Los bomberos que combaten el fuego en la región de Apurímac

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Revista Ideele N°306. Octubre-Noviembre 2022

En estos días, un entorno que parece de otro mundo acoge a los viajeros que se acercan a Abancay. La ciudad entera ha sido acobijada por una espesa manta de humo que ha llegado al extremo de esconder las nubes y pervertir el color del sol, vuelto una refulgente esfera sangrienta. Las lluvias torrenciales, que por esta época ya deberían haberle otorgado al valle algo de sosiego del bochorno inclemente, han sido suplantadas por esporádicas lloviznas de ceniza que ennegrecen los techos de cinc o de tejas. Hasta la neblina que suele anunciar la proximidad de la ciudad ha empezado a confundirse con las columnas de humo. Las mascarillas han vuelto a esconder los rostros de la gente, pero esta vez el miedo al contagio ha sido sustituido por la desazón picante del tizne en los pulmones. La ciudad se ha vuelto un vendaval de personas y camionetas que se desplazan de una plaza a otra, entre Abancay y Tamburco, espoleados por el sentido común de la ayuda y la cooperación, resucitados por el apremio de la emergencia. Todos los ciudadanos se han movilizado para apoyar a las compañías de bomberos que desde hace cuatro días desafían las llamas que han convertido los cerros contiguos en un infierno de humo y ceniza. La situación no se limita a los alrededores de la capital. En efecto, toda la región de Apurímac está siendo despojada de su vegetación por el avance del fuego.

«Que yo recuerde, nunca ha habido tantos incendios en Abancay» comenta Samantha Galindo, administradora de WeWorld. En efecto, si bien cada año los incendios atormentan los cerros apurimeños en la época que precede las lluvias, este año el número ha aumentado críticamente. «Desde 2016 no se registraba una situación tan crítica», añade el Subteniente Menor Díaz de la compañía de bomberos 68 de Abancay. Semejante catástrofe ambiental ha de reconducirse a distintas razones. En parte se debe a los destemples meteorológicos que están confundiendo el clima, barajando las estaciones y haciendo tardar la llegada de las lluvias. Sin embargo, también es consecuencia de las prácticas ancestrales de los campesinos, que suelen quemar las chacras para invocar estas mismas lluvias. «Se trata de costumbres recurrentes», comenta el Comandante General de la XIX Comandancia Departamental de Apurímac Juan Carlos Baca. «cada año, antes de la cosecha, los campesinos suelen quemar parte de sus pastizales, perpetuando las creencias comunes según las cuales las quemas mejorarían la tierra y se aceleraría la llegada de las lluvias». Sin embargo, muchas veces los campesinos no logran administrar los fuegos, que se esparcen hacia los matorrales con la complicidad de los fuertes vientos que arremeten la zona. A menudo, la alerta para las autoridades llega demasiado tarde.  

Al día de hoy, se registran siete incendios activos en los alrededores de la capital apurimeña, localizados en las zonas de Pumaranra, Willcuypata, Huanacauri, Aymas Alto, Pachachaca, Quitasol y Warmipampa, que han llegado a perjudicar 1434 hectáreas, además de los otros ocho que están azotando el resto de la región. Actualmente, las compañías de bomberos voluntarios n. 143 de Tamburco y n. 68 de Abancay han desplazado efectivos para extinguir los incendios localizados alrededor de la capital. De la misma forma, las compañías de bomberos de Andahuaylas se han movilizado, pese al escaso número de voluntarios, para enfrentarse con las llamas que están devastando hectáreas de plantaciones. Además, a través de las redes sociales, se ha difundido un llamado dirigido a toda la ciudadanía. En Abancay y Tamburco la respuesta ha sido extremadamente positiva: se han formado pequeñas brigadas de voluntarios que han alcanzado las zonas afectadas para apoyar en primera línea a los bomberos; se han donado víveres; se han puesto a disposición medios de transporte para trasladar bomberos y voluntarios; y se está apoyando con gasolina y herramientas prácticas para combatir las llamas. Lo mismo está pasando en Andahuaylas, donde tras un llamado difundido por los mismos bomberos, los pobladores han demostrado su participación activa en la lucha a través de víveres y herramientas.

En momentos como este, la ayuda de la población es imprescindible. De hecho, sin ellos, a los desafíos del fuego se juntarían los desafíos logísticos que retrasarían de manera crítica los trabajos. «Los bomberos carecen de recursos y solo cuentan con herramientas rudimentales para desempeñar su labor» comenta el comandante Baca. «Cada día estamos arriesgando nuestras vidas para contener los incendios». En efecto, el cuerpo de bomberos se encuentra trabajando en condiciones perniciosas que podrían comprometer de manera muy seria la seguridad personal de los efectivos desplazados. La realidad es que las compañías carecen de víveres y de equipamiento necesario para enfrentarse situaciones de emergencia forestal. Faltan trajes adecuados, matafuegos, mangueras, cisternas de agua e incluso los camiones se encuentran en estado precario, pues se trata de vehículos desgastados por decenios de utilización. Es más, los efectivos, actualmente desplazados en los cerros, cuentan con una formación estrictamente enfocada en las zonas urbanas. «Nuestros voluntarios están haciendo un trabajo que no deberían hacer», añade el Comandante Baca, «ninguno de ellos ha sido capacitado en las diferentes áreas de lo que es la intervención forestal». Semejante situación no remanda a una problemática puramente local, sino que abarca todo el Perú y muchos países de Latinoamérica en general. De hecho, pese a su fundamental importancia para la población, los cuerpos de bomberos a lo largo y ancho del continente (salvo algunas excepciones) están formados por grupos de voluntarios que no cuentan con el apoyo financiero del Estado. Se trata de una situación decididamente controversial, pues pese a su esmerado – e imprescindible – trabajo para la comunidad, no se les otorga ningún tipo de reconocimiento.

En su calidad de voluntarios, uno de los grandes desafíos que tienen que enfrentarse los bomberos es la escasez de presupuesto, pues las compañías no figuran entre los cálculos del Estado peruano – situación similar a las otras compañías del continente. En la práctica, los bomberos viven – o más bien sobreviven – de las donaciones esporádicamente concedidas por las municipalidades, los gobiernos regionales, ONG u otras asociaciones, ya sean extranjeras o nacionales. Sin embargo, el presupuesto recibido no alcanza para los enormes gastos necesarios para organizar y sustentar los equipos. Muchas veces, los bomberos se ven obligados a organizarse por sí mismos para recaudar subvenciones y recursos materiales, como trajes, mangueras u otras herramientas de trabajo. A menudo, los materiales no destacan por su calidad, pues se trata de equipos largamente utilizados por otros cuerpos de bomberos y que no aseguran la protección adecuada. Lo mismo pasa con las capacitaciones. Muchos de los bomberos están calificados de manera muy limitada, lo que compromete su capacidad de poder enfrentarse con situaciones de extremo riesgo – que, sin embargo, enfrentan con coraje, como están dando muestra en estos días – pues los gastos logísticos para talleres de tecnificación recaen sobre los bomberos mismos, a falta de algún generoso patrocinador, y muchas veces se trata de sumas inalcanzables.

La situación alcanza el absurdo si se considera que las leyes laborales no logran tutelar del todo a los bomberos que se ven obligados a ausentarse del trabajo para acudir a situaciones de emergencia. Si bien existen leyes que los amparan, a menudo estas se aplican a discreción de los empleadores. Por absurdo que parezca, algunos voluntarios, a la hora de salir a campo, arriesgan su puesto de trabajo, o, en otros casos, pierden un día de trabajo. Considerando la situación, no se puede sino halagar el esmerado compromiso ético que mueve a los bomberos pese a los aprietos que padecen.

Frente a estas innegables deficiencias, en el marco del proyecto EU Aid Volunteer, en 2021 WeWorld se comprometió en apoyar a los bomberos de la región de Apurímac junto con los socios de Acción contra el Hambre. Pese a las dificultades surgidas por la situación Covid-19, se han podido organizar siete talleres de capacitación que han llegado a incluir bomberos de toda la región, abarcando distintos temas según las necesidades expresadas por los mismos efectivos. Los bomberos han podido certificarse como formadores, a fin de promover futuros cursos para los nuevos reclutas. «Los cursos organizados en Apurímac han sido necesarios, pero aún más necesario sería reforzar las actividades de incidencia política para asegurar financiamientos adecuados por parte del Estado» afirma Corrado Scropetta, Representante País de WeWorld. De hecho, aún persiste el problema principal: la falta de recursos materiales. Sin apoyo financiero, los bomberos seguirán a la merced de las donaciones, que no alcanzan a cubrir los gastos indispensables.

Además, el caso apurimeño es decididamente particular: aunque muchos bomberos cuentan con trajes y herramientas de protección contra incendios urbanos (pagados de su propio bolsillo), los mismos carecen de herramientas necesarias para otros tipos de emergencias. Además de la ya mencionada intervención forestal, hay otros tipos de intervenciones que requieren materiales ad hoc para minimizar los riesgos de los voluntarios. Apurímac es una zona de tránsito para los camiones de la industria minera. Si bien los camiones de las empresas cuenten con todas las medidas de seguridad para el traslado de metales pesados, estos no son los únicos que cruzan la región. La minería artesanal en la zona es una realidad que contempla medidas de seguridad exiguas, sobre todo a la hora del transporte. Al volcarse un camión, los metales pesados podrían hacer estragos del ecosistema. La intervención tempestiva de los bomberos sería necesaria, pero estos se estarían exponiendo a un riesgo mucho más pernicioso que cualquier incendio, pues a falta de herramientas adecuadas, el contacto directo con los metales pesados podría traducirse en enfermedades extremamente nocivas.

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