La Venezuela sin Chávez

Escrito por Revista Ideele N°232. Agosto 2013

Con la muerte de Hugo Chávez Frías se configura un nuevo escenario político para Venezuela: un país y, por qué no decirlo, un continente. Estamos ante la presencia de una era post-Chávez que se ha estrenado en el mes de abril (luego de las elecciones presidenciales sobrevenidas), en medio de diatribas, cuestionamientos y necesarias autocríticas para la permanencia del proyecto chavista en el tiempo.

Este contexto, por demás difícil de analizar, nos confronta con una sociedad dividida y polarizada políticamente, y nos invita a observar con mucho cuidado los posibles escenarios que encontraremos en adelante. En ese sentido, el chavismo sin Chávez, como se ha denominado a este momento, debe partir de un discurso inclusivo y pacífico que logre conciliar las diferentes fracciones existentes y logre dirigir sus esfuerzos hacia la reconciliación nacional; lo mismo aplica para la oposición.

El primer “gobierno chavista y obrero” (autodenominación del presidente Nicolás Maduro), que ha sido electo con poco más de 51% de los votos del electorado venezolano, proporción que significa una disminución considerable en relación con las victorias del presidente Chávez y su partido de gobierno, enfrenta a una oposición que aumentó considerablemente sus fuerzas al alcanzar el 49% de los votos restantes, y que simboliza una simetría de fuerzas.

Algunos retos para el Gobierno
Son muchos los elementos que se presentan en el futuro de nuestro país; sin embargo, me atreveré a señalar algunos que pueden resultar claves.

En primer lugar, y como ya he señalado, el oficialismo perdió a su pieza clave, a su líder carismático, al movilizador de masas; en definitiva, al líder ideológico de la revolución socialista que se trata de instaurar en Venezuela desde 1999. Parece trivial que la ausencia de una persona pueda alterar el curso de los acontecimientos de una nación entera, pero en este caso es fundamental revisar esto.

El presidente Chávez logró configurar una nueva manera de hacer política, ya que evidenció la necesidad de recobrar el verdadero sentido de la democracia entendida como poder para el pueblo; pero, además, desde una lógica humanista, promovió la visibilización e inclusión de los grupos tradicionalmente excluidos de nuestra sociedad, y, especialmente, impulsó el empoderamiento de las comunidades para la transformación de sus propias realidades. También fue creyente de la distribución equitativa de las riquezas y de la promoción de una cultura nacionalista que no habíamos conocido antes.

Chávez representaba la posibilidad de cambio para las personas en situación de vulnerabilidad, y por ello con su partida quedó en nuestra sociedad un sentido de pérdida que difícilmente pueda ser cubierto por otra persona; así lo asume la gente que más protegió y reivindicó. La ausencia del líder carismático pudo ser uno de los elementos que generó una disminución de votos para el oficialismo, y puede generar mayor conflictividad en el país si se le suma la inevitable comparación con la gestión precedente, que culminó en medio de cuestionamientos sobre su verdadera vocación izquierdista y democrática, derivados de la cuestionable garantía de la libertad de expresión y manifestación pacífica, así como el trato a la disidencia (incluso dentro del oficialismo) y el abuso de poder y concentración de recursos por parte del alto funcionariado.

El problema más grande a que se enfrentará el chavismo sin Chávez, se encuentra en la práctica gubernamental y que se convierte en un punto de encuentro entre Chavistas, post chavistas y opositores

Un segundo aspecto que merece resaltarse nos introduce en aspectos materiales y propios de la gestión de gobierno. Me refiero a las dificultades que ya se venían presentando desde la época del presidente Chávez, pero que no lograron ser atendidas por éste de manera eficiente y rápida y que, por tanto, se mantienen. Ello nos lleva a revisar cinco espectros de la vida en nuestra nación.

En el plano político-partidista, le es fundamental el reposicionamiento del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) como opción mayoritaria que pueda darle base y legitimidad a su gobierno, especialmente luego de quedar en segundo lugar y por debajo de la Mesa de la Unidad Democrática (opción que aglutina a los partidos opositores) en las recientes elecciones y que significa un crecimiento exponencial del liderazgo de la oposición.

En el ámbito internacional, deberá continuar con el posicionamiento de Venezuela como promotor y líder de la revolución socialista que ha experimentado grandes avances en los últimos años en nuestro continente, lo que incluye la presencia activa en los acuerdos de integración regional como Unasur, Alba, Petrocaribe, CELAC, Mercosur y, especialmente, el estatus que se ha adquirido en la OPEP, por su importancia para nuestra economía.

Es precisamente en el aspecto económico en el que hay un gran reto: la diversificación. Para nadie es un secreto que la economía venezolana depende casi exclusivamente del petróleo, y ello nos hace vulnerables a la fluctuación de su valor en el mercado internacional. Aunque en los últimos años se han realizado esfuerzos para alcanzar mayor independencia de este rubro, ello no se ha logrado; es necesario un replanteamiento de las fuentes de ingreso y un mayor incentivo a la producción nacional y a la empresa privada para, así, reducir el excesivo intervencionismo del Estado y mantener el nivel de avance en cuanto a la reducción de la pobreza que hemos alcanzado.

En el ámbito social, el nuevo Gobierno quizá encontrará el mayor de los retos. Por un lado, en Venezuela se han promovido desde el año 1999 más de 20 misiones sociales que benefician a diferentes sectores de la sociedad y que, aunque han sido criticadas por su carácter asistencialista, dan sustento a la era de Chávez como parte de la reivindicación del pueblo; éstas deben ser replanteadas —pero mantenidas— si se quiere fortalecer el progresismo del Gobierno. Por otro lado, el mandatario actual se estrena en una sociedad altamente polarizada y que requiere con urgencia ser reconciliada (especialmente después de las elecciones), un pueblo con divisiones en materia de la visión de país y la legitimidad del nuevo Presidente, pero que se entrecruzan en la necesidad de resolver a corto plazo problemas vinculados a —sin desconocer los esfuerzos realizados— la inseguridad, el déficit de vivienda, las carencias en el servicio de salud y el sistema eléctrico, la distribución de alimentos, entre otros.

Finalmente, el problema más grande a que se enfrentará el chavismo sin Chávez se encuentra en la práctica gubernamental, que se convierte en un punto de encuentro entre chavistas, poschavistas y opositores: la lucha contra la corrupción, la transparencia, el control de la eficiencia y eficacia de las políticas de gobierno, así como la erradicación del clientelismo y la denominada “boliburguesía”; problemas que ponen en entredicho el verdadero fortalecimiento del poder popular y, por tanto, la presencia de una verdadera democracia en su definición estricta.

Para cerrar, todo el país está en un proceso de incertidumbre y adaptación frente a la nueva era: la oposición mantiene la lucha por alcanzar el poder y promover un modelo de Estado que han denominado de centro-izquierda, lo que alude a la posibilidad de mejorar al país, pero el chavismo espera, además de mantenerse en el liderazgo, lograr coherencia entre discurso y acción, enmendar sus propios errores por el bien de la población venezolana, promover y garantizar los derechos humanos y, especialmente, demostrarse a sí mismos que son capaces de mantener el legado de Chávez y la legitimidad alcanzada por éste frente a la población y la comunidad internacional.

Sobre el autor o autora

Francisco Martínez Montero
Abogado y Politólogo venezolano por la Universidad de los Andes. Magíster en Psicología Social por la Universidad Central de Venezuela. Ex Coordinador de la ONG Provea. Ex Coordinador de Transparencia Venezuela.

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