Don Agustín, una vida entre la muerte y el fútbol

Agustín Merino Tapia

Escrito por Revista Ideele N°226. Diciembre 2012

Agustín Merino Tapia ha sido y es el principal agente funerario del Perú, único y verdadero monarca en el milenario oficio de dar el último adiós. Acaba de cumplir 80 años y entiende que la despedida está cerca.

 Usted es el más célebre agente funerario del Perú, ¿cómo empezó?
Tengo que contarte que mi padre era un carpintero, un hombre pobre que vivía de su carpintería. Y vendía ataúdes que le mandaban a hacer. Yo me acuerdo que tenía 8 o 9 años, y la gente venía al taller y mandaba a hacer su ataúd y los hacía de un día para otro. La gente les llevaba las medidas de su difunto.

¿Usted ayudaba a su padre?
Ya desde los 12 años iba a ayudar a mi padre con los cepillos, los serruchos, a pintar los ataúdes en mis vacaciones.  A los 14 años, en tercero media, mi padre me dijo “mira, yo no sé si voy a seguir con el negocio porque me siento medio mal, estoy padeciendo de algunos dolores que no logro saber de qué son, el médico me dice una cosa, luego otra”. Entonces me puse a trabajar con él y a estudiar de noche. Estudié dos años de noche, y a los 16, junto con mi padre, empecé a hacerme cargo de la agencia.

¿De niño no le daba un poco de miedo  eso de andar entre ataúdes?
No, porque los conocí de chico, y era parte mi vida.

¿Cómo empezó la expansión?
Empezamos a atender al Rímac, a Barrios Altos, al público de La Victoria, etc.; porque la zona se convirtió en un sitio de agencias funerarias. Al frente estaba Crespo. Después estaba Aliaga,  Lugo,  Torres, el otro Torres, etc. La competencia era fuerte, todos querían vender.

¿Se encargaban solamente de los ataúdes?
No, también arreglábamos el servicio funerario, pero todavía no tocábamos el vagón de carrozas porque eso era de la Beneficencia Pública de Lima. Los cementerios también eran de la Beneficencia Pública del Callao, de la de Lima, y punto.  Estaban, además, los cementerios de las municipalidades de Surco y Surquillo, y no más. Entonces, yo recibí una póliza de vida de cinco mil dólares que mi padre me dejó como su hijo mayor. La invertí en una camioneta Chevrolet del año 39-40 y comencé a atender a las otras agencias que no tenían camioneta. En ese tiempo no había vuelos de aviación para los departamentos, todo era traslado en ferrocarril o camioneta. Y los familiares de los que morían en los hospitales de Lima, querían llevar los restos a su tierra natal. Así empecé a irme a Tacna, a Tumbes, Arequipa, Chiclayo, Huancayo, etc. con los muertos adentro del carro. Iba con los familiares y regresaba con la camioneta solito.

Imagino que allí ya empezó a hacerse conocido.
Bueno, junté un poco de dinero y lo invertí en la agencia. Compré casilleros de vidrio para que los cajones se puedan exhibir, y  fui haciendo mejoras. Me empezó a ir bastante bien. Atendí mucho tiempo a las colonias china y japonesa, y pude comprar dos camionetas nuevas. Luego, viajé a Chicago y me llevaron donde un fabricante de artículos y accesorios funerarios. Compré lo más moderno en capillas, carritos, velatorios, pantallas y paños que se ponían antiguamente.

Digamos que fue un innovador de los entierros.
Sí, pero había una costumbre que no le podía quitar a la gente: el riguroso negro que usaban cuando fallecía una persona. Toda la familia estaba de negro, desde el nieto hasta el mayor de todos. Para las mujeres eran 30 días  del “luto cerrado”. Yo comencé a hacerles ver que no era posible eso, que no pasaba en ningún país del mundo.

¿Por qué cambiar esa costumbre?
Porque pensé que debían modernizarse, como  en las fotografías que me habían enseñado. No podía uno irse a comprar un terno negro, un vestido negro, otro para la hijita. La gente antes forraba toda su casa de negro con unos paños que pegaban en las paredes. La casa del difunto parecía más un monasterio que un velatorio. Y se acostumbraba a pasar el café, los traguitos, el pisco, las galletas, los sánguches; y se volvía una fiesta con una contadera de chistes interminable.

Así eran los velorios antiguamente.
Sí. Entonces me hice muy amigo del padre Constancio, el superior de la Virgen del Pilar, con quien pusimos, casi entre los dos, un cementerio en la Planicie. Con él y otro padre más arreglamos un contrato por 20 años para poner tres velatorios en la iglesia. Así fui acostumbrando a la gente a que salgan de las casas y no pasen mala noche, ni tengan que lidiar con borrachos, y atender a medio mundo. Así cerraban las puertas a las 10 de la noche, cada uno a su casa a dormir, y al día siguiente temprano la familia podía seguir con su ser querido, y luego al entierro.

¿Y cómo introdujo las carrozas?
Eso vino después. En ese entonces había una carroza de pompones negra, enorme. Había otras  5 o 6 carrozas de la Beneficencia, pero sin pompones. Con el correr de los años se fueron malogrando, y yo traje una Cadillac para mí. Pedí permiso y la introduje en los entierros. La gente venía a buscarme porque les gustaba mi carroza.

Acaba de cumplir 80 años, ¿teme a la muerte?
Definitivamente no. He visto como se muere la gente. He visto morirse a gente de un año, de cinco, siete, veinte, de todas las edades y hasta más de cien. He visto que mucha gente se ha ido muy temprano, y otras nos estamos quedando tarde. Creo que ya Dios me ha dado la gracia de vivir bastantes años, y por lo menos en buen estado. No estoy tirado en una cama, todavía puedo movilizarme con mi bastón. Acabo de cumplir 80 años y me hice una fiesta como se merece, con 640 invitados. Con mucho cariño la hice porque había logrado vivir hasta los 80 años.

¿Alguna vez le ha pasado algo fuera de lo normal o sobrenatural en esto de estar con los muertos?
No. Lo que me ha pasado dos veces en todos estos años es que los muertos a veces han roncado y la gente ha creído que estaban vivos. ¿Qué pasa? Que se les habían quedado gases en el estómago atracados, y que después de una manera u otra salen. Entonces la familia pensaba que estaba vivo su fallecido y me llamaban urgente. Tuve que ir con el médico a decirles que sí estaba fallecido. Lo que también me pasó una vez es que tuve una operación grave de la columna, y estuve casi en coma en cuidados intensivos. Sentí que ya me había ido, no sé dónde estaba, pero no estaba acá.

¿Ninguno se ha despertado o ha estado en estado cataléptico?
Nunca, nunca.

¿Ya tiene planeado su funeral?
Sí, sí, indiscutiblemente. Ya mi hijo tiene todas las instrucciones que yo quiero.

¿Hay algo especial que haya solicitado?
Que en el cajón esté muerto con mi bandera de Alianza Lima.

¿A cuánta  gente calcula que ha enterrado?
Habré enterrado casi un millón de personas en tantos años que llevo trabajando. Más de 50 años, imagínate.

“A Alarcón lo boté como a un perro, como lo que es”
Don Agustín es uno de los ex Presidentes más emblemáticos que ha tenido el Alianza Lima (lo era cuando cayó el Fokker). Se ha animado a  contarnos su versión, justamente cuando se está preparando el estreno de una película sobre aquel imborrable accidente. Dado el gran respeto e influencia que tiene entre los íntimos, hace poco lo convocaron para que saque a Guillermo “Pocho” Alarcón, quien se había atornillado en la dirigencia. De él dice que es  el único ser humano al que le haría su entierro “llevándolo a patadas al cementerio”.
Usted fue presidente del Alianza Lima varios años, ¿cómo nace su afición por el equipo íntimo?
A los 7 años me iba con mi papá, a pie, desde Cangallo hasta el Estadio Nacional, al estadio viejo. Íbamos a la tribuna de segunda. A mi papá le encantaba el fútbol. Entonces me llevó a un cuadrangular que me acuerdo mucho: jugaban la U, Sport Boys, Sucre y Alianza. Me gustó mucho el Alianza, no sé si porque eran negritos o era la camiseta blanquiazul la que me gustaba, porque desde muchacho he sido muy amigo de los colores azul y celeste. Todos mis carros han sido siempre de esos colores, nunca he cambiado. 
¿Cómo ve al Alianza ahora, pues la verdad anda muy mal?
Eso es por culpa de una persona, claramente, y es Alarcón. No es porque en el equipo no habían jugadores, lo que pasa es que los han vendido. Farfán es de Alianza, igual que Pizarro, y Guerrero también se formó en el Alianza.
Usted se enfrentó a Guillermo Alarcón, ¿no?
Te voy a contar algo que es confidencial. A mi me buscaron para que yo arreglara el asunto de Alarcón. Yo no quería saber nada con el Alianza Lima después de que había pasado 9 años ahí metido, fregado, con los periodistas encima que me jodían, me fastidiaban: cuando gana el equipo bien, cuando pierde el Presidente es el culpable. Nunca fui ladrón, jamás le he robado un centavo a nadie. Ni a Alianza, ni a nadie. Yo no he ido al Poder Judicial nunca. No tengo enemigos, salvo Alarcón. Le ha hecho mucho daño a mi institución, se ha robado mucha plata de mi club.
¿Y a él le haría su entierro y velorio?
A punta de patadas lo llevo al cementerio. Es un caradura, un sinvergüenza, un ladrón. No hay calificativo en el castellano para calificar a este hombre. Tiene un hermano que trabaja en el Poder Judicial, no sé en qué cargo, y lo ha protegido, por eso ha podido salir fácilmente de sus problemas.
Me decía que lo llamaron por el tema de Alarcón.
Sí, me llamaron y me pidieron que dirija la Asamblea para tratar de sacarlo, pues convocaban a la gente, pero éste siempre la anulaba por una cosa o por otra, o conseguía más votos, y siempre ganaba él. Así que cuando supo la gente que yo iba a ir a dirigir la Asamblea, fueron más de mil personas. Entonces, cuando ya estábamos sentados, yo en medio de la mesa, al comenzar nos tiraron tres bombas lacrimógenas del costado, desde las canchas de fulbito. Ese costado pertenece a una calle donde no vive nadie, si pasas por ahí te dejan sin calzoncillos, de repente también sin eso. Mi chofer me bajó  del estrado, me cargó y me sacó de allí para que se me pase el ardor de la cara. Me sentí mal un rato, y volví a subir al estrado y comencé a llamar a la gente que ya se estaba yendo. Les dije “no nos dejemos vencer por este sinvergüenza”. Eso (los gases lacrimógenos) fue organizado por Alarcón. Al final hubo votación y por unanimidad lo sacamos. Quedó escrito que nunca más, por ningún motivo, él podía entrar al Club. Está botado como un perro del Club, como lo que es. Luego vino la junta transitoria para maneja el club, pero lo están haciendo mal, han vendido a todos sus jugadores.
¿No le parece feo el cambio de camiseta, sobre todo siendo la anterior un signo tan emblemático de la cultura peruana?
Pésimo, pésimo, ésa no es la camiseta del Alianza. La camiseta es la blanquiazul, no ésa. Pero me explicaron que este tipo (Alarcón) había vendido a la televisión la camiseta, es decir, había vendido la transmisión de los partidos a condición de que usaran esa camiseta.
Ud. fue presidente del equipo cuando cayó el Fokker, ¿recuerda cómo lo agarró la noticia?
Recuerdo perfectamente porque yo me casé un 9 de diciembre, y el 8 estaba con mi esposa, mi compadre Waldo Olivos y su señora, comiendo en un restaurante de Miraflores al que no habíamos ido nunca. Mis hijos me estaban buscando por todos los restaurantes, pero no me encontraban porque yo no solía ir a ese restaurante. Como a los 10.15 pm.  regresamos a dejar a Waldo en su casa, y en eso veo un montón de gente en su puerta. Pensé que hubo un incendio en su casa. Estaban mis hijos y mi hija  -todos en mi casa son aliancistas-, esperándome allí. Me dijeron que el avión había desaparecido. Por los accidentes de aviación que he atendido, supe que el avión se había caído.
¿Tuvo esperanzas de que pudiera haber sobrevivientes?
La verdad que no. Pero hubo un sobreviviente, que fue el piloto.
¿Usted llegó a conversar en alguna ocasión con él?
No, nunca. No quise meterme en ese tema porque era muy delicado. La gente de Alianza me preguntaba a mí, al igual que los periodista, qué pensaba yo del accidente. Les dije que no podía dar una opinión porque era un tema relacionado con el Estado, porque era un avión alquilado al Estado, que ya lo habían utilizado Cristal y Universitario de Deportes. Lo que pasa es que pusieron un piloto que era muy inexperto.
Con los años se habló de conspiraciones, que el avión llevaba droga…
¡Nada, nada de eso! Eso es imposible, olvídate. Lo que pasó es que se demoraron en salir de allá, y salieron ya de noche. En lugar de salir a las 4pm, el avión salió luego de las 6pm, mientras se duchaban las niñas, se arreglaban, parecían mujeres. Como habían ganado 1-0 estaban contentos. Ahí murieron mis sobrinos, como les decía de cariño, todos mis chicos (pausa, pasa saliva). Yo los preparé para que fueran subiendo desde juveniles, donde fueron campeones. Ese equipo era para darle varios años de campeón al Alianza. Todos los muchachos estaban entre 18 y 21 años, menos Juan Reynoso y Juan Illescas, que no viajaron por lesionados; así como Colibrí Rodríguez, que estaba suspendido.
¿Sigue llorando por ese tema?
En ese momento lloré, aún hoy me da mucha tristeza hablar de ellos. Pararon conmigo muchos años, todos los días. Venían y me decían “tío, danos para un cevichito”. Y yo les daba de mi bolsillo.
Alfredo Tomassini era buen nadador, y se dijo que habría sobrevivido y conversado con el piloto estando en el mar…
Eso es verdad. Estaba vivo, pero el asunto es que el piloto pudo llegar a subirse sobre los restos del avión, y allí aguantó el frío. Tomassini estuvo conversando con él, pero abajo, en el agua; y el mar allí es helado, luego de un rato el cuerpo no te aguanta y además hay corrientes. Tus manos se van soltando hasta que te vas, y ahí tienes que entender que te vas a morir.
Usted, como es lógico, se encargó de los funerales, ¿no?
De todos, de los barristas también. Al Alianza Lima no le costó un centavo. A medida que aparecían los cuerpos se les iba enterrando al día siguiente. Llegaron como ocho juntos y los velamos al día siguiente en el Estadio y se llenó. La Naval tuvo gente metida en la morgue para apurar todo. Marcos Calderón fue uno de los últimos en aparecer.  Fue muy sentido.
Para dejar de lado los recuerdos tristes, una última pregunta,  ¿nunca le ha interesado dirigir la Federación de Fútbol?
Después de que salí del Alianza ya no quería saber nada con nadie. Quedé curado, y le ofrecí a mi familia que no me iba a temer más y lo he cumplido. Yo he podido ser jefe del IPD a cada rato, con el mismo Fujimori y con Toledo varias veces me han llamado; incluso soy amigo personal de Alan García desde que era diputado.

Sobre el autor o autora

Eduardo Abusada Franco
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Periodista e historiador independiente.

Deja el primer comentario sobre "Don Agustín, una vida entre la muerte y el fútbol"

Deje un comentario

Su correo electrónico no será publicado.


*