Los poetas de los 60: La generación que amaba y odiaba el Centro de Lima

Escrito por Revista Ideele N°237. Abril 2014

A partir de los años 70 del siglo pasado, el Centro de Lima empieza a deteriorarse. Pero es en los 80 cuando los principales bares y restaurantes comienzan a cerrar a causa del terrorismo. El Centro de Lima deja de ser el corazón de la ciudad y la vida comercial y cultural se traslada a diferentes distritos como San Isidro y Miraflores. La decadencia por la que pasa el Centro de Lima se refleja en la poesía de la época mediante Hora Zero y Kloaka. Pero es en los años 60 cuando esta decadencia se empieza a previsualizar, como una especie de premonición de lo que ocurrirá en los años posteriores. Los poetas de la generación del 60 son el germen de una poesía territorial, urbana y coloquial que pasa por el corazón de la ciudad.

Los espacios físicos tienen en la poesía una enorme significación. Son un elemento de inspiración y creación que muchas veces genera estados de percepción; es decir, evocan ciertos sentimientos que se reflejan en ella. Pero otras tantas veces no son solo sentimientos, sino también relaciones íntimas con uno mismo, entre espacio y sujeto poético, un lugar donde uno se recrea y se transforma.

La poesía de la generación del 60 tiene mucho de esto, lo que la diferencia de aquélla de la década anterior. Según Víctor Vich, la poesía del 50 era más pura y existencialista. Los grandes temas que se tocaban entonces eran la ideología política, el alma y el amor: “Era una poesía siempre en las nubes”, dice Vich. En los ’60 esto empieza a cambiar. Se habla de lo cotidiano y de lo territorial, las imágenes son directas y el lenguaje sencillo, coloquial, lo que luego se radicaliza en los 70. Entonces, esa territorialidad marcada de los ‘60 se funda en el espacio emblemático de la época, el Centro de Lima.

El Centro de Lima era el lugar de convergencia por muchos motivos. Por un lado, el movimiento social y político que se vivía era convulsionado y la ilusión democrática y de apertura social muy cercana. Como refiere Vich, la ruptura con el autoritarismo de la década del ‘50 generó un espíritu de libertad y apertura hacia la divergencia en la década de 1960. Esta apertura también coincidió con una aproximación juvenil más frecuente hacia las drogas y el rock and roll: Lo importante es que se trata de una generación que va a sentir mayores espacios de libertad política y libertad simbólica, creativa. Van a romper con el peso de una tradición y van a intentar fundar algo nuevo. En el caso político, el socialismo, y en el caso literario, una poesía más coloquial”.

El rol de los estudiantes estuvo muy marcado en los ‘60. Es en este momento cuando las organizaciones estudiantiles adquieren un papel trascendente. Tanto la Federación de Estudiantes del Perú como la Federación Universitaria de San Marcos se vuelven un referente para la opinión pública, como afirma Hildebrando Pérez, poeta de la generación del ‘60: “El peso que tenía en la consideración pública, el peso del predicamento, la postura de la universidad, era muy importante; nos tomaban en cuenta, la sociedad nos escuchaba: qué piensa la Universidad de San Marcos sobre este tema”. Este mismo poeta nos cuenta cómo es que en esta época se logró obtener el derecho al medio pasaje mediante las luchas populares estudiantiles.

Por el otro lado, el Centro de Lima era el lugar del trabajo, de la educación y de la cultura. Era el corazón de la ciudad, donde convergían distintos sectores socioeconómicos. Las universidades Católica, San Marcos y Villarreal estaban en el Centro de Lima; los principales bancos y tiendas, cines, centros culturales y, sobre todo, los bares más importantes.

La efervescencia política estudiantil que se vivía en la época se encontraba en el Centro de Lima. Las marchas, los mítines y las concentraciones comenzaban a formarse en San Marcos, y los de la Católica se movilizaban hacia allá. El Centro de Lima era un lugar de mucho movimiento, donde los estudiantes pasaban la mayor parte de su tiempo. Hildebrando Pérez lo llama la “otra universidad paralela”.

Tanto en los testimonios de sus anécdotas como en la lectura de sus poemas se pueden percibir distintas versiones del Centro de Lima de los años ‘60. Los poetas de esta generación mantenían una relación de “amor-odio” con el Centro de la ciudad. Por un lado, su mirada es sumamente crítica; pero también existía cierta identificación con él.

Odio

La primera perspectiva es la de un Centro de Lima en decadencia. En sus poemas, Marco Martos muestra una mirada negativa, casi externa. Al ser el poeta un migrante, se puede percibir una enajenación con la ciudad. Todas las referencias hacia el Centro de Lima que aparecen en sus poemas tienen un sentido de no pertenencia. Un ejemplo de este malestar se refleja en el poema “Torre de marfil”, en el que su hastío hacia la ciudad se transforma en imágenes crudas de las costumbres cotidianas de las plazas del Centro de Lima

[…] No puedo cantar al pueblo.
Los domingos siento náuseas
en la plaza.
Me repelen
las faldas de colorines,
las butifarras, los anticuchos,
las glorias nacionales […].

Martos configura un escenario hostil sobre el Centro de Lima en el que se puede ver el desorden y la desorganización. El Centro de Lima se muestra como un lugar laberíntico e incluso sucio. Esto se puede ver al inicio del poema “Lima”:

En Lima cada cuadra tiene un nombre me dijeron
y es verdad que he comprobado […]
En Lima cada coche, cada cola, cada rueda,
rumores y presagios, sudores ajenos
Y humos robustos sin quererlo respiramos […].

Además, el poeta utiliza los sentidos para criticar una ciudad tugurizada, desordenada, sucia, en la que la vida urbana avanza agresivamente y la gente le tiene que seguir el paso para poder sobrevivir, como se muestra en “Triunfo”:

De los ruidos
de los golpes
de tranvías,
del fondo de mis pelos,
como un triunfo aflora
el deseo de volver a mi pueblo […].

Por otro lado, Carlos López Degregori, en el libro Generación poética peruana del 60, plantea la poesía de Mirko Lauer como premonitoria en relación con los rasgos que caracterizaría la generación venidera de poetas: “[…] Ciudad de Lima, dibujó los contornos de una ciudad que habitarían luego muchos de los poetas de los setentas”.

Estos “contornos” a los que alude López Degregori pueden ser específicamente identificados en poemas como “LeitMotiv: ¡Oh Gran Ciudad de Lima!”. En él, Lauer indaga en nuestro pasado como configuración de las creencias del presente, así como la iconografía que restringe libertades en la cotidianidad urbana. El Centro de la ciudad, en este poema, amalgama el sentir popular, la relación de la sociedad hacia los íconos religiosos. El poeta desacraliza al germen de la creencia popular, llevando el discurso hacia la racionalidad e incluso conmiseración hacia Santa Rosa, patrona de la Ciudad de Lima:

[…] Una mujer flagelada por el diablo es vuestra patrona
buscando entre el huerto las más purulentas espinas:
los conquistadores una vez más llegando en sus barcos, hasta la
Plaza de Armas […].

De esta manera, se puede ver cómo Lauer hace una severa crítica hacia la religiosidad expresada en el Centro de Lima. Es una mirada muy dura al ascetismo que predomina en la ciudad, contrario al vitalismo juvenil que se vivía en la época.

En “Conquistadores” Lauer ahonda aún más en esta crítica. Este poema se pregunta por la herencia colonial y por la sociedad jerarquizada que ha fundado. Es decir, por las raíces de donde viene el conservadurismo de la ciudad. El Centro de Lima se expone como un espacio que proyecta el peso de un pasado que los habitantes de la ciudad ignoran:

[…] Pero los conquistadores han traído a la viuda negra a vivir entre sus muros,
y la conciencia de la esclavitud se diluye entre las graderías:
Plaza Mayor
¡Oh Gran Ciudad de Lima!
la gente ha olvidado las antiguas hazañas de los
conquistadores […].

En los versos finales Lauer sentencia: “Hostilizado corazón de la juventud, / la historia se repite hasta el absurdo”.

Antonio Cisneros, a su vez, ilustra el Centro de Lima como reflejo del deterioro material y emocional del presente. Las figuras históricas se revisitan, fijadas para la colectividad por las estatuas en las plazas. La descripción de plazas y monumentos, pintadas de blanco por los pájaros, reflejan el estado físico del Centro de Lima que pasa desapercibido por los transeúntes, dejando entrever el menoscabo de la ciudad. A diferencia de los poemas de Mirko Lauer, el poema “Descripción de Plaza, Monumento y Alegorías en Bronce” tiene un trasfondo irónico, en el que se pretende cuestionar los símbolos nacionales y una herencia antiguamente instaurada y nunca cuestionada.

El poema “Canto ceremonial contra un oso hormiguero” acentúa aún más la crítica hacia una ciudad que se está degradando. Las referencias explícitas a la Plaza San Martín dan cuenta de que la crítica se centra principalmente en el Centro de Lima, pues es en este lugar donde se puede ver más de cerca esa herencia colonial anteriormente mencionada. Como afirma Higgins en el libro Metáfora de la experiencia: La poesía de Antonio Cisneros, el poeta caracteriza a la oligarquía virreinal como un homosexual, con lo cual se manifiesta la decadencia de la ciudad: “Satiriza a las Grandes Familias que han heredado el poder de la oligarquía virreinal. Estas están personificadas por un viejo homosexual, representado como un oso hormiguero cuya lengua voraz simboliza la insaciable codicia de la alta burguesía”:

Aún te veo en la Plaza San Martín
dos manos de abadesa
y la barriga
abundante
blanda
desparramada como un ramo de flores baratas
olfateas el aire
escarbas algo
entre tus galerías y cavernas oxidadas […].

La decadencia tanto moral como física del Centro de Lima está reflejada en los poemas de estos vates del 60. Mediante un análisis del discurso se puede percibir que los autores tienen una mirada sumamente crítica. Las imágenes crudas del Centro de la ciudad denotan que lo conocen perfectamente, pero que sus sentimientos no muestran una relación de convivencia, de recreación y de transformación en el espacio descrito, sino todo lo contrario. Sin embargo, detrás de estas imágenes existe otro tipo de imaginario en los poetas que se correlaciona con el de la decadencia de la ciudad: es el del Centro de Lima como espacio de interacción.

Amor

En la poesía de Luis Hernández se puede ver lo contrario. El sentido de pertenencia con el centro de la ciudad está más marcado a pesar de ciertas referencias negativas a ella, pues su poesía se caracteriza por ser lúdica y onírica. El hecho de ser un poeta oriundo de la capital, pero encontrarse alejado, simbólicamente, del plano político-social de ésta, lo hace tener una variante distinta a la confrontacional generación del 60. Sus referencias a la urbe se encuentran incrustadas en vivencias, personas, enfermedades o menciones indirectas del mundo que rodea a los personajes descritos. Es decir, se centra en lo cotidiano, en la vida nocturna, en los bares y en los cines. Hace una descripción casi visual de la ciudad en la que representa el día a día:

Tocó tierra en la Plaza Bolognesi, donde bebió tres cervezas heladas
a la salud de los espejos biselados. Alguien entonaba una canción en 
el bar. El Domingo concluía.

Por otro lado, el Centro de Lima era un lugar atractivo para los poetas de las generación del 60 por muchos motivos. En aquel entonces, éstos eran estudiantes. La mayoría de San Marcos o de la Católica, que se preparaban para ser hombres de letras. Sus profesores solían ser grandes poetas de la generación anterior y maestros de las ciencias sociales. La admiración que sentían hacia ellos hacía que los lugares que frecuentaban lucieran más atractivos, como refiere Hildebrando Pérez: “Nuestros profesores eran en su gran mayoría poetas, escritores, científicos sociales de la generación del 50, y uno que otro de la generación anterior. Y es sabido que toda esa generación había compaginado su vida intelectual y la bohemia limeña ahí nomás”.

Incluso las especulaciones y los mitos recurrentes hacían la experiencia aún más interesante, como se puede ver en la entrevista realizada a Marco Martos: “Los estudiantes de la Católica bebían en la misma tienda de la esquina y le decían ‘Luis Jaime’ por Luis Jaime Cisneros. Uno de los más conocidos que hasta ahora existe es el Cordano; ahí se decía que iba Martín Adán.

En los 60, tanto la Universidad Católica como la San Marcos estaban ubicadas en el Centro de Lima. La Católica quedaba en la plaza Francia y a unas cuadras estaba San Marcos, en la antigua casona, frente al Parque Universitario. Las separaban unas cuantas calles, entre ellas el jirón de la Unión y Lampa. Los estudiantes se solían mover en la periferia de estas dos universidades, en los bares y restaurantes cercanos. La ausencia de un campus universitario hacía que los alumnos se apropien de las calles y formen su propio campus dentro del perímetro. Como dice Mirko Lauer, San Marcos había “institucionalizado” una serie de bares a los que iban sus estudiantes, profesores y burócratas. Tanto Marco Martos como Hildebrando Pérez mencionan a “El Palermo” como un bar clave de la época: “Tú salías al Parque Universitario, cruzabas la pista y ahí estaba un famoso bar que ha sido rescatado por la literatura: ‘El Palermo’. Ahí encontrábamos a los profesores y conversábamos, nos invitaban a tomar una cerveza y a continuar allí las clases de Literatura, de Historia”.

La vida académica de los poetas los llevaba a pasar la mayor parte de su tiempo en el Centro de Lima. El estilo de vida de la época hacía del centro de la ciudad algo mucho más atractivo. Como afirma Mirko Lauer, la vida en el centro de la ciudad no solo ocurría en las mañanas y tardes, durante clases: también la vida nocturna tenía mucho movimiento: “La vida nocturna estaba en el Centro; las experiencias divertidas, entretenidas, marginales, transgresoras, estaban en el Centro de Lima. Todavía no había comenzado la era de las discotecas de San Isidro, Miraflores; casi todo era en el Centro”.

Tánatos

Tanto Marco Martos como Hildebrando Pérez recuerdan esos años como experiencias de vida únicas. Las miles de anécdotas con Antonio Cisneros, con Lucho Hernández, con Julio Ortega, se dejan entrever en su nostalgia por un Centro de Lima que ya casi no existe. Aun así, también recuerdan con amargura los momentos de conflicto, las expectativas de cambios sociales y las cachetadas de la realidad que llevó a varios a la muerte. El primero fue Javier Heraud, quien murió acribillado en Madre de Dios. Le siguió un grupo de poetas a quienes les afectó ese conflicto con la realidad y terminaron suicidándose, como Luis Hernández y Juan Ojeda, quien aún no se sabe con certeza si se suicidó o lo atropellaron. Hildebrando Pérez concluye: “Todo eso da lugar para pensar que Lima es un espacio que propicia la vida, la escritura, la poesía, pero también el tánatos que tiene, su violencia”.

*El presente artículo es parte de una investigación realizada junto a Vasco Nuñez, Gemma Cánepa y Blas de la Jara

Sobre el autor o autora

María José Palacios
Asistente de investigación.

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