Hacedores del espanto. Un recorrido por las dictaduras latinoamericanas

Escrito por Revista Ideele N°306. Octubre-Noviembre 2022. Imagen: librosami.pe

Félip Vidal, Christiane
Cocodrilo Ediciones
2022

Christiane Félip Vidal se ha mandado con 17 perfiles de lo más rancio de nuestra política latinoamericana. De lo peorcito, quizá, aunque siempre hay más; lamentablemente, siempre.

Enjoyados de cabezas trofeo y mierda surgen de nuestra historia. Son padres, padrastros, pederastas, ejecutan de forma violenta su hombría sobre la nación. Entre ellos se dan la bienvenida, se dan espaldarazos, se hacen la guerra, se alucinan los elegidos. Sienten devoción por el nazismo y les abren las fronteras a los criminales de guerra. Se inclinan ante sus jefes en los Estados Unidos y, en sus “ranchos”, violan a las mujeres de sus pueblos, subrayando así nuestro lugar de “patio trasero”. Ah, pero, cuando se “exceden” con un-a ciudadano-a norteamericano-a, ya fueron. Los gringos les voltean la cara. Los hacen caer como muñequitos de papel.

Debo confesar que poco sabía de la dictadura de Efraín Ríos Montt en Guatemala, Los Duvalier en Haití o de los doce años de dictadura en Uruguay, país, por cierto, en el que estuve hasta hace pocos días. De Uruguay conocía a sus maravillosas poetas y escritoras: Cristina Peri Rossi, Marosa di Giorgio, Ida Vitale, Circe Maia e Idea Vilariño. De hecho, tanto Peri Rossi como Vitale se tuvieron que exiliar: una en Barcelona, la otra en México. Familias divididas a fuerza. En los años setenta, no había muchos lugares a los cuales recurrir. América Latina estaba plagada de tiranos apoyados por los Estados Unidos, quienes, además, habían urdido ese acuerdo perverso para perseguir, capturar, asesinar y desaparecer a sus víctimas sin obstáculos, a través del denominado “Plan Cóndor”.

Escritores y escritoras, artistas e intelectuales en general, salieron de sus países; otros fueron asesinados, o sus familias desaparecidas, sus nietos secuestrados. Cuando el arte y la palabra todavía tenían un poder, se censuraban libros. Se censuraban cuerpos. Se arrojaban al mar, se quemaban, se ocultaban en el desierto o se los mostraban para provocar terror. El cantante Víctor Jara, los escritores argentinos Haroldo Conti, Rodolfo Walsh o el hijo y la nuera del poeta Juan Gelman no vivieron para contarlo, pero Gelman —por ser un intelectual de renombre y exmiembro de montoneros— pudo recobrar a su nieta Macarena, nacida en cautiverio y secuestrada por la dictadura argentina. Macarena fue adoptada por una familia uruguaya. No sabía que era adoptada cuando se enteró de que era hija de desaparecidos. Ella, hasta hace poco, fue diputada en Montevideo por el Frente Amplio, y, en una entrevista, declaró: “Sea lo doloroso que sea, mi identidad está compuesta por todo lo que me pasó, y no me parece tampoco sano hacer de cuenta que nada pasó y empezar de cero; me parece que uno tiene que asumir todo como fue”.

La mayor parte de los intelectuales latinoamericanos estaba alineada a la izquierda y militaba en algún partido, pero también hubo algunos que se pusieron al servicio de los dictadores, como el poeta José Santos Chocano con el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, quien no fue fusilado en 1920 gracias a la intercesión de muchos estadistas y escritores del mundo, como señala la autora; o el historiador Pablo Macera, que se dejó seducir por aquel que fue rector de la Universidad Nacional Agraria y luego se convirtió en dictador, Alberto Fujimori Fujimori.

Las mujeres también fueron parte de esta comparsa de megalómanos con fobia a los comunistas; allí la cuestión de género nos/me interpela de otra forma. Félip Vidal cita el ejemplo de la escritora y agente de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) fundada por Pinochet, Mariana Callejas, casada con un agente norteamericano de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y de quien se decía que, en el sótano de su casa, se infligían torturas, mientras ella dictaba sus talleres de creación literaria en la sala.

La escritora chilena Diamela Eltit —que vivió en su país los 17 años de la feroz dictadura pinochetista—- ha reflexionado sobre ese periodo en diversos artículos. En algunos de ellos, compilados bajo el título de Emergencias: escritos sobre literatura, arte y política (2000), se refiere al caso de dos militantes: Luz Arce y María Alejandra Merino, integrantes del Partido Socialista (PS) y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), respectivamente, quienes fueron entrenadas táctica y militarmente por sus organizaciones, pero que, luego del golpe contra el gobierno de Salvador Allende, fueron arrestadas y torturadas, y delataron a sus compañeros y, finalmente, se alistaron y trabajaron para la DINA, se hicieron amantes de sus jefes y permanecieron allí hasta el fin de la dictadura, y, luego de ello, publicaron sus testimonios; es decir, ingresaron al mundo de la literatura como una forma de insertarse en el nuevo periodo de transición democrática. Eltit se pregunta si, “Detrás de la aparente valentía de estas narraciones ¿no yace acaso una asombrosa vocación por habitar los espacios de poder…?” (72) Así, más allá del comprensible sometimiento por la implacable tortura a la que fueron sometidas, sobre todo Luz Arce, ¿no hay también en estas mujeres una relación de seducción y sumisión con respecto al poder? Dejo allí esa pregunta para pensar-nos.

Tal vez el caso más extremo de una vida atrapada por hombres en el poder, con poder y de poder, sea el de la escritora uruguaya Blanca Luz Brum, casada con el poeta peruano residente en ese país Juan Parra del Riego, quien, cuando enviudó, llegó al Perú y se puso bajo el halo protector del círculo de José Carlos Mariátegui, se involucró con el periodista César Miró y luego viajó a México, se casó con el muralista y militante comunista mexicano David Alfaro Siqueiros, participó en Argentina del movimiento peronista y trabajó directamente con Juan Domingo Perón. De acuerdo con ello, una podría pensar que su relación es un compromiso con el progresismo, pero luego termina su vida en Chile defendiendo a la dictadura y negando las desapariciones; ese cruel eufemismo que se inventaron los tiranos.

Pero volvamos a esos hacedores de espanto. Hoy muchos de ellos están muertos, encarcelados o fueron asesinados, pero aquellxs a quienes afectaron siguen entre nosotros. Envenenaron un sistema, por lo que la corrupción, la inequidad y la satrapía son parte del poder político que hemos heredado. En el Perú, lo sabemos bien, pues dejaron el veneno bien enquistado.

Todos megalómanos, acumuladores y asesinos. Coleccionistas de joyas, libros, mujeres, hijos, desaparecidos. Todos hombres que se rodearon de mujeres feroces o sumisas. Dejaron un abundante linaje de corruptos en esta tierra, una sucesión de hijos e hijas con la misma sed de dinero y poder. Cuán machos eran. Pedófilos como Alfredo Stroessner en Paraguay y Rafael Trujillo (El Chivo) en República Dominicana, coleccionistas de niñas. Basta leer La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, para sentir repugnancia. Daniel Ortega, el exguerrillero sandinista, acusado de violación por su hijastra, hoy funge de tirano. Todos tienen un secreto, un pasado que no quieren que sea revelado, como en el caso del hijo esquizofrénico de Jorge Rafael Videla, abandonado a su suerte en un hospicio anónimo, o la revelación de que el hijo mayor de El Chivo no era su hijo biológico. Eso no les gusta y pum, te mandan a matar.

¿Ustedes se preguntarán para qué hablar otra vez de estos sátrapas? En tiempos donde el neofascismo se propaga por el mundo de la mano de la religiosidad más conservadora e intolerante, y en que el poder se ensaña contra los cuerpos de las mujeres y las disidencias, tiene mucho sentido que Christiane Félip Vidal haya vuelto la mirada hacia ese terrible periodo de nuestra historia contemporánea. Y no, no son hechos pasados: viven hasta el día de hoy en la memoria y en las historias de sujetos reales.

Sobre el autor o autora

Victoria Guerrero Peirano
Escritora. Doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Boston y magíster en Estudios de Género por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Directora de la editorial Intermezzo Tropical. Autora de la novela "Un golpe de dados: Novelita sentimental pequeño burguesa", la no ficción "Y la muerte no tendrá dominio" y el poemario Berlín.

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