Soldados descartables: La amenaza del servicio militar “voluntario”

Escrito por Revista Ideele N°228. Marzo 2013

La semana pasada se volvió a poner sobre el tapete algo que se creía ya parte del pasado: el Servicio Militar Obligatorio (SMO), convertido por 10 años en voluntario. Se sigue señalando que continuará siendo “voluntario”, pero que si no se alcanza el tope que necesita el Ejército —para cubrir las 30 mil plazas—, se hará un sorteo. Si el joven es sorteado, se vuelve obligatorio, a menos que pague 1.850 nuevos soles. En otros términos: se reactiva el SMO, pero solo para los jóvenes más pobres.

Los que defienden el SMO sostienen que ayuda a la “formación ciudadana” del joven. Este artículo trata de responder ese argumento a partir de la historia de vida de un muchacho ayacuchano a quien llamaremos Santiago. Él pertenece a la “generación de jóvenes de la posviolencia”,1que convivieron con el Conflicto Armado Interno (CAI).

Santiago, al igual que muchos jóvenes, con sueños de ascenso social y la búsqueda de un futuro mejor, se presentaron al servicio militar voluntariamente. Luego de dos años de “servir al Estado”, tratan “trágicamente” de adaptarse a la vida civil. De su promoción del Ejército, Santiago fue el único que logró asimilarse a la vida civil con éxito (los demás tuvieron un trágico final).

Memoria y convivencia con el conflicto (1980-2000)
Santiago nació en 1978. Vivió durante el CAI en la provincia de Huanta, Ayacucho. Para huir de la violencia su familia fue obligada a desplazarse en 1983 a San Francisco, Valle del Río Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), y de allí a otro lugar. Cuando parte de su familia aún permanecía en el VRAEM, Santiago y sus hermanos vivían en la ciudad de Ayacucho, con la intención de estudiar y estar al margen de la violencia.

Sin embargo, ésta continuó siendo parte de su vida cotidiana. Santiago recuerda, entre otros eventos, un acontecimiento en el que se enfrentaron miembros del Partido Comunista del Perú “Sendero Luminoso” (PCP-SL) y las Fuerzas Armadas (FF.AA.):

Acá, nosotros hemos presenciado el último ingreso de Sendero. Un domingo, al medio día, por [el cerro] La Picota, empezaron a bajar y se enfrentaron justo en [la asociación] 16 de abril, con el Ejército y la Policía, ¡durante el día!, en la acequia.

Pese a tales circunstancias, Santiago continuó estudiando en su centro educativo. La violencia se había hecho parte cotidiana de la vida de los alumnos. Ellos manifiestan que era común ver muertos en las calles de la ciudad de Ayacucho. La violencia formaba también parte de las conversaciones cotidianas de los estudiantes; era común preguntarse: ¿Cuántos muertos has visto?, ¿has visto el muerto en tal lugar? Pese a los acontecimientos terribles, la vida estudiantil continuó.

Vida militar y reincorporación a la vida civil
Como muchos estudiantes escolares, luego de terminar la Secundaria Santiago postuló en tres ocasiones a la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (UNSCH), pero no ingresó. Frustrado, junto a otros amigos en una situación similar a la de él, decidieron presentarse al servicio militar en 1997, con la finalidad de convertirse luego en policías.

En el Ejército, Santiago se hizo parte del equipo especial de comandos. Después de su formación fue enviado al VRAEM, y luego a la frontera con Ecuador. Eran tiempos de conflictos con el vecino país. En Piura, a Santiago y a sus compañeros los prepararon como “equipo de élite” para que pudieran ingresar en territorio ecuatoriano y debilitar las defensas del Ejército contrario. En este lugar, recuerda que en algunas ocasiones recibían la visita de personalidades como generales; incluso, en una oportunidad llegó Fujimori. En esas ocasiones la tropa recibía una “buena comida”.

La vida del cuartel terminó agotando a Santiago, por los maltratos y los arduos entrenamientos. Decidió, entonces, retirarse del Ejército, justo en la etapa en la que comenzaron los conflictos por la re-ciudadanización. Luego de estar alejado por dos años de la vida civil, Santiago salió del Ejército como sargento. Tenía escasas posibilidades de escalar de rango; si se quedaba iba a ser instructor militar, por haber llevado cursos de comando.

De regreso a la vida civil, gracias a los nexos con un oficial consiguió como primer trabajo ser “personal de seguridad”. Este rol lo volvió a frustrar: estuvo como “guachimán” un día y luego renunció. Aún mantenía la idea de reincorporarse al Ejército con algún tipo de estudio, debido a que su nueva experiencia en la vida civil estaba siendo dramática. Con esta visión decidió postular a la Universidad, e ingresó. Pero sus ex compañeros del Ejército, provenientes de familias en situaciones de extrema pobreza, con escasa posibilidad de pagar tan solo un examen de admisión, buscaron alguna manera de “sobrevivir” luego de ausentarse y perder las relaciones sociales en la vida civil. Santiago refiere que al servicio del Ejército ingresaron 54 jóvenes, de los cuales solo quedan vivos cuatro:

Todavía en esos tres meses, mi idea era estudiar tres años y reengancharme al Ejército. Después eso cambió en los primeros meses de la universidad, porque al Ejército […] nosotros ingresamos 54 (mi promoción), llegamos a entrar 36 o 37 a la Escuela Especial de Comandos. Salimos solamente 12, de 36. Algunos desertaron, se fueron, desaparecieron […] De los 12 ahora estamos vivos solamente cuatro. Porque en el primer año, cuando esos días salieron, se enrolaron, como cargadores de coca. A mí también me han querido jalar ahí. De esos cuatros vivos, uno soy yo. Uno está en la cárcel, otro es “ampucha” [alcohólico], y ya está “totalmente […]” y otro sobrevive, es cualquier “cosita”.

Este último testimonio podría contestar al jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, José Cueto Aservi, quien aduce que luego de que el Servicio Militar se hizo voluntario —hace 10 años— se incrementó la inseguridad ciudadana. Podría ser más bien lo contrario: que, a raíz de que las Fuerzas Armadas no preparan al soldado para la vida civil, aquéllos con entrenamiento militar buscan resolver sus necesidades básicas inmediatas, y en muchos casos son captados por el narcotráfico.

La situación de la vida militar y la incorporación a la vida civil es idealizada. Se piensa que todos los que egresan del Ejército son jóvenes llenos de valores patrióticos y morales, y que se encuentran listos para la vida civil. Sin embargo, la incorporación exitosa depende de las relaciones sociales y los recursos económicos de la familia. En muchos casos, los ex soldados terminan muertos como cargadores de coca en el VRAEM. Pese a esta situación, muchos jóvenes ingresan al Ejército tratando de conciliar un sueño que no ven en la vida civil. Pero al final esta ilusión se convierte en pesadilla.

La situación es muy distinta para los jóvenes de familias con recursos económicos solventes o con “padrinos” de oficiales de rango, quienes tienen asegurada la carrera militar con ascensos de grado. En un país racista como el nuestro, el apellido y los recursos materiales pesan más, y mucho más en instituciones castrenses.

Ya en la vida militar, en los primeros momentos al soldado se le trata como a un “perro” que debe aprender a recibir y acatar las órdenes. En el segundo proceso, ya soldado, se le forma como una “máquina de matar”, carente de valores morales; lo más importante es respetar el mando jerárquico de un oficial. A los comandos o grupos especiales los colman de ideas de “supremacía” y de pertenecer a una élite de las Fuerzas Armadas. Luego de cumplir su función de soldado, el joven es arrojado a su suerte, a la vida civil, como un don nadie. En el cuartel, el ciclo se repite con nuevos reclutas. Una vez fuera, el ex soldado debe reaprender los valores democráticos, mientras enfrenta la realidad de su adaptación:

Te llenan de ideas de superioridad, de ideas que eres ¡la élite del Ejército! Te llenan que eres la compañía ¡Especial del Ejército! Que usas la ¡boina negra! Te llenan de todo eso… te llenan de toda “la mierda”. Te hacen creer que eres “el más-más”. Entonces, cuando tú entras a una realidad ¡civil!… Adentro eres un “desgraciado”. ¡Ta’mare! ¡Te vas de patrulla! Cuando sales a la vida de civil, totalmente cambia. Nadie te reconoce, eres un “don nadie”, eres cualquier huevón. Llegas a tu casa, [la realidad] hecho una mierda. (Santiago)

Como hemos visto, la evolución de Santiago como ciudadano no es influencia del Servicio Militar, sino de la readaptación exitosa a la vida civil, de la superación de su condición “trágica” de ex militar. Sin embargo, como vimos en los testimonios, muchos de sus ex compañeros del cuartel no tuvieron una readaptación exitosa, y terminaron sus días trágicamente.

El SMO no va a resolver los problemas de la inseguridad ciudadana; por el contrario, en algunos casos podría ser contraproducente. Es necesario que las instituciones armadas formen al joven para la vida militar y lo preparen para la vida civil. Santiago no representa al recluta común de una familia de extrema pobreza, pero su caso es interesante porque permite apreciar que, a pesar de sus dos años de ausencia de la sociedad, el joven puede reintegrarse a la vida civil. Para ello es fundamental contar con el apoyo del círculo familiar, pues sin éste las esperanzas de éxito se hacen escasas. Muchos de los jóvenes de extrema pobreza tratan de estudiar en institutos o centros ocupacionales; con esta ley van a ser candidatos fijos para el cuartel. Y si no tienen el apoyo familiar adecuado, podrían terminar su vida trágicamente, tal como relata Santiago.

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1 Existen tres coyunturas: antes, proceso y después del CAI; por tanto, relacionando a las generaciones serian: “generación previolencia”(anterior al CAI), “generación de la violencia” (la que convivió con la violencia del CAI) y “generación posviolencia”(aquélla posterior a la violencia). Por esta razón, en este artículo la referencia a los jóvenes será como la “generación posviolencia”,la generación que nació alrededor del desarrollo de la violencia.

* Este artículo es parte de la investigación “El movimiento de derechos humanos y el rol de la generación de activistas de derechos humanos de la ciudad de Ayacucho, 2000- 2011”, que está en proceso de sustentación en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga.

Sobre el autor o autora

Heeder Soto Quispe
Antropólogo, documentalista y activista de derechos humanos. Director del largometraje "Vientos y memoria".

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