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Revista Ideele N°228. Marzo 2013La elección del papa Francisco fue una verdadera sorpresa: por ser latinoamericano, por ser jesuita y por su propia manera de ser. Esto significa que para los cardenales electores ya era hora de tomar en serio a la Iglesia latinoamericana, con más de 500 años de maduración, con pastoral y teología propias, y con miles de mártires: ella ha contribuido con creces a la Iglesia universal.
La orden jesuita, abierta a los cambios del Vaticano II y a los reclamos de la humanidad y de la historia, pero relegada en los últimos dos pontificados, es invitada a hacer su necesaria contribución para el cambio de la Iglesia.
Se ha elegido a un hombre sencillo y humilde, no amante de lujos y boatos, amable, espontáneo, carismático, creativo, cercano a la gente, especialmente a los más pobres; un pastor alejado de la curia vaticana, abierto a los medios de comunicación, crítico de las innumerables injusticias en Latinoamérica y en todo el mundo.
Un hombre inflexible en aspectos doctrinales y de moral pero, a la vez, abierto al diálogo y buscador de consensos. Que, como Obispo de la Iglesia argentina, carga el peso del apoyo oficial de la jerarquía de su país a la dictadura de la década de 1970, que dejó unos 30.000 muertos, por lo que él mismo ha sido objeto de acusaciones y desmentidos.

El nombre que ha escogido, Francisco, es por sí mismo un programa de vida y de acción, pues evoca a Francisco de Asís, pobre entre los pobres y promotor del cambio. En los pocos días desde su elección ha tenido una multitud de gestos positivos. Su gran reto es mostrarse pronto como un hombre de acciones y decisiones en relación con el cambio que clama la Iglesia y el mundo. Uno de los más urgentes, solo uno, es el vinculado con la elección de los obispos. Actualmente, un gran porcentaje de ellos son demasiado conservadores y pegados al poder.
Muchos se portan como dictadores, contrarios a la exigencia profética de Jesús, hasta el punto de perseguir, sancionar y expulsar de sus diócesis a laicos y laicas, religiosos y religiosas y sacerdotes solidarios con los más pobres y excluidos. La Iglesia del Perú, en parte, es un trágico ejemplo de esta situación.
Cuando, después de unos años, Francisco renuncie al papado, mostrará con los hechos que vivió el ser Papa como un servicio de amor, y contribuirá a desmitificar la figura del Papa, que más que romano pontífice, santo padre o vicario de Cristo está llamado a ser el hermano de todos y de todas, el siervo de los siervos de Dios. En esta hora de la historia, creyentes y no creyentes tenemos una razón para la esperanza.
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