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Revista Ideele N°226. Diciembre 2012Cada día el gobierno tiene una nueva oportunidad para demostrarnos de qué está hecho. Una y otra vez nos da muestras de que está hecho de nada. El vacío está en la falta de liderazgo, en la improvisación, ciertas ineptitudes y en la desorientación. El gobierno no tiene ideas y ni siquiera sabe administrar las ideas ajenas.
En los primeros meses de gestión el presidente Humala fijó como un objetivo de su gobierno el combate contra la delincuencia. Anunció con bombos y platillos un Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana, que él mismo decidió presidir. También permitió que las cámaras lo captaran mientras zarandeaba verbalmente a varios de sus ministros “en treinta días me trae esto, en sesenta días usted tiene que hacer esto o aquello”.
No pasó nada. La delincuencia común ha seguido creciendo, ya no vemos al presidente en el Consejo de Seguridad Ciudadana, y los ministros, al parecer, ya no reciben úkases del comandante. Hasta el día de hoy los policías tienen que comunicarse entre ellos a través de sus teléfonos celulares personales y las comisarías no están interconectadas.
Esto parecería cambiar con un nuevo sistema de comunicación recientemente adquirido, pero lamentablemente se compró el sistema más atrasado y costoso (Tetra 1) que va a hacer de escasa utilidad las radios que van a adquirir próximamente, y que corresponden a una tecnología superior. En otras palabras, no existe interés por resolver el urgente problema de la delincuencia común.
No se ha hecho nada sobre el tema de los delitos menores, no se ha hecho nada en legislación penal y no se mejorado en nada la inteligencia policial, como quedó demostrado en la desastrosa intervención de La Parada. En relación a la reforma penitenciaria, mucho se habla, pero poco se avanza. La fiesta de “Lito” en el penal de máxima seguridad Castro Castro a inicios de noviembre demuestra hasta dónde llega (o, más bien, hasta dónde no llega) el gobierno en los penales. El INPE no tenía información de inteligencia sobre una fiesta con dos orquestas (y sus respectivos instrumentos), whisky, mujeres y bailongo.
Por supuesto, después de la fiesta vinieron las investigaciones, las sanciones, las responsabilidades; pero, en realidad, los presos pasaron por encima a las autoridades. Y cuando el gobierno trata de reaccionar e imponer autoridad, lo hace de manera problemática, difícil y anti-institucional. Tal es el caso de Antauro Humala, que obtuvo en última y definitiva instancia un Hábeas Corpus. El INPE lo devolvió, por tal mandato, al penal Virgen de las Merced de Chorrillos, lo retuvo ahí 24 horas, para luego, por acto administrativo, devolverlo al centro de reclusión de la Base Naval del Callao.

La fiesta de “Lito” en el penal de máxima seguridad Castro Castro a inicios de noviembre demuestra hasta dónde llega (o, más bien, hasta dónde no llega) el gobierno en los penales. El INPE no tenía información de inteligencia sobre una fiesta con dos orquestas (y sus respectivos instrumentos), whisky, mujeres y bailongo
Hay que imponer la autoridad, después de todo… pero en una acción de garantía ¡constitucional! la autoridad está en el Poder Judicial, no en el Ejecutivo, que es el lesionador del derecho fundamental en cuestión. Este INPE, que deja que Lito baile a su antojo en Castro Castro, impide que el Poder Judicial ordene un Hábeas Corpus. ¿Qué tipo de pensamiento, planeamiento o táctica política puede llevar a este tipo de contrasentido? No hay que cansarse buscando en los arcanos de la ideología, porque detrás de esto no hay ninguna ideología, sino más, quizá la ausencia de una ideología, de un sistema de ideas coherente capaz de guiar la acción gubernamental. No hay ideas, no hay acción coherente, no hay autoridad.
La perspectiva de este déficit ideológico y pragmático no es el desastre o la hecatombe, sino la erosión paulatina, el desgaste gradual y episódico, el desmontaje azaroso de aquello que mal que bien permitió un cierto aliento económico del país en los últimos años.
Lo que ha permitido ese crecimiento no ha sido una u otra reforma. Ha sido la perseverancia de algunas reformas básicas, comenzando por la del ordenamiento fiscal. Eso facilitó un manejo monetario responsable, junto con la privatización, el cambio del sistema de pensiones, la apertura a la inversión extranjera, del comercio, el alineamiento con las finanzas internacionales, entre otras. Lo más importante ha sido la continuidad. Con todas las diferencias que tuvieron desde el punto de vista político o ideológico, cuidaron por igual estas reformas el gobierno de Fujimori, Valentín Paniagua, Alejandro Toledo y Alan García.
El gobierno de Ollanta Humala sorprendió en sus inicios por no caer en la tentación de un cambio radical a este respecto. Sin embargo, la falta de claridad sobre las tareas de gobierno y la ineptitud para afrontar aquellas que urgen pueden poner en cuestión la estabilidad de las bases institucionales que afianzaron el despertar económico de los últimos años. Los ecos autoritarios que todavía suelta el presidente Humala en relación a la prensa (sobre todo si está acompañado del presidente ecuatoriano), la falta de autoridad en relación a los gobiernos regionales, las concesiones políticas a los gremios que toman la calle o la política de asociar compulsivamente a los inversionistas petroleros con Petroperú anuncian una debilidad frete al desafío de sostener en el tiempo las bases de la estabilidad económica.
Crecimiento puede haber, pero la pregunta es cuánto durará y cómo se usarán sus beneficios. Junto con el crecimiento vendrán más delitos comunes, mayor impunidad de los delincuentes y menor imperio del principio de autoridad. Porque autoridad no es carajear a los ministros, como hizo el presidente Humala al principio de su gobierno, sino orientar su trabajo con conocimiento y fuerza moral. La autoridad se consigue dando a los ministros el apoyo político de una figura presidencial sólida, fuerte y respetable.
Lamentablemente, el presidente Humala no consigue encumbrarse todavía. Por eso su figuración pública se ve a veces desplazada por la de su esposa, a la que se le ve desplazarse con mayor soltura en la escena política y mediática. Los vacíos tienden a llenarse y, en realidad, es una suerte que exista por ahora esta figura de la Primera Dama, que a muchos seguramente da la tranquilidad de saber que hay alguien que está resolviendo o tomando decisiones.
Ojalá el presidente Humala decida finalmente empezar a crear su prestigio y su autoridad. No los tiene y esa carencia nos pasará la factura en todas las áreas de la acción gubernamental, desde el delito común hasta los más sofisticados desarrollos de la economía nacional.
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