre no aprendió en las aulas de la Facultad de Medicina en Leipzig, sino en su niñez, en medio de los Apus de Puquio. “Reciprocidad”, el equilibrio entre dar y recibir, es parte de la cosmovisión andina, ésa que llevó a Jenny de la Torre a convertirse en el ángel de los marginados de la sociedad alemana.
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