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Revista Ideele N°229. Mayo 2013En pocas semanas el presidente Ollanta Humala cumplirá dos años en funciones en medio de una oposición política institucional cada día más efervescente. Sin embargo, esto no parece hacer mella a su popularidad, lo que muestra una vez más la distancia entre la política y la sociedad.
En efecto, todas las encuestas lo favorecen con índices de aprobación ciudadana por encima del 50%, solo superado por su esposa Nadine Heredia (61% en abril). Sorprende la aprobación de este Gobierno, por ser algo poco común en el Perú cuando de presidentes y políticos se trata. Basta recordar que, al culminar su segundo año de gobierno, Alan García apenas tenía 26%, y que Alejandro Toledo llegó incluso al 9%.
La popularidad de Ollanta sugiere que la opción de mantener el crecimiento económico mediante la promoción de la inversión privada, especialmente en actividades extractivas exportadoras, así como la creación de programas sociales de alivio a la pobreza e inclusión social, cuentan con el respaldo de un gran sector de la población. Evidentemente, hay expectativas de ciertos sectores respecto de programas como Cuna Más, Beca 18, Juntos y Pensión 65, en los que los beneficios son tangibles. Crecimiento económico con programas sociales es, hasta el momento, la fórmula que funciona.
Esto es así porque parece haberse instalado con fuerza, en la opinión pública y en el Gobierno, una visión economicista de la política. Una por la que el cuidado de la economía predomina sobre cualquier otra consideración política o social. Nadie desea que la situación económica decaiga, porque ello significaría menor bienestar y menor consumo, así éste venga acompañado de altos niveles de endeudamiento. La sensación de mejora, un hecho inédito en el Perú de las últimas décadas, es muy extendida, y no se puede desdeñar. En su versión radical, incluso se rechaza violentamente cualquier intento de regular la apropiación de los espacios públicos con fines económicos particulares, como los episodios de La Parada, el tránsito limeño o la minería informal. No debería sorprendernos, entonces, que un amplio sector de la población preste oídos sordos a las críticas contra el Gobierno que provienen de los políticos, la sociedad civil y los medios de comunicación.
Pero el economicismo también está instalado en el Ejecutivo. Desde el primer día, éste se ha mostrado dispuesto a cambiar de plan de gobierno y de aliados (de la “gran transformación” a la “hoja de ruta”), a postergar reformas prometidas (Poder Judicial, salud pública), o a congelar medidas hasta nuevo aviso (plan nacional de derechos humanos, implementación de la consulta previa), con el único objetivo de mantener las condiciones que hacen posible la continuidad del modelo de crecimiento económico. De ahí que varios ministros, sobre todo de las carteras no productivas y que iniciaron sus gestiones con grandes bríos, hoy aparecen ganados por el día a día, apagando incendios aquí y allá, sin mostrar un rumbo sostenido o una visión más global de país.

Parece haberse instalado con fuerza, en la opinión pública y en el Gobierno, una visión economicista de la política
Esto último nos lleva a otro elemento que, junto con el economicismo, ayuda a entender la alta aprobación del Gobierno. Se trata del estilo parco y poco protagónico del Presidente, que contrasta con la grandilocuencia exacerbada de Alan García o a la teatralidad impostada de Alejandro Toledo. En efecto, el estilo de gobernar de Humala consiste en permanecer alejado del centro del debate público, evadiendo pronunciarse sobre los temas espinosos de coyuntura, parapetado detrás de por lo menos dos círculos de poder.
El primero, más pequeño e inmediato, está formado por la primera dama, Nadine Heredia, el ministro de Economía, Luis Miguel Castilla, y los asesores en temas legales Eduardo Roy Gates y de seguridad y defensa, el coronel retirado Adrián Villafuerte. De este círculo, los dos primeros son los más importantes, especialmente Nadine, que, por su eficacia y carisma, es el rostro amable de la administración. El ministro Castilla, por su lado, debe asegurar la continuidad del modelo económico.
El segundo círculo lo forman los ministros de Estado que responden las críticas de la oposición y, por lo tanto, están permanentemente amenazados con interpelaciones en el Congreso y sufren campañas mediáticas de demolición. Este Gabinete, liderado por Juan Jiménez, se diferencia del primero, el de Salomón Lerner, por estar conformado por técnicos competentes pero sin experiencia política, aunque varios provienen de organizaciones de la sociedad civil. No existen en él personalidades con un alto perfil político ni voluntad de hacer grandes cambios, sino ministros que defienden en forma aguerrida su sector sin permitir que las críticas se desborden y alcancen al Presidente. El Gabinete Lerner, por el contrario, representaba la alianza política que llevó al triunfo a Ollanta Humala, y tenía entre sus filas a profesionales con amplia experiencia política y opiniones fuertes sobre temas que traspasaban sus propios sectores. Con el paso de los días, era evidente que el presidente Humala, debido a su formación militar y falta de experiencia en la deliberación política, se sentía incómodo con este Gabinete, y que prefería otro más técnico y disciplinado para seguir las orientaciones del Gobierno.
Hasta el momento, el estilo de gobernar del Presidente viene dando resultados con una opinión pública en la que predomina una visión economicista de la política. No obstante, esta situación puede cambiar en el futuro cercano. El binomio crecimiento-programas sociales requiere que estos últimos se expandan y alcancen a un número mayor de beneficiarios y a las provincias más pobres y alejadas. Durante el 2012, la expectativa se ha construido sobre la base de los resultados de las acciones piloto de estos programas, pero se espera que en el 2013 y 2014 éstos se masifiquen y alcancen a un número mayor de personas en situación de pobreza y exclusión. La dificultad mayor para lograr esta meta es la ineficiencia y desarticulación del Estado. Hay yuxtaposición de funciones y mandatos en diversas instancias del aparato estatal que produce parálisis y falta de resultados. Las expectativas tienen que concretarse para no empezar a generar ruido. Más aún si la ofensiva mediática actualmente en curso, y que tiene al Grupo El Comercio como abanderado, produce temor ciudadano sobre el manejo económico del Gobierno.
En todo caso, no se avizoran grandes nubarrones en el futuro inmediato de la popularidad presidencial, aunque, como decimos frecuentemente los peruanos, “cualquier cosa puede pasar”.
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