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Revista Ideele N°306. Octubre-Noviembre 2022En noviembre de 2019 publiqué el libro Violencia política en la selva central del Perú, 1980-2000. Los campos totalitarios senderistas y las secuelas de la guerra interna entre los Ashaninka y los Nomatsiguenga. Esta obra fruto de 11 años de investigaciones en las comunidades ashaninka y nomatsiguenga de la selva central, era bastante voluminosa (790 páginas) y estaba destinada a un público académico. Desde entonces, pensé que sería necesario publicar una versión resumida, destinada al público en general, que ponga en valor las bellas obras fotográficas de Alejandro Balaguer, que nos ha dejado un valioso patrimonio iconográfico de la historia de la violencia entre los Ashaninka. Otras imágenes históricas muy poco conocidas, que datan de fines del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, y que se encuentran en los archivos de la Biblioteca Nacional, debían también ser puestas en valor; así como las imágenes contemporáneas de otros dos excelentes fotógrafos: Mónica Newton y Ernesto Jiménez.
El libro que he publicado en octubre de 2022 resume las ideas centrales de la obra anterior y es también una muestra fotográfica [371 pp., 16 mapas, 25 relatos, 123 fotos]. Además, como avancé en mi nueva investigación sobre las creencias ancestrales y la música ashaninka, presento también una muestra de 28 pistas musicales que he recogido durante mis primeros trabajos de campo entre los ashaninka, en las comunidades de Cushiviani (Río Negro) y Betania (Río Tambo).
Esta nueva publicación beneficia de los auspicios del Instituto Riva Agüero-PUCP y del Instituto de Defensa Legal, a quienes estoy muy agradecida por el apoyo que me han brindado. También quisiera expresar mi agradecimiento a las personas que me han acompañado desde que retomé mis trabajos en el país y en la selva central: en primer lugar, la dirigente ashaninka Luzmila Chiricente, amiga antigua muy querida, que ha facilitado siempre mis trabajos de campo realizados en su compañía; y, en segundo lugar, el doctor Salomón Lerner, filósofo preocupado por el devenir del país, a quien siempre agradeceremos su rol central en la realización del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que él presidio, y que me apoya desde hace muchos años, facilitando mis contactos institucionales y brindándome siempre su franca amistad. He incluido en esta presentación sus bellas y honrosas palabras pronunciadas en el evento, así como las notas editoriales de Jorge Lossio y de Glatzer Tuesta.
Quiero también expresar mi reconocimiento a los documentalistas del Centro de Información de la Defensoría del Pueblo: Ruth Borja, Cecilia Ruiz, Karina Fernández y Johanns Rodríguez, siempre amables, solícitos y disponibles, que me han ayudado con sus vastos conocimientos de los archivos de la CVR que ellos custodian. Otras personas me han ayudado con el trabajo de recuperación de los cantos ashaninka que datan de hace 40 años, en primer lugar, Armando Pérez, amigo y exdirigente de la comunidad de Betania, que identificó a todos los cantantes en Satipo, en diciembre de 2019. La digitalización de las piezas instrumentales ashaninka fue realizada gracias a la ayuda de Marc Thouvenot, de Antonio Bartoli, de mi esposo Christophe de Beauvais, y de Johanns Rodríguez que ha realizado el “master” del CD. Mi hijo Daniel ha realizado el diseño y la diagramación del libro, incluyendo los mapas y las fotografías.
Finalmente, dedico este volumen a la memoria de las víctimas ashaninka y nomatsiguenga de la guerra interna, y a tres amigos entrañables que han acompañado siempre mis estudios en la selva central y en Mauritania; el dirigente nomatsiguenga Ángel Chimanca (m. 2016), mi compañero de estudios Guillermo Nelson (m. 2019) y mi gran amigo Luis Repetto (m. 2020), que dirigía el Museo de Arte Popular del Instituto Riva Agüero. En 2023 realizaré una Exposición de artesanía ashaninka y de fotografías de la guerra interna en honor a su memoria en la Casa O’Higgins del Ira.
Introducción
El tema de la violencia política en la selva central durante los años 1980-2000, es muy poco estudiado en el Perú, a pesar de la existencia de datos muy detallados recogidos por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). Esta falta de trabajos académicos no es alentada por los profesores de ciencias sociales y de historia que no motivan a los jóvenes estudiantes porque ellos mismos han abandonado desde hace muchos años los estudios sobre la guerra interna.
Entre 1982 y 2000, la selva central, en particular la provincia de Satipo, ha sufrido un ciclo de extrema violencia desatado por el Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso (PCP-SL) y, en menor medida, por el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Desde 2000 hasta el presente, la subversión, mezclada con el narcotráfico, persiste en la región del VRAEM —he publicado varios artículos sobre este tema desde 2012 (ver las referencias citadas).
Ante la subversión, las Fuerzas Armadas respondieron con medidas contrainsurgentes brutales, acompañadas de liberaciones de miles de cautivos de los campos senderistas. La “pacificación” de esta región del país ha costado la vida a cerca de 7,000 ashaninka y nomatsiguenga, y a un número indeterminado de colonos andinos. No existen cifras precisas de los muertos.
A continuación veremos: el marco conceptual del estudio, el alzamiento de Sendero Luminoso contra el Estado y la sociedad, la presentación de las dos partes del libro y los aportes principales.
Marco conceptual
Los estudios sobre la guerra interna peruana han dado relevancia al examen sociológico de los documentos y discursos senderistas, en particular aquellos del nefasto Abimael Guzmán; a la memoria de las víctimas; y al estudio de las actividades de los ronderos, que destacan su rol épico contra la subversión. Esos temas son interesantes; no obstante, se han dejado de lado: los hechos de violencia (reclutamientos forzados, violaciones, ejecuciones, masacres), y también las comparaciones de la violencia a nivel mundial. En este libro, los hechos de violencia (asesinatos, masacres, ejecuciones) y los discursos de los ashaninka y nomatsiguenga están en el centro del análisis. Además, los datos presentados en el Informe Final de la CVR son prioritarios como referentes académicos, lo cual no impide una mirada crítica para mejorar las interpretaciones.
No existen teóricos globales de la antropología de la violencia, por lo cual es preciso construir marcos conceptuales para comprender los casos particulares. He construido mis referencias conceptuales tomando en cuenta los aportes brillantes de Hannah Arendt (1951), de Sigmund Freud (2007), de Tzvetan Todorov (2000, 2004, 2010), de Françoise Héritier (1996, 1999), de Daniel Goldhagen (2009), de Jacques Sémelin (2005), de Lawrence Keeley (1996) y de Yuval Noa Harari (2015).
De acuerdo con Freud, la violencia es parte de la historia humana, y expresa la pulsión de destrucción y de muerte que acompaña la pulsión de vida que caracteriza nuestra especie homo sapiens. Cuando la violencia concierne una colectividad entera, o varios grupos sociales, étnicos o nacionales, se desencadenan guerras, es decir circunstancias de beligerancia armada entre dos o más grupos divididos entre un Nosotros/Aliados y Ellos/Enemigos. No existen las sociedades “pacíficas”, el mito del “buen salvaje” es falso, todas las colectividades humanas saben o reaprenden a defenderse si son atacadas con armas letales para defender sus vidas puestas en peligro (Goldhagen, Keeley, Sémelin, Harari).
Para comprender los hechos de violencia es indispensable establecer comparaciones con otros casos similares a nivel nacional, a nivel de América Latina y a nivel mundial. Esta perspectiva, central en antropología social, no ha sido considerada en la mayor parte de los trabajos sobre la guerra interna peruana. En este libro establezco comparaciones con los hechos de violencia en Ayacucho, en América Latina, en China, en ex Unión Soviética, en Camboya, en la Alemania nazi y en Ruanda.
La antropóloga francesa Françoise Héritier plantea que el factor común de la violencia colectiva es la “negación de la humanidad del Otro que se extermina”. La negación de la humanidad del Otro es la particularidad del pasaje del estado de paz al estado de guerra. El estado de paz implica la cooperación constante entre grupos sociales, pero cuando por razones diversas (agresiones, invasiones, ataques), ese equilibrio social se rompe, los grupos que se sentían próximos se vuelven Enemigos y desencadenan actos terribles de violencia colectiva contra los Otros. De la civilización, se pasa a la barbarie; del orden social de paz al desorden brutal de la guerra (Goldhagen, Sémelin, Todorov).
La hipótesis central considera que el Perú ha sufrido una guerra interna que, en las zonas que estuvieron en el epicentro: Ayacucho, Huancavelica, Apurímac, Huallaga y la selva central (provincias de Satipo y de Oxapampa), fue también una guerra civil. Esta propuesta no es nueva, ya ha sido evocada por Alberto Flores Galindo (1986), por Cecilia Méndez (2000), por Mario Fumerton (2002), y por Kimberly Theidon (2004). La CVR ha adoptado los términos “guerra interna” y “conflicto armado interno” porque son los que se usan en el derecho humanitario internacional [Estatuto de Roma] que no reconoce la validez del término “guerra civil”.
Muchos ashaninka reconocen que vivieron una guerra entre ellos: “nos hemos matado entre nosotros”, me dijo una señora del río Tambo. Aceptar que tuvimos una guerra civil nos ayudaría a tomar conciencia de la importancia de la violencia sufrida por miles de compatriotas nativos y colonos andinos, que siguen estando abandonados por el Estado y por la sociedad peruana. Por ello se ven obligados a seguir sobreviviendo en los márgenes del país, con pocos derechos reconocidos y con servicios estatales mínimos o inexistentes.
El PCP-SL contra el Estado y la sociedad
El Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso (PCP-SL), dirigido por el nefasto Abimael Guzmán, comenzó la guerra en mayo de 1980 con el fin de crear una “República Popular del Perú”, fundada en los dogmas del maoísmo y del marxismo-leninismo comunista. Los militantes eran jóvenes provincianos de Ayacucho y de la sierra sur (Huancavelica, Apurímac), entre los cuales había muchos estudiantes y profesores universitarios, que creyeron posible la transformación total del país en poco tiempo.
Luego de dos años de violencia armada, el presidente Fernando Belaunde renunció a su rol democrático y atribuyó la dirección de la lucha contrainsurgente a las Fuerzas Armadas en diciembre de 1982. Desde entonces y hasta noviembre de 2000, casi tres cuartas partes del territorio nacional estuvo dirigido por el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. La democracia desapareció de la mayor parte del territorio peruano y se concentró en algunas ciudades, sobre todo en Lima. Pasaron diez años, hasta el atentado de Tarata de 1992, antes que los limeños percibieran la violencia de la guerra al interior del “Perú profundo”, que era tan lejano en la representación colectiva limeña como puede serlo Australia.
El PCP-SL desarrolló estrategias sanguinarias para aterrorizar a la población rural de la sierra del sur, que los militantes pretendían transformar en “masas” leales y sumisas totalmente al “partido”. Por primera vez en la historia del país, miles de campesinos eran cooptados por “revolucionarios” para apoyar su alzamiento “contra los millonarios y los burgueses”. Y cuando se rehusaban a aceptar esas órdenes eran asesinados con extrema crueldad. Pueblos enteros fueron masacrados durante la primera fase de la guerra en los Andes, entre 1980 y 1984, y durante el segundo pico de violencia, entre 1989-1990.
La represión militar fue sanguinaria y brutal. Los reclutas eran jóvenes con poca formación militar y fueron entrenados con ferocidad [como en el resto de América Latina]; no obstante, no fueron “víctimas”. Todorov ha constatado que la reivindicación del “status de víctima” permite a los grupos marginados obtener prebendas y beneficios del Estado y de la sociedad. Es una reivindicación oportunista. En el Perú, los soldados aprendieron a ser “profesionales de la violencia”, como en todos los países del mundo, y si en muchos casos lucharon dignamente contra los subversivos y defendieron a civiles agredidos, también fueron responsables de 30% de muertes y de atrocidades perpetradas contra civiles desarmados. Esto no puede olvidarse nunca; más aún cuando sabemos que los militares, sobre todo el Ejército —que inventó el concepto de “guerra contraterrorista” para eximirse de sus responsabilidades—, mantienen una posición negacionista y rechazan el Informe Final de la CVR.
Los ataques masivos de los subversivos y de los militares eran similares a aquellos que se producían en América Central y en otros lugares del mundo en los años 1990 (Argelia [1991-2000, entre 60 mil y 150 mil muertos], ex Yugoslavia [1991-2001, entre 140 mil y 200 mil muertos] y Ruanda [1990-1994, entre 800 mil y un millón de Tutsi masacrados por los Hutu, caso paradigmático de genocidio real reciente]).
Según el Informe Final de la CVR (2003) entre 1980 y 2000 murieron al menos 70,000 peruanos, SL fue responsable de 54% de las muertes, las Fuerzas Armadas de 30%, los paramilitares de 15% y el MRTA de 1%.

Presentación del libro
En este libro se exponen y se analizan los hechos de violencia de todos los actores armados de una guerra interna que en esta región fue una guerra civil. En ella se opusieron: ronderos nativos (ashaninka y nomatsiguenga) y colonos andinos a los senderistas andinos y nativos (ashaninka y nomatsiguenga). Las fuerzas del orden (sinchis y militares, en parte de origen andino) participaron en la guerra al lado de los ronderos, protegieron a los civiles, pero también perpetraron crímenes contra ellos.
Al igual que en Ayacucho, en la provincia de Satipo se sufrió una guerra entre prójimos en la cual las prácticas de violencia concernieron el reclutamiento forzado en las filas subversivas de adultos y de niños soldados, las torturas, las mutilaciones, los asesinatos, las ejecuciones, las masacres. Los extremos de la violencia se alcanzaron con la instalación de campos totalitarios senderistas.
Fuentes: el estudio que he llevado a cabo se funda en dos fuentes centrales: los testimonios recogidos por la CVR, en particular en la provincia de Satipo, y los testimonios que he recabado a lo largo de mis trabajos de campo anuales entre 2009 y 2015. Al final del trabajo de campo, he seleccionado 27 narradores (13 mujeres y 14 hombres). En el libro de 2019 publiqué 76 relatos; en este libro he escogido 25 relatos.
Resultados: Teniendo en cuenta los datos de la CVR, he determinado que en la selva central hubo 48 hechos de extrema violencia, entre los cuales acaecieron 25 masacres de más de 5 personas; los principales responsables fueron los miembros del PCP-SL (21 casos). Además, según este corpus de datos, hubo 876 muertos y desaparecidos en las provincias de Satipo (746), de Oxapampa (69) y en otras provincias (61). No obstante, muchos casos no han sido identificados, por lo cual es posible estimar que al menos 1,000 personas (nativos y colonos andinos) murieron en contextos de extrema violencia. La estimación global es de 7,000 muertos.
El libro tiene dos partes: la primera aborda la estructura social y la historia de los pueblos ashaninka y nomatsiguenga (Cap. 1 y 2). La segunda parte se concentra en la exposición y el análisis de la violencia y la barbarie en la selva central (Cap. 3, 4 y 5). También presento 3 anexos: la cronología de la guerra (2) ya había sido publicada, y se incluyen dos anexos nuevos: las notas preliminares sobre la música ashaninka (1), y la lista de CCNN, indicando los campos totalitarios senderistas (3).

Ashaninka y Nomatsiguenga
Los ashaninka y los nomatsiguenga, como sus parientes de habla arawak Asheninka [Gran Pajonal], Matsigenka, Yanesha, y el resto de pueblos amazónicos, eran cazadores-recolectores, practicaban la agricultura itinerante y, en la selva central, estaban en relación de intercambio comercial con los pueblos andinos quechua. Su modo de vida tradicional fue transformado brutalmente por la ocupación colonial de la Amazonía (siglos XVIII y XIX), luego por la invasión de colonos andinos desde la segunda mitad del siglo XX (Varese 1973, Barclay 1989, Santos y Barclay 1995), y finalmente por la guerra interna (IF de la CVR).
Desde el punto de vista demográfico, los ashaninka representan el grupo étnico más importante del país: sobre 79,266 nativos de + 12 años (0,3%), 55,489 se autoidentificaron ashaninka (Censo 2017). Los ashaninka y los nomatsiguenga residen sobre todo en la provincia de Satipo, Junín. Sobre el total de 831 comunidades de habla arawak: 520 son ashaninka y 24 son nomatsiguenga. Hay otras comunidades ashaninka en Pasco (127), en el Ucayali (88) y en el Cusco (32) (Censo 2017).
• Actualmente, el mundo tradicional está desapareciendo ineluctablemente y la “modernidad” globalizada tiene efectos muy negativos entre los ashaninka y entre todas las poblaciones originarias del país (consumismo, pérdida identitaria, conflictos sociales, invasión de territorios por colonos, petroleras, taladores ilegales y narcotraficantes). El Estado peruano no es capaz de aportar ninguna protección a esos grupos que son considerados como ciudadanos de segunda clase.
Cronología de la guerra en la selva central
• La fase inicial de la guerra en la selva central cubre los años 1982 a 1988, durante la cual el PCP-SL realizó cooptaciones de nativos y de colonos, y reclutamientos forzados de niños y de niñas que servirían de niños soldados y de esclavas sexuales a los mandos senderistas.

La fase de guerra abierta cubre los años 1989 a 1995 y se caracterizó por la violencia extrema de los asesinatos de autoridades y por el desplazamiento masivo de miles de ashaninka y de nomatsiguenga, así como cientos de colonos, a los campos totalitarios creados por el PCP-SL en la zona de Pangoa y en el río Ene [Villasante Anexo 3].
La resistencia civil se organizó en forma autónoma a partir de 1989 en Oxapampa (Pasco) y en Satipo. Las rondas nativas, llamadas “ejércitos ashaninka”, lograron contener el avance de senderistas andinos y nativos, pero también cometieron excesos de violencia contra nativos y colonos acusados de ser “terroristas”. Esos excesos de violencia extrema son muy poco conocidos, cubiertos por un espeso velo de silencio y de reserva, tanto de parte de los ex ronderos, como de los especialistas de la selva central. Sin embargo, son parte de la verdad histórica que debe ser expuesta explícitamente.
Las Fuerzas Armadas llegaron a la selva central recién en 1991, perpetraron abusos de autoridad, violaciones, torturas, asesinatos y masacres; y, paralelamente, distribuyeron armas y alimentos, y aportaron formación militar a los ronderos nativos y andinos. Luego, entre 1993-1995, empezaron a liberar, con el apoyo de los ronderos, a miles de nativos y de colonos andinos cautivos en los campos totalitarios senderistas.
Aportes centrales: campos senderistas, niños, masacres, desplazados
Los aportes principales conciernen: los campos totalitarios senderistas, el reclutamiento de niños soldados y de niñas esclavas sexuales, la terrible crueldad de las masacres, y los discursos que prevalecen en el periodo de post guerra (diferentes según el género, la responsabilidad política, la condición de cautividad o de libertad, y el marco público y privado).
(1) Campos totalitarios: Aunque el hecho sea casi desconocido en el Perú y en el mundo, el PCP-SL logró instalar campos totalitarios, una variante de los campos de concentración, en las alturas de Ayacucho (Chungui y Oreja de Perro) y luego en los ríos Ene y Tambo, donde al menos 7,000 ashaninka y nomatsiguenga, así como cientos de colonos andinos, fallecieron de hambre, de enfermedad o fueron asesinados luego de ser torturados y mutilados. Este es el hecho de violencia más extremo que se ha registrado en el Perú durante la guerra civil (Villasante 2012, 2015, 2016a, 2017, 2019b).

(Cortesía Luzmila Chiricente)
Debo señalar que el Informe Final de la CVR no ha logrado identificar la existencia de los campos totalitarios a pesar de que ha aportado muchos testimonios y descripciones del modo de vida “esclavizado” al que eran forzados miles de nativos de la selva central. Paralelamente, se ha propuesto calificar de “genocidio” la muerte de miles de nativos, lo cual es errado pues nunca hubo el designio de organizar el exterminio de los nativos. Lo que intentaron los senderistas alucinados era transformarlos en “comunistas”. Mi hipótesis es que los autores de esta sección del Informe Final [Tomo V, Los pueblos indígenas y el caso de los ashaninka; Tomo VI, El desplazamiento forzado interno y la esclavitud sufrida por el grupo étnico ashaninka] no tenían el bagaje intelectual e histórico para identificar estos espacios “artificiales” (Arendt) que fueron el emblema del totalitarismo comunista y nazi (Todorov). En segundo lugar, hay que reconocer que, lamentablemente, el nivel de conocimientos del derecho humanitario internacional era (y sigue siendo) todavía muy insuficiente en el país. No obstante, como lo ha repetido en muchas ocasiones el Dr. Salomón Lerner, el Informe Final de la CVR es un documento “perfectible”, y lejos de ser un texto ‘cerrado’ sigue estando abierto a los avances en las investigaciones que profundicen lo ya conocido, que aporten nuevas interpretaciones, y que descubran nuevos hechos de violencia no identificados hasta la actualidad (Lerner 2004, 2008).
La tarea es muy importante, de largo aliento y, por desgracia, hay muy pocos investigadores que se ocupen de esta temática compleja. Algo que para mí es bastante incomprensible pues no existe ningún impedimento material para realizar trabajos de campo y para analizar los archivos del Centro de Información de la Defensoría del pueblo que muy pocos universitarios conocen, probablemente por desidia intelectual.
En los campos senderistas de la selva central los jefes, llamados “mandos”, eran en mayoría andinos, pero también hubo nativos que los apoyaron y que se comportaron con extrema crueldad contra los suyos, como lo atestan muchos testimonios.
Los testimonios de los sobrevivientes, mujeres, hombres y niños, recogidos por la CVR, por Luzmila Chiricente y Sandra Gonzáles (IDL 2010) y por la que escribe, son aterradores pues demuestran fehacientemente que estuvieron en campos similares a los campos soviéticos, chinos, camboyanos y de Alemania nazi. Los cautivos fueron forzados a soportar el hambre, las enfermedades, las ejecuciones gratuitas, la violencia inútil, las torturas, las mutilaciones y los vejámenes de los mandos senderistas que pretendían transformalos en “masas” sumisas al “pensamiento Gonzalo”. Los cautivos sufrieron la “violencia inútil“ (Primo Levi 2005): la crueldad injustificada. Hubo también casos de canibalismo de hambre y de castigo o canibalismo político (Lévi-Strauss 1943, 2013), como lo exponen algunos testimonios que he recogido en el río Tambo. Debo precisar que la práctica de canibalismo ritual atestado en algunas sociedades amazónicas nunca ha sido reportada entre los Ashaninka y Nomatsiguenga de la selva central.
(2) Niños soldados y niñas esclavas sexuales
Todos los actores de la guerra interna, las Fuerzas Armadas, los subversivos senderistas y emerretistas, los ronderos campesinos y nativos reclutaron niños soldados.
La figura legal de los niños soldados es reconocida en el derecho humanitario internacional, pero no fue evocada en el Informe Final de la CVR, probablemente por la falta de conocimientos en ese campo del derecho humanitario, y no existe todavía en el Código Penal peruano. Tengo la esperanza que esta sección del libro logre sensibilizar a los especialistas en derecho penal nacional para lograr que la figura de los niños soldados, aún vigente en el VRAEM, se incorpore en nuestro sistema jurídico como ya ha sido hecho en Colombia (Villasante 2017).
El PCP-SL utilizaba igualmente a las niñas y a las mujeres como esclavas sexuales. Pero ningún violador en la selva central ha sido juzgado hasta el momento. El caso de “Feliciano“, Oscar Ramírez Durand, dirigente de SL en la selva central hasta 1999, organizador de campos y violador, está muy bien documentado (De la Jara 2001), pero nunca fue juzgado por estos crímenes contra la humanidad imprescriptibles.
(3) Las masacres
• Daniel Goldhagen considera que la masacre o la exterminación es una de las cinco formas de eliminacionismo registrado en la historia de la humanidad [transformación, represión, expulsión, esterilización, exterminio/masacres].

Según el Informe final de la CVR (T. VI: 53, 66, 106), sobre un total 24,312 víctimas fatales, la gran mayoría (75%) falleció en el marco de asesinatos y ejecuciones, sobre todo en las masacres [más de 5 muertos] que se elevan a 337 a nivel nacional.
Si tomamos en cuenta el número de casos de extrema violencia perpetrados en la selva central [en mi muestra de 48 casos], constatamos que el PCP-SL fue el principal responsable de los crímenes de asesinato y de masacres (44%). De acuerdo con los datos de la CVR, en la selva central, hubo 25 masacres de más de 5 personas, y 15 han sido perpetradas por el PCP-SL, la mayoría en la provincia de Satipo (10), donde han fallecido 520 personas sobre un total de 777. Pero solo 8 masacres han sido documentadas.
Los militares han cometido al menos 4 masacres, la más importante tuvo lugar en Iscozacín (Oxapampa), donde murieron 43 subversivos del mrta. El 14 de mayo de 1989, el Ejército asesinó a 15 colonos andinos en la ruta hacia Satipo, en el paraje llamado Calabaza (Pampa Hermosa). No se ha logrado identificar a los responsables de la matanza de 40 personas en el poblado de Vista Alegre (24 de julio de 1990, Satipo).
Los ronderos nativos o andinos han sido responsables por lo menos de 5 masacres, dos de las cuales han tenido lugar en Oxapampa (Puerto Bermúdez y Ciudad Constitución), donde han fallecido decenas de colonos andinos. La masacre más importante ha tenido lugar en el valle de Tsiriari (Satipo), donde ronderos andinos y algunos nativos han asesinado a 72 comuneros. Hubo 56 adultos y 16 niños asesinados con hachas y machetes.
La masacre de Tahuantinsuyo
En la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo fueron asesinadas 20 personas [no 21], 8 adultos y 12 niños que tenían entre 7 meses y 13 años. Todos fueron mutilados con hachas y machetes, como en Ruanda. Las mutilaciones de extrema crueldad están destinadas a eliminar la humanidad de las víctimas, a desfigurarlas y a hacerles daño inclusive después de sus muertes, provocando la cólera y el horror de sus familias (Keeley).
La CVR (T. V: 178-180; T. VII, caso 71) ha realizado un estudio en profundidad de esta masacre y ha recogido 15 testimonios; responsabilizando primero a los senderistas, luego a un militar de la base de Mazamari, el “teniente Veneno”. Pero los Nomatsiguenga de Tahuantinsuyo consideran que los perpetradores fueron colonos andinos vecinos, o senderistas. La mayoría de los atacantes (hombres, mujeres y niños) eran andinos, pero había también gentes con cushmas. He recogido un testimonio detallado de la masacre de Tahuantinsuyo con uno de los sobrevivientes, Hermías Delgado Inga, profesor bilingüe, que tenía 8 años cuando su familia fue decimada (Villasante 2014, 2020a, 2020b).

Desplazados
Miles de nativos fueron « recuperados » por el Ejército y las rondas nativas y conducidos a « núcleos poblacionales », pero no fueron reconocidos como sobrevivientes de los campos totalitarios de SL.
Francis Deng (1996), Enviado especial de la ONU visitó Satipo en 1995 y no pudo identificar la existencia de sobrevivientes de los campos totalitarios, probablemente porque siendo sudanés no imaginaba que esos espacios totalitarios podían existir en América Latina. No obstante, Deng identificó los conflictos sociales entre los « desplazados » y los habitantes de los « núcleos poblacionales » (Poyeni, Pto. Ocopa, San Ramón Pangoa, Caperucía), y que el Estado estaba ausente. El representante de la ONU recomendó al Estado peruano que solicite la ayuda humanitaria internacional para salvar a miles de civiles sobrevivientes de la guerra interna, pero el indigno presidente Fujimori nunca lo hizo para que el mundo no descubra los horrores de la violencia de los subversivos y de los militares; y prefirió abandonar a las poblaciones rurales más pobres y más necesitadas en los Andes y en la selva central.
El IF de la CVR describe con detalle los conflictos debidos al hacinamiento, la falta de alimentos y medicinas, y las tensiones entre los « terrucos » y los otros.
Los desplazados fueron acusados de ser senderistas y/o brujos, acusaciones que buscan “chivos expiatorios” a las desgracias colectivas (Girard 1982).

Secuelas
Los nativos se consideran abandonados por el Estado y por la sociedad que los discrimina por ser “indios“ y pobres. Los ex ronderos se quejan de la falta de reconocimiento del Estado y de la sociedad, pero al mismo tiempo temen exponer sus quejas pues creen que pueden ser sancionados por los crímenes perpetrados.
Hay muchos conflictos internos, entre generaciones (los jóvenes no saben nada de la guerra), disminución de referentes morales y de ética, violencia familiar, suicidios, uniones precoces y nacimiento de niños de madres adolescentes que los abandonan a los abuelos, falta de autoridad política y de justicia en las comunidades.
El contexto de crisis debido a la pandemia ha aumentado la participación de jóvenes ashaninka en los trabajos de transporte de cocaína que ofrecen los narcotraficantes. Hay cientos de ellos en las cárceles de Satipo, La Merced y Oxapampa.
Guerra de “baja intensidad” en el VRAEM
Después de la caída del dictador Fujimori, la lucha contra la subversión en la selva central fue casi abandonada hasta la toma de poder del excapitán Ollanta Humala, la guerra de baja intensidad continua en la zona del VRAEM.
• El sanguinario “Feliciano“ fue capturado en Huancayo en julio de 1999, los hermanos Quispe Palominoasumieron la dirección de la subversión en alianza con los narcotraficantes. En esa zona del país, así como en el Putumayo, se afirma una situación similar a la de Colombia donde la subversión se ha mezclado con el narcotráfico.
• El autodenominado “Militarizado Partido Comunista del Perú“ sigue inspirándose de la ideología violenta del PCP-SL aunque en realidad es manipulada para reproducir y lucrar con el tráfico de droga.
• Se mantienen campos totalitariosdonde nacen y crecen niños, futuros subversivos, y mujeres que sirven de esclavas sexuales y de madres de “pioneritos“.
• No existe ningún marco legal de protecciónde esas personas, y se desconoce su reinserción social.
Fosas comunes
• Desde 2000 se encuentran fosas comunes en la provincial de Satipo.
• Los Ashaninka y Nomatsiguenga saben dónde están los lugares de entierro (río Ene, Pangoa).
• Por fortuna, la DGBPD avanza su trabajo desde 2016; en 2018 se creó el RENADE.
• En diciembre de 2019 el equipo de Huancayo visitó Tahuantinsuyo en compañía de Hermías Delgado (sobreviviente de la masacre de 1993); ha regresado en abril y en septiembre de 2022. Estoy colaborando con el equipo que se ocupa de la selva central.
Reflexiones finales
• La violencia no puede ser erradicada [según Freud la pulsión de muerte es la otra cara de la pulsión de vida], pero puede ser controlada reduciendo la pulsión de muerte y aumentando la cultura de paz, de democracia y de derechos ciudadanos y derechos humanos. Esta tarea corresponde tanto al Estado como a la sociedad, a todos nosotros.
• En el libro he privilegiado los discursos de los ashaninka y de los nomatsiguenga, distinguiéndolas de mis propios análisis. Pienso que es la mejor manera de avanzar en el campo de la antropología post-moderna que debe tomar en cuenta las ideas y las percepciones de la realidad de los grupos estudiados sin mezclarlos con nuestras interpretaciones antropológicas. Las comparaciones a nivel mundial han sido también importantes en este volumen, parece urgente en efecto “desprovincializar” los estudios peruanos centrados en una sola comunidad o grupo étnico, o en una sola región. Pienso que los profesores deben hacer mayores esfuerzos por acrecentar sus conocimientos, salir de su espacio de ’confort intelectual’ y motivar realmente a los jóvenes estudiantes sobre las prioridades de las investigaciones sociales en el Perú y en la Amazonía.
• Durante mucho tiempo, la mayoría de los nativos ha interiorizado la dominación y el avasallamiento del cual son víctimas todos los pueblos originarios desde 1492. Pero progresivamente se construye una adhesión nacional y una aspiración colectiva a ser reconocidos como ciudadanos del Perú, con derechos y deberes.
• El Estado y la sociedad peruana no pueden seguir ignorando la realidad de nuestros compatriotas nativos. Es urgente aportarles nuestro reconocimiento, nuestra solidaridad y nuestro apoyo en tanto investigadores y en tanto ciudadanos.
• Espero que este libro despierte el interés de los jóvenes para que realicen otros estudios en la selva central y en la Amazonía peruana, un territorio aún ignoto e inexplorado de nuestro país.
• Para concluir, presento dos pinturas que solicité a un pintor ashaninka que quiso conservar el anonimato y que he donado al Centro de Información de la Defensoría del Pueblo en noviembre de 2019. La primera se intitula: Durante la guerra interna, y la segunda: Después de la guerra interna. Ambas aportan detalles impresionantes de la violencia del conflicto, de la crueldad de los hechos de violencia (incluyendo el descuartizamiento de una criatura), y de la era de prosperidad que muchos añoran, con detalles precisos de una vida plena, con comida en abundancia, con autos y escuelas.


Difusión
— Lima, 21 de octubre de 2022, Presentación: Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Bajo la conducción de Jorge Lossio (Director del Ira), comentarios del Dr. Salomón Lerner (Expresidente de la Cvr y rector emérito de la Pucp), y de Glatzer Tuesta (Director de Idl). Video (1:01)
https://drive.google.com/file/d/1_LZqNKI5mW7SPvtxmVSGYloAWlpmOSPd/view
Véase la versión Power Point en: https://www.academia.edu/90096181/La_guerra_interna_entre_los_Ashaninka_y_los_Nomatsiguenga_1980_2000_Lima_2022
— Lima, 18 de octubre de 2022, Artículo de difusión en Servindi, https://www.servindi.org/actualidad-noticias/17/10/2022/presentaran-libro-la-guerra-interna-entre-los-ashaninka-y
— Lima, 11 de octubre de 2022, Visio conferencia, entrevista con Glatzer Tuesta, Director de IDL y conductor del programa No hay derecho[2h02-2h32]
https://mail.google.com/mail/u/0/#inbox/KtbxLvHXHxwjnjNCLPkvtzpxcbVSLTRnxq?projector=1
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Tomo V. Historias representativas de la violencia
— 2.8. Los pueblos indígenas y el caso de los Asháninkas
Tomo VI. Los crímenes y violaciones de los derechos humanos
— 9.2. Desplazamiento forzado interno y esclavitud sufrida por el grupo étnico asháninka
— 1.9.2.4.2. Control de los Asháninkas por el pcp-sl
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