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Revista Ideele N°237. Abril 2014La finalidad de la educación es enseñar a ser libre, a pensar y decidir por uno mismo. El artículo 2.1 de la Constitución dice que la persona tiene derecho a la vida, a su identidad, a su libre desarrollo y bienestar. Para lograrlo, sin duda, la persona debe ser libre. Es obligación del Estado asegurar esa libertad para que cada cual cumpla con la realización de su proyecto de vida, que es la máxima aspiración de un ser humano.
La educación, tan venida a menos entre nosotros, en el hogar, en el barrio, en la escuela, en los ejemplos de vida y en los medios de comunicación, es importante porque evita la simplificación del concepto de libertad. Hay dos maneras de entender a esta última. La primera, como la posibilidad de librarse de sujeciones y obligaciones, como aquélla destinada a proteger mi autoexpresión, a decir cuanto desee, considerando que el Estado es una amenaza para el individuo. Otra forma de entenderla, en un sentido positivo, consiste en la capacidad de ser libre para alcanzar determinadas metas y objetivos, lo que obliga a preservar la amplitud y la franqueza del debate público. Ésta es una forma de entender la libertad en términos sociales, pues la libertad de expresión es un derecho público, un instrumento para la determinación colectiva.
¿Cuál es el ideal perseguido en la vida democrática? Sin duda, proteger al individuo de los abusos del Estado, pero no solo por acción de éste, sino de todos aquéllos que se creen por encima de la ley o la utilizan para hacer prevalecer sus intereses. Pero esto es solo una parte del ideal. La otra es la construcción de un ambiente tolerante pero ambicioso en sus metas, socialmente trascendente, en el que tengan preeminencia los valores constitutivos de la dimensión colectiva frente a los intereses particulares, lo político sobre lo económico, la comunicación sobre el mercado.
Todo eso significa educar para la libertad. El “todo vale” no es la base para una educación que proponga objetivos y metas por alcanzar. Nadie nace siendo tolerante o solidario. Es preciso formar el carácter, pues educar es inculcar valores y hábitos que ayuden a la persona a conducirse correctamente.
Los jóvenes deben saber que el sistema democrático no garantiza la honradez en la gestión pública. Para ello es necesario que existan instrumentos eficaces y transparentes de rendición de cuentas. El bochornoso espectáculo de congresistas, alcaldes, concejales, etcétera comprometidos en actos de corrupción debe ser duramente sancionado. El efecto repetitivo de actos ilícitos amenaza con banalizar la corrupción. Los medios tienen aquí un importante partido que jugar para impedirlo. El principal desafío de la democracia en el Perú es evitar su envilecimiento.
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