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Revista Ideele N°226. Diciembre 2012Los hechos de La Parada revelaron un universo al cuál muchas veces damos la espalda pero en donde podría estar el quid de los altos índices de percepción de inseguridad ciudadana.
En Lima y en muchas zonas urbanas del Perú, la marcada sensación de inseguridad que padecen los ciudadanos se agudiza a causa de los robos menores. Lugares como La Parada son espacios importantes para el desarrollo de esta clase de delitos, al ser territorios dominados por la informalidad y con una permanente ausencia del orden estatal. Es por ello que la recuperación de estas zonas representa una importante oportunidad para elevar los índices de seguridad, mejorar la calidad de vida de la población y recuperar la confianza en el Estado.
Los robos al paso y la sensación de inseguridad
Si se contrasta algunas cifras sobre percepción de la criminalidad del 2012 con las del año pasado, lo más notorio es que el temor de ser víctima de un delito sigue ocupando el primer lugar de las preocupaciones ciudadanas. En la Segunda Encuesta Nacional Urbana de Victimización –elaborada por Ciudad Nuestra durante el 2012– el miedo a ser víctima de algún crimen alcanzó un 68.9% en las zonas urbanas del Perú. Si bien dicha cifra representa una disminución frente al 71.7% reportado por la misma encuesta para el 2011, todavía es un registro bastante alto acerca de la sensación de inseguridad con la que viven los peruanos.
El robo al paso de carteras, paquetes o celulares, es el delito más frecuente y el que incide directamente en esta percepción de inseguridad. Siguiendo con los datos de Ciudad Nuestra del 2012, este tipo de robos representan casi el 50% de los actos delictivos ocurridos en las zonas urbanas del país. En la segunda y tercera posición en el ranking aparecen los asaltos a locales comerciales y viviendas (18.9%) así como los atracos (12.4%).
Hay que entender entonces que esta mayor exposición a los robos al paso en lo cotidiano ha hecho que el ciudadano se sienta más vulnerable. Por citar un ejemplo, para ser víctima de una estafa se requieren situaciones particulares de compra y/o venta de algún bien o servicio. En cambio, el robo de un celular o de una cartera suele ocurrir en un espacio bastante más común en el día a día. Como la mayoría de estos delitos ocurre en contextos tan cotidianos (como esperar en un paradero o ir de compras a un centro comercial), se agudiza la percepción de inseguridad del individuo, debido a que en cualquier momento podría verse envuelto en una situación de riesgo.
Los robos al paso como actividad económica ilícita
Los robos al paso deben ser entendidos como actividades con fines económicos que se desarrollan dentro de un circuito de comercio ilícito de productos robados. Bien mirado y a grandes rasgos, dicho ciclo no presenta grandes diferencias respecto de otras actividades comerciales de carácter lícito. Si este circuito existe no solo es porque Lima posee puntos para la venta final de estos objetos, donde hay poca o nula fiscalización: existe principalmente porque hay un mercado de consumo, es decir, una demanda de productos robados.
En este escenario, los robos al paso son el clúster inicial de una cadena comercial que funciona casi de la misma manera que cualquier otra, solo que matizada por su carácter ilícito. Según Mujica, este tipo de negocio se basa en una red de por lo menos tres actores, que también pueden encontrarse en actividades comerciales de carácter legal: Proveedores, Redistribuidores y Vendedores finales.1 El arrebatador forma parte del primer eslabón, pues cumple la función de proveedor de (por ejemplo) celulares que, posteriormente, el redistribuidor se encargará de acopiar, seleccionar y distribuir en distintos puntos donde se realizará la venta final.
Concebir al robo al paso como actividad económica implica entender también que para el arrebatador esta actividad es un medio que le genera un ingreso adicional al que recibe por otras labores, que pueden o no ser ilícitas. En ese sentido, el arrebato no es una labor que se ejecuta a tiempo completo o a dedicación exclusiva. En ese proceso, el elemento clave para que el proveedor realice sus acciones es una oportunidad adecuada. Algunos contextos brindan mayores oportunidades para la incidencia de actividades delictivas de esta naturaleza.
La informalidad de La Parada y la oportunidad para los delitos menores
La informalidad que prevalece en zonas como La Parada implica una restringida capacidad de coacción del Estado,2 lo que brinda a los arrebatadores dos importantes oportunidades.
Como resulta obvio, la primera está referida a facilitar la realización de los actos delictivos, a vista y paciencia de los transeúntes. Para robar, el delincuente aprovecha elementos comunes en este tipo de lugares: el bullicio, el desorden y la limitada capacidad del control policial. Los arrebatadores aparecen cuando hay mayor movimiento y aprovechan el descuido del público para robar. Es así como estos lugares se convierten en centros de abastecimiento de los artículos robados que luego ingresarán al circuito comercial y serán vendidos en otros puntos de Lima como La Cachina o Las Malvinas.
Concebir al robo al paso como actividad económica implica entender también que para el arrebatador esta actividad es un medio que le genera un ingreso adicional al que recibe por otras labores, que pueden o no ser ilícitas. En ese sentido, el arrebato no es una labor que se ejecuta a tiempo completo o a dedicación exclusiva
La segunda oportunidad que brinda esta informalidad es tal vez la más interesante, ya que permite que el ladrón alterne los medios con los cuales genera sus recursos. Y es que La Parada también representa una opción para desempeñar actividades que, aun siendo informales, no encarnan prácticas criminales. Así, durante ciertas temporadas o momentos específicos (por ejemplo, cuando tienen algún problema con los policías o con algún contrario), los delincuentes menores pueden desempeñarse como estibadores o ayudantes en los puestos del mercado mayorista, ya que no hay medios formales para fiscalizar si estas personas poseen antecedentes criminales. Es más: aunque resulte paradójico, ante el incremento de la inseguridad y la violencia, los propios mayoristas contratan a agentes de seguridad privados que, fuera de su horario de trabajo, delinquen en la zona.3
En conclusión, la informalidad predominante en lugares como La Parada, además generar problemas referidos a su propia función como mercado mayorista, abre ventanas de oportunidad para prácticas criminales. A esto hay que añadir que, como se ha observado en los recientes operativos policiales de octubre último, existen hábitos clientelares por el que los delincuentes comunes ofrecen sus “servicios” a las organizaciones informales para defenderse violentamente de la intervención estatal. Es entonces cuando el riesgo derivado de la relación entre informalidad y criminalidad urbana se agudiza e incrementa notablemente, generando una mayor sensación de inseguridad.
La intervención estatal: Restauración del espacio público para la comunidad
Si bien la informalidad no es, en estricto, un detonante de prácticas criminales sí brinda importantes facilidades para su desarrollo e incluso da pie a relaciones clientelares entre los diferentes actores de ambos planos. Por ello, la recuperación de espacios como La Parada, que implica la instauración de mecanismos de fiscalización y control, pero también de proyección comunitaria, deviene una opción clave para aminorar la incidencia de actividades criminales menores, que tanto temor generan en los ciudadanos.
¿De qué manera el Estado debe atender este modo particular en que operan los robos menores? En primer lugar, debe contemplar las características específicas de este grupo de infractores así como su vínculo con el resto de la red delictiva, ya que solo así podrá identificar sus movimientos y podrá realizar operativos más efectivos. En esa línea, cualquier estrategia que procure reducir la incidencia del delito menor, debe abarcar de manera integral el circuito comercial de productos robados.
Por otro lado, la formalización y el ordenamiento de lugares como La Parada, implican la oportunidad de dar mayor seguridad tanto a los comerciantes como a los consumidores que concurren al mercado o a lugares aledaños (como Gamarra, por ejemplo, para el caso mencionado). Con ello, estos lugares pueden dejar de significar una oportunidad tanto para el abastecimiento de productos robados, como para la alternancia de los delincuentes menores entre la legalidad e informalidad.
Por último, el Estado en todos sus niveles, con una firme proyección comunitaria, debe apostar por la recuperación de los territorios donde la informalidad brinda opciones a las prácticas criminales. Ello significa promover la participación vecinal no solo en eventos recreativos, comerciales y educativos, sino en términos generales en una intervención integral del espacio público que rompa con la estigmatización de estas zonas. En este aspecto, tal vez la experiencia de las Unidades Policiales de Pacificación en las favelas de Rio de Janeiro, puedan ser una alternativa adaptable y replicable.
En todo caso, especialmente en este último punto, el ordenamiento de La Parada representa una importante oportunidad para generar un modelo de intervención que, además de formalizar el comercio y reducir los índices de criminalidad, permita generar confianza en que el Estado puede brindarles seguridad y calidad de vida.
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1 MUJICA, Jaris (2007). El mercado negro (y las estrategias informales de acceso a la telefonía móvil). Lima: Instituto de Estudios Peruanos IEP, SUR Casa de Estudios del Socialismo. 135 pp
2 O´DONNELL, Guillermo (1984) Apuntes para una Teoría del Estado, en OZLAK, Óscar (comp.), Teoría de la Burocracia Estatal, Paidós, Buenos Aires, 1984
3 En entrevistas realizadas a comerciantes informales de La Parada, se supo que decidieron contratar como agente de seguridad particular a un individuo de larga trayectoria como delincuente en la zona. Por otro lado, los entrevistados comentaron que los ladrones ven en la actividad de cargadores de carretilla un espacio para llevar a cabo la modalidad de robo al paso, mientras trasladan los sacos de alimentos.
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