Escrito por
Revista Ideele N°306. Octubre-Noviembre 2022El taita Arguedas ahora está en los billetes de 20 soles. Este acontecimiento ha ocurrido cuando el Congreso peruano y la población urbana más conservadora del país, quizá igual que en otras partes del mundo, se han declarado libres de perseguir un comunismo que es en realidad tan sólo un nombre, una denominación que dan a toda contraparte política que les disgusta porque reclama, porque les reduce espacios de poder y les quita su provechosa administración, tampoco para bien de los demás. No es difícil saber que José María Arguedas tuvo buenas migas con el Partido Comunista Peruano, y que consideraba que el socialismo le ayudó a encauzar la fuerza y darle sentido a su juventud:
“La teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir, sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo hecho encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico” ([1968] 2011, 12).
Tras esta afirmación, su presencia en la moneda nacional podría haber sido causa suficiente para un debate político tal como suelen ocurrir vanamente en las sesiones parlamentarias. Cuál pueda haber sido la razón para que los perseguidores de comunistas no lo hayan denunciado quizá pueda ayudarnos a descubrir algunos límites éticos que sí compartimos en el país.
Parto de la premisa de que si ningún congresista se ha escandalizado es porque José María Arguedas, para cualquier peruana, peruano, es un escritor éticamente incuestionable. Condición que comparte con César Vallejo, que militó en un partido comunista en Europa, y con José Carlos Mariátegui, fundador del primer partido socialista del Perú. Los tres son de los pocos autores peruanos que desde el siglo XX sostienen una solemnidad que posibilita su trascendencia, que integra a las masas, que une heroicamente a la población y que reconoce y otorga dignidad a las diferencias.
Aunque ya latente desde el siglo XIX en el círculo de Manuel González Prada, es sin duda Mariátegui quien asienta la ética incuestionable que los caracteriza al introducir el poder de lo nuevo. Para ese entonces, el arte vanguardista y la Revolución Rusa habían diseminado a través del socialismo la factibilidad del gran cambio: el visible poder de revolucionar hacia lo menos injusto. En ese preciso momento, esa transformación personal y social era factible, ocurría en Europa y América empezaba a prepararse.
Mariátegui reconoció rápidamente que experimentar ser nuevo se trataba de una transformación mítica, tema que despliega sobre todo en El alma matinal, pero fue César Vallejo el primero en darle vida (literalmente) y poner en escena todo su poder cuando en el poema Masa, al combatiente socialista:
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
(España aparta de mí este cáliz, 1939)
El poder está en el “todos” que los une. Vallejo propone en el poema que la unión debe ser absoluta (todos) para funcionar y cuando lo consigue, su máximo poder es el de la resurrección, la némesis de la peor de las injusticias, de la que quita la vida y con ella la posibilidad de continuar luchando.
Esa fe integradora no se había instalado en el pensamiento del siglo XIX. De hecho, Manuel González Prada llamaba a la división, enviando a los viejos a la tumba y reemplazándolos por jóvenes, o culpando a los indios excluidos de la pérdida de la guerra con Chile. Su llamado es a la exclusión de lo injusto mediante el reemplazo. Por ser literatura, el discurso mítico de Vallejo no llama contra la injusticia, sino que es capaz de producir justicia mediante una propuesta de unión y recuperación.
Años después, a diferencia de Vallejo y Mariátegui, José María Arguedas no percibe el socialismo como mágico, sino, por el contrario, lo interpreta como una forma de pensamiento crítico. Considera que es su particular acercamiento al socialismo el que ha defendido una magia que no lo pertenece a la teoría marxista, sino a la cultura andina de donde proviene. Lo que hace Arguedas es entrelazar el destino y energía contra la injusticia que el socialismo le produce, con el poder infinito de creación que la cultura andina le ha develado ([1968] 2011, 12). Se trata de un poder infinito porque es diverso, y es único porque emana de una sola fuente que está en el Perú. Así, el poder de transformación del socialismo mariateguista, cobra vida integradora en Vallejo y pasa a ocupar un lugar en el mundo con Arguedas desde donde seguirá emanando.
La integración de los excluidos formaba parte de la ética de Mariátegui. El desarrollo del indigenismo, la causa de la propiedad de la tierra es una de las líneas que atraviesan su socialismo, claramente situado desde el Perú (7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, 1928). Pero Arguedas, al separar al socialismo de la fuente creadora, separa el poder político de la maquinaria de la imposición cultural, forzando así la posibilidad no sólo de integración, sino también la de penetración a pesar de la condición de subalternidad.
Este poder peruano contra la injusticia tiene sin embargo una acotación respecto de qué considera injusto: como se refiere a la violencia de la exclusión heredada del racismo y la explotación indígena del primer siglo republicano, su esencia mágica ha de ser opuesta e integradora. Ejemplos ideales de la ética los describe Arguedas en la triunfante integración que consiguen las chicheras en Los Ríos Profundos (1958) o en las justas alianzas de Bruno Aragón de Peralta en Todas las sangres (1964) con los indígenas.
La integración de los excluidos formaba parte de la ética de Mariátegui. El desarrollo del indigenismo, la causa de la propiedad de la tierra es una de las líneas que atraviesan su socialismo, claramente situado desde el Perú (7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, 1928). Pero Arguedas, al separar al socialismo de la fuente creadora, separa el poder político de la maquinaria de la imposición cultural, forzando así la posibilidad no sólo de integración, sino también la de penetración a pesar de la condición de subalternidad. Una fuente de creación desbordada: “es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio” (op.cit.).
Esta ética viene acompañada de la solemnidad heroica que sus muertes provocaron en nuestra historia académica, en la juventud política, en los medios culturales. A los 35 años, apenas fundado el Partido Socialista, muere José Carlos Mariátegui, el principal canalizador de la producción vanguardista, política y artística en el país y en la región. Tamaña producción cultural que dirigía parece increíble para alguien que sufría de una dolorosa enfermedad que le costó perder una pierna. La pobreza había hecho de Vallejo un hombre enfermo, que vivía al borde de la muerte. Anunciada proféticamente que ocurriría “con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo” (Poemas humanos, 1939), se lo llevó a los 46 años, poco antes de que su poesía fuera reconocida a nivel mundial como un hito en la literatura occidental. Y Arguedas, el 2 de diciembre de 1969 se suicidó en la Universidad Nacional Agraria, dejando su muerte como el duro final de la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo (1970), en la que anuncia que con su muerte se acaba un país que él ha intentado retratar pero que es distinto de aquel en el que creció. Se acaba también una tradición literaria a la que él imaginaba pertenecer.
No existen estudios que indiquen cuánto se lee a estos tres autores en el país. De lectura obligada en las escuelas y universidades hasta hace un par de décadas atrás, nada aseguraba que más allá de un cuento, unas páginas o un poema fuera de estos espacios se continuara leyéndolos y conversando acerca de ellos. En un país oral como el peruano, es su ética la que ha trascendido y circula por el país a través de fragmentos textuales, de mínimos posibles: “Ni calco ni copia sino creación heroica”, “Yo nací un día que dios estuvo enfermo”, “Todas las sangres…”. El título de la novela de José María Arguedas tiene una vigencia tan avasalladora que consiguió que su obra trascendiera el estar asociada al indigenismo que él mismo consideraba pasatista, y que se inscribiera actualmente como síntesis del multiculturalismo popular y del plurinacionalismo contemporáneo. Ninguna peruana, ningún peruano lo duda. No es difícil corroborar que en el Perú todxs vivimos a la espera de algún reconocimiento inclusivo. Si la ética integradora peruana tuviera nombre, Todas las sangres sería el adjudicado.
Muchos testimonios recogidos por Ernesto Toledo en Búfalos y Zorros (2022), permiten afirmar que, de jovenzuelo, Arguedas militó en el Partido Comunista hasta que Eudocio Ravines lo sacara de quicio. En realidad, jamás había pretendido ser militante porque no se consideraba con la disciplina necesaria para realizarlo. Causa o consecuencia de su distanciamiento partidario, Arguedas nos dejó una ética y no una ideología. No obstante, desde su muerte ha habido intentos de partidos políticos y movimientos con su nombre, sobre todo en la región apurimeña de dónde proviene, aunque ninguno logró sostenerse en el tiempo, alcanzar más regiones ni mucho menos, lograr participación nacional. Fue en medio de esos conatos políticos al comenzar este siglo que ocurrió el robo de los restos de José María Arguedas que habían estado desde su muerte en Lima. Desde ese entonces, se encuentra enterrado en Andahuaylas. ¿Fue una exigencia de reconocimiento social o político andahuaylino? Difícil saberlo. Como si fuera un pago a la tierra, ocurrió como una violenta confusión de Arguedas con la fuente creadora misma, apelando a su secuestro para forzar la integración de la región. Hoy, Antauro Humala ya sabe que citar a Arguedas le asegura fidelidad en la región.
Y es que, fuera de sus libros, José María Arguedas es hoy un distrito, muchas calles y avenidas, plazas, centros culturales, parques, mercados, institutos pedagógicos y de folklore, una universidad, casi doscientos colegios en todo el país y seguramente algún otro espacio que sorpresivamente también se decidió llamar como el taita. La ética y no la ideología hizo que el socialismo de Arguedas encontrara en esta propuesta integradora un pararrayos que lo eximió de cualquier vínculo con el cruento comunismo de Abimael Guzmán. Libre de cualquier violencia revolucionaria, ya en la moneda y sin debate, Arguedas ahora nos observa, silencioso, cada vez que tenemos que pagar.
Referencias
Arguedas, José María. “No soy un aculturado” (1968). El zorro de arriba y el zorro de abajo, Lima, Editorial Horizonte, 2011
Mariátegui, José Carlos. El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Lima, Biblioteca Amauta, 10ma. Edición, 1987
Toledo Brückmann, Ernesto. Búfalos y zorros. José María Arguedas: acercamientos y desencuentros ideológicos y político partidarios, Lima, Editorial Horizonte, 2022
Vallejo, César. Obras completas, Lima, Biblioteca Clásicos del Perú/6, 1991
Deja el primer comentario sobre "20 soles. Un acercamiento a la ética peruana"