¿Tu opinión importa?

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Revista Ideele N°307. Diciembre 2022. Imagen: medium.com

“La gente quiere chocolate y Reynoso debe prestar atención a ese pedido”, dice el conductor de un sintonizado programa deportivo. “Quiero aclarar para que luego no me maten en las redes”, dice otro destacado comentarista con miles de seguidores. No solo pasa en nuestro país. En todo el mundo, periodistas, comunicadores y ciudadanos comunes y corrientes, miden sus palabras, piensan al detalle lo que van a decir para no generar una reacción que incomode a la opinión pública. El problema es que cuando ese temor ataca al comunicador, la información llega distorsionada. La sensación es que algunos colegas están pensando más en el impacto que va a tener lo que dicen que en la noticia misma. Hacen un periodismo a partir del miedo, del qué dirán. Huyen rápidamente de cualquier conflicto para no ser incluidos en lo que hoy se llama la cultura de la cancelación. La pregunta es: ¿Se puede abordar la realidad a partir del miedo? ¿No estamos dándole mucho protagonismo a la opinión de la gente? ¿Tu opinión importa, como decía el eslogan de una radio desaparecida?

Aclarando. En primer lugar, definamos dos circunstancias distintas, pero que pueden llevar a confusión. Por un lado, ¿hay información relevante en las redes sociales? Por supuesto que sí. Todo comunicador que quiera mantenerse al tanto de lo que pasa en el mundo debe estar por lo menos en Twitter, cuando no en Instagram e incluso Tik Tok. En estos tiempos, las redes sociales tienen una importancia superior a muchos medios de comunicación. Gran parte de la información relevante sale primero en el Twitter o Instagram de los protagonistas de la información que en el periódico o la radio. Al despertar, muchos vemos la información en Twitter antes que en los medios tradicionales. No hay duda, bien administradas las redes son una fuente insuperable de información; pero sin criterio se convierten en una máquina de noticias falsas, prejuicios y odio. Es en esta instancia donde debemos discriminar lo que sirve de lo que no. Ya lo dijo Umberto Eco y, aunque se ha mencionado bastante, no está de más repetirlo: “Las redes sociales les dan espacio a legiones de idiotas”. Duro, pero cierto lo que dice el pensador italiano. Conclusión: la información de los protagonistas de la noticia sirve; la opinión de la gente, muy poco. Hay abundante morralla en las redes, hacerles caso es una locura. Repito la pregunta, ¿importa lo que piense la gente? La respuesta ya la sabe.

En 1808, Goethe le dedicaba un poema a la opinión de la gente. Aquí un fragmento de su poema  Ladran’ (Kläffer):

En busca de fortuna y de placeres
Más siempre atrás nos ladran,
Ladran con fuerza…
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompañarnos
Pero sus estridentes ladridos
Solo son señal de que cabalgamos

Parece que de aquí nace esa frase atribuida al Quijote que nunca la dijo. Ese es otro tema.

Sobre la opinión pública decía Stendhal: “La tiranía de la opinión… ¡y qué opinión, santo Dios! Es tan estúpida en las pequeñas ciudades de Francia como en los Estados Unidos de América”.

Para J.J. Rousseau, el hombre moderno había sustituido la moralidad natural por una inmoralidad de cara a la opinión pública. Heráclito consideraba que los hombres eran incapaces de comprender el logos, entendido como pensamiento, ley, orden. El sabio de Efeso decía que el pueblo era idiota, con una inteligencia un poco superior al ganado.

El culto a la opinión pública existe desde antes de la aparición de las redes. En el Perú, uno de los primeros que prefirió el gusto popular por encima del criterio periodístico fue el destacado comunicador deportivo Pocho Rospigliosi: “Esto es lo que le gusta a la gente” decía, al tiempo que lanzaba el video más promocionado en su Gigante Deportivo. No es que Pocho haya creado el periodismo amarillo, no. Es más, Rospigliosi fue un periodista adelantado a su época e inspiración de muchos hombres de prensa. Pero esa idea de darle a la gente lo que quiere tiene en él a un primer ideólogo que consideraba que lo principal era el gusto popular.

Ojo, no toda la opinión pública es un desastre. Volviendo a Eco, las redes sociales les dieron protagonismo a centenares de estúpidos; pero no todos los que están en las redes son así. Hay personas ilustradas con una claridad e inteligencia que ya la quisieran varios profesionales de la información. Y no es gente con la que uno tenga que estar de acuerdo necesariamente. Hay quienes disienten y lo hacen de manera inteligente, con sensibilidad. Pero son la minoría. “El sentido común es el menos común de los sentidos”, decía Voltaire.

Volvamos a la pregunta. ¿Hay que someterse a lo que dice la gente?

El culto a la opinión pública existe desde antes de la aparición de las redes. En el Perú, uno de los primeros que prefirió el gusto popular por encima del criterio periodístico fue el destacado comunicador deportivo Pocho Rospigliosi: “Esto es lo que le gusta a la gente” decía, al tiempo que lanzaba el video más promocionado en su Gigante Deportivo. No es que Pocho haya creado el periodismo amarillo, no. Es más, Rospigliosi fue un periodista adelantado a su época e inspiración de muchos hombres de prensa. Pero esa idea de darle a la gente lo que quiere tiene en él a un primer ideólogo que consideraba que lo principal era el gusto popular. Una versión moderna de la frase del gran Pocho fue el eslogan de una radio ya fuera del dial que decía: “Tu opinión importa”. ¿En realidad importa lo que piensa la gente? Seamos serios. A los medios de comunicación solo le interesa la opinión de la gente hasta que atacan sus intereses. ¿O creen que en los programas de Latina iban a leer los mensajes de la gente sobre sus transmisiones del Mundial de Qatar 2022?

Por supuesto que la frasecita “tu opinión importa” es super vendedora pues complace a la mayoría. Hace creer a esa inmensa legión de olvidados, desprotegidos e invisibilizados por la sociedad que el medio de comunicación los escucha, los toma en cuenta. La frase es una maravilla para la gente. Está buena, pero la realidad es otra. Para un medio lo más importante no son sus oyentes sino sus auspiciadores.

Ya sé que a estas alturas alguien dirá: “Pero si no hay oyentes no pueden vender publicidad”. Cierto, por eso crean la sensación, inventan toda esa farsa de que la gente es importante para el medio. Y abren los teléfonos y leen los mensajes que reciben. Todo bien hasta que atacan sus intereses económicos o políticos que terminan siendo lo mismo. Eso de “leemos todos los mensajes”, es una fantasía.

Volvamos a la pregunta: ¿Hay que darle a la gente lo que quiere o lo que le gusta? ¿Importan los amoríos del mediático de turno, las infidelidades de la salsera de moda o las borracheras de puntero derecho del Deportivo X? ¿Debemos complacer con nuestras opiniones?

Empecemos por lo último. No se esfuerce, colega, pues nunca complacerá a todos con su opinión. En estos tiempos de intolerancias la gente no cree en ciencia ni evidencia. Las personas solo creen en lo que les conviene, así sea un absurdo. Pasó en la pandemia, pasa ahora. Por eso es imposible complacer a todos. A no ser que quiera mentirles.

Entonces, ¿qué información debemos darle a la gente? El periodismo no se trata de darle a la gente lo que quiere, sino darle aquella información que le sirva. El periodista, el buen periodista quiero decir, es aquel que ha sido instruido, preparado para, en base a un criterio profesional, saber qué información le sirve a la gente. Suena raro y hasta soberbio, pero de eso se trata del periodismo. Los periodistas tenemos que crear una agenda en base a lo importante y no basados en lo que espera la gente.

El profesor Luis Darío Restrepo desarrolló de manera brillante este concepto.

«A esas audiencias, ¿qué hay que darles? ¿Lo que ellas quieren o lo que nosotros estimamos que es útil para ellas? Y hay un principio para toda clase de periodismo: nosotros no estamos para satisfacer las curiosidades de nadie. Eso parece un poco arrogante, pero hay un periodismo muy malo que se está haciendo a partir de la pregunta “qué es lo que quieren los lectores”».

Cuando leí por primera vez al maestro Restrepo me sonó raro este concepto. Luego lo entendí. Imagine lo siguiente. Tenemos dolor de barriga. Vamos al especialista de la salud para que nos solucione el problema. Nos hace un análisis y en base a eso nos propone una solución. Nos tenemos que operar o realizar un tratamiento. ¿Podría discutir ese diagnóstico? Claro, llegado el momento y en caso de dudas podríamos buscar una segunda opinión o una tercera, pero al final terminaremos aceptando lo que dice el especialista. Es absurdo pensar que alguien discuta sobre un mejor tratamiento con un experto. Igual es con el periodista. Nosotros somos especialistas y hemos sido educados, como el profesional de la salud, para jerarquizar información, estudiarla y publicarla de acuerdo con determinados conceptos, a factores que nos permiten hacer pública esa información. Como el médico, sabemos lo que le conviene a nuestro paciente/lector.

Por supuesto, así como hay gente que no cree en la ciencia médica y opta por un tratamiento experimental, por decir algo; de igual forma, algunos no recurren al buen periodismo sino buscan aquella información, sea cierta o no, que se acomode a sus intereses ideológicos.

Hay que optar más por la información y menos por lo que le gusta a la gente. Tal vez se venda menos o se tenga menos rating, pero se habrá cumplido con el trabajo.

Sobre el autor o autora

Carlos Bejarano
Periodista, docente de la Universidad de Lima.

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