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Revista Ideele N°228. Marzo 2013Reflexiones sobre el contexto sociopolítico de Egipto y la determinación estadounidense de robustecer su apoyo financiero.
Pocos días después de que Marc Lynch, a comienzos de enero del 2011, postuló el nombre de “Primavera Árabe” para denominar al proceso de revueltas en África y el Medio Oriente, éste fue expandido como reguero de pólvora por los más influyentes medios de prensa occidentales. Ello dio lugar a que críticos de la política internacional de los Estados Unidos pronosticaran inmediatamente que el término habría de jugar un rol protagónico en los intereses de la Casa Blanca.
Desde esta perspectiva, es posible establecer un paralelo entre la campaña mediática de la “Primavera Árabe” y la que se hiciera en favor del derrocamiento de los gobiernos socialistas de Europa del Este un par de décadas atrás. La gran diferencia es que esta vez las protestas mostraron un carácter mucho más histriónico y su cobertura cobró una velocidad voraz y sin precedentes.
El de Egipto es un caso que demanda particular atención. Las revueltas en este país han sido reportadas de forma tan dramática y omnipresente que nadie pareció reparar en obvias falencias cometidas por los analistas de noticias. Por ejemplo, el sostener constantemente que el problema del desempleo fue uno de los móviles cruciales del desencadenamiento de las protestas, más podría estar asociado a la inmolación de un hombre desempleado en Túnez que a los índices anuales, que por lo contrario se mantuvieron estables durante los últimos años de Mubarak (alrededor de 9% entre 2008 y 2010); cuando sí sufrieron un gran aumento (hasta 13%) fue luego de la revolución (fuente: Central Agency for Public Mobilization & Statistics)
Tras celebrarse los dos años de la caída de Mubarak, irónicamente la prensa internacional ha dado cuenta de un escenario aún peor al que se vivía en tiempos previos a la revolución: el colapso total del Estado. Este escenario se define por una grave crisis económica expresada tanto en la fuga de inversionistas extranjeros como en las limitaciones del Gobierno de Morsi para elaborar un plan económico; por la continuidad del caos social que viene aumentando dramáticamente los 800 muertos contabilizados a lo largo de las revueltas que derrocaron a Mubarak, y por la fuerte impresión de que se vive un momento político de retroceso en materia de libertades individuales y representatividad de las minorías.
A pesar de que este diagnóstico se oponga a los bombos y platillos con que se celebró, en las mismas fuentes de información, el triunfo de las cruentas y largas revueltas sociales, importantes líderes de opinión de la comunidad internacional expresaron su escepticismo frente a las reales opciones de superación de la crisis social y política durante el llamado “proceso de transición democrática”. Por su parte, el Gobierno estadounidense, que a lo largo de estos dos años se mostrara tan falto de observaciones conscientes sobre las dificultades y complejidades implicadas, ha decidido, en las últimas semanas, incentivar más agresivamente iniciativas reformadoras del actual presidente Morsi a través de un robusto plan de apoyo financiero.
Contexto sociopolítico
Inmediatamente después del Día de la Furia (25 de enero del 2011), cuando los protestantes empezaban a reclamar fervientemente el retiro de Mubarak, el director de Amnistía Internacional, Salil Shetty, opinó que la disolución del Gobierno no detendría las manifestaciones y el escenario de caos social. La idea que parece estar detrás de estas declaraciones es que la crisis social, tanto en la época de Mubarak como en estos días, está compuesta no solo por el enfrentamiento de grupos opositores al régimen contra la Policía, sino más bien por el aumento de las demandas sociales producido naturalmente por la explosión demográfica que Egipto ha venido experimentando desde hace ya varios años. De hecho, la población se ha duplicado durante las últimas tres décadas, con lo que hoy en día hay aproximadamente 83 millones de egipcios cuya gran mayoría comparte un escaso terreno de 40 mil kilómetros cuadrados.
La crisis social también se debe al históricamente arraigado conflicto entre cristianos y musulmanes. Este enfrentamiento tuvo un episodio crucial en el desencadenamiento de las revueltas: el ataque a una iglesia cristiana en Alejandría en el Año Nuevo del 2011, atribuido sin titubeos al grupo Al Qaeda. Los 21 muertos y las horrendas escenas que dejó este atentado afectaron terriblemente a la comunidad cristiana, al punto de que desde entonces se han venido enfrentando a la Policía con una furia particular, pues ésta representa la principal arma de opresión social, política y religiosa.
Sin embargo, opiniones como la de Shetty fueron poco publicitadas por la prensa internacional, que priorizó los hechos que más indignación despiertan en la opinión pública de los países occidentales: libertad de expresión y uso de la fuerza en contra de los manifestantes. El tema de la libertad de expresión tuvo un momento clave: cuando Mubarak cerró el acceso a Internet en todo el territorio, debido a la gran utilidad lograda por Facebook y Twitter en la coordinación logística de los eventos del Día de la Furia y protestas posteriores a nivel nacional. Por otro lado, en el tema del uso de la fuerza por la Policía, si se observan los hechos al detalle puede decirse que la prensa internacional no fue del todo objetiva respecto a las voluntades violentas que inevitablemente formaron parte de las protestas desde sus inicios.
La violencia suscitada por el caos social ha sido también comentada por representantes de Amnistía Internacional como una consecuencia directa del apoyo económico y militar de los Estados Unidos. En efecto, tras haber cancelado este apoyo por un periodo de un año, este país reanudó en marzo del año pasado su apoyo militar al Gobierno egipcio a través de una donación de 1.300 millones, incluidos los 450 millones que Estados Unidos solía depositarle anualmente. Según representantes de Amnistía Internacional, esta alta suma estaría en buena parte orientada a solventar las medidas violentas que las fuerzas del orden ejercen sobre la población.
Asimismo, Tony Blair, figura emblemática de los intereses de las potencias occidentales en los países árabes, mostró una opinión distinta a la de Obama, quien constantemente ha alentado elproceso de transición democrática diciendo que éste se orienta naturalmente a “establecer el acuerdode todos los sectores sociales”. Blair advirtió con suma claridad, en los momentos iniciales de la supuesta transición democrática, que si ésta se hacía de forma apurada y no planificada, podía significar que la Hermandad Árabe ocupe el gobierno, lo que efectivamente ocurrió.
Mientras manifestantes en las calles demandaban una rápida transición —protestas que fueron reportadas raudamente por bloggers que a su vez aparecían de forma inmediata en los principales medios de prensa internacionales—, esta opinión parece haber pasado desapercibida.
La nueva Constitución creada tras la elección de la nueva Asamblea del Pueblo no ha sido suficiente para generar la ansiada estabilidad social. Del mismo modo, el triunfo del partido Libertad y Justicia, el representante más numeroso de la Hermandad Árabe y que goza de gran aceptación en los estratos más pobres, puede bien representar un retroceso en materia de las libertades individuales y acceso de las minorías a la participación política. Así lo han demostrado ya las medias tomadas por Morsi en contra de la participación electoral y política de los cristianos y de la mujer. De hecho, en la época de Mubarak las mujeres contaban con una cuota de representatividad parlamentaria. A pesar de la trascendencia de estos temas específicos, el Gobierno de Obama parece haber estado focalizado únicamente en evaluar el cumplimiento del pacto de buenas relaciones con Israel, con el fin de decidir si continuar o cancelar su apoyo económico.
Por otro lado, y lamentablemente para los intereses de las potencias occidentales, a pesar de representar un liderazgo social de gran envergadura en el calor de las protestas, figuras como Mohamed El-Baradei, quien llegara a Egipto de suelo británico a liderar las protestas llevadas a cabo a finales de enero del 2011, así como la de su posterior socio político, Wael Ghonim, quien representara tanto a los jóvenes que jugaron un rol protagónico en las revueltas como a la tan publicitada asociación entre tecnologías de información y libertad de expresión, no llegaron a representar un liderazgo político de trascendencia electoral.Tal vez fueron sentimientos nacionalistas y antioccidente los que generaron la oposición al primero, mientras que los valores tradicionalistas de estos estratos llevaron al rechazo del segundo. El caso de Gohim provoca una desilusión particular, pues supuestamente otro de los móviles de las revueltas fue el espíritu político de la juventud. Hoy en día, esta figura icónica de la revolución, en vez demostrarse interesada en producir una propuesta política para su país, parece más bien dedicarse a promover su campaña como nueva estrella del marketing de libros en la Internet.
Apoyo financiero de los Estados Unidos al rescate
En la primera semana de marzo de este año, como resultado de las negociaciones sostenidas entre Morsi y el secretario estadounidense John Kerry, este último anunció en Washington que, siguiendo un principio de “buena voluntad” para ayudar al pueblo egipcio, se habrán de liberar 900 millones de dólares, y anticipó que se trataba solo de un gesto inicial. Este dinero deberá ser destinado a la restauración financiera del país, lo que incluye el apoyo a capitales egipcio-estadounidenses, así como el cumplimiento de los requisitos prescritos por el FMI con el finde que éste le conceda el préstamo de 4.800 millones de dólares necesarios para contrarrestar la aguda crisis que hoy define la economía egipcia.
Si Egipto cumple con estosrequisitos, el Gobierno de Obama promete trabajar arduamente para lograr que el Congreso apruebe sumas mayores, lo que parece ser una de las pocas aprobaciones que el Congreso de los Estados Unidos le concede al Presidente con rapidez y efectividad. Como podía esperarse, lasdemandas económicas implícitas en la ayuda financiera salen acompañadas de requerimientos de orden político, como el cumplimiento transparente de nuevas elecciones parlamentarias y la consideración de “las demandas específicas de los protestantes que dieron sus vidas en la Plaza Tahir”, en palabras de Kerry. Sin embargo, estas prescripciones, aparentemente tan enfáticas, suenan reiteradas y nada comprometidas para quienes han seguido el tono apacible con que el Gobierno de los EUA ha hablado de los retos implicados en la política de Egipto. Recordemos las reiteradas veces que Hilary Clinton mostró tener una confianza ciega en que la transición política se daría en favor “de la unidad del pueblo egipcio y la justicia”.
Obviamente, la Administración de los Estados Unidos se ha cuidado mucho, en sus comunicados oficiales, de ser coherente con el principio de soberanía política desde las primeras revueltas hasta hoy. Pero este hecho bien podría interpretarse, y más si se toma en consideración la campaña mediática en favor de la “Primavera Árabe”, que tal coherencia corresponde a una estrategia para crear las condiciones necesarias en las que el Gobierno de Obamapueda cobrar un rol protagónico en la economía del país. Al parecer, entonces, todo ha quedado listo para que los capitales norteamericanos se muestren como la única alternativa de solución al colapso general del Estado egipcio. Por lo pronto, Morsi le ha dado música a los oídos de Obama, mostrándose de acuerdo con políticas de libre mercado a la vez que disponiéndose a continuar el tratado con Israel.
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