Escrito por
Revista Ideele N°305. Agosto-Setiembre 2022A los militares se les estudia muy poco en el Perú, a pesar de que la mayoría de gobiernos de nuestra república ha sido regentada por instituciones castrenses. Y cuando se habla de ellos, por lo general, se glorifica o sataniza su accionar, sobre todo en relación con el conflicto armado interno. Pero a menudo se olvida que su fuerza no solo está constituida por la oficialidad, sino fundamentalmente por la tropa. Aquella que puso el cuerpo no solo en su enfrentamiento con los grupos subversivos, sino también cuando el propio Estado la ejerció contra ellos. Existen, de su parte, una serie de demandas que no han sido ni respondidas ni cubiertas en estos 20 años. Como contraparte, se gestan en su interior movimientos de ultraizquierda y de ultraderecha. De estos temas conversamos con la historiadora Carla Granados, la persona que más ha investigado estos temas en el país. Parte de sus hallazgos se encuentran en el libro “La violencia que no cesa” (Punto cardinal, 2021).
¿Por qué crees que los militares no son sujetos de estudio en Perú?
Este es un tema que cuestiono en mi trabajo y pienso que tiene que ver con el rol que las instituciones castrenses mantuvieron durante la guerra contra Sendero y el MRTA, con el protagonismo que asumieron durante el régimen dictatorial de Alberto Fujimori, e incluso en relación con el legado de la dictadura militar del general Velasco y el general Morales Bermúdez. Estas instituciones mantienen una función social y hasta política que muchas veces no se pondera en su real dimensión. En muchos países, y esto lo he podido constatar en Europa, las fuerzas armadas tienen un rol profesional orientado en el ámbito de la defensa y la seguridad, pero en el Perú vemos que persiste un involucramiento en diferentes niveles en los últimos 50 años.
De hecho, como señala Cecilia Méndez, no es posible comprender la historia política del Perú sin ponderar el protagonismo de los militares en ella, dado que hemos tenido más gobiernos militares que civiles en la historia republicana. Contrariamente a esta trayectoria histórica, poco se investiga o escribe sobre los militares como sujetos históricos, quizá como una forma de negación. Escribir sobre los militares y, especialmente, sobre las fuerzas armadas en perspectiva histórica, ha sido después de Velasco un tabú y más aún después de la guerra contra Sendero Luminoso y el MRTA, que se desató en el marco del régimen dictatorial de Alberto Fujimori, aquel que se sostuvo con apoyo del alto mando de las fuerzas armadas.
No obstante, desde el ámbito civil ha existido una crítica hacia estas instituciones muchas veces llena de adjetivos, pero no desde el análisis que problematice su actuación y condición en la realidad peruana. La cuestión militar y la incursión en el ámbito político de los militares excombatientes de la “guerra contraterrorista”, por ejemplo, no se discute hoy en el Perú del posconflicto.
Tú hablas en tu texto de “los mal llamados exmilitares”. Parece que la condición de militar es permanente en nuestro país, por el poder que siguen ejerciendo.
Son llamados, equivocadamente, “exmilitares”, pues en la cotidianidad nunca dejan de desvincularse emocional o doctrinariamente con las instituciones castrenses a las que pertenecieron. La categoría de “exmilitares” les resta el sentido de pertenencia y hasta anula las identidades militares con las que fueron formados, y que mantienen en su cotidianidad, y hasta sostienen su subjetividad. En sus imaginarios un soldado nunca deja de serlo.
Si que se escucha a un oficial en retiro o licenciado, se debe tener en cuenta que muchas veces se trata de un militar vestido de civil. Este aspecto es crucial al momento de analizar el comportamiento de la actual generación de militares y más aún de los que participaron en la guerra contraterrorista y en el régimen dictatorial de Fujimori que actualmente están interviniendo en la esfera política nacional.
¿Y esto no sucede en otros países?
Bueno, en Brasil, Bolsonaro es un militar en retiro también. En Latinoamérica, en el pasado, eran los militares activos de las fuerzas armadas quienes hacían golpes de Estado para tomar el poder. Pero el comportamiento político de los militares ha cambiado. Y, justamente producto de estas dictaduras o procesos de conflictos internos, en diversos países se ha restringido la participación política de los militares, inclusive están excluidos del voto como en Colombia.
No obstante, los militares retirados o incluso los licenciados, que fueron los conscriptos del servicio militar obligatorio, están encontrando la posibilidad de acceder a la participación política a posteriori y bajo esta condición. En muchos casos, como en el Perú, van a tener muchas “cuentas que arreglar”. En particular me refiero a sus historias de vida vinculadas a la “guerra contraterrorista”, cuyas demandas tienen que ver precisamente con la forma en que se ha tratado su condición en el posconflicto.
En el Perú nunca se ha discutido el tema de la “víctima militar” del conflicto armado. Tampoco la cuestión de políticas de atención a los veteranos de aquella guerra que no fue ni es reconocida como tal, aún cuando ellos hayan sido formados y sobrevivido de una guerra brutal.
Es paradójico, por un lado, existe este olvido que mencionas, pero por otro, una glorificación: nadie puede meterse con ellos. Tenemos periodistas, políticos y autoridades que los ensalzan apenas encuentran una oportunidad.
Bueno, sí es paradójico, pero es explicable también porque lo que se reivindica es una glorificación militar, pero que no viene de los militares, sino del ámbito político civil. Gran parte de esta glorificación tiene que ver con imaginar el rol de los militares durante la guerra contra el terrorismo.
Ahora, me gustaría destacar que cuando hablo de “guerra contraterrorista” no me refiero solamente al periodo en el que se va a combatir a Sendero Luminoso y el Movimiento Túpac Amaru desde el punto de vista militar; sino al marco temporal desde donde se va a instalar el paradigma, la doctrina militar y la cultura de la guerra que se construyó desde el seno castrense, para enfrentar al considerado oficialmente como “enemigo interno”. Son dos décadas de generaciones de militares que van a ser formados doctrinariamente para destruir al “traidor de la patria”. Este proceso va a nutrir el imaginario de quién es el enemigo interior, lo que significó como amenaza en el país y lo que significa, incluso hoy, para la política peruana. A veces tenemos miedo de hablar de que lo que pasó en el Perú entre las décadas de 1980 y 1990 fue una “guerra fratricida” o de “guerras contraterroristas”, siempre se usan los términos de “lucha contrasubversiva” o “conflicto armado interno”, que es más bien un término de la justicia transicional, pero sí se piensa escuchar y comprender el discurso de los militares hay que hacerlo desde su lugar de enunciación.
Fueron llevados a diferentes escenarios de guerra, lejos de sus hogares, y dentro de los cuarteles aprendieron a matar, matando, a torturar siendo torturados; y todo ese terror de Estado que vivieron en el interior de los cuarteles nunca ha sido develado. Es decir, el Estado no ha reconocido su responsabilidad por la violencia que ejerció, también, contra sus propios defensores.
Desde su retórica, ellos pelearon una guerra, manifiestan haber sido formados y domesticados tanto a nivel corporal como a nivel mental para luchar esta guerra. Si uno va a referirse a militares de esta generación tiene que hacerlo tomando en cuenta su experiencia bélica, que muchas veces ha sido traumática por los procesos extremadamente brutales que caracterizaron esta guerra que, en su forma, bien podría clasificarse como “premoderna”. Y atender a su lugar de enunciación no significa desconocer su responsabilidad moral frente a los crímenes de guerra que se cometieron, al contrario, este ejercicio es necesario para comprender el discurso militar desde el punto de vista de un excombatiente e interpretar su comportamiento político en el presente. Por ejemplo, ¿por qué las retóricas del terruqueo permanecen no solo en el ámbito militar, si no también prevalecen el ámbito civil? La guerra interna inevitablemente ha impactado y ha dejado huellas en sus cuerpos y sus historias familiares. Este discurso militar es incomprensible para la sociedad civil donde ellos muchas veces solo son glorificados. He allí la paradoja.
Por otro lado, está el tema del uso político de esta glorificación militar que se ha visto en esta última coyuntura electoral, cuando la candidata Keiko Fujimori empezó a abanderar el movimiento ciudadano en contra de los “terroristas” o “comunistas”; adjetivos con los que eran calificados los seguidores de su contendor Pedro Castillo. Un discurso que convocaba militares para recordarles lo que significó el enemigo interior para ellos.
En las redes sociales estuvieron circulando, por ejemplo, el llamado de varios líderes políticos hacia los excombatientes alentándolos a no permitir que “el comunismo” o los “terroristas senderistas” tomen el poder.
Este tema es muy delicado, pues si uno reconstruye las trayectorias de vida de los licenciados excombatientes, por ejemplo, solo el hecho de sentirse llamados para destruir una causa de un “enemigo interno”, fuera quien fuera ese enemigo, vuelve a reavivar toda esta domesticación del cuerpo con la que fueron preparados para la guerra. Esto ha sido muy usado por ciertas élites políticas en otras partes del mundo y ha generado otros procesos bélicos. Poner el dedo en las llagas y avivar las heridas de parte, de esta población tan grande de licenciados excombatientes, que todavía no se ha sanado, puede tener efectos contraproducentes y hasta altamente conflictivos en el país. Y más si no han habido políticas públicas que hayan atendido mínimamente sus problemas y las secuelas físicas y mentales. Cerca del medio millón de quienes combatieron entre los años 80 y 90 han quedado en absoluto abandono por parte del Estado hasta el día de hoy.
¿Qué tipos de tensiones existen entre los militares y las diferentes memorias que albergan?
Existen diversas memorias en el ámbito castrense, así como formas de recordar, dependiendo de la cada institución, y de cuan implicado estuvo su personal durante la guerra.
De manera general, se pueden señalar que existen memorias institucionales en cada una de las instituciones castrenses. No obstante, en esta memoria “oficial” está la memoria de quienes combatieron la guerra directamente, y, en su mayoría, poseen un carácter disidente.
En el caso de la memoria institucional existe una tendencia a la glorificación, el silencio, el negacionismo y hasta la justificación de las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante la guerra. En el Ejercito, en particular, se debe destacar, por ejemplo, que en el libro “En honor a la verdad”, que publican en el año 2010, se reconocen los crímenes y actos no regidos por la ley cometidos por sus miembros, y hasta se ofrece el perdón a las víctimas de estos hechos.
Además de la memoria oficial, está la memoria de la experiencia bélica, es decir, de quienes estuvieron en el terreno enfrentando cara a cara a Sendero Luminoso y al MRTA y que son los que sobrevivieron de las emboscadas, los que sufrieron ataques directos, los que han perdido compañeros, quedaron discapacitados física y mentalmente. Las huellas de esto han dejado una memoria no solo corporal, sino también subjetiva.
Y finalmente podemos observar la memoria generacional que se trasmite de manera familiar. Las instituciones castrenses y lo que se conoce como la familia militar está formada por generaciones de familias que mantienen vínculos endógenos, es decir, que muchas veces un militar proviene de una familia de militares. Ante el vacío de la aceptación de una historia militar “oficial” de la guerra, lo que hacen es transmitir memorias generacionales a través de los que tuvieron la experiencia bélica directa. Mucha gente que estuvo en las manifestaciones apoyando a Keiko Fujimori eran hijos de militares excombatientes, por ejemplo.
Lo que tienen en común estas tres memorias: la oficial, la de los excombatientes y la generacional, es la demanda hacia la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que no incorporó la memoria militar dentro del proceso de verdad, justicia y memoria. Por el lado de los licenciados excombatientes está el reclamo de que no fueron considerados victimas por el reclutamiento forzoso que se hizo en esos años, mediante el cual cerca de un 80% corresponde a las víctimas de esta afectación y cumplieron así el rol de combatientes. El Estado solo reconoce el reclutamiento forzado cometido por Sendero Luminoso y el MRTA, más no el efectuado por el Estado, es decir, que a la lista de víctimas por afectaciones cometidas durante el periodo del conflicto armado interno le falta casi medio millón de peruanos que no están incluidos bajo esta condición. Estos son los pasivos de la guerra fratricida en el Perú y que generan una alta conflictividad. Finalmente, fueron peruanos que se enfrentaron entre peruanos.
La CVR estuvo en la búsqueda de la víctima químicamente pura.
Pienso que era lo políticamente correcto en el contexto, además, salíamos de una dictadura cívico militar como la que fue en la práctica el régimen de Alberto Fujimori, entonces, dar la voz a los militares por entonces asumo quizá era visto como algo inmoral. Un error metodológico que luego fue asumido a posteriori por los miembros de dicha comisión.
Pero no solamente no se incluyó la memoria de los soldados, sino tampoco la de los subversivos.
Por supuesto. También tiene que ver con que, si no se podía incluir la memoria militar en el proceso de verdad, tampoco se podía incluir la memoria de los que desataron la guerra en el Perú. Entonces, hemos tenido un proceso de verdad y justicia excluyente, cuyos huérfanos, o segunda generación, no olvidan estas cuentas con el pasado. La aparición del Movadef e incluso la reciente aparición de grupos políticos paramilitares de tendencia radical y hasta de características fascistas forman parte de ese legado.
¿No es esta una limitación para el objetivo de la reconciliación?
En el Perú ha existido un proceso de verdad, justicia y memoria excluyente, donde no se ponderó sobre cuáles serían los pasivos que el país arrastraría con esta decisión a futuro. Y ese futuro lo estamos viviendo en el presente.
Si bien las audiencias públicas organizadas por la CVR sirvieron para conocer el nivel de crueldad que vivió la población peruana, durante estas dos décadas de horror, estas no fueron espacios abiertos para los militares. Y si se hubiera abierto para los licenciados excombatientes —es decir, para aquellos varones peruanos que siendo niños, adolescentes y jóvenes de origen e idiomas andinos y amazónicos en condición de extrema pobreza fueron arrastrados por el reclutamiento forzado en el marco de la aplicación arbitraria y discriminatoria del servicio militar— no solo hubiéramos llegado a conocer el nivel de afectación que sufrieron de parte de Sendero Luminoso, sino las que sufrieron por el terror que produjo el mismo Estado en sus cuerpos.
A muchos de estos varones peruanos a temprana edad los reclutaron forzosamente saliendo de sus escuelas, de sus institutos y de sus trabajos. Luego los embarcaban en un portatropas y los tenían por dos años o más. A partir de aquel momento no tenían contacto con su familia, y muchos de ellos desaparecieron. Fueron llevados a diferentes escenarios de guerra, lejos de sus hogares, y dentro de los cuarteles aprendieron a matar, matando, a torturar siendo torturados; y todo ese terror de Estado que vivieron en el interior de los cuarteles nunca ha sido develado. Es decir, el Estado no ha reconocido su responsabilidad por la violencia que ejerció, también, contra sus propios defensores.
Ello en parte explica por qué existe hoy en día en el Perú una eclosión de asociaciones de veteranos de la guerra contraterrorista. Y coexisten dos realidades alternas; por un lado, un discurso político que glorifica la memoria militar, pero por otro se desconoce y silencian las demandas políticas de estas asociaciones. Incluso ha habido oportunidades donde se les va a categorizar como “terroristas” cuando se organizan sus manifestaciones públicas en demanda de sus derechos.
¿Cuál es el posicionamiento político de estas asociaciones?
Desde el punto de vista de la memoria militar de los licenciados excombatientes, la guerra que se desató en el Perú fue contra el “enemigo interno” que, de manera general, en su discurso postconflicto representa la clase política a la que denuncian como “traidora” y hasta los sindican como los verdaderos “terroristas” y hasta los sindican como “traidores de la patria” por haberlos dejado en el abandono.
La noción de “enemigo interno” tiene un significado profundo para ellos, arraigado a su experiencia bélica, es decir, sentir que en el pasado lucharon contra un enemigo interno, un “hermano traidor” que convive con ellos y que puede atacarlos a traición. Eso es algo que, si bien viene de la experiencia bélica, se traduce también a nivel político.
En la actual crisis política, han habido muchos momentos en que se ha evocado los lenguajes militares que provienen del legado de la guerra contraterrorista: “muerte al traidor”, “muerte a Pedro Castillo y a Cerrón” y hasta “la guerra contra el COVID” o incluso incesantes pedidos de ciertos grupos políticos para tocar las puertas de los cuarteles llamándolos a “derrotar al terrorismo en el Perú”. Todo este lenguaje bélico se vuelve a usar ya no en un contexto de guerra, si no en un contexto democrático. Ese es un punto de quiebre hacia un proceso de militarización de la política y la politización de los militares.
Después de una guerra, los militares excombatientes, oficiales retirados y licenciados van a reivindicar sus victorias. Pero esas victorias no van a estar exentas de un discurso político. Entones, existen veteranos de esta guerra quienes por un lado reivindican a ciertos sectores políticos como al fujimorismo por atribuirle la derrota de Sendero Luminoso, pero por otro lado otros van a denunciar a la élite política que nunca les ha hecho un reconocimiento real y no les han compensado las secuelas físicas y psicológicas sufridas por la guerra.
Solo para mostrar un ejemplo, el recientemente liberado de prisión, Antauro Humala, como excombatiente de la guerra contraterrorista viene liderando desde el año 2000 un movimiento ultranacionalista de tendencia izquierdista. Y hoy existen muchos otros grupos políticos radicales de ultraderecha que mantienen en sus filas a militares retirados y licenciados.
¿Cómo poder entender el etnocacerismo dentro del Ejército?
En función a los hallazgos de mi trabajo de investigación, considero, más bien, que detrás del “etnocacerismo” que es un ideario que emerge del seno de la familia Humala, lo que en el Perú persiste es un sentimiento etnonacionalista postbélico particularmente alrededor de los licenciados excombatientes, aquel que se forjó como arsenal ideológico desde los cuarteles durante la guerra contraterrorista, y que se alimentó en parte del nacionalismo militar proindígena promovido durante el gobierno del general Juan Velasco Alvarado, siendo aprovechado para formar doctrinariamente a los soldados contraterroristas convenciéndoles de que por su origen andino y amazónico serían invencibles frente al “enemigo interno”. De allí que llame la atención que los “nacionalismos” y “ultranacionalismos” postbélicos en el Perú, a diferencia de otros países, no se forje precisamente frente a un enemigo “externo”, sino frente a un “enemigo interno”.
En cuanto a los hermanos Humala (Ollanta y Antauro), como fundadores del Movimiento Etnocacerista, cabe recordar que ambos fueron combatientes de la guerra contraterrorista, al igual que cientos de miles de licenciados que abrazaron en un primer momento al “etnocacerismo”. No obstante, la base social de los que enfrentaron y soportaron la guerra fueron los licenciados excombatientes, es decir los conscriptos del servicio militar obligatorio que en su mayoría fueron enrolados a través del reclutamiento forzado, y a quienes se les violaron sus derechos fundamentales. La cotidianidad de la guerra, sin embargo, va a construir relaciones de alteridad entre militares que en la posguerra van a aprovecharse políticamente, eso en parte ocurre con el “etnocacerismo”. El furor del combate muchas veces va a afirmar las relaciones emocionales afectivas entre el personal militar, sean oficiales o soldados de tropa, por lo cual las diferencias de clase e incluso de etnicidad van a tender a quebrarse. Es decir, si en un contexto de paz el oficial va a mantener su jerarquía militar, la guerra que propuso Sendero Luminoso va a propiciar una forma de relación entre soldados y oficiales, creando vínculos de empatía, por un lado, y de odio, por otro, dependiendo de las relaciones que se establezca entre el oficial y su tropa.
No es casual, por tanto, que cuando se declara acabada la guerra en el año 2000 y se restaura la democracia en el país, los hermanos Humala van a asumir el liderazgo de los licenciados excombatientes a quienes van a llamar “reservistas”, una categoría militar empleada como eufemismo para llamar a sus seguidores “etnocaceristas”, que resulta instrumental para su proyecto político. Los licenciados excombatientes van a ser agitados políticamente por ambos hermanos, porque conocían la existencia de su gran frustración frente al Estado.
Por otro lado, si existe una mirada limeñocéntrica sobre la guerra y la derrota de Sendero Luminoso y el MRTA, lo que van a hacer los licenciados excombatientes es reivindicar que la lucha no fue lograda desde Lima, sino desde sus pueblos. El sentimiento etnonacionalista emerge así sobre la base de una historia contrahegemónica construida por ellos. Yo he asistido a muchas ceremonias en las que alcaldes de diversos pueblos y distritos entregan medalla a los licenciados excombatientes que participaron en la derrota de SL y el MRTA.
Para convertirse en soldados contraterroristas ellos tuvieron que pasar por un proceso de adoctrinamiento militar brutal; que tendió a la hipermasculinización, a la brutalización, a la animalización. Inclusive se tienen registros donde el método de necrofilia y canibalismo formó parte de esta formación. Todo ello lógicamente produjo daños irreparables en la vida de estos excombatientes que ninguna dependencia del Estado se hace cargo actualmente.
López Aliaga y Hernando de Soto pactaron con grupos de reservistas.
Hay líderes políticos a quienes les interesa fomentar la radicalización, y buscan conquistar el respaldo de los cientos de miles de licenciados excombatientes, a quienes les ofrecen el cumplimiento de sus derechos como veteranos de guerra, pero que, sin embargo, luego los abandonan. Es verdad que Antauro Humala, como militar en retiro, y el grupo de “etnocaceristas” que aún lo sigue podrían representar políticamente un movimiento ultranacionalista de tendencia hacia la izquierda radical, mientras otras facciones de oficiales retirados están apostando a grupos ultranacionalistas de derecha radical. Pero en el medio de estas dos tendencias, existen otras que apuntan más bien hacia la defensa del orden democrático.
Antes de la guerra contra Sendero Luminoso y el MRTA el gran trauma del Perú era la perdida de la guerra con Chile. Frente a esta derrota, emergió una corriente nacionalista en el país cuyas narrativas tendieron a glorificar a los militares que resistieron y cayeron con dignidad en acción de armas, incluso a la población civil. De esta memoria se produjo representaciones artísticas, literarias para reivindicar el nacionalismo frente a un enemigo exterior.
La reciente crisis política, sin embargo, nos ha permitido observar la emergencia de ultranacionalismos de izquierda y de derecha, pero esta vez no frente a un enemigo externo, si no más bien frente a un enemigo interno, es decir frente a nuestros compatriotas.
En estos discursos, evocados por los líderes políticos más radicales de la derecha, los “enemigos internos” aparecen expulsados de la comunidad nacional. Ello explica por qué se acusa de ser “enemigos” del progreso, por ejemplo, a la población campesina que reclama por sus derechos, lo cual, obviamente, sirve para defender el modelo económico. Y para la izquierda radical, por su parte, es la clase política quienes siguen siendo los “enemigos de la patria”. En estas pugnas por los ultranacionalismos de izquierda de derecha, muchos grupos detentan el respaldo de los licenciados excombatientes como el botín preciado para sus performances de poder con tintes bélicos y hasta militarizados.
Actualmente, ¿sigue existiendo un sector nacionalista en las Fuerzas Armadas?
Es una pregunta compleja. Toda fuerza armada es, doctrinariamente, nacionalista, pues allí se forman mujeres y hombres que están dispuestos a dar la vida por la patria. Sin embargo, si ese nacionalismo está vinculado a un arsenal ideológico y político, la pregunta cambia. Al respecto, considero que el pensamiento militar alrededor de las instituciones castrense tendió a la despolitización en las últimas décadas, primero, cuando se recuperó la democracia en 1980, luego del gobierno de las Fuerzas Armadas, y, segundo, cuando cayó el régimen de Alberto Fujimori hacia el año 2000.
¿Hay tensiones también entre las diferentes armas, por ejemplo, entre el Ejército y la Marina?
Cada instrucción armada posee su propia cultura militar. Sus diferencias están relacionadas principalmente con la doctrina mediante la cual se forma su personal y la función que cumpla. Sin embargo, en su cotidianidad, las relaciones de alteridad están determinadas por la jerarquía militar, y también por su base social. Los factores de clase y etnicidad están muy presentes. En lo que respecta a la memoria militar de la guerra contraterrorista, además de la memoria salvadora militar, cada instituto va a tender a construir su propia memoria, aquella que está determinada por su nivel de responsabilidad en el combate y participación durante el conflicto armado.
El golpe de Estado parecía un tema de un pasado muy lejano, pero últimamente se está volviendo a hablar mucho de esta posibilidad. ¿Se podría descartar una situación de este tipo en el país?
Yo no descartaría un golpe de Estado, pero no en la forma cómo se desarrollaba hace unas décadas en la región. Lo que se observa ahora en el Perú es que las tensiones entre el Ejecutivo y el Parlamento se interpretan como un “golpe lento”, de esa forma lo denominan los politólogos, lo cual constituye una amenaza permanente a la gobernabilidad en un Estado democrático. Es verdad que, en el contexto de las últimas elecciones presidenciales, diversos medios anunciaron que un numeroso grupo de marinos retirados presentó una misiva al alto mando de las Fuerzas Armadas para desconocer los resultados de dichas elecciones, lo cual reveló una clara apertura a un clima de golpe. Sin embargo, las instituciones castrenses y su personal en actividad han mostrado, al menos hasta el momento, respeto a la Constitución y al mandato de no beligerancia, lo cual es una señal que garantiza la democracia en el país.
No obstante, cada vez existe una mayor tribuna política hacia los militares retirados y licenciados, y en particular a los excombatientes de la guerra contraterrorista. Cuando más frágil se presentan los poderes civiles más lugar tiene la politización de los militares y la militarización de la política.
¿Pero no ves un escenario en que las Fuerzas Armadas depongan al presidente y convoquen a elecciones?
De momento, se observa que hay un “golpe lento” de parte de las élites políticas contra el gobierno de turno. El “llamado a la muerte” cuando fue candidato el actual presidente Castillo manifiesta el grado de violencia política que vive el país, por lo menos a nivel discursivo. Este clima de “golpe lento” ha generado que ciertos militares en retiro, con evidentes intereses políticos, ya no tengan miedo a salir a la esfera pública a intervenir políticamente; y eso es muy riesgoso para nuestra frágil democracia, porque la población ante un clima de caos puede ver en un militar la imagen de orden que necesita el país y volvamos, como décadas atrás, a mirar a los militares ocupando funciones políticas.
Hay también una mayor reaccionarización de militares que hasta hace poco no tenían posiciones tan extremas. Es el caso de Chiabra o Montoya.
En este momento de polarización política se han generado alianzas contra ese “enemigo interior” que aparentemente ha sido derrotado militarmente pero no políticamente. El “enemigo interior” en estas pugnas políticas encarna diversas figuras dependiendo del lado político que se observe. George Mosse, el autor de “Soldados caídos”, explica que el genocidio nazi resultó de un proceso de brutalización de la sociedad, del ultranacionalismo del periodo entreguerras que generó el clima que hizo posible la trivialización de la muerte del enemigo, en este caso, en mayor medida de la población judía. Lo que podría estar ocurriendo en el Perú, salvando las distancias con el objeto del libro de Mosse, es que los ultranacionalismos que han empezado mostrarse en la esfera pública es que tienden a despertar sentimientos de odio a ese “enemigo interno”, sentimientos que promueven la formación de alianzas y afecciones políticas que antes eran impensables, incluso llegando a producir discursos belicistas donde se emplean lenguajes y hasta metáforas que provienen de la guerra contraterrorista.
¿Todos los congresistas militares en el Congreso están en la misma línea?
Hay diferencias. Cada uno de los militares retirados que hoy cumplen una función parlamentaria tiene su propia carrera política. Y, aunque aparentemente por su identidad castrense pueden estar de acuerdo en ciertos asuntos, no me atrevería a decir que están en la misma línea: algunos han sido combatientes otros no.
¿Cómo un tipo como Montesinos que fue procesado por traición la patria logró controlar a las Fuerzas Armadas?
Creo que el principal factor que empleó Montesinos para hacerse del control de las instituciones armadas fue justamente conocer la cultura militar, es decir, saber cómo lograr manipular de manera perversa la obediencia de sus “subordinados” para instalar su sistema de corrupción. Llevar la casa de gobierno y su despacho al cuartel general del Ejército fue una forma simbólica de evidenciar el poder que tenía. En parte de ello trato en el artículo del libro. Por ejemplo, los militares combatientes generalmente tienen muchas tensiones con los no combatientes quienes son muchas veces acusados de haber estado al servicio del régimen fujimontesinista, mientras ellos fueron a la guerra.
Este clima de “golpe lento” ha generado que ciertos militares en retiro, con evidentes intereses políticos, ya no tengan miedo a salir a la esfera pública a intervenir políticamente; y eso es muy riesgoso para nuestra frágil democracia, porque la población ante un clima de caos puede ver en un militar la imagen de orden que necesita el país y volvamos, como décadas atrás, a mirar a los militares ocupando funciones políticas.
Y llegado el momento, ¿este golpe lento podría convertirse en un golpe rápido?
No me atrevería a decir eso; pero si quisiéramos ponderar acerca de cuál sería la participación política de los militares en una situación de golpe lento, creo que podrían girar en torno al fortalecimiento de sus liderazgos, por ejemplo, ahora mismo podrían estarse configurando candidatos hacia próxima elección presidencial.
En tu investigación, ¿has encontrado que los soldados son conscientes de las barbaridades que cometieron ellos durante el conflicto armado interno?
Los soldados no solo son conscientes de la guerra en la que participaron. Ellos saben que las huellas de aquella guerra viven aún dentro de sus cuerpos. Es decir, el recuerdo de las violencias sufridas y las violencias que ellos pudieron provocar. Por lo que manifiestan una necesidad permanente de sanación, de un pasado que los golpea.
La idea que ha quedado es que ellos fueron a matar y lo hicieron de manera indiscriminada, al punto que existe una tendencia a ser identificados únicamente bajo la categoría de “perpetradores” y una serie de adjetivos que buscan naturalizar la violencia de los militares. Al contrario de “naturalizar” esa violencia, es necesario saber quién o quiénes fueron los responsables de la fábrica de combatientes. A través de mi trabajo lo que quiero resaltar es que fue el Estado el responsable en la domesticación de sus cuerpos. Para convertirse en soldados contraterroristas ellos tuvieron que pasar por un proceso de adoctrinamiento militar brutal; que tendió a la hipermasculinización, a la brutalización, a la animalización. Inclusive se tienen registros donde el método de necrofilia y canibalismo formó parte de esta formación. Todo ello lógicamente produjo daños irreparables en la vida de estos excombatientes que ninguna dependencia del Estado se hace cargo actualmente.
Sus relatos dan cuenta de una necesidad de liberación de esa carga traumática, más allá de la responsabilidad moral de los hechos cometidos que muchas veces abiertamente lo asumen. “Pueblo contra pueblo, hermanos entre hermanos nos hicieron dar muerte todo por culpa del Estado”, señalan. Esta pues es una generación perdida de peruanos que fue domesticada para pelear esa guerra en defensa del Estado.
¿También te has encontrado con personas que reivindican ese pasado y que consideran que fue necesario lo que hicieron?
Yo he encontrado discursos militares que tienden al negacionismo frente a la violación de derechos humanos, pero estos no han sido evocados desde las voces de los combatientes. Las memorias militares sobre la guerra contraterrorista son heterogéneas y muchas veces disidentes entre sí.
¿Se podría decir que ellos están orgullosos de haber ganado la guerra para el Perú, pero no están orgullosos de lo que hicieron?
Creo que se reconocen como vencedores, pero no necesariamente se sienten orgullosos. Considero que aspiran a una sociedad que reconozca que sus cuerpos fueron usados para una guerra a la que muchas veces no querían ir. Esta guerra no la pelearon precisamente voluntarios, sinopelearon los reclutados de manera forzosa quienes sufrieron múltiples afectaciones por violaciones a sus derechos fundamentales. En el camino aprendieron a conocer quién era SL y el MRTA, y quién era el Estado, también. Los licenciados excombatientes, reconocen que debían derrotar a estas organizaciones porque fueron formados para eso. Aprendieron a “odiar al enemigo” viendo directamente los ajusticiamientos populares, recogiendo cadáveres, para luego emplear las mismas armas para derrotarlos. Lo que puedo notar es que existe una enorme frustración y hasta rabia contenida por haber sido arrastrados a una guerra en la que, si bien es cierto ganaron, fueron usados y abandonados; y que, finalmente, en nombre de ese Estado mataron a sus compatriotas.
Es decir, una guerra de la cual no son vencedores.
Los licenciados excombatientes están desde el año 2000 exigiendo sus derechos como veteranos de guerra, derechos que figuran en la ley del servicio militar obligatorio que fue el marco legal mediante el cual se aplicó de manera arbitraria y discriminatoria aquello que los arrastró a combatir forzosamente.
En todo este tiempo, los licenciados excombatientes han tocado las puertas del parlamento de manera incesante y sus demandas no han sido atendidas hasta hoy. Por ello resulta contradictorio que aun cuando ciertos grupos políticos enarbolan y glorifican la memoria militar para favorecerse de su imagen no hayan promovido políticas públicas para reparar el daño provocado a cerca de en medio millón de jóvenes, niños adolescentes que en calidad de soldados de tropa combatieron entre las décadas de 1980 y 1990 en la guerra contraterrorista.
¿Sigue habiendo maltratos en los cuarteles?
Creo que ahora tenemos una sociedad mucho más vigilante de este tipo de acciones en los cuarteles, sobre todo luego del informe de la CVR y la labor que cumplen los organismos defensores de los derechos humanos. Lamentablemente, como ocurre ampliamente en sociedad peruana, el tema racismo persiste como la condición que legitima diversas formas de violencia. Las instituciones castrenses no son ajenas a esta realidad. Sin embargo, existen mayores elementos de control y medios para que los subordinados puedan denunciar este tipo de hechos.
También el tema de la violación a detenidos durante el conflicto armado interno.
Este en un tema muy sensible y al mismo tiempo complejo. Si bien las ciencias sociales peruanas han dedicado agudas investigaciones en torno al tema de las violaciones sexuales cometido por personal militar contra mujeres durante la guerra, no ha recibido la misma atención la violencia sexual masculina. En mi trabajo he registrado pasajes de este tipo de hechos. No obstante, este es un tabú, por la hipermasculinización del cuerpo de los soldados.
¿Cómo así te convertiste en teniente del Ejército?
Yo estudié Historia en San Marcos, y me dediqué a trabajar como asistente de investigación para diversos proyectos en archivos militares y diplomáticos. Luego conocí de una convocatoria para la asimilación de historiadores y acepté el reto.
¿No hiciste formación militar?
Claro que sí. En 2012 el Ejército abrió una convocatoria para la asimilación de oficiales historiadores promovida por oficiales excombatientes, y es ahí donde decidí entrar. Pasé así ocho años de mi vida al servicio del país. El Ejército me abrió sus puertas y me brindó la posibilidad de conocer de cerca la cultura y el pensamiento militar de la generación de la postguerra. Fui formada como historiadora militar por veteranos de la guerra contraterrorista.
Yo entré al Ejército en el contexto en que se abría el debate nacional y el proceso participativo relacionado al guion museográfico del Lugar de la Memoria (LUM). Llegué a formar parte del equipo técnico que represento a la institución en este proceso. En el trascurso de estos debates y el reconocimiento de las víctimas, pudimos identificar también a las víctimas militares, que fueron en su mayoría los licenciados excombatientes.
Extremadamente interesante e importante la entrevista.
Por desgracia, en la respuesta a la pregunta sobre un posible golpe de Estado militar hoy, se ha deslizado una errata tremenda. Se dice que las FF.AA. respetan la Constitución y “no son beligerantes” (extraño pacifismo para las instituciones castrenses). Lo que debió decir la entrevistada es que “no son deliberantes” (o sea que no participan de las “deliberaciones” políticas).