Riqueza y pobreza

Escrito por Revista Ideele N°236. Febrero 2014

Las administraciones serán juzgadas por su éxito o fracaso en reducir la presencia de pobreza según su medición oficial. Aun cuando una sola familia esté por debajo de la línea oficial de pobreza, ningún político podrá reclamar la victoria en la lucha contra la pobreza o ignorar el repetido y solemne reconocimiento de las obligaciones de la sociedad para con sus miembros más pobres.

James Tobin, Premio Nobel de Economía 1981

En el Israel del Antiguo Testamento, una sociedad teosófica, se creía que la riqueza y la pobreza venían de Dios y que eran producto de los méritos o pecados de quienes la gozaban o sufrían, según fuera el caso. En realidad, la concepción incluía también la salud, la enfermedad y hasta los defectos congénitos, como puede verse con reiteración en los relatos bíblicos.

En nuestros tiempos, algunas personas quieren revivir la idea, aunque, como es lógico, con algunas variaciones. De lo que se pretende convencer a los incautos es de que los ricos tienen dinero porque han sido muy trabajadores, mientras que los pobres lo son porque no han trabajado lo suficiente o no han sabido aprovechar las oportunidades que se les presentaron y, eventualmente, también por falta de talento.

Estuvo circulando por la Internet un texto atribuido a Bill Cosby que llevaba por título “Tengo 76 y estoy cansado”, en el que se repite el mismo rollo. Creo que Bill Cosby es un “selfmade man” (hombre que se ha hecho a sí mismo) y que ha conseguido lo que tiene con sacrificio y denuedo; pero ¿en cuántos casos semejante afirmación es verdadera? Además, resulta paradójico que se empiece afirmando “no heredé mi trabajo o mis ingresos, y he trabajado para llegar a donde estoy”.

Este planteamiento —que en nuestros tiempos tiene origen en la concepción individualista de Ayn Rand— olvida que con frecuencia el origen de la riqueza no es el trabajo y el esfuerzo. Basta mencionar el caso de la herencia (nadie tiene una explicación válida para que no exista el impuesto a las sucesiones en el Perú, pero sospechosamente se evita el tema) y, por otro lado, la conocida frase de Balzac “Detrás de toda fortuna hay un crimen”, para echar por tierra esta “novedosa” tesis, que, como ya he señalado, estaba vigente hace más de 2 mil años.

Según los defensores de la idea, todos nacemos iguales o partimos del mismo lugar, y es evidente que tal cosa es falsa. Nadie ha escogido nacer en la situación, medio y coyuntura en que lo hace; mucho menos los que parten de una situación marginal. Algunos hemos recibido una excelente educación, empezando por la de la familia de origen; otros, en cambio, nacieron y crecieron en medio de la miseria, no conocieron a sus padres y se vieron arrojados a la vida de la calle, donde tuvieron que aprender a subsistir.

Se ha creado el mito de que es más el que tiene más, pero uno de los que primero se da cuenta de la falsedad de tal creencia es justamente el que llega a acumular una gran cantidad

Una de las justificaciones que suelen darse para la situación es que pretender igualdad en medio de un mundo en que las personas nacen con diferentes dones y habilidades es un imposible, y hasta cierto punto tienen razón, pero eso tampoco puede convertirse en justificación para situaciones de miseria y pobreza que están muy lejos de explicarse por falta de trabajo y esfuerzo.

La otra sería la “selección natural” de Darwin, pero para que ésta se diera requeriríamos de una cierta igualdad inicial, ya que como estamos organizados subsisten individuos que, nacidos en otras circunstancias, serían eliminados con rapidez. En pocas palabras, el sistema vigente le pone muchas trabas a esa “selección natural”.

La propiedad solo puede justificarse en el esfuerzo, en el proceso mediante el cual la persona hace suya la cosa al poner su trabajo para apropiársela, pero tiene que tener límites, como todos los derechos, y, como sabemos, éstos terminan donde empiezan los de los demás. El proceso de apropiación no puede llegar a quitarles a los demás. El problema es que el sistema está organizado de tal manera que nadie que acumula riqueza es consciente de estar arrebatándosela a otros, y tener más lleva a la autoafirmación.

Se ha creado el mito de que es más el que tiene más, pero uno de los que primero se da cuenta de la falsedad de tal creencia es justamente el que llega a acumular una gran cantidad. La sensación de vacío e insatisfacción es algo común entre estas personas que con frecuencia lo explicitan, pero el vulgo y la clase media siguen considerando exitoso a quien amasa una gran fortuna.

Por otro lado, se ha puesto de moda un análisis economicista del ser humano y su comportamiento, olvidando sus dimensiones más valiosas. Uno de los grandes aportes de Marx —uno de los filósofos de la sospecha— fue hacer notar la importancia que tiene la economía en el comportamiento humano (incluso le asignó una mayor a la que le correspondía), como también ocurrió con los otros maestros de la sospecha (Freud y Nietzsche). Mas a estas alturas y después de ver todo lo que ha pasado, resulta evidente que el ser humano es mucho más que un consumidor de recursos y que su conducta no puede ser explicada a partir de un análisis económico. Las dimensiones culturales y espirituales juegan un rol importante.

Los grandes exponentes de nuestra humanidad han sido justamente los que lo relegaron y se concentraron en hacer mejores a sus congéneres. Aunque esto haya tenido poca acogida hasta ahora, no podemos simplemente abandonarlo en aras de un ramplón materialismo.

Sobre el autor o autora

Alonso Núñez del Prado Simons
Magíster en Derecho de la Integración y en Derecho Constitucional. Master of Business Administration (MBA), graduado en Lingüística y Literatura, Filosofía. Fundador y director ejecutivo del Observatorio de Cumplimiento de Planes de Gobierno. Profesor universitario, árbitro de la Cámara de Comercio y conferencista. Presidente y director de varias entidades del sistema asegurador.

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