Armando Villanueva y la renovación demorada

El autor (derecha) al lado del líder histórico del APRA

Escrito por Revista Ideele N°229. Mayo 2013

“Cuando un aprista muere… nunca muere”, se arengó muchas veces en el sepelio de uno de los símbolos del Apra oficial y popular, del Apra de ayer y de la ilusión juvenil de hoy. Durante los dos días, en el Aula Magna de la Casa del Pueblo no dejaban de pasar hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales ante su féretro. Homenajes de militantes o simpatizantes que se despedían con emoción del candidato presidencial de 1980 que sufrió prisión y destierro; era el adiós al más querido por Haya de la Torre, al creciente protagonista y líder histórico en los años 90 y 2000. A la cabeza del ataúd, el pleno de la dirección política del partido al que ingresó a los 16 años, y a quien entregó tanto y toda su vida.

¿Qué quería Armando para el Apra después de él? Muchas cosas; pero sobre todo una “renovación generacional”. Así lo refiere en su conocido testimonio. No fui un visitante habitual a su casa. Lo conocí más cercanamente apenas en los años 90, cuando Javier Tantaleán (con quien trabajé y caminé durante el fujimorismo y después) me llevó a su casa. Tantaleán me lo presentó y hablamos mucho. Me reconoció por mi ancestro familiar aprista (mi abuelo Fortunato Jara, sindicalista, fue diputado con él), lo que le daba confianza para hablar sobre todas las historias, episodios, conspiraciones y —por qué no decirlo— frustraciones y errores, de lo que solo se hablaba entre “los apristas de familia”.

Lo visité a partir de entonces con regularidad, pero no fui el más asiduo. De mi generación, Omar Quesada era el más cercano. A Omar lo apoyó mucho en su camino hacia la Secretaría General del PAP y lo llamaba a proponerle acciones de propaganda, de lucha, de organización. A Nidia Vílchez, a quien quería, no la dejaba de proponer como candidata a la Presidencia de la República en los meses previos al 2011. Eran años de finales del segundo gobierno aprista y los resultados eran relevantes social y económicamente, pero distantes emocionalmente de una parte menor del Apra.

El primer gobierno había sido producto de la ideología de los 80, de la hegemonía de las ciencias sociales en la definición de políticas, de un mundo con el Muro de Berlín macizo y de nuestro propio voluntarismo juvenil. El Apra gobernaba con la resaca de las “fuentes primigenias” recuperadas justamente por una acción terca del Armando Villanueva post-Haya, de la vigencia de El antiimperialismo y el Apra como libro fundamental, y del entendimiento con la “izquierda responsable”. El segundo gobierno del Apra fue marcado por un pragmatismo social, por la reivindicación del Haya de la Torre maduro y realista y por la cuidadosa —muchas veces exagerada— vigilancia de no cometer los errores de la primera experiencia gubernamental. A inicios del 2011 le pregunté a Armando cómo hubiese sido un gobierno de Haya en 1962, y me respondió: “Como éste, de concertación”.

Armando Villanueva vio, vivió y sufrió el Apra. Fue un político que se preparó para morir: sus últimos tiempos fueron de despedidas. Su cuerpo no le había ganado batalla; siempre se imponía su espíritu

Armando se jugó en estos últimos años por la renovación. No entendió otra forma de mantener vigente al aprismo. De ahí su dedicada opción preferencial por los más jóvenes del movimiento, de un nuevo Perú, de 20 a 30 años, que lo visitaban en su casa; muchos de ellos de familia no aprista. Armando tenía lecturas con ellos, diálogos inagotables, almuerzos modestos, cafés con biscocho. Charly Marca, estudiante de Derecho que lo visitaba habitualmente, cuenta que Armando era un mar de anécdotas sobre la Federación Aprista Juvenil y los orígenes del Apra, la toma de las radios, las dinamitas insurgentes, la gran persecución; relataba mucho sobre Nicanor Mujica o Manuel Arévalo, y no faltaba la lectura de cartas de Haya de la Torre a cada uno de los líderes. No dejaba de preguntar a cada uno qué carrera estudiaba y se entusiasmaba cuando un joven asumía un puesto clave en la dirección partidaria. Necesitábamos más.

“Tenía un buen humor, hasta en los momentos delicados para su salud”, recuerda Jaicec Espinoza, estudiante de Ciencia Política que lo frecuentaba. Siempre hablaba de replantear las universidades populares, de hacer teatro en las bases y de que las casas del pueblo se convirtieran en la casa de los vecinos, de acuerdo con las necesidades del barrio; de dar clases a los jóvenes y a los niños. Hablaba sobre el futuro, con referencias desde la historia de los momentos claves del Apra, y solo pensaba en la juventud como garantía de la permanencia del movimiento.

En la confianza con aquellos jóvenes también miraba con irónica autocrítica su propio rol en la vida partidaria. Me contó que él fue el culpable de que Luis de la Puente Uceda viajara a Cuba; inicialmente el disidente aprista tenía como destino Italia. Ante una pregunta de los jóvenes sobre la crisis de los años 80, Armando dijo con una sonrisa ronca que Andrés Townsend hubiese sido mejor candidato a la presidencia, “pero yo hubiese sido mejor presidente de la república”.

Armando Villanueva vio, vivió y sufrió el Apra. Fue un político que se preparó para morir: sus últimos tiempos fueron de despedidas. Su cuerpo no le había ganado batalla; siempre se imponía su espíritu. No era extraño escuchar continuamente entre los dirigentes este diálogo:

–Armando está en la clínica.
– No, ya está en su casa.

Siempre salía de la clínica. Y fue desde una clínica cuando llamó desesperadamente a un programa de televisión, emplazando a algunos dirigentes que den un paso al costado, para que el Apra no perdiese una carismática e independiente candidata presidencial. Enfermo él, tal vez con el recuerdo de los 80 o la sabiduría de un viejo político que advertía un crítico final en esa coyuntura, exigió en vano y voz cansada desprendimientos. Paralelamente, en el Aula Magna algunos dirigentes aplaudían con entusiasmo lo que sería un suicidio electoral. Armando el de las catacumbas en los 30, de exilios y prisiones; el de la unidad con la izquierda de los 80 y de todos los tiempos del Apra, advirtió con esa llamada que un partido requería no solo un buen candidato, sino también un puente con la mayoría no aprista del país. Así lo entendió.

En su testamento, que es un llamado a la unidad democrática del país, le dedica el último punto al Apra: “Unidad del partido: renovación generacional en la conducción del PAP, más participación de los jóvenes y apoyarlos en su capacitación. Que todas las corrientes internas del PAP se unan, dialoguen y se pongan de acuerdo”.

¿Esa demorada renovación generacional es posible? Sí. Por supuesto que sí. Eso no implica rellenar de jóvenes puestos o candidaturas. Una nueva conducción tiene que darle un nuevo sentido al Apra, en este Perú de cambios tan radicales, de avances pero de males tan lacerantes que no superamos. Esa unidad implica que algunas corrientes que Armando reconoce que existen dialoguen pero también den un paso al costado, tras un balance objetivo del pasado reciente y por una apuesta de verdad por un futuro de justicia social.

Sobre el autor o autora

Javier Barreda Jara
Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Perú y Magíster en Gerencia de Proyectos y Programas Sociales por la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Ex Ministro de Trabajo y Promoción del Empleo.

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