¿Realmente se aproxima el fin del mundo?

Escrito por Revista Ideele N°226. Diciembre 2012

La ciencia se está acercando cada vez más al entendimiento de cómo, y cuándo, la humanidad podría extinguirse.

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A juzgar por el boom de las películas sobre desastres naturales de los últimos años, la gente está fascinada por la idea del fin del mundo. En 28 días después, de Danny Boyle, un virus devasta al Reino Unido y el mundo; un asteroide fin-de-mundista amenazó a la tierra en Deep Impact y Armageddon; y el cambio climático obtuvo el papel principal en El día después de mañana

En el mundo real, no sabemos cuando la Tierra (o la humanidad) llegará a su fin ni tampoco lo que pasará. Reflexionar y presagiar el evento ha sido, usualmente, la tarea de las grandes religiones del mundo: todas tiene alguna idea sobre cómo los humanos nos encontraremos con nuestro Creador. De hecho, “el fin” (o Día del Juicio Final) es, comúnmente, el método preferido por las deidades para limpiar nuestro planeta y permitir a una nueva raza de personas moralmente puras repoblar la resultante Tabula rasa. Casi siempre existe una sobredosis de pecado o libertinaje cuando llega el tiempo de volver a empezar.

Las historias de fuego, azufre y dioses dan para buenos relatos y suelen infundir una dosis adecuada de los requeridos miedo y peligro. Pero los cuentos inventados no son nada, creativamente hablando, cuando se comparan a lo que realmente sí es posible. Mira a través del lente científico y verás que “el fin” deviene mucho más interesante.

Desde que la vida surgió en la Tierra, hace unos 3.5 mil millones de años, ésta ha vivido en la sombra de la aniquilación. En nuestro planeta, la extinción es la norma –de las 4 mil millones de especias que, se considera, hayan evolucionado, el 99% se ha extinguido. De hecho, cinco veces en los últimos 500 millones de años, la tasa de extinción se disparó por un periodo de tiempo. Algo –nadie, con seguridad, puede afirmar qué– convirtió a la Tierra en un planeta inhóspito en esas cinco ocasiones y, entonces, más de 75% de las especies existentes murieron en un parpadear de ojo (geológicamente hablando).

Una o más de esas extinciones ocurrieron a causa de lo que podríamos llamar los grandes y potenciales escenarios apolíticos estilo “Hollywood”. Si un asteroide lo suficientemente grande impactara la Tierra, por ejemplo, provocaría masivos terremotos y tsunamis que atravesarían el mundo. Se dispararía tanto polvo al aire que se taparía el sol por varios años. Como consecuencia, los recursos alimenticios del planeta se destruirían y llegaría la hambruna. Ya pasó: los dinosaurios (junto con más de la mitad de las otras especies) fueron barridos de la faz de la Tierra hace unos 65 millones de años cuando un asteroide con un ancho de 10 kilómetros se estrelló en un área cercano a México.

Mónica Grady, experta en meteoritos de la Open University, señala que es cuestión de cuándo –y no si–, un objeto próximo a la Tierra (más conocido por su acrónimo en inglés NEO, near-Earth object) colisionará con nuestro planeta. “Muchos de los objetos más pequeños se deshacen cuando llegan a la atmósfera y, por ende, no hay impacto. Sin embargo, un NEO con una anchura de más de un kilómetro colisiona con la Tierra a cada cientos de miles de años y un NEO de más de 6 kilómetros, el cual podría provocar una extinción masiva, colisiona con la Tierra a cada cien millones de años. Hace tiempo que nos debió tocar uno bien grande”.

Otros desastres naturales incluyen cambios abruptos de clima o inmensas erupciones volcánicas. Todos esos podrían provocar catástrofes globales que acabarían con grandes partes de la población. Pero, dado que hemos sobrevivido por cientos de miles de años a pesar de los riesgos, es poco probable que un desastre de esa naturaleza ocasione una catástrofe en los próximos siglos.

Las amenazas cósmicas siempre han existido, aunque, a veces, nos tome tiempo darnos cuenta de ellas: la colisión de nuestra galaxia, la Vía Láctea, con nuestro vecino más próximo, Andrómeda, por ejemplo, o la llegada de un agujero negro. Lo que tienen en común esas amenazas es que hay muy poco que se puede hacer para prevenirlas. Salvo tratar de descifrar el cómo sobrevivir a sus efectos.
En realidad, las amenazas más graves para los humanos probablemente provengan de nuestras propias actividades. Nuestra especie tiene la habilidad –única en la historia de la vida sobre la Tierra– de poder rehacer el mundo. Pero también lo podemos destruir.

“Los riesgos existenciales son un fenómeno relativamente nuevo”, señala Nick Bostrom, filosofo y Director del Instituto del Futuro de la Humanidad en la Universidad de Oxford. “Con la excepción de un cometa capaz de destruir a nuestra especie o el estrellamiento de un asteroide (algo extremadamente inaudito), probablemente no hubo riesgo existencial significante en la historia humana hasta mediados del siglo 20. Y aseguradamente ninguno cuya ocurrencia hubiera podida ser advertida por alguna acción”.

Demasiados reales son las amenazas causadas por el ser humano, como son el cambio climático, la contaminación excesiva, la depredación de los recursos naturales y las armas decisivas de la locura: las nucleares. Para peligro nuestro, jugamos con nuestros genes y átomos. La nanotecnología, la biología sintética y la modificación genética nos permiten tener mejores alimentos, medicinas más seguras y un mundo más limpio. Sin embargo, podrían ocasionar problemas si están mal aplicadas o si proseguimos sin tomar las adecuadas precauciones.

Martin Rees, astrónomo británico y ex presidente de la Real Sociedad de Londres, señala en su libro ¿Es éste nuestro último siglo? que las probabilidades de la civilización humana de sobrevivir más allá del 2100 llegan a no más de 50%. Eso dado el fácil acceso a tecnologías que podrían tener impactos globales, como son el terrorismo biológico o las potenciales consecuencias adversas de la nanotecnología.

La amenaza matriz provocada por el ser humano, según Bostrom, bien podría haber sido la primera detonación de la bomba nuclear. “En ese entonces, había cierta preocupación por si la explosión podía provocar una reacción en cadena mediante el ‘enciendo’ de la atmosfera. Aunque ahora sabemos que eso es físicamente imposible, un riesgo existencial sí existió en ese momento”.

Peligros potenciales siguen emergiendo de los más exitosos logros de nuestro pasado reciente. Nuestra sociedad está, como nunca antes, conectada y computadorizada. Eso nos ha traído enormes beneficios en términos de intercambios, acceso al conocimiento y a la educación y a mejores medios de comunicación. Pero esas mismas interconexiones pueden propagar a virus (humanos o de computadora) más rápidamente que nunca. Una hábil célula terrorista (o maquina inteligente) podría comprometer sistemas energéticos, robar o borrar data financiera y destruir cadenas de abastecimiento sin las cuales el mundo moderno no podría funcionar. Un fallo en un sistema digital en los Estados Unidos podría llegar hasta china o Australia en cuestión de segundos.

Es, tal vez, irónico que la sombra de las potenciales amenazas se extiende cuando arrojamos aún más luz sobre nuestro entendimiento del universo.

Imagínese que reuniésemos a algunas de las figuras más cultas del periodo de la Ilustración en Europa del oeste –Isaac Newton, digamos que a Francis Bacón o el Arzobispo George Berkeley– y que le preguntásemos cómo creen que el mundo llegue a su fin. Seguramente escucharíamos relatos de intervención divina (Newton, basándose en cálculos y pistas extraídas de la Biblia, creía que el Día del Juicio Final llegaría en el siglo 21) o la idea de que una guerra sangrienta cause tantas pérdidas humanas que las naciones sufrirían y se desvanecerían. De repente hubiesen mencionado otras teorías fantásticas, pero ninguna de esas inteligentes personas podría haberle predicho el apocalíptico potencial de las armas nucleares, de los agujeros negros o del aumento del nivel del mar a causa del cambio climático.

Sólo puede saber que el mundo podría dejar de existir, sumido en el vacío cuántico, y aniquilado en un parpadear de ojo,  si sabe de partículas cuánticas y de la evolución del universo desde el Big Bang. Estamos empezando a comprender que lo que concebimos como el “tiempo” podría, algún día, desaparecer de nuestro universo, dejándonos sin sentido de movimiento o de dirección.

Ojalá nunca nos topemos con un mortífero strangelet (hiperdiminutivo de la palabra strange), o fragmentos de materia extraña, por algún rincón del universo. Esa sustancia, una forma particular de materia de quarks, es muy parecida a lo que compone todo lo que nos rodea pero, a la vez, potencialmente destructora de nuestro modo de vida.
Jason Matheny, Director de programa de la Inteligencia de Investigación Avanzada de Proyectos de Actividad (IARPA) de los Estados Unidos, regularmente analiza las potenciales amenazas a la humanidad. En un artículo publicado en el 2007 por Risk Analysis, describió la inevitable muerte del sol. “En un billón de años, el sol se convertirá en gigante roja, las temperaturas terrestres alcanzarán los mil grados, hervirá nuestra atmosfera y eso, eventualmente, dará lugar a un planeta nébula y la Tierra se convertirá en inhospitable”, sostiene. “Si colonizamos a otros sistemas solares, podríamos sobrevivir por más tiempo que el sol, de repente por unos 100 trillones de años, hasta que las estrellas empiecen a quemarse. Podríamos sobrevivir aún más tiempo si explotamos a fuentes energéticas no estelares”.

Eso suena muy positivo. Pero el universo aún tiene algunos trucos debajo de la manga. Es difícil imaginar, señala Matheny, cómo la humanidad podrá sobrevivir a la descomposición de la materia nuclear, lo que, se supone, deba ocurrir en 1032 a 1041 años.

“La física parece confirmar la observación de Kafka: hay esperanza infinita, pero no para nosotros. De hecho, aunque sea físicamente posible para la humanidad o sus descendientes de prosperar por 1041 años, parece poco probable. Homo sapiens ha existido por 200 mil años. Nuestro pariente más cercano, Homo erectus, vivió unos 1.8 millones años. La duración promedia de una especie mamífera es de unos 2.2 millones años”.

¿Debería preocuparnos en algo ese palabreo apocalíptico? Sí, afirma Bostrom. “Cuantificar los riesgos existenciales implica una gran dosis de subjetividad. Además, podría haber un sesgo de publicación, ya que los que creen que existe un riesgo mayor podrían ser más propensos a publicar libros”, señala en Global Agenda. “Sin embargo, todas las personas que han estudiado esta cuestión estiman que los riesgos son considerables. Y aún si la probabilidad de extinción fuera de un mero 5%, o 1%, valdría la pena tomarlo en cuenta seriamente, si consideramos lo que está en juego”.

Es triste, concluye Bostrom, que la humanidad no esté invirtiendo más en determinar cómo acrecentar sus probabilidades de sobrevivencia ante amenazas que podrían ser prevenidas (con la excepción de la muerte del sol). En el Foro Económico Mundial 2006, durante el cual se conversó sobre catástrofes globales, dio algunos consejos: “un gran líder actúa teniendo en cuenta una visión de conjunto y acepta su responsabilidad por las consecuencias a largo plazo que podrían provocar las políticas que decide implementar. Con respecto a los riesgos existenciales, el desafío no consiste en ignorarlos ni tampoco en caer en un desaliento tenebroso, pero en entenderlos y tomar medidas prácticas y eficaces para hacer de nuestro mundo un lugar más seguro”. En resumen: más vale prevenir que lamentarse.

Las más extrañas formas de llegar a su fin

Muerte por euforia
Somos muchos los que diariamente consumimos drogas, como la cafeína o la nicotina. Nuestra mayor comprensión de la fisiología trae consigo nuevos fármacos que pueden levantar el ánimo, mejorar el estado de alerta o mantenernos despiertos durante varios días. ¿Cuánto tiempo pasará antes que empecemos a usar tantos que perdamos el control? Podría ser que el fin del mundo llegue no con un bang sino que éste se desvanezca progresivamente entre la niebla.
Señal de peligro: Las drogas serían demasiado baratas para medirlas, pero tal vez estés demasiado drogado para darte cuenta.

El vacío cuántico
Si la Tierra está ubicada en una región metaestable del espacio conocida como un falso vacío, podría –en cualquier momento– caer en un estado de baja energía. Un tal colapso se desarrollaría a la velocidad de la luz y nuestros átomos no podrían mantenerse unidos. T se demolería.
Señal de peligro: no habría ninguna. De hecho, ahorita podría pasar…

Strangelets
La mecánica cuántica conlleva muchos escenarios espantosos. Entre otros está la partícula llamada strangelet, que puede transformar a cualquier otra partícula en una copia de sí misma. En una cuestión de horas, un pequeño grupo de éstas podría convertir a un planeta en una masa irreconocible de strangelets.
Señal de peligro: Todo a tu alrededor empieza a cocinarse, liberando calor.

El fin del tiempo
¿Qué pasaría si, debido a las leyes de la física, el tiempo llegase a su fin? En el 2007, científicos españoles propusieron una explicación alternativa a la misteriosa energía negra que compone a 75% de la materia en el universo y que actúa como una suerte de anti-gravedad que empuja a las galaxias aparte unas de las otras. Sugirieron que los efectos que observamos se deben a la desaceleración del tiempo y que éste se va esfumando de nuestro universo.
Señal de peligro: Podría estar pasando ahora mismo. Nunca lo sabríamos.

Mega tsunami
Los geólogos temen que una erupción volcánica en La Palma (Islas Canarias) pueda desprender a un pedazo de piedra cuyo volumen equivale al doble de la Isla de Man y lanzarlo al Océano Atlántico, provocando olas de un kilometro de altura que se desplazarían con la velocidad de un jet jumbo y con catastróficas consecuencias para las costas de los Estados Unidos, Europa, América del Sur y África.
Señal de peligro: la mitad de las ciudades más importantes del mundo se encuentran bajo el agua. Al mismo tiempo.

Reversión geomagnética
El campo magnético terrestre es un escudo contra la peligrosa radiación del sol, ésta que podría destrozar el ADN y sobrecargar a los sistemas eléctricos del mundo. A cada cierto tiempo, los polos norte y sur de la Tierra intercambian de posición y, durante esa transición, el campo magnético se debilita o desaparece durante varios años. La última transición ocurrió hace unos 780 mil años, y podría volver a pasar.
Señal de peligro: los aparatos electrónicos dejan de funcionar.

Rayos Gamma
Cuando una estrella supermasiva está a punto de extinguirse, lanza al espacio dos rayos gamma de altas energías. Si esos colisionaran con la Tierra, su inmensa energía despedazaría las moléculas de aire de la atmosfera y desintegraría la protectora capa de ozono.  
Señal de peligro: El color del cielo se vuelve marrón y toda la vida en la superficie se muere lentamente.

Agujero negro
 Los agujeros negros son los objetos gravitatorios más poderosos del universo, capaces de convertir la Tierra en átomos. Aunque esté a mil millones de kilómetros de distancia, un agujero negro podría empujar a la Tierra fuera del sistema solar, dejando a nuestro planeta vagando por el espacio profundo sin fuente de energía.
Señal de peligro: aumenta la actividad asteroide; las estaciones se vuelven extremas.

Especies invasivas
Las especies invasivas son plantas, animales o microbios que aparecen en un ecosistema que no tiene protección contra ellas. La población del invasor se dispara y el ecosistema se desestabiliza rápidamente, hasta colapsar. Estas especies ya son un problema costoso a nivel global: perturben a ecosistemas locales, propagan virus, contaminan suelos y dañan la agricultura.
Señal de peligro: tus especies locales empiezan a desaparecer.

El transhumanismo
¿Qué pasaría si los avances biológicos y tecnológicos llevasen a los humanos a un nivel que sobrepase radicalmente a todo lo que conocemos hoy? Los “poshumanos” podrían ser hechos de inteligencias artificiales basadas en los pensamientos y/o las memorias de los antiguos humanos, quienes se uploadearon a computadores súper rápidas y existen solamente como información digital. Sus cuerpos físicos desaparecerían pero podrían acceder y almacenar una cantidad infinita de información y compartir sus pensamientos y sentimientos inmediatamente e inequívocamente con otros humanos digitales.
Señal de peligro: ya no puedes competir, ni mental ni físicamente, con los cyborgs.

(Artículo publicado originalmente en The Guardian)

Sobre el autor o autora

Alok Jha
Periodista de ciencia y tecnología en The Economist. Ex periodista en The Guardian y en la BBC. Autor de "The Water Book".

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